Tercer
domingo de Adviento: una llamada a la alegría y esperanza,
preparando nuestro corazón para que el amor habite nuestro corazón…
Evangelio según
san Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la
gente le preguntaba a Juan el Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él
contestó: "Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y
quien tenga comida, que haga lo mismo".
También acudían a él
los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: "Maestro, ¿qué
tenemos que hacer nosotros?" Él les decía: "No cobren más de lo
establecido".
Unos soldados le
preguntaron: "Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?" Él les dijo:
"No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense
con su salario".
Como el pueblo estaba
en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de
dudas, diciéndoles: "Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro
más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias.
El los bautizará con el
Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo
de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que
no se extingue".
Con éstas y otras
muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Reflexión:
¿Cómo alegrarme en Jesús?
En las lecturas de hoy (Sofonías 3, 14-18, Isaías 12, y Filipenses
4, 4-7), encontramos un mensaje que nos anima a prepararnos para la
venida de Jesús (hoy, en este tiempo y para cada día por venir), y
el evangelio (Lucas 3, 10-18) nos presenta a Juan Bautista, quien nos dice cómo hacerlo presente.
El mensaje es claro: debemos abrir nuestro corazón para recibir a
Dios, cambiar nuestra manera de vivir, de tal manera que nuestra vida sea alegría
y gozo, “como en días de fiesta” (Sof 3, 18).
Ante la realidad de la vida, que parece ofrecer dificultades, injusticias, dolor, malestar… el llamado de los profetas lo podemos actualizar hoy, hacerlo nuestro, dando espacio en nuestro corazón a que Dios lo habite, para dar paso a la confianza y esperanza, lo cual significa vivir con la certeza de que no estamos solos, Él camina a nuestro lado y transforma nuestras vidas con su amor y así podemos ser sanados y salvados.
Dios, es como una fuente de agua viva que calma nuestra sed y nos
da vida, cuando dejamos que Él habite en nuestro corazón, nos llena de alegría y
de esperanza, porque sabemos que Dios siempre está trabajando para salvarnos (cfr. Is
12).
Por otra parte, Pablo nos anima a vivir siempre alegres y a confiar
nuestras preocupaciones a Dios; con Él, experimentamos una paz que nos da fuerza para enfrentar los desafíos de cada día
(cfr.Fil 4,4-7).
Juan Bautista nos enseña que abrir el corazón a Dios no es algo
pasivo. Se trata de preparar el camino, de vivir con generosidad,
justicia y amor. Cuando hacemos esto, no solo
encontramos alegría y esperanza para nosotros mismos, sino que también ayudamos
a los demás a experimentar la salvación de Dios.
Cuando dejamos que Dios habite en nuestro corazón, nos llena de
alegría y esperanza, de que todo puede ser transformado para bien. Su salvación
no es solo algo que esperamos en el futuro, sino una realidad que comienza
ahora, en el momento en que le decimos: "Señor, entra en mi vida".
¿Cómo
puedo dejar entrar a Dios en mi corazón?... ¿Qué pequeñas acciones puedo hacer
para compartir con los demás la alegría y la esperanza de su amor?... ¿Cómo vivir
con respeto y justicia, mis relaciones interpersonales?
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