XXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 13-20) – 27 de agosto de 2023
Evangelio
según
san Mateo 16, 13-20
En
aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta
pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del
hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan, el
Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".
Luego
les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó
la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Jesús
le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo
ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo
a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes
del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los
cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Y les
ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
¿Quién dices que soy yo?
Tenemos el riesgo de vivir nuestra vida de fe desde respuestas elaboradas, respuestas de otros; podemos vivir de conceptos que no podemos explicar porque no entendemos, tenemos miedo a cuestionarnos ideas y preferimos vivir aferrados porque nos dan seguridad.
El cristiano maduro ha acogido todo lo recibido a lo largo de su historia, pero es capaz de dar cuenta de su propia experiencia de fe, del Dios que ha experimentado en su vida, de su propia experiencia con Jesús. Imaginemos pues a Jesús acercarse a nosotros y preguntarnos sobre lo que se dice de él, pero sobre todo, preguntarnos a cada una y cada uno de nosotros lo que con palabras y obras decimos de él. ¿Qué responderías?¿cómo tu vida expresa lo que crees?¿puedes dar cuenta de todo lo que afirmas y crees, con palabras y aciones?
La vida de fe que se funda en la experiencia y el encuentro personal con Jesús es luminosa y atrayente, porque refleja el amor con que ha sido salvado y amado por Él.
#FelizDomingo
“¿Quién dicen que soy?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Llaman al teléfono a una casa de familia y
contesta una vocecita de unos cinco años... La persona que llama pregunta: –
Por favor, ¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. –
¿Estás sola? – No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la
esperanza de poder hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La
niña, después de unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice
que no puede pasar a su hermano... – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano?
Pregunta el hombre, ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la
cuna. – Lo siento, dice la niña...
Al nacer, los seres humanos somos las
criaturas más indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no
somos capaces de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día.
Nuestra dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de
otras personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al
nacer. Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde
podemos ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el
colegio en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que
viviremos... Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y
el campo de nuestra elección está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a
poco, y muy lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.
Tienen que pasar muchos años para que seamos
capaces de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que
comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a
ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a
nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no
llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo,
haciendo, diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino
hacia la libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal,
como social.
La fe no escapa a esta realidad. Jesús era
consciente de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e
inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza
nuestra primera profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros
dicen que Elías, y otros dicen...”
Pero no podemos quedarnos allí. No podemos
detener nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es
indispensable llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace
el Señor a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen
las respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros...
Cada uno, desde su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente,
esta pregunta. Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de
Dios viviente”. Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y
sin repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento
adquirido “por medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el
cielo nos regala por su bondad.
La pregunta que debe quedar flotando en
nuestro interior este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’
dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor
desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el
sentido último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de
pasar al teléfono cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para
responder a su llamada...
NUESTRA IMAGEN DE JESÚS
La pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy
yo?», sigue pidiendo todavía una respuesta a los creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto no solo por el carácter
inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno vamos
elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros intereses y
preocupaciones, condicionados por nuestra psicología personal y el medio social
al que pertenecemos, y marcados por la formación religiosa que hemos recibido.
Y, sin embargo, la imagen de Cristo que
podamos tener cada uno tiene importancia decisiva para nuestra vida, pues
condiciona nuestra manera de entender y vivir la fe. Una imagen empobrecida,
unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida,
unilateral, parcial o falsa de la fe. De ahí la importancia de evitar posibles
deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a él.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno
cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer
«en lo que la santa Madre Iglesia cree». En realidad, cada creyente cree en lo
que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento
a Jesucristo, aunque, naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos
que entienden y viven su religión de tal manera que, probablemente, nunca
podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse
personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida se han
hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía
con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede
responder.
Más tarde ya no han vuelto a repensar su fe en
Jesucristo, bien porque la consideran algo trivial y sin importancia alguna
para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor,
bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática. , sin
eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús
podría ser para ellos. Marcel Légaut escribió esta frase dura, pero quizás muy
real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma
religión a no descubrirlo jamás».
DESCUBRIRÁS QUIÉN ES JESÚS SOLO SI VIVES LO QUE
HAY DE DIVINO EN TI
Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejante, no lo que entendieron mientras vivieron con él sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocupen por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la primera comunidad. Esto no le quita importancia, sino que se la da.
Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los
discípulos para poder manifestar una fórmula de la fe primitiva. Mejor sería
decir que la diferencia estaría entre lo que la gente y los discípulos pensaron
de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la experiencia
pascual. Mientras vivieron con él le mostraron una gran admiración y
estimación, pero no se dieron cuenta de toda la novedad que aportaba.
A los discípulos les costó Dios y ayuda a dar el paso de
una interpretación nacionalista del Mesías, al mesianismo de Jesús. Solo
después de la experiencia pascual consiguieron dar ese paso.
De Jesús, como ser humano concreto, sí podemos
hablar adecuadamente, porque cae dentro de las posibilidades de nuestros
conceptos. De lo divino que hay en Jesús, nada podemos decir con propiedad,
porque escapa a nuestra capacidad intelectual. Pero lo divino se manifestó en
su humanidad y aunque no podemos definirlo, podemos intuirlo. Si nos empeñamos
en pensar lo divino y lo humano como diferentes, imposibilitamos una respuesta
coherente. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es
porque es divino. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo
contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud
en lo divino, que ya es.
La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece certera,
aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por
supuesto desde las primeras líneas de los evangelios. Está claro que el
objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera
pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho
pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos;
como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de Él.
No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco
podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos
del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas
racionales no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no
teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo
de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las
respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron.
Dar por completas y definitivas las respuestas de
los primeros concilios nos ha llevado a la ruina. Lo que nos debe importar es
descubrir la calidad humana de Jesús en la que queda reflejada su divinidad.
Nuestra tarea será descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud.
Se trata de responder con la propia vida a la pregunta ¿quién es Jesús? Y tú,
¿quién dice que soy yo? Si creemos que lo importante es la respuesta teórica
racional, como ya está dada, todos quedaremos en paz. Eso es lo que nos tiene
bloqueados e impide que de verdad resolvamos el problema de lo que Jesús es.
Desde el punto de vista doctrinal, la historia se encarga
de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad
convirtiéndole en un extraterrestre o limitamos su humanidad y entonces se nos
hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre ya la vez divina. Una vez
más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico.
Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como
manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra
vivencia de Dios comprenderemos lo que fue Jesús.
El conocimiento racional de Jesús no me va a servir para
conocer lo que de verdad importa. Lo que es Jesús no se puede apreciar por los
sentidos ni será consecuencia de ningún razonamiento discursivo. Lo que es
Jesús ni se puede pensar ni se puede expresar con palabras porque es lo que hay
de Dios en él ya Dios no se le puede pensar ni decir. Todo lo que podemos decir
de lo trascendente será siempre símbolo y metáfora. Al conocimiento de Jesús
solo se puede llegar descubriendo lo que hay de Dios en mí. Aquí está el motivo
por el que fracasamos a la hora de hablar de Jesús.
Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar
algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen
nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene
que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la
confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto
exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos
el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una
Intención: Vestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás
apóstoles.
Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia”
para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la
traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El
texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es
exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en
cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de
dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra
quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en
el cielo”.
Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo
evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro ya la comunidad. Los textos no
se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la
comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro o su sucesor, cuando
hablan expresando el común sentimiento de la comunidad, tienen la garantía de
acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que
tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante
de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.
A Jesús nunca le pudo pasar por la cabeza el fundar una
Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión
distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje fue purificar la religión judía de
todas las adherencias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco
los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el
rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después
de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino.
Entonces se considerarán el verdadero Israel y rechazarán la religión
tradicional.
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