XX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 15, 21-28) – 20 de agosto de 2023
Evangelio
según
san Mateo 15, 21-28
En
aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer
cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David,
ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un
demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se
acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de
nosotros". Él les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas
descarriadas de la casa de Israel".
Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: "¡Señor,
ayúdame!" Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos
para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor;
pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus
amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que
se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
Hace unos días generó mucha sorpresa el Papa Francisco, al afirmar en Portugal, con mucho énfasis, que las puertas de la Iglesia están abiertas para todos, todos, todos. En su afirmación no hay novedad, esto queda claro en la Palabra hoy. Aquellos que se creían con exclusividad para pertenecer, van descubriendo que la Iglesia es comunidad, abierta incluso para quienes buscan misericordia o para quienes nos incomodan o no nos caen bien.
El Evangelio hoy va muy lejos, nos muestra a Jesús teniendo una actitud de exclusión: "sólo he venido a las ovejas descarriadas de Jerusalén". Pero aquella mujer pagana, que está siendo ignorada y excluida, no se da por vencida ante la actitud del mismísimo Jesús. La enseñanza de Jesús hoy, no es que viviremos sin equivocarnos, sin caer en errores como el de excluir; su enseñanza, su llamada es a reconocer y cambiar de opinión, y entonces tener lo que realmente expresa Jesús en este relato: humildad. Sólo los grandes hombres y mujeres son capaces de la humildad. Quien prefiere no reconocer que se equivoco, se encamina a ser soberbio y miserable.
¿A qué te invita hoy el Señor? ¿qué asuntos te cuesta reconocer como temas en que te has equivocado? ¿Te cuesta reconocer y cambiar de opinión? ¿eres humilde? #FelizDomingo
“¡Mujer, qué grande es tu fe!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El jesuita brasileño João Batista Libânio,
fallecido hace algunos años, en uno de sus muchos libros, decía que las
condiciones del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo
diferente. Cuando funcionamos según nuestros prejuicios, no somos capaces de
abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar que nuestras
posiciones puedan estar equivocadas. Y, por desgracia, vivimos llenos de
prejuicios políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos...
Cuentan que una vez le preguntaron a un
ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano, a lo que el hombre
respondió: “Soy demócrata”. Le preguntaron, entonces: “¿Por qué es usted
demócrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi
abuelo era demócrata, toda mi familia ha sido siempre demócrata. Por eso soy
demócrata”. “Vamos a ver, inquirió el entrevistador, si su papá hubiera sido un
ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de ladrones, ¿sería usted
también ladrón?” “Desde luego que no, respondió el hombre. En ese caso sería
republicano”.
Este pequeño ejemplo de prejuicio político es
apenas una muestra de lo que funciona dentro de nuestra cabeza. Muy rápidamente
sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos los días. Cada
uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios
pensando: ¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria
sustanciosa o alguien que esté desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida
en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le daríamos a alguien que viene a decirnos
que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia guerrillera o
paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.
Caminando Jesús por una región apartada, se
encuentra con una mujer extranjera. La primera actitud del Señor fue pasar de
largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le curara a
su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya
o que la atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondió:
“Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero
la mujer siguió insistiendo: “Fue a arrodillarse delante de él, diciendo: –¡Señor,
ayúdame!” Y Jesús le contestó: “–No está bien quitarle el pan a los hijos y
dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre,
pero a nadie le dicen perro como piropo... Sin embargo, la mujer es capaz de
sobrepasar el insulto y decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros
comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús, entonces, vencido
por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como
quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”.
Es evidente que Mateo quiere dar una lección a
su comunidad judeocristiana, para que acojan a los extranjeros como legítimos
beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello, no duda en
presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer
extranjera y dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos
autores insisten en afirmar que Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta
mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús fuera capaz de insultar a
alguien si no es porque estaba convencido de lo que estaba diciendo.
Si queremos sospechar de nuestras
posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al encuentro con
lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto
nos cuestione y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a
los demás, especialmente, frente a aquellos que descalificamos de entrada por
nuestros prejuicios.
PEDIR CON FE
La oración de petición ha sido objeto de una
fuerte crítica a lo largo de estos años. El hombre ilustrado de la época
moderna no acierta a ponerse en actitud de súplica ante Dios, pues sabe que
Dios no va a alterar el curso natural de los acontecimientos para atender sus
deseos.
La naturaleza es «una máquina» que funciona
según unas leyes naturales, y el hombre es el único ser que puede actuar y
transformar, solo en parte, el mundo y la historia con su intervención.
Entonces la oración de petición queda
arrinconada para cultivar otras formas de oración como la alabanza, la acción
de gracias o la adoración, que se pueden armonizar mejor con el pensamiento
moderno.
Otras veces la súplica de la criatura a su Creador
queda sustituida por la meditación o la inmersión del alma en Dios, misterio
último de la existencia y fuente de toda vida.
Sin embargo, la oración de súplica, tan
controvertida por sus posibles malentendidos, es decisiva para expresar y vivir
desde la fe nuestra dependencia creatural ante Dios.
No es extraño que el mismo Jesús alabe la fe
grande de una mujer sencilla que sabe suplicar de manera insistente su ayuda. A
Dios se le puede invocar desde cualquier situación. Desde la felicidad y desde
la adversidad; desde el bienestar y desde el sufrimiento.
