XVIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 17, 1-9) – 6 de agosto de 2023
Evangelio según san Mateo 17, 1-9
En
aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de
éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en
su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se
volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y
Elías, conversando con Jesús.
Entonces
Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si
quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías".
Cuando
aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que
decía: "Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis
complacencias; escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en
tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo:
"Levántense y no teman". Alzando entonces los ojos, ya no vieron a
nadie más que a Jesús.
Mientras
bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No le cuenten a nadie lo que han
visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
En el Evangelio de Mateo Dios habla a Jesús en el bautismo: "Tu eres mi hijo amado"; luego en la transfiguración vuelve a hablar, pero el mensaje va a los otros: "Este es mi Hijo amado" y tiene una llamada: "Óiganlo". Los otros, lo han visto transfigurarse, resplandecer, su luz ha iluminado su oscuridad y les surgen las ganas de quedarse para siempre en ese instante luminoso.
Recordemos nuestros propios momentos luminosos que han disipado nuestras oscuridades, instantes en que en el amor del Padre y el Hijo nos hemos sentido acogidos, presentes, seguros, amados. Son momentos, etapas en que por tanta luz y tanto amor hubiéramos querido quedarnos para siempre inmóviles, pero el amor de Dios en Jesús nos alcanza, su amor nos levanta, y luego hay que "bajar de la montaña", descender al cotidiano de la vida; ahí hemos de seguir escuchando a Cristo y experimentando que en Él vivimos para siempre amados. Sólo así podremos seguir siendo sus testigos y enfrentando con esperanza las oscuridades.
#FelizDomingo
“Levántense; no tengan miedo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Tengo ante mí en estos días la imagen de dos
parejas enamoradas: una de ellas se casa pronto y la otra cumple sus bodas de
oro matrimoniales a mediados del año. Los primeros están experimentando el goce
mágico de una pasión enamorada que los llena de entusiasmo para comenzar a
caminar juntos; los segundos disfrutan del amor fiel y de la mutua compañía en
la cima del camino, contemplando, sin acabar de creérselo, la distancia que han
recorrido. Para ambas parejas el paisaje es muy distinto. Contemplan el mismo
camino desde extremos, aparentemente, opuestos. Sin embargo, el amor que los
sostiene tiene la misma raíz. Las dos parejas escuchan la misma palabra que les
dice: “Levántense; no tengan miedo”. Esta raíz es la promesa que han recibido y
que se va haciendo historia en el diario caminar del amor de Dios en ellos.
¿Quién sería capaz de embarcarse en un
proyecto tan complejo como el matrimonio si antes no experimentara, de alguna
forma, las mieles luminosas del paraíso que van a construir paso a paso? ¿Quién
sería capaz de entrar en un seminario o en una casa de formación religiosa para
consagrarse plena y definitivamente al seguimiento y al anuncio del Señor, sin
estar, en cierto modo, borrachos de amor hacia Aquél que nos invita y por la
misión a la que nos envía? No podríamos comenzar una tarea que abarque la totalidad
de nuestra existencia, si nos quedáramos mirando solamente los inconvenientes y
las contingencias del proceso, olvidando levantar la vista, por lo menos de vez
en cuando, hacia el destino final que nos espera.
Pedro, Santiago y Juan, subieron con el Señor
a un cerro muy alto y allí, como un relámpago en medio de una noche cerrada, se
reveló para ellos el misterio último de la vida de Jesús. Pudieron contemplar
al Señor transfigurado, recordando el brazo fuerte y extendido del Dios de
Moisés, que era incapaz de soportar la esclavitud de su pueblo en Egipto y, al
mismo tiempo, sintieron la brisa suave que refrescó el rostro del profeta Elías
en el monte Horeb. “Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su
cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto
vieron a Moisés y Elías conversando con Jesús”. Ellos pensaron que habían
llegado al final del camino y le propusieron al Señor que harían tres tiendas
para quedarse allí para siempre. Sin embargo, el camino hacia el calvario
apenas comenzaba y todavía tenían que acabar de subir a Jerusalén para asumir
las dificultades y sufrimientos que les esperaban en la Ciudad Santa.
El sentido que tiene este evangelio, es
mostrarnos, precisamente, el final del camino, la promesa hacia la cual
dirigimos nuestros pasos. El Señor nos concede muchas veces probar un poco las
delicias del paraíso, en medio de las vicisitudes de nuestra existencia, para
fortalecernos y animarnos a construir el amor fiel de la entrega total. El
peligro que tiene la pareja que comienza su camino de amor es pensar que todo
él será un jardín de rosas y no se decidan a construir día a día y paso a paso,
una relación fiel que los lleve a vivir en plenitud. Y el riesgo que corren los
que están a punto de llegar a sus bodas de oro es que olviden que algún día su
corazón vibró apasionadamente y que lo que han ido edificando a lo largo de
tantos años es exactamente lo que el Señor llama un amor que llega hasta el
extremo.
EL VERDADERO LO QUE REALMENTE ERA JESÚS ESTÁ
MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS,
PERO ESTABA SIEMPRE ALLÍ
Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato en la primera comunidad, debe ser muy antiguo, porque Marcos ya lo narra completamente elaborado. Una vez que descubrieron lo que Jesús era en la experiