Evangelio según
san Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y
les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para
el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un
bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que
se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al
abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para
ellos”.
Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban
a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Parecen tan lejanas la paz y la justicia en estos tiempos, tan raras la misericordia y la fidelidad. ¿Y Dios? Dios está llamándonos, enviándonos a ser respuesta con Él. ¿Yo?, ¡No soy profeta ni hijo de profeta, sino un pastor y cultivador!
Dios te ha bendecido con toda clase de bienes espirituales (que están en tu corazón) y celestiales (que vienen de arriba), te ha elegido para ser su testigo, es decir signo para el mundo de su amor. Hemos sido redimidos, perdonados y se nos ha concedido gracia, sabiduría y prudencia (que no es lo mismo que precaución). Estamos armados para la misión, una misión que siempre ha de ser con otros, en comunidad. Tenemos autoridad sobre los "espíritus inmundos" (que tienen nombres como corrupción, violencia, mentira, miedo, soberbia, etc.), hay que salir y predicar, ungir y sanar este mundo que requiere y ha requerido de la respuesta de Dios.
¿Crees que Dios te ha dado todo lo que dice San Pablo? ¿Crees? ¿Te sientes enviada, enviado? ¿A qué? Hay que comenzar, en el día a día a anunciar con nuestras propias vidas que Dios está, que los demás encuentren en nosotros signos y respuestas a su necesidad.
#FelizDomingo
Cuentan que una vez, un padre de una familia
acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de
que éste viera cuán pobres eran las gentes del lugar. Estuvieron por espacio de
un día y una noche en la casa de una familia campesina muy humilde.
Compartieron con ellos las comidas y el descanso. Al concluir el viaje y de
regreso a casa el padre le pregunta a su hijo: "¿Qué te pareció el
viaje?". "¡Muy bonito papá!". "¿Viste qué tan pobre puede
ser la gente?". "¡Si!". "¿Y qué aprendiste?"
"Vi que nosotros tenemos un perro en
casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega de una pared
a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros
tenemos unas lámparas importadas en la sala, ellos tienen millones de estrellas
que titilan toda la noche. Nuestro patio llega hasta la pared de la casa del
vecino, ellos tienen todo un horizonte de patio. Ellos tienen tiempo para
conversar y estar en familia; tú y mi mamá tienen que trabajar todo el tiempo y
casi nunca los veo". Al terminar el relato, el padre se quedó mudo... Y su
hijo agregó: "¡Gracias Papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a
ser!".
Hace algunos años, en las calles de Bogotá se
vendió a montones un libro titulado: "Padre rico, padre pobre", que
ha dado mucho qué pensar a los que viven para trabajar y no trabajan
para vivir... Numerosas personas en nuestra sociedad no paran de buscarse los
medios para disfrutar de una vida cada vez más cómoda, pero nunca llega el
momento de detenerse a descansar y a disfrutar de lo que se tiene... Este libro
presenta la idea de hacer del dinero sólo un medio para vivir mejor, y no un
fin que se convierte en ídolo y nos esclaviza. A este propósito, don Alfredo,
un habitante del barrio El Dorado, donde viví durante algún tiempo, en el sur
oriente de Bogotá, me decía un día: "Padre, yo me doy el lujo de ser
pobre..." Y no le falta razón, pues vive pobremente su ancianidad, pero
dedicado a leer libros que siempre había querido leer, y gozando de la vida
familiar, como nunca antes lo había hecho…
Jesús envía a sus discípulos de dos en dos y
les da unas instrucciones muy precisas: "Les ordenó que no llevaran nada
para el camino, sino solamente un bastón. No debían llevar bolsa ni pan ni
dinero. Podían ponerse sandalias, pero no llevar ropa de repuesto". En
estas condiciones de pobreza radical, el ser humano se abre a lo que le llega
de una manera inesperada. Cuando nos apoyamos sólo en los medios para realizar
nuestra misión, no somos capaces de descubrir una infinidad de riquezas que nos
han sido regaladas por Dios con una generosidad infinita.
Predicar en pobreza es predicar la misma
pobreza evangélica y la vida sencilla. La vida misma del apóstol se hace
predicación. En un contexto como el nuestro, en el que los medios son cada vez
más abundantes, no deja de incomodar y de resultar casi escandalosa esta
invitación. Pero Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte en cruz, nos
propuso un estilo de vida austero que nos enriquece con su pobreza y nos abre
una infinidad de posibilidades que no alcanzamos a imaginar. Como el niño rico
que fue de paseo al campo, podremos apreciar la riqueza de una amistad, un
paisaje, un beso, una sonrisa… Algún día sabremos lo ricos que podemos llegar a
ser.
