Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse
al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió
allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían.
Después de que arrestaron a Juan el Bautista,
Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: "Se ha
cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en
el Evangelio".
A lo largo del año nuestros pasos toman velocidad, nuestra mirada se dispersa y el corazón se va llenando de muchos sentimientos y deseos. La Cuaresma es un tiempo para detenernos, para bajar la velocidad, para ver y escuchar, para darnos cuenta cómo estamos y de qué está lleno el corazón.
¿Cuál sentimiento predomina en tu corazón? ¿Qué deseos tienes? ¿Eso que sientes y deseas te lleva a más creer, más amar, más vivir; o te va colocando en "un desierto", seco e insoportable?
La Palabra nos dota de la "garrafa" con la que hay que emprender la Cuaresma, para darnos cuenta y para "saciar la sed" en el camino: La fe, la fe de que Dios tiene una alianza con nosotros, que hemos recibido su Espíritu, y que somos llamados a la vida buena.
Exclamemos hoy junto al salmista: "Descúbrenos, Señor, tus caminos..." y dispongamos el corazón a ir por ellos a su encuentro en esta Cuaresma. #FelizDomingo
«Si ya has encontrado a Dios, avísame dónde está, porque
yo llevo muchos años buscándolo y no lo encuentro». La tía Lucía me dejó caer
hace un tiempo esas palabras que quedaron retumbando en mi alma como un eco
sordo al fondo de un abismo... «Avísame dónde está...». Evidentemente, la
frase condicional con la que comenzó fue la que más me inquietó: «Si ya
has encontrado a Dios...». Es bien arriesgado decir que he encontrado a Dios,
pero lo que sí no me da miedo decir es que descubro pistas de su presencia en
la Palabra que ilumina la Vida y que invita a
construir Comunidad. Como la tía Lucía, muchas personas que nos rodean nos
piden señales, pruebas, huellas de Dios en su vida cotidiana. No es que no lo
quieran ver; es que no lo ven por ninguna parte y de verdad están buscando el
sentido de sus vidas.
El Señor Jesús, Palabra transparente de Dios en nuestra
historia, conducido por el Espíritu, fue probado en el desierto. Lo que lo
sostuvo, en medio de la tentación, fue el apoyo que encontró en la Escritura.
Tal como lo describe el Evangelio de san Mateo, Jesús dijo ante la tentación:
«No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de los labios
de Dios» (Mateo 4,4); más adelante añadió: «No pongas a prueba al Señor tu
Dios» (Mateo 4,7); y, por último, dijo; «Adora al Señor tu Dios y sírvelo sólo
a él» (Mateo 4,10). Tres referencias a la Escritura con las que Jesús supo
defenderse de las tentaciones que lo acosaban de muchas formas: Deseos de
lucirse ante los demás haciendo milagros: “Si de veras eres Hijo de Dios,
ordena que estas piedras se conviertan en panes”. Deseos de tener honores y ser
reconocido por los demás: “Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo (...)”.
Deseos de poder y dominación: “Yo te daré todo esto, si te arrodillas y me
adoras”.
¡Cuántas veces sentimos la tentación de tener el poder de
hacer milagrosamente lo que queremos! Como convertir las piedras en panes...
¡Cuántas veces sentimos la tentación de probar a Dios exigiéndole lo imposible!
Como lanzarse al vacío desde lo alto del templo, esperando que los ángeles
vengan a rescatarnos... ¡Cuántas veces sentimos la tentación dominar a los
demás arrodillándonos ante dioses falsos! Como cuando colocamos el poder, el
tener y el saber por encima del ser mismo de cada persona...
Hay que notar que en la segunda tentación, el mismo
tentador cita la Escritura para presentar al Señor su tentación: “Si de veras
eres Hijo de Díos, tírate abajo; porque la Escritura dice: ‘Dios mandará que
sus ángeles te cuiden. Te levantarán con sus manos para que no tropieces con
piedra alguna”. La habilidad del mal llega a valerse de la Escritura para poner
zancadillas a gente buena. Por eso la invitación del Señor no es a referirse a
la Escritura como arrancando frases de sus contextos literarios, ni para
lanzarlas sin más sobre nuestros contextos existenciales. De lo que se trata es
de saber apoyarnos en su Palabra para desentrañar el misterio de Dios
en el corazón de nuestra propia historia. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios en
medio de nuestras vidas si no nos encontramos cotidianamente con su Palabra?
Confío en que esto le haya servido de pista a la tía Lucía, y a tantas otras
personas que buscan sinceramente el sentido de sus vidas, para que algún día
puedan decirme que se han encontrado cara a cara con Dios.
