Pero hoy podemos pensar en la llamada que tenemos, nosotros los cristianos, a hacer lo mismo: combatir los miedos y anunciar esperanza. No somos los que alientan el pánico en las tempestades, sino los que animan a esperar. ¿Cómo andas en los últimos días? ¿Agudizando miedos en tormentas o afianzando la esperanza?
Recibí hace unos meses el siguiente texto: “Un profesor
universitario retó a sus alumnos con esta pregunta. ¿Dios creó todo lo que
existe? Un estudiante contestó valiente: Sí, lo hizo. ¿Dios creó todo?,
preguntó nuevamente el profesor. Sí señor, respondió el joven. El profesor
contestó, "Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal
existe, y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros
mismos, entonces Dios es malo". El estudiante se quedó callado ante tal
respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la
fe era un mito”.
Otro estudiante levantó su mano y dijo: ¿Puedo hacer una
pregunta, profesor? Por supuesto, respondió el profesor. El joven se puso de
pie y preguntó: ¿Profesor, existe el frío? ¿Qué pregunta es esa? Por supuesto
que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío? El muchacho respondió: De hecho,
señor, el frío no existe. Según las leyes de la física, lo que consideramos
frío, en realidad es la ausencia de calor. "Todo cuerpo u objeto es
susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace
que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia
total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de
reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir
cómo nos sentimos si no tenemos calor".
Y, ¿existe la oscuridad? Continuó el estudiante. El
profesor respondió: Por supuesto. El estudiante contestó: Nuevamente se
equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad
ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el
prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que
está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un
simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el
haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base
en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un
término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no
hay luz presente.
Finalmente, el joven preguntó al profesor: Señor, ¿existe
el mal? El profesor respondió: Por supuesto que existe, como lo mencioné al
principio, gracias a el vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el
mundo, esas cosas son del mal. A lo que el estudiante respondió: El mal no
existe, señor, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la
ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores un término que el
hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios. Dios no creó al mal. No es
como la fe o el amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el
resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es
como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz.
Entonces el profesor, después de asentar con la cabeza, se quedó callado. El
joven se llamaba Albert Einstein”.
La pregunta por el mal está y estará presente frente a
nuestra fe vacilante. Los discípulos, ante la tormenta que los amenaza, se
acercan a Jesús que duerme en la parte de atrás de la barca, apoyado sobre una
almohada y lo despiertan con esta pregunta: “¡Maestro! ¿No te importa que nos
estemos hundiendo?” La respuesta de Jesús fue dar una orden al viento para que
se calmara. Inmediatamente, confronta a sus discípulos y les pregunta: “¿Por
qué tenían tanto miedo? ¿Todavía no tienen fe?”. Eso mismo sentimos que nos
pregunta el Señor cuando nos sentimos atenazados por el mal. Pero éste no es
más que ausencia de Dios y la mejor forma de atacarlo es dejándonos llenar por
esa luz que no conoce ocaso y que nos calienta el corazón.
Los hombres preferimos casi siempre lo fácil y nos pasamos
la vida tratando de eludir aquello que exige verdadero riesgo y sacrificio.
Retrocedemos o nos encerramos en la pasividad cuando descubrimos las exigencias
y luchas que lleva consigo vivir con cierta hondura.
Nos da miedo tomar en serio nuestra vida asumiendo la
propia existencia con responsabilidad total. Es más fácil «instalarse» y
«seguir tirando», sin atrevernos a afrontar el sentido último de nuestro vivir
diario.
Cuántos hombres y mujeres viven sin saber cómo, por qué ni
hacia dónde. Están ahí. La vida sigue, pero, de momento, que nadie los moleste.
Están ocupados por su trabajo, al atardecer les espera su programa de
televisión, las vacaciones están ya próximas. ¿Qué más hay que buscar?
Vivimos tiempos difíciles, y de alguna manera hay que
defenderse. Y entonces cada uno se va buscando, con mayor o menor esfuerzo, el
tranquilizante que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo
un vacío cada vez más inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir
nuestra existencia en toda su hondura.
