sábado, 13 de abril de 2024

Tercer Domingo de Pascua – Ciclo B (Profundizar)

Tercer Domingo de Pascua  – Ciclo B (Lucas 24, 35-48) – Abril 14, 2024
Hechos 3, 13-14.17-19; Salmo 4; 1 Juan 2, 1-5 


Evangelio según san Lucas 24, 35-48

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: "No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo". Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de comer?" Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: "Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos".

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

De nuevo el miedo, de nuevo el miedo y las dudas interiores, impiden a los discípulos  ver que el Señor está con ellos. Pedro, en la primera lectura, señala como culpable de la acción homicida contra el Inocente a la Ignorancia y Juan, en la 2da lectura, convoca a la coherencia a quienes se van declarando seguidores de Jesús. No basta con enunciar la filiación, sino que esta debe expresarse en acciones, hay que vivir en la ley del Señor: el amor. 

Son estos relatos post pascuales que ilustran la realidad de nuestra vida: contra nosotros el miedo y la ignorancia, a favor de nosotros la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Pidamos al Señor este domingo que disipe nuestros miedos, para que lo podamos descubrir a nuestro lado. 

Pidamos que nos provoque inquietud por conocer más de Él para así más amarlo y mejor seguirlo, sólo así podremos decir con el salmista: "En paz, Señor, me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad."

#FelizDomingo 

“¿Por qué tienen esas dudas en su corazón?” 

Don Miguel de Unamuno y Jugo, ese vasco universal y rector salmantino, escribió en 1930 una pequeña novela en la que se retrató a sí mismo de cuerpo entero. Don Miguel vivió crucificado entre las dudas que abrigaba su corazón y una fe que se resistía a creer. En la introducción de esta obra, que lleva por título el nombre y las dos cualidades más significativas de su protagonista, San Manuel Bueno, Mártir, dice el mismo Unamuno: «tengo la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida».

La novela se desarrolla en un pueblo legendario, Valverde de Lucerna, que vive hundido en el lago de Sanabria, junto a San Martín de Castañeda, en la provincia de Zamora, España. Allí vive y trabaja un cura que tiene fama de santo. Pero don Manuel, el santo cura, por sobrenombre Bueno, abriga en su corazón una tragedia de inmensas proporciones... No cree en la vida eterna. Cuando reza el credo en la misa dominical, se siente como Moisés, que muere poco antes de entrar en la tierra prometida, pues “al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba (...). Era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.

Junto a este creyente incrédulo, Unamuno presenta a dos hermanos, Ángela y Lázaro, que ofrecen un contraste a la tragedia del pobre cura; la primera, una firme creyente, que anima a su párroco en la esperanza de la resurrección; y el segundo, un ateo convencido, que se deja transformar por la fragilidad de la fe honesta y titubeante de su pastor. De alguna manera, Unamuno se retrató a sí mismo y retrató la verdad de todos nosotros, que caminamos a tientas por este mundo, con una fe vacilante... Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y por las que vive y muere. El mismo Unamuno, muerto el 31 de diciembre de 1936, quiso que en su sepultura se grabara este epitafio: «Méteme Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».

El texto evangélico que se nos propone este domingo está atravesado por estas mismas dudas que habitaron el corazón de don Manuel Bueno, Mártir y de su autor, Miguel de Unamuno: “Pero Jesús les dijo: –¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen estas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: «¿tienen aquí algo que comer?» Le dieron un pedazo de pan y pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia”.

También los discípulos dudaron de la resurrección de su maestro. Muchos de nosotros, aún hoy, seguimos creyendo lo que no vimos y, a tientas, entre dudas y búsquedas permanentes, seguimos gritándole a Dios “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).


CON LAS VÍCTIMAS 

Según los relatos evangélicos, el Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico. Las primeras tradiciones cristianas insisten sin excepción en un dato que, por lo general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado.
Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza total en Dios.
La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además «hace justicia» a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el «ser de Dios».

En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometieron los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

Esta es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como el «Dios de las víctimas». La resurrección de Cristo es la «reacción» de Dios a lo que los seres humanos han hecho con su Hijo. Así lo subraya la primera predicación de los discípulos: «Vosotros lo matasteis elevándolo a una cruz... pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos». Donde nosotros ponemos muerte y destrucción, Dios pone vida y liberación.
En la cruz, Dios todavía guarda silencio y calla. Ese silencio no es manifestación de su impotencia para salvar al Crucificado. Es expresión de su identificación con el que sufre. Dios está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren han de saber que no están hundidos en la soledad. Dios mismo está en su sufrimiento.

En la resurrección, por el contrario, Dios habla y actúa para desplegar su fuerza creadora a favor del Crucificado. La última palabra la tiene Dios. Y es una palabra de amor resucitador hacia las víctimas. Los que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección.

La historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente. El cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también su última palabra. Por eso su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia de Dios.


NADA HISTÓRICO PUEDE SUCEDER A JESÚS MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar ya bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relaciones con todo lujo de detalles. Esto nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.
Podemos constatar con toda claridad que los relatos más tardíos son los que tienden a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lucas y Juan se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida terrena de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad de Jesús resucitado para ser más convincentes. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: creer que lo real es solamente lo que se puede ver.

En Lucas, todas las apariciones y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece 'a los once ya todos los demás', de improviso, como había desaparecido después de partir del pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy clara la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene lógica. Los discípulos ya conocieron el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que pueda haber Vida más allá de la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; En Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.
Creían ver un fantasma. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerlo.

Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se refería al hortelano. ¿Qué nos quieren decir esta insistencia en que eran incapaces de reconocerlo? Nos están advirtiendo de que era Jesús, pero no era el mismo. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz y de que es Jesús el mismo que crucificaron quién se deja ver ahora. Se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el sentir de todos ellos. Esto da plena garantía a lo que nos trasmiten, aunque al envolverlo en una relación, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando, etc. Sería un absurdo completo que Jesús pudiera comer después de muerto y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real esa comida. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. La experiencia pascual de los seguidores sí fue real, pero no hay manera de comunicarla a los que no han tenido esa experiencia. El afán por demostrar lo indemostrable los lleva a estas incongruencias y medidas de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y lo reivindica. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. No es que se tengan que cumplir las Escrituras, es que hacen una relación, ad hoc, para que se cumplan.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos básicamente. Estas son las pistas que nos advierten para no caer en la trampa de una interpretación literal. Jesús está presente en el medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.
Los discípulos estaban incapacitados para asumir la muerte de Jesús. Ni mientras vivía con ellos, ni después de muerto, podía asumir que el Mesías tuviera que padecer una muerte tan espantosa. Ni la idea de Dios que manejaban, ni la idea de Mesías que podía elaborar desde el AT, los podía llevar a aceptar la destrucción total del hombre Jesús. En ninguna parte del AT se dice que el Mesías tendría que morir y menos de esa manera. Todas las citas que se hacen en los evangelios para explicar su muerte están atraídas por los pelos.

En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. "Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Somos nosotros los que tenemos que resucitar, haciendo nuestra misma Vida que Jesús alcanzó mientras vivía y que se mantiene después de muerto. Esta es la intención de los evangelios al escribir lo que escribieron.
Para terminar, recuerda la última diferencia notable entre Lucas y Juan. En Juan exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lucas les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu, ni tienen que mandarlo, ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. Ese Espíritu no es un ser especial, sino la misma Vida que vivió y manifestó Jesús. Dios es Espíritu y está en todas partes sin posibilidad alguna de ausencia.

 


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