«Convertíos, porque está cerca el reino de Dios». ¿Qué
pueden decir estas palabras a un hombre o una mujer de nuestros días? A nadie
nos atrae oír una llamada a la conversión. Pensamos enseguida en algo costoso y
poco agradable: una ruptura que nos llevaría a una vida poco atractiva y
deseable, llena solo de sacrificios y renuncia. ¿Es real mente así?
Para comenzar, el verbo griego que se traduce por
«convertirse» significa en realidad «ponerse a pensar», «revisar el enfoque de
nuestra vida», «reajustar la perspectiva». Las palabras de Jesús se podrían
escuchar así: «Mirad si no tenéis que revisar y reajustar algo en vuestra
manera de pensar y de actuar para que se cumpla en vosotros el proyecto de Dios
de una vida más humana».
Si esto es así, lo primero que hay que revisar es aquello
que bloquea nuestra vida. Convertirnos es «liberar la vida» eliminando miedos,
egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de manera sana y
armoniosa. La conversión que no produce paz y alegría no es auténtica. No nos
está acercando al reino de Dios.
Hemos de revisar luego si cuidamos bien las raíces. Las
grandes decisiones no sirven de nada si no alimentamos las fuentes. No se nos
pide una fe sublime ni una vida perfecta; solo que vivamos confiando en el amor
que Dios nos tiene. Convertirnos no es empeñarnos en ser santos, sino aprender
a vivir acogiendo el reino de Dios y su justicia. Solo entonces puede comenzar
en nosotros una verdadera transformación.
La vida nunca es plenitud ni éxito total. Hemos de aceptar lo «inacabado», lo que nos humilla, lo que no acertamos a corregir. Lo importante es mantener el deseo, no ceder al desaliento. Convertirnos no es vivir sin pecado, sino aprender a vivir del perdón, sin orgullo ni tristeza, sin alimentar la insatisfacción por lo que deberíamos ser y no somos. Así dice el Señor en el libro de Isaías: «Por la conversión y la calma seréis liberados» (30,15).
Durante siglos, hemos puesto en el perdón de Dios la meta de nuestras relaciones con Él. Esta idea de Dios está en las antípodas del evangelio. Jesús nos dice que el perdón es el punto de partida. Nuestro concepto de pecado se basaba en el mito de la ruptura. A partir de ahí, la religiosidad consistía en una recuperación de lo perdido. Hoy tenemos datos para intentar otra solución al problema. Somos fruto de la evolución y seguimos avanzando. Vamos de menos a más y nuestra preocupación debe ser acelerar la marcha.
El pecado es una de las experiencias más dolorosas y
humillantes del ser humano. Lo que tenemos que superar es una explicación
demasiado primitiva de “fallo” y descubrir un modo de afrontarlo que pueda ser
útil para superarlo eficazmente. El mal no tiene nada de misterio. Es
consecuencia inevitable de nuestra condición de criaturas limitadas. Una
inercia de tres mil millones de años de evolución, que nos empuja hacia el
individualismo, no puede ser contrarrestada por unos cientos de miles de años
de trayectoria humana.
El primer objetivo del ser vivo fue mantener esa vida
contra todas las agresiones externas e internas. Esta experiencia se va
almacenando en el ADN. Gracias a él, la vida no solo se conservó, sino que fue alcanzando
cotas más altas de perfección, hasta llegar al “homo sapiens”. Su relativa
perfección permite al hombre unas relaciones completamente distintas; ahora
fundadas en la armonía. Pero permanece el instinto de conservación que le lleva
al individualismo. Debemos superar esa visión miope por un nuevo conocimiento.
Fijaos bien que los tres temas clásicos de la cuaresma
son: Oración, ayuno, limosna. En ellos quedan resumidas todas las posibles
relaciones humanas: con Dios, con uno mismo, con los demás. Con las cosas
tendríamos que añadir hoy. Nuestra calidad humana depende de la calidad de las
relaciones. Si no sobrepasan lo instintivo, esas relaciones estarán basadas en
un individualismo feroz. Si esas relaciones están basadas en el conocimiento de
tu auténtico ser, te llevarán a la armonía con todos los demás seres.
El hecho de que Marcos sea tan breve, siendo el primero
que escribió, nos está diciendo que, en Mateo y Lucas, se trata de una
elaboración progresiva, y no de un olvido de los detalles por parte del
primero. También pudiera ser que Mateo y Lucas encontraran ya el relato
ampliado en la fuente Q, anterior a Marcos. En todo caso, esas diferencias nos
están demostrando el carácter simbólico del relato, más allá de las
limitaciones de tiempo y lugar. Mc está planteando en tres líneas toda la
trayectoria humana de Jesús.