¿Como podría la Iglesia recuperar su prestigio social y
ejercer de nuevo aquella influencia que tuvo en nuestra sociedad hace solamente
algunos años? Sin confesarlo quizá en voz alta, son bastantes los que añoran
aquellos tiempos en que la Iglesia podía anunciar su mensaje desde plataformas
privilegiadas que contaban con el apoyo del poder político.
¿No hemos de luchar por recuperar otra vez ese poder
perdido que nos permita hacer una «propaganda» religiosa y moral eficaz, capaz
de superar otras ideologías y corrientes de opinión que se van imponiendo entre
nosotros?
¿No hemos de desarrollar unas estructuras religiosas más
poderosas, fortalecer nuestros organismos y hacer de la Iglesia una «empresa
más competitiva y rentable»?
Sin duda, en el fondo de esta inquietud hay una voluntad
sincera de llevar el evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero
¿es ese el camino a seguir? Las palabras de Jesús, al enviar a sus discípulos
sin pan ni alforja, sin dinero ni túnica de repuesto, insisten más bien en
«caminar» pobremente, con libertad, ligereza y disponibilidad total.
Lo importante no es un equipamiento que nos dé seguridad,
sino la fuerza misma del evangelio vivido con sinceridad, pues el evangelio
penetra en la sociedad no tanto a través de medios eficaces de propaganda, sino
por medio de testigos que viven fielmente el seguimiento a Jesucristo.
Son necesarias en la Iglesia la organización y las
estructuras, pero solo para sostener la vida evangélica de los creyentes. Una
Iglesia cargada de excesivo equipaje corre el riesgo de hacerse sedentaria y
conservadora. A la larga se preocupará más de abastecerse a sí misma que de
caminar libremente al servicio del reino de Dios.
Una Iglesia más desguarnecida, más desprovista de privilegios y más empobrecida de poder sociopolítico será una Iglesia más libre y capaz de ofrecer el evangelio en su verdad más auténtica.
El párrafo que acabamos de leer es continuación del que
leíamos el domingo pasado, pero con él comienza una nueva etapa en el evangelio
de Marcos. Los discípulos van a tomar parte en la tarea que desarrolla el
Maestro. Después de la experiencia de fracaso en su pueblo, Jesús no solo no
deja de anunciar la “buena noticia” del Reino, sino que compromete a sus
discípulos en esa tarea. El rechazo de los dirigentes y familiares le obliga a
buscar otros interlocutores que no estén maleados por la enseñanza oficial. Las
tres lecturas no hablan de la elección, pero la elección lleva implícita
siempre la misión.
Es poco probable que Jesús enviara a los apóstoles a
predicar. En primer lugar, mientras se sintieron judíos no fue necesaria la
institución de los doce apóstoles. Solo cuando fueron rechazados por los
dirigentes judíos sintieron la necesidad de otro fundamento paralelo a las doce
tribus de Israel. En segundo lugar, los evangelios dejan claro que mientras
vivieron con Jesús no entendieron nada de su mensaje; no podían comunicarlo a
los demás. Solo cuando se adentraron en la experiencia pascual pudo empezar la
misión. En tercer lugar, en los evangelios no se percibe una organización
suficiente para esa misión.
Es Jesús quien toma la iniciativa. “Les llamó y les
envió”. Si hacía ya mucho tiempo que estaban con él, no necesitaba llamarlos,
pero el poner los dos verbos juntos tiene una intención especial. La llamada y
la misión están siempre unidas. No se precisa ni a dónde van ni cuánto va a
durar la misión. Con ello está precisando las características de todas las
llamadas y de todos los envíos. Todo los que vayan en nombre de Jesús deben ir
en las mismas condiciones, en todos los tiempos. El evangelista está retrotrayendo
al tiempo de Jesús una práctica que comenzó muy pronto en las primeras
comunidades.
“De dos en dos”, apunta al sentido comunitario de toda
misión. No se trata de actuar como francotiradores, sino de ir en nombre de la
comunidad. Así se evita, cualquier clase de superioridad de uno sobre otro. Con
demasiada frecuencia olvidamos que todos somos enviados por y desde una
comunidad. Tenemos que superar la tendencia a actuar por nuestra propia cuenta.
Tiene también un aspecto legal. En un juicio solo se admitía el testimonio que
fuera atestiguado por dos. No se espera que sean maestros, sino testigos.
