jueves, 26 de diciembre de 2024

Domingo I de Navidad – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo I de Navidad – Ciclo C (Lucas 2, 41-52) – diciembre 29, 2024 
Fiesta de la Sagrada Familia 
1 Samuel 1, 20-22. 24-28; Salmo 83; 1 Juan 3,1-2.21-24


Evangelio según san Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.

Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia". Él les respondió: "¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?". Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas.

Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Honrar, respetar, cuidar y por encima de todo esto AMAR, "vínculo de la unidad perfecta"; esto constituye y funda la familia, es la llamada que recibimos en este último domingo del año para cuidar y procurar.

La familia no es algo accesorio que podemos tener o no, la familia es vínculo y referencia, sustento y fuerza. Alguien podría decir, -es que mi familia no es la Sagrada Familia- y es verdad, cada familia es única y particular. Pero la misma Sagrada Familia, no tiene nada de ordinaria o convencional, pero sí que contiene todos los elementos expresados y por ello es referencia para mantener, construir o reparar nuestro vínculo familiar. Es mentira que podemos prescindir de la familia sin consecuencias, sin dolor y sin estragos; pero es cierto que sin amor es complicado respetar, cuidar y honrar. El amor no sólo se recibe, se da. El amor es paciencia, compasión y caridad, mansedumbre, bondad y humildad. 

Cerremos el año preguntándonos no cuánto somos amados, sino cuánto amamos. No cuánto son bondadosos y humildes en mi familia conmigo, sino cuánto lo soy yo con ellos. En el amar, no existe el "amar de más", amando no nos equivocamos, reconstituimos y ganamos. La Sagrada Familia refuerce el amor familiar, aunque seamos algunas veces un tanto "complicados". #Feliznavidad #FelizDomingo #familia

“Estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios” 

Un matrimonio de profesionales jóvenes, con dos hijos pequeños, fue asaltado un día por un familiar cercano con una pregunta que nunca se habían esperado: –¿Estarían ustedes dispuestos a prestarle el carro nuevo a la empleada del servicio durante todo un día? Ellos, sin entender para dónde iba el interrogatorio, respondieron casi al tiempo y sin dudar ni un momento: “Ni de riesgos. ¡Cómo se le ocurre! ¡No faltaba más!” El familiar, dejando escapar una sonrisa de satisfacción al ver cómo habían caído redonditos, les dijo: “Y, entonces, ¿cómo es que dejan todo el día a sus dos hijos en manos de la misma empleada del servicio?”

No se trata de juzgar la forma de ejercer la paternidad o la maternidad en los tiempos modernos. Ni soy yo el más indicado para decir qué está bien y qué está mal en la educación de los hijos, puesto que no los tengo; pero cuando escuché esta historia me conmoví interiormente y pensé mucho en la forma como se van levantando actualmente los hijos de matrimonios conocidos.

La familia es el núcleo primordial en el que crecemos y nos vamos desarrollando como personas. Lo que aprendemos en la casa nos estructura interiormente para afrontar los retos que nos plantea la vida. Lo que no se aprende en el seno del hogar es muy difícil que luego se adquiera en el camino de la vida. Los primeros años de nuestro desarrollo son fundamentales y tal vez a veces lo olvidamos.

Es muy poco lo que los Evangelistas nos cuentan sobre la vida familiar de Jesús, José y María; sin embrago, por lo poco que se sabe, ellos tres constituyeron un hogar lleno de amor y cariño en el que se fue formando el corazón del niño Jesús. Y, a juzgar por los resultados, ciertamente, tenemos que reconocer que debió ser una vida familiar que le permitió al Niño crecer hasta la plenitud de sus capacidades: “Y el niño crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”.

Que nuestros niños crezcan también fuertes y llenos de sabiduría, gozando del favor de Dios, de tal manera que no tengan que rezar a Dios con las palabras que leí alguna vez en una revista:

"Señor, tu que eres bueno y proteges a todos los niños de la tierra, quiero pedirte un gran favor: transfórmame en un televisor.

Para que mis padres me cuiden como lo cuidan a él, para que me miren con el mismo interés con que mi mamá mira su telenovela preferida o papá el noticiero.

Quiero hablar como algunos animadores que cuando lo hacen, toda la familia calla para escucharlos con atención y sin interrumpirlos.