El objetivo del relato es distinto en cada uno de los
sinópticos. Mc no pretende ponernos en guardia sobre las clases de tentaciones
que podemos experimentar. En él no hay tres tentaciones, porque plantea toda la
vida de Jesús como una constante lucha contra el mal. En el evangelio de Marcos
no vuelve a aparecer Satanás. Su lugar lo van a ocupar instituciones y personas
de carne y hueso, que a través de toda la obra intentarán apartar a Jesús de su
misión liberadora. La tentación está siempre a nuestro alrededor. De aquí parte
la necesidad que nosotros también tenemos de ayuno, oración y limosna.
Inmediatamente. Comienza la lectura de hoy con la anodina
frase de siempre “en aquel tiempo”. Es interesante saber que en el versículo
anterior nos habló de la bajada del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Es muy
significativo que el Espíritu se ponga a trabajar, de inmediato. Toda la
actuación de Jesús se realiza bajo la fuerza del Espíritu. El Espíritu, no es
todavía el “Espíritu Santo” según la idea que se desarrolló en los siglos VI y
V; se trata de la fuerza de Dios que le capacita para actuar.
El Espíritu le empujó. El verbo griego empleado es
“ekballo” = Empujar, echar fuera. No se trata de una amable invitación, sino de
una acción que supone violencia. El mismo verbo que el domingo pasado empleó
Jesús para despedir al leproso. El Espíritu le arrastra al desierto. Al recibir
el Espíritu en el bautismo, Jesús no queda inmunizado de la lucha contra el
maligno. Como todo hijo de vecino (hijo de hombre), Jesús tiene que debatirse
en la vida para alcanzar su plenitud. Precisamente por haber alcanzado la meta
como ser humano, está capacitado para marcarnos el camino a nosotros.
Al desierto. El desierto es el lugar teológico de la
lucha, de la prueba; y, superada la prueba, del encuentro con Dios. Es
imposible comprender todo el simbolismo del desierto para el pueblo judío. La
clave de su historia religiosa se encuentra en el desierto. Jesús sufre las
mismas tentaciones que Israel, pero las supera. No se trata del desierto
físico, sino del símbolo de la lucha. Es muy significativo que todos los
evangelios nos hagan ver cómo Jesús encontrará a Satanás en su mismo pueblo.
Se quedó en el desierto cuarenta días. El número cuarenta
es otra clave simbólica para entender el relato: 40 días duró el diluvio, 40
años pasó el pueblo judío en el desierto. 40 días estuvo Moisés en el Sinaí. 40
días fueron necesarios para que se conviertan los ninivitas. 40 días camina
Elías por el desierto. No se trata de señalar un tiempo cronológico, sino de
evocar una serie de acontecimientos salvíficos en la historia del pueblo judío,
que quedarán superados por la experiencia de Jesús.
Tentado por Satanás. “Peireo” indica más bien una prueba
que hay que superar. No puede haber un aprobado si no hay examen. ‘Satán’
significa el que acusa en el juicio, exactamente lo contrario que ‘paráclito’,
el que defiende en un juicio. En Mateo y Lucas las tentaciones tienen lugar al
final de los cuarenta días de ayuno. En Marcos no aparece el ayuno por ninguna
parte y la tentación abarca todo el tiempo que duró el retiro en el desierto.
Marcos no nos habla de penitencia, sino de lucha por comprenderse en Dios.
Estaba entre las fieras. La traducción oficial de alimañas
condiciona la interpretación. El texto griego y el latino dice: animales
salvajes concretos, conocidos por todos. Puede entenderse como que Jesús está
en la vida en medio de todas las fuerzas que condicionan al hombre, unas buenas
(Espíritu, ángeles), otras malas (Satanás, fieras) Pero también podría aludir a
los tiempos idílicos del paraíso, donde la armonía entre seres humanos y la
naturaleza entera será total. Recordemos que el tiempo mesiánico se había
anunciado como una etapa de armonía entre hombres, naturaleza y fieras.
Y los ángeles le servían. El verbo que emplea es
“diakoneô” que significa servir, pero con un matiz de afecto personal en el
servicio. En el NT “diaconía” es un término técnico que expresa la actitud
vital de servicio, de los seguidores de Jesús. Su primer significado en griego
clásico era “servir a la mesa”. Pero aquí este significado iría en contra de
todo el sentido del relato, porque indicaría que, en vez de ayunar, era
alimentado por los ángeles. Seguramente quieren hacer un contrapeso al diablo
que le tentaba.
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