Jesús acaba de decir al joven rico que vende todo lo que
tiene y le siga. A continuación, Pedro dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos
dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con
esa frase enigmática: Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán
primeros. A continuación, viene el relato de hoy, que repite lo mismo, pero
invirtiendo el orden; dando a entender que la frase se ha hecho realidad.
Los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema,
pero en una progresión de ideas interesantes: el domingo 23 nos habló de
intentar recuperar al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad
de perdonar sin tener en cuenta la cantidad. Hoy habla de la necesidad de
compartir, no con un sentido de justicia humano, sino desde el amor. Todo un
proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta a cada uno.
Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. En la
alegoría, cada uno de los elementos significa otra realidad en el plano
trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos lanza a otro nivel de
realidad a través de una quiebra en el relato. Está claro que la viña hace
referencia al pueblo elegido y que el propietario es Dios mismo. Pero también
es cierto que, en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar
los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”.
Desde la justicia humana, no hay ninguna razón para que el
dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte,
el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios
puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de 'toma y
da acá' con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores
de Jesús tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado.
Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de
relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no
tiene sentido. Cualquier sindicato de trabajadores consideraría una injusticia
lo que hace el dueño de la viña. Jesús habla de la manera de comportarse Dios
con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros somos
capaces de imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos
en nuestra sociedad será imposible entender la parábola.
Hoy todos trabajamos para lograr desigualdades, para tener
más que el otro, estar por encima y así marcar diferencias con él. Esto es
cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y
naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que
ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la
filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.
La parábola trata de romper los esquemas en los que está
basada la sociedad, que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la
comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de
todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos
dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba suyo propio nada de lo que
tenía, sino que lo poseían todo en común”.
Los de primera hora se quedan del trato que reciben los de
la última. Se muestra la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No
tienen derecho a exigir, pero les molesta que los últimos reciban lo mismo que
ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología
humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces
prefiero perjudicarme con tal de que el otro no se beneficia.
Lo que está en juego es una manera de entender a Dios
completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de
veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que paga
a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las tareas más fuertes que
impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El
don total y gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a
conseguir gracias a nuestro esfuerzo. Dios se da a todos siempre.
Podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe
retribución que valga. Dios da a todos los seres lo mismo, porque se da a sí
mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera
equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está
totalmente disponible para todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de
él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería Dios.
La salvación que Jesús propone no busca cambiar a Dios;
como si antes estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados.
La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y
cómo podemos responder a su don total. Jesús vino para que nosotros cambiemos,
aceptando su salvación. Esa aceptación de su salvación tendría increíbles
consecuencias en nuestra vida espiritual.
Con estas parábolas el evangelio pretendo hacer saltar por
los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de
fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos
seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En
realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el
principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar.
El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia:
Dios es para todos iguales: amor, don infinito. Los que nos creemos buenos lo
veremos como una injusticia; Seguimos con la pretensión de aplicar a Dios
nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los
malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en
ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.
El evangelio nos propone cómo tiene que funcionar la
comunidad (el Reino). Lo que Jesús pretende es que despleguemos una vida
plenamente humana. Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no
tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del
tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza increíble, aunque
no partiera de un sentido de trascendencia.
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