Por eso, los que fácilmente nos llamamos creyentes
deberíamos escuchar con sinceridad las palabras de Jesús: «¿Por qué sois tan
cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Quizá nuestro mayor pecado contra la fe, lo que
más gravemente bloquea nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía.
Digámoslo con sinceridad. No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el
evangelio significa. Nos da miedo escuchar las llamadas de Jesús.
Con frecuencia se trata de una cobardía oculta, casi
inconsciente. Alguien ha hablado de la «herejía disfrazada» (Maurice Bellet) de
quienes defienden el cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren
nunca a las exigencias más fundamentales del evangelio.
Entonces el cristianismo corre el riesgo de convertirse en
un tranquilizante más. Un conglomerado de cosas que hay que creer, cosas que
hay que practicar y defender. Cosas que, «tomadas en su medida», hacen bien y
ayudan a vivir.
Pero entonces todo puede quedar falseado. Uno puede estar
viviendo su «propia religión tranquilizante», no muy alejada del paganismo
vulgar, que se alimenta de confort, dinero y sexo, evitando de mil maneras el
«peligro supremo» de encontrarnos con el Dios vivo de Jesús, que nos llama a la
justicia, la fraternidad y la cercanía a los pobres.
Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación
de tomar un tren en marcha sin saber de dónde viene ni a dónde va. Después de
enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra
Marcos varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los
milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a
hechos efectivamente reales. Son todo simbolismo.
La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy
llamamos milagro. El concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la
naturaleza) es reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos
hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el
sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse normal,
comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.
En tiempo de Jesús nadie se cuestionaba la posibilidad de
milagros. Plantearnos este tema es anacrónico. Recordemos la conocida frase de
Evely "Nuestros mayores creían gracias a los milagros; nosotros creemos a
pesar de ellos". Rousseau: “Quitad del evangelio los milagros, y toda la
tierra quedará a los pies de Jesucristo". Los milagros del Nuevo
Testamento se han acabado como tales milagros. Debernos verlos con otra
perspectiva. Decía Voltaire: milagro es la violación de las leyes matemáticas,
divinas, inmutables, eternas. Por esta sola razón, un milagro es una
contradicción in terminis".
Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla.
Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso los llevó a la tierra
prometida. La otra orilla del mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una
invitación a la universalidad, más allá del ámbito judío, que se opone a la
apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad
cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.
La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue
increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de
miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes
peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la
enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres,
pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un
pueblo elegido, sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.
Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía... Hay
que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada,
donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una
situación postpascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con
ellos, pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean,
tienen que seguir confiando en su presencia.
¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les
obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen
indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que
esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de
su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la
acción externa para encontrar seguridad.
Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las
mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos.
Además, en singular, como queriendo personalizar al
viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa
espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se
dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que, aunque pueden
ser hostiles, nunca son malos. Hoy sabemos que después de toda tormenta viene
la calma con total normalidad.
¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son
preguntas, sino constataciones de una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni
confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios
que está fuera, y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin
salida del infantilismo religioso.
Una vez más queda de manifiesto que la fe no es la
aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona.
Jesús les acusa de no confiar ni en Dios, ni en él, ni en ellos.
¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan
claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que
Marcos ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la
primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías,
Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que
es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubrimiento tiene
que ser experiencia personal de lo que Jesús es en nosotros.
A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la
otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos
arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista
otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos.
Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta
de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No
terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.
El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque
nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros.
El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa
visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que
rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús
a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios, que pone su
poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica
con ellos también en las circunstancias adversas.
Job plantea una cuestión muy seria, pero la
solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job lo que
supuestamente le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en
quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar, aunque
veamos que no actúa. Dios está siempre dormido.
Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni
instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos
encontraremos con un ídolo fabricado a medida.
No son las acciones espectaculares de Dios las que nos
tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios
por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía:
utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la
tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio es nefasta. No se
trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que
yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.
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