El hombre o la mujer que eleva a Dios su
petición no se dirige a un Ser apático o indiferente al sufrimiento de sus
criaturas, sino a un Dios que puede salir de su ocultamiento y manifestar su
cercanía a los que le suplican.
Pues de eso se trata. No de utilizar a Dios
para conseguir nuestros objetivos, sino de buscar y pedir la cercanía de Dios
en aquella situación. Y la experiencia de la cercanía de Dios no depende
primariamente de que se cumplan nuestros deseos.
El creyente puede experimentar de muchas
maneras la cercanía de Dios, independientemente de cómo se resuelva nuestro
problema. Recordemos la sabia advertencia de san Agustín: «Dios escucha tu
llamada si le buscas a él. No te escucha si, a través de él, buscas otra cosa».
No es este el tiempo del cumplimiento
definitivo. El mal no está vencido de manera total. El orante experimenta la
contradicción entre la desgracia que padece y la salvación definitiva prometida
por Dios. Por eso toda súplica y petición concreta a Dios queda siempre
envuelta en esa gran súplica que nos enseñó el mismo Jesús: «Venga a nosotros
tu reino», el reino de la salvación y de la vida definitiva.
UN AUTÉNTICO DIÁLOGO QUE ENRIQUECE A JESÚS YA
LA MUJER
Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma
dirección: La salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los
gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos
judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de
la nueva comunidad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no
pocas discusiones entre los discípulos y no se resolvió hasta pasado casi un
siglo de la muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.
Mateo relata este episodio inmediatamente después de una
violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados acerca de los alimentos
puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano está motivada por
esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere
apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato
pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos
pretenden mantener: judío=creyente y extranjero=pagano o ateo.
El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad
sobre un evento más bien anodino. Quiere dejar claro que si una persona tiene
fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea
“pagana”. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos
perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de
los cristianos como en la necesidad de que los paganos vivan unas disposiciones
adecuadas de reconocimiento y humildad.
Los perros son considerados impuros en muchas culturas. La
idea que nosotros tenemos de hiena es lo que más se aproxima a la idea de perro
inmundo. Pero hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía,
que son considerados como familia. A esta diferencia se aferra a la mujer para
salir airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judío
arrastraba. Jesús tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero vemos un
Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer pagana.
En el AT hay chispazos que nos indican ya la apertura
total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera
lectura nos lo confirma: "A los extranjeros que se han dado al Señor les
traeré a mi monte santo". No cabe duda de que Jesús participa de la
mentalidad general de su pueblo, que hoy podíamos calificar de racista, pero
que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de garantizar su supervivencia.
Gracias a que, para Jesús la religión no era una
programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su
experiencia de Dios y las circunstancias le hicieron ver que solo puede uno
estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el
intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder
comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo ser
humano, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia cotidiana.
Jesús toma en serio a la mujer, no como los discípulos. El
texto oficial quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice
'atiéndela'. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar;
exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las
ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la
Cananea. La dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo
contrario. Le hace ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención
que merecen los suyos.
Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo
es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el
milagro del cambio en ambos. Lo que en este relato resalta de Jesús es su
capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un
instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús
descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más
confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo.
Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea
demuestra una sensibilidad mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió
Jesús que debía superar sus prejuicios. Aprendió que hay que proteger ante todo
a los débiles; una idea femenino-maternal. Le pillé la confianza absoluta que
en él tenía la mujer; otro valor femenino. Lo que más maravilla en el relato es
la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos
que descubre en la mujer. Jesús descubre su "ánima" y la integra.
La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de
un ser querido. La profunda relación entre ambas impide delimitar donde empieza
el problema de su hija. La madre es también parte del problema; de hecho, le
dice socórreme. La enfermedad de la hija no es ajena a la actitud de la madre.
Curar a la madre supone curar a la hija. La enfermedad de la hija nos hace
pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a
sí misma con la ayuda de Jesús, se soluciona el problema.
Hoy sabemos que la salud psicológica depende de unas
relaciones adecuadas con los demás y con nosotros mismos. Debemos aceptar, como
la Cananea, que muchas de las carencias de los demás se deben a nuestra falta
de compromiso con ellos. Sobre todo, en el ambiente familiar, una relación
inadecuada entre padres e hijos es la causa de las tensiones y el rechazo del
otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres, por
no ponerse en su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al
otro con cariño y comprensión podría evitar muchísimas personalidades
enfermizas.
El texto nos enseña que ser cristiano es acercarse al
otro, superando cualquier diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El
prójimo es siempre el que me necesita. Nosotros no hemos tenido, ni tenemos
esto nada claro. Por creernos superiores a los demás, nos sigue costando
demasiado aceptar a “otro” como es y dejarle seguir siendo diferente; sobre
todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato, que el
que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido,
independientemente de su estado. También en este punto está la lección sin
aprender.
Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no
pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra
religión a través de sus dos mil años de existencia. Va siendo hora de que
admitamos los tremendos errores cometidos por pensar y actuar de esa manera.
Debemos reconocer que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo
que Él es. Esta verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de
superioridad y como consecuencia, todo atisbo de intolerancia y rechazo al que
no piensa o actúa como nosotros. Debemos tratar a todos como Dios nos trata.
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