XXIV Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A
Evangelio según san Mateo 18, 20-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: "Si mi
hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete
veces?" Jesús le contestó: "No sólo hasta siete, sino hasta setenta
veces siete".
Entonces Jesús les dijo: "El Reino de los cielos es semejante a un
rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron
le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo
vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la
deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: 'Ten
paciencia conmigo y te lo pagaré todo'. El rey tuvo lástima de aquel servidor,
lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus
compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi
lo estrangulaba, mientras le decía: 'Págame lo que me debes'. El compañero se
le arrodilló y le rogaba: 'Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo'. Pero el
otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le
pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a
contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: 'Siervo
malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú
también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?'
Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran
hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano''.
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
Cuando somos lastimados, solemos encerrarnos en nosotros mismos y experimentamos la cólera y el rencor; tenemos la tentación de quedarnos ahí y comenzar a elaborar proyectos de venganza. Entonces, además de ser víctimas, ahora seremos enfermos de odio, atrapados en una espiral destructiva, presos de nosotros mismos. Para escapar de esta espiral, no dice hoy la Palabra, hay que poner la mirada en Cristo y tener memoria.
El perdón no es un ejercicio de olvido, sino de memoria; de memoria de las veces en que hemos sido perdonados; memoria de nuestras promesas y llamadas, memoria de la compasión de Dios. Sólo quien reconoce que ha sido perdonado y que Dios no lo ha tratado como merecería, sino con mucho amor, puede comenzar a transitar la ruta del perdón; puede salir de sí y vivir con y en Cristo el central y gran mandamiento del amor.
¿Tienes ira y rencor? ¿Qué y a quién te cuesta perdonar? ¿Te has experimentado perdonada, perdonado? ¿Cómo y cuándo Dios ha sido misericordioso contigo? Pidamos a Dios la gracia para querer comenzar la ruta del perdón.
#FelizDomingo
“(...) hasta
setenta veces siete”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Cuando las 220 familias de las comunidades de
Bojayá, Vigía del Fuerte y otros pueblos del Chocó y Antioquia, a orillas del
río Atrato regresaron a sus viviendas, después de la masacre que perpetró la
guerrilla de las FARC en medio de ellos, todo el pueblo colombiano quedó
admirado de la dignidad de este pueblo. El 2 de mayo, hace ya 21 años, un
enfrentamiento entre la guerrilla y los paramilitares ocasionó una de las más
graves tragedias ocurridas en la historia de nuestro país: 119 personas
murieron, víctimas de un ataque de la guerrilla, mientras estaban refugiadas
bajo el amparo del Templo parroquial de Bojayá. Las familias regresaron a su
terruño en varias embarcaciones, una de las cuales llevaba el significativo
nombre de El Arca de Noé. Como en el relato bíblico, el arco iris de la
paz se convirtió en señal de la alianza de Dios con su pueblo. Pero no todo
estaba solucionado. Al regresar, seguía habiendo presencia de la guerrilla y de
los paramilitares en la región. Sin embargo, la gente no quería seguir desplazada y
regresaron con las pobres garantías que les ofreció el gobierno.
Serafina, una de las señoras que regresó a
Bojayá junto con su familia, comentaba: “Me gustó lo de las coplas y las
pancartas. Pero la música no. Yo siento que todavía estamos de luto. (...) La
familia no la hace la sangre sino la gente que vive con uno. A mí se me murió
un primo, pero también casi 70 amigos y vecinos”. No estaban para fiestas ni
celebraciones. La memoria de los muertos sigue viva en medio de este pueblo.
Junto a esta realidad, a nivel mundial
recordamos en estos días la tragedia que vivió el pueblo norteamericano, y el
mundo entero, en el año 2001, lo mismo que las represalias que esta acción
terrorista produjo hacia el pueblo afgano y el mundo árabe. Recordamos el golpe
militar en Chile, y la muerte de su presidente, Salvador Allende hace ya 50
años. El dolor sufrido por los pueblos del mundo es tanto, que no podemos sino
preguntarnos: ¿Cómo decirle a estas gentes de Bojayá, de Chile, de Afganistán,
de la Torres de Nueva York, de Irak, de Palestina… y de tantas otras partes,
que no deben perdonar siete veces, sino setenta veces siete? ¿Cómo explicar a
una persona que ha sido maltratada o que ha perdido a sus seres queridos, que
Jesús nos invita a perdonar como él nos perdona? ¿Perdonar es olvidar?