Quiero sentir sobre mí la preocupación que tienen mis padrescuando el televisor se rompe y rápidamente llaman al técnico.

Quiero ser televisor para ser el mejor amigo de mis padres y su héroe favorito.

Señor, por favor, déjame ser televisor, aunque sea por un día".


 

DEJAR A JESÚS ENTRAR EN NUESTRA CASA 

Necesitamos ante todo buscar, cuidar y desarrollar un proyecto sano, digno y dichoso de familia que pueda plasmarse en la vida concreta de cada hogar. Jesús, acogido con fe y convicción en nuestra familia, nos puede ayudar a corregir y mejorar nuestro modo de vivir y nos puede descubrir un camino nuevo más digno de seguidores de su Evangelio.

Dejar a Jesús entrar en nuestra casa significa arraigar la familia con más verdad, más pasión y más ilusión en su persona, su mensaje y su proyecto del reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer los próximos años para reavivar nuestras familias, pero nada más decisivo que poner a Jesús en el centro del hogar, confiando en su promesa: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo» (Mateo 18,20). No estáis solos. En el centro de vuestro hogar está Jesús. Él os reúne, os alienta y os sostiene. Con Jesús todo es posible.

Acoger a Jesús en el hogar es tarea de toda una vida. Lo primero es aprender a vivir en el hogar con un corazón nuevo y un espíritu renovador. Esto significa empezar a vivir una relación nueva con Jesús, una adhesión más viva. Una familia formada por cristianos que apenas conocen a Jesús, que solo lo confiesan de vez en cuando y de manera abstracta, que nunca leen el evangelio, que se relacionan con un Jesús mudo del que no escuchan nada especial, nada de interés para el hombre y la mujer de hoy, un Jesús apagado que no atrae ni seduce, que no toca los corazones…, es una familia que difícilmente podrá sentir su fuerza renovadora.

Si ignoramos a Jesús y desconocemos su mensaje, no podremos orientar nuestra vida de familia desde su Evangelio. Si no sabemos mirar el mundo, la vida, las personas, los hijos, los problemas… con los ojos con que Jesús miraba, diremos que contamos con la luz privilegiada de la revelación, pero seremos una familia ciega que no sabe mirar la vida como la miraba Jesús. Y si no escuchamos el sufrimiento de la gente con la atención, la sensibilidad y la compasión con que Jesús escuchaba a los que encontraba sufriendo en su camino, seremos familias sordas. Y si no sintonizamos con el estilo de vivir de Jesús, con su pasión por hacer un mundo más justo, con su ternura hacia los niños, con su perdón a los despreciados…, no sabremos transmitir lo mejor que Jesús transmitía, lo más valioso, lo más atractivo: su Buena Noticia.

Se trata de vivir en nuestras familias esta experiencia: caminar los próximos años hacia un nivel nuevo de convivencia familiar, más inspirada y motivada por Jesús, y hacia una dinámica y un estilo de vida mejor orientados a abrir caminos al reino de Dios, es decir, a ese mundo nuevo más humano y dichoso que quiere el Padre para todos, empezando por los últimos. Después de veinte siglos de cristianismo, las familias cristianas necesitan un «corazón nuevo» para vivir y comunicar la Buena Noticia del Dios revelado en Jesús en medio de la sociedad actual. Lo decisivo es no resignarnos a vivir hoy en familia sin Jesús

 

EL EVANGELIO NO SACRALIZA NINGÚN MODELO DE FAMILIA 

Solo si conocemos lo que era la familia en tiempo de Jesús, estaremos en condiciones de comprender lo que nos dice el evangelio. En aquel tiempo no existía la familia nuclear, formada por el padre la madre y los hijos. En su lugar encontramos el clan o familia patriarcal. El control absoluto pertenecía al varón más anciano. Todos los demás miembros: hijos, hermanos, tíos, primos, esclavos formaban una unidad sociológica. Este modelo ha persistido en toda el área mediterránea durante milenios. La esposa entraba a formar parte de la familia del varón, olvidándose de la suya propia.

Todos los miembros de la familia formaban una unidad de producción y de consumo. Pero la riqueza básica del clan era el honor. Sus miembros estaban obligados a mantenerlo por encima de todo. No era solo una cuestión social sino también económica. Las relaciones económicas eran inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio. Era vital para el clan que ningún miembro se desmandara y malograra el bienestar de toda la familia. Esto no quiere decir que no tuvieran los esposos relaciones especiales entre ellos y con los hijos. Incluso podían tener su casa propia, pero nunca gozaban de independencia.

