sábado, 23 de septiembre de 2023

XXV Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 

XXV Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mt 20,1-16) – septiembre 24, 2023


Evangelio según san Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.

Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: '¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?' Ellos le respondieron: 'Porque nadie nos ha contratado'. Él les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.

Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: 'Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros'. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.

Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: 'Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor'.

Pero él respondió a uno de ellos: 'Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?'

De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos''.


Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ  

¿Por qué si yo he sido bueno desde hace mucho, recibiré al final lo mismo que éste, que apenas ha comenzado a ser bueno? ¿qué sentido tuvo vivir tanto tiempo renunciando al mal, si al final Dios le dará lo mismo que a mi? Estas preguntas aparecen, porque nos cuesta entender que Dios es Gracia y Misericordia, Dios es bueno con todas y todos y su amor es gratuito, no nos lo tenemos que ganar. Entonces, ¿para qué observar el bien desde hoy, si al final, como en la parábola, Dios será bueno con todos?

Queremos ser buenos porque hemos sentido la misericordia y el amor, porque cuidando y entregándonos experimentamos sentido; porque Dios quiere y nos llama a ser buenos como él y con Él. Porque actuar el bien es la ruta para ir hacia Él.

¿Haces el bien con gratuidad, sin esperar nada a cambio? ¿tratas de vivir haciendo el bien? ¿experimentas la alegría de quien busca ser bueno? ¿A qué te invita la Palabra?

#FelizDomingo

“Vayan también ustedes a mi viñedo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

“El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos. El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón al despedirse de su familia y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los pobres. Se desató en aquel país una persecución, de resultas de lo cual fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte. Y el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».

La respuesta del más joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña suma de dinero a su hermano mayor, que se hallaba en un remoto país, adjuntándole una nota en la que le decía: «Tal vez con esto puedas ayudar a aquellos pobres diablos». Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».

 El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: «Señor, aún sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por ti exactamente lo mismo que he hecho». Esto sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un discípulo que le sirve por el mero gozo de servir por amor” (Anthony de Mello, El canto del pájaro, pp. 151-152).

Desde una perspectiva mercantil, es un absurdo que el que trabaja desde el comienzo del día hasta la tarde, reciba lo mismo que el que llegó a la viña casi al caer el sol. Esto no nos cabe en la cabeza y le reclamamos a Dios: “Estos que llegaron al final, trabajaron solamente una hora, y usted les ha pagado igual que a nosotros que hemos aguantado el trabajo y el calor de todo el día”. Pero Dios, como el dueño de la viña, nos responde: “Amigo, no te estoy haciendo ninguna injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el jornal de un día? Pues toma tu paga y vete. Si yo quiero darle a éste que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso?”

Tal vez haya personas que, sabiendo de la generosidad de Dios, habrían sido menos bondadosas... Pero también las hay que se alegran y gozan de tal manera con esta magnificencia divina, que no les queda otro remedio que desbordarse en generosidad.

BONDAD ESCANDALOSA DE DIOS

José Antonio Pagola

“Vayan también ustedes a mi viñedo” “Vayan también ustedes a mi viñedo”Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?

Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo fue a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.

El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: «¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».

La parábola es tan revolucionaria que seguramente después de veinte siglos no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados ​​en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?

Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parece olvidarse de los «piadosos», cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.

Nosotros nos encerramos a veces en nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos: hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y solo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, él sabe regalar también su amor salvador a esas personas a las que nosotros no sabemos amar.

DIOS ES JUSTO A SU MANERA, NO A LA NUESTRA

Fray Marcos

Cuando se escribió este evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de rodaje, pero seguían creciendo. Los veteranos, seguramente reclamaban privilegios, porque en un ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. Advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes, sino un privilegio que debían agradecer.

Jesús acaba de decir al joven rico que vende todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros. A continuación, viene el relato de hoy, que repite lo mismo, pero invirtiendo el orden; dando a entender que la frase se ha hecho realidad.

Los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de ideas interesantes: el domingo 23 nos habló de intentar recuperar al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de perdonar sin tener en cuenta la cantidad. Hoy habla de la necesidad de compartir, no con un sentido de justicia humano, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta a cada uno.

Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. En la alegoría, cada uno de los elementos significa otra realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el relato. Está claro que la viña hace referencia al pueblo elegido y que el propietario es Dios mismo. Pero también es cierto que, en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”.

Desde la justicia humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de 'toma y da acá' con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado.

Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Cualquier sindicato de trabajadores consideraría una injusticia lo que hace el dueño de la viña. Jesús habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros somos capaces de imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad será imposible entender la parábola.

Hoy todos trabajamos para lograr desigualdades, para tener más que el otro, estar por encima y así marcar diferencias con él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.

La parábola trata de romper los esquemas en los que está basada la sociedad, que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba suyo propio nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común”.

Los de primera hora se quedan del trato que reciben los de la última. Se muestra la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les molesta que los últimos reciban lo mismo que ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces prefiero perjudicarme con tal de que el otro no se beneficia.

Lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que paga a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las tareas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo. Dios se da a todos siempre.

Podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres lo mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible para todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería Dios.

La salvación que Jesús propone no busca cambiar a Dios; como si antes estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús vino para que nosotros cambiemos, aceptando su salvación. Esa aceptación de su salvación tendría increíbles consecuencias en nuestra vida espiritual.

Con estas parábolas el evangelio pretendo hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar.

El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos iguales: amor, don infinito. Los que nos creemos buenos lo veremos como una injusticia; Seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.

El evangelio nos propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). Lo que Jesús pretende es que despleguemos una vida plenamente humana. Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.

 

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