Les da autoridad sobre los espíritus inmundos. Hay que
tener mucho cuidado. El texto griego no dice “dynamis” sino “exousia”. No es
fácil apreciar la diferencia entre ‘poder’ y ‘autoridad’. Está claro que no se
trata de un poder mágico, sino de una superioridad sobre el mal. Se trata de
una fuerza para superar, no solo los demonios de los demás, sino también sus
propios demonios; es decir La superación personal de toda ideología que les
impediría comunicar el verdadero mensaje. Esta lucha de los apóstoles contra
sus propios prejuicios nacionalistas está presente en todo el evangelio de
Marcos.
“Les encargó...” El verbo griego significa ordenó. Es
curioso que el texto hace más hincapié en lo que no deben llevar. Lo importante
es el espíritu de los enviados. El bastón y las sandalias eran imprescindibles;
el primero ayuda a caminar y puede ser muy útil contra las alimañas. Las
sandalias eran el calzado de los pobres. El pan era signo de todo alimento. No
van como mendigos, solo deben aceptar lo que necesitan en cada momento. La
alforja era propia de los mendigos, que aseguraban así las próximas comidas. El
dinero es símbolo de las seguridades. En griego no dice “túnica de repuesto”,
sino “no llevéis puestas dos túnicas”, que era característica de la gente rica.
Los judíos nunca se hospedaban en casa de paganos. Para
Jesús cualquier casa es buena para hospedarse, y cualquier alimento digno de
comerse. Para quedarse basta que les acoja una “casa”, para marcharse tiene que
existir rechazo de un “lugar”. Lo importante es que les acepten y ellos
acepten. En todo caso, deja clara la posibilidad de rechazo que acaba de sufrir
el mismo Jesús en su tierra. El sacudir el polvo de los pies, era una costumbre
de los judíos cuando salían de un lugar de paganos. No se trata de maldición
alguna, sino de dar testimonio del hecho de que no querían llevarse nada de
allí.
“Predicaban la conversión, echaban demonios y curaban”. Es
curioso que ninguna de esas acciones fue descrita en el envío. La conversión de
la que nos habla el evangelio, no debe entenderse desde el punto de vista
moral. Se trata de “metanoia”. Un cambio de mentalidad que llevaría consigo un
cambio en la manera de vivir. Sin emprender ese nuevo camino, de nada servirán
los arrepentimientos y los propósitos. Seguimos sin entenderlo hoy. El echar
demonios y curar son signos de la preocupación por los demás. El signo de que
ha llegado el Reino es la ayuda incondicional a los demás.
La primera lectura nos pone ya en guardia. Los profetas de
Betel quieren convertir a Amós en un profeta “al uso”: alguien que vive de un
oficio siguiendo las directrices oficiales. Muy poco han cambiado las cosas. La
Iglesia sigue siendo un santuario de Betel. Estar de parte de los poderosos, y
no denunciar la injusticia ha sido una apostasía del cristianismo desde
Constantino. A nadie entusiasma hoy nuestra predicación, mucho menos nuestra
trayectoria vital. La misión no puede ser una programación venida de fuera,
sino una exigencia vital, consecuencia de la llamada interna de Dios.
La clave está en que, al depender de los demás, se elimina
toda tentación de superioridad. No son normas de ascetismo sino de confianza.
Se trata de aprender a confiar en los demás, esperándolo todo de ellos. Saber
dar eficazmente, supone haber aprendido antes a recibir con humildad. No hay
nada más humillante para un ser humano que el tener que recibir de otro algo
sin reciprocidad. La realidad que más une a los hombres es el saber que tienen
algo que dar y algo que recibir. En la gratuidad se alcanza el máximo de
humanidad, tanto por parte del que da, como del que recibe.
La confianza de la misión debe apoyarse en el mensaje, no
en los medios desplegados. Supone prescindir de lo superfluo y ni siquiera
querer asegurar lo necesario. Jesús quiere que lleven el Reino de Dios a todos
los hombres. No son dueños ni propietarios. Ese Reino es la “buena noticia” que
todos deben descubrir. Jesús quería purificar toda religión. Jesús, ni dejó de
pertenecer a la religión judía, ni fundó una nueva. Él reducir la predicación
de Jesús a una religión más ha impedido que sea fermento para todas.
La misión no es tarea de unos pocos, sino la consecuencia
inevitable de la adhesión a Jesús. La misión no consiste en predicar sino en
hacer un mundo cada vez más humano. No se trata de salvaguardar, a toda costa,
doctrinas trasnochadas o normas morales que no humanizan. Menos aún en
conservar unos ritos fosilizados que ya no dicen nada a nadie. El mensaje de
Jesús no se puede meter en fórmulas. Todo el que atiende a la llamada, y vive
lo que vivió Jesús, está cumpliendo la misión de hacer presente el Reino.
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