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse
perdonar es un artículo escrito por el P. Juan Masiá Clavel, S.J. y
publicado en un libro que lleva por título “14 aprendizajes vitales”, de
la colección Serendipity Maior. En este artículo el P. Masiá afirma que en toda
experiencia humana en la que ha habido una herida de alguien hacia su prójimo,
existen dos víctimas: la persona agredida y la persona agresora: “La víctima no
es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo. Al hacer mal
a otra persona, me he perjudicado a mí mismo”.
Desde esta perspectiva, la parábola que Jesús
nos cuenta este domingo nos invita a colocarnos de ambos lados de la
experiencia: a veces somos personas perdonadas, pero no sanadas... el perdón de
Dios y de los demás no nos garantiza que después nos hagamos capaces de
misericordia y compasión. Otras veces herimos y somos heridos cuando herimos.
La víctima no es sólo el que es lastimado; también el agresor es víctima que
hay que salvar. Esto es, precisamente, lo que Jesús quiere que sus discípulos
entiendan y vivan con el milagro del perdón.
PERDONAR SIEMPRE
A Mateo se le ve preocupado por corregir los
conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los
seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos
momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se
está enfriando» (Mateo 24,12).
Por eso concreto con mucho detalle cómo se ha
de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre
a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al
diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de
quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de
actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús
que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo caminos al reino de
Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús
recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero
reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte
siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras
ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me
ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su
pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus
parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender,
disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero
¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te
digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en
todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido
rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es
perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primer
arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo
que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta
hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre
nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor
hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.
NADIE PUEDE BUSCAR EL MAL EN SÍ MISMO
El evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleva implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si podríamos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo concreto y real.
La frase "setenta veces siete", no podemos
entenderla literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere
decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino
una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los
rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas
hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres.
Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro
que no es suficiente, porque supone que Pedro todavía lleva cuenta de las
ofensas.
La parábola de los dos deudores no necesita explicación.
El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y
otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (60.000.000 denarios), el
empleado es incapaz de perdonar 100 denarios. Al final, encontramos un rabotazo
de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a
entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a
perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.
Lo que llamamos perdón solo puede nacer del amor. No es
fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va
en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en
nuestro ego, es imposible entender el perdón del evangelio. El ego necesita
enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el
perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al
otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este falso
perdón es la famosa frase “perdono pero no olvido” que es la práctica común en
nuestra sociedad.
Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar
conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios.
Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar,
porque el otro no obró por malicia sino por ignorancia. Desde nuestro concepto
de pecado como mala voluntad o deseo de hacer daño por parte de otro que me
quiere mal es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es
fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede
ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída
por el bien.
La trampa está en que se trata del bien o el mal, que le
presenta la inteligencia a la voluntad. La voluntad no tiene ninguna
posibilidad de discernir si algo es bueno o es malo, depende del conocimiento
de cada uno. Nuestro problema en relación con el pecado es que nuestro
conocimiento es siempre limitado y de ese modo con frecuencia creemos que es
bueno para mí lo que en realidad es malo. Digo para mí, porque el pecado es
siempre un mal para mí. Si tengo la sensación de que el perjudicado es el otro,
nunca corregiré mis fallos.
“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no
tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto
es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre
perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón
de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los
demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y
aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia,
que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.
Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia.
Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo
troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el
jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se
parece en nada a lo que vivió y enseñó a Jesús. En nuestra sociedad se está
acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una
justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro
afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían
del mundo no tiene sentido.
Este sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo
Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio
Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un
verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia
es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia.
La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al
agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.
Lo que decimos en el Padrenuestro es un dispar. No es un
defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura
nos decía exactamente: "Del vengativo se vengará el Señor".
"Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo
pidas". Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenuestro, la única
petición que merece un comentario es ésta, para decir: "...Porque si
perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no
perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará ( Mt 6,14) ¿No sería más lógico
pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él
nosotros a perdonar a los demás?
Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en la que es objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.
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