Esta perspectiva nos permite comprender mejor algunos episodios de los evangelios. El que acabamos de leer es un ejemplo. Desde la idea de una familia formada por José, María y Jesús, es incomprensible que se volvieran de Jerusalén sin darse cuenta de que faltaba Jesús. Si todo el clan (treinta – cincuenta personas) sube a Jerusalén como familia, los varones irían juntos, las mujeres también y los jóvenes andarían por su lado, sin preocuparse demasiado los unos de los otros, porque la seguridad la daba el grupo.

Otros pasajes que se explican mejor desde esta perspectiva: (Mc 3, 20-21) “Al enterarse ‘los suyos’ se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio”. Lo que pretendía su familia era evitar una catástrofe para él y para todo el clan. El tiempo les dio la razón. Más adelante (Mc 3, 31-34): “Una mujer dice a Jesús: tu madre y tus hermanos están fuera. Él contestó: Y ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Se nos está diciendo que para llevar a cabo su obra, Jesús tuvo que romper con su clan, lo cual no supone que rompiera con sus padres. Este episodio lo recoge también Mateo y Lucas.

Hay otro aspecto que también se explica mejor desde este contexto. La costumbre de casarse muy jóvenes (las mujeres a los 12 -13 años y los hombres a los 13-14). Era vital adelantar la boda, porque la media de edad era unos treinta y tantos años y a los cuarenta eran ya ancianos. En el ambiente que tenían que vivir, no era tan grave la inexperiencia de los recién casados, porque seguían bajo la tutela que daba el clan. También la responsabilidad de criar y educar a los hijos era tarea colectiva, sobre todo de las mujeres.

Jesús no se sometió a ese control porque le hubiera impedido desarrollar su misión. Fijaros el ridículo que hacemos cuando, en nombre de Jesús, predicamos una obediencia ciega, es decir irracional, a personas o instituciones. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad es someter la voluntad a otra persona, dejamos de ser nosotros mismos. La explicación que acabo de dar pretende armonizar la responsabilidad de Jesús con su misión y el cariño entrañable que tuvo que sentir, sobre todo por su madre.

El relato evangélico que acabamos de leer está escrito ochenta años después de los hechos; por lo tanto no tiene garantías de historicidad. Sin embargo es muy rico en enseñanzas teológicas. No hay nada de sobrenatural ni de extraordinario en lo narrado. Se trata de un episodio que revela un Jesús que empieza a tomar contacto con la realidad desde su propia perspectiva. Justo a los doce años se empezaban a considerar personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos.

Sentado en medio de los doctores. Los doctores no tienen ningún inconveniente en admitirle en el “foro de debate”. Tiene ya su propio criterio y lo manifiesta. Lucas prepara lo que va a significar la vida pública, adelantando una postura que no es de niño. Sus padres no lo comprendían. La verdad es que fue, para todos los que le conocieron incomprensible. Siguió bajo su autoridad, pero ya ha dejado claro que su misión va más allá de los intereses del clan. La última referencia es un fuerte aldabonazo. Dice el texto: Jesús crecía en estatura en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.

Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Lo importante no es la clase de institución familiar en que vivimos, sino los valores humanos que desarrollamos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó  la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para los seres humanos. El ser humano nace como proyecto que tiene que desarrollarse con la ayuda de los demás.

No debemos sacralizar ninguna institución. Las instituciones tienen que estar siempre al servicio de la persona humana. Ella es el valor supremo. Las instituciones ni son santas ni sagradas. Con frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos. No son las instituciones las culpables sino algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para defender sus propios intereses. No se trata de echar por la borda una institución por el hecho de que me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano.  

La familia sigue siendo hoy el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. La familia es el marco ideal para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.

En ninguna parte del NT se propone un modelo de familia, sencillamente porque no se cuestiona el existente en aquel tiempo. Proponer un único modelo de familia como cristiano es pura ideología. Si dos hermanos viven con uno de los padres forman una familia, cuando muere el padre, ¿dejan de ser una familia? Y si son dos personas que se quieren y deciden vivir juntas, ¿no son una familia? Jesús no defendió instituciones, sino a las personas que la forman. En cualquier modelo de familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar en cualquier circunstancia que la vida.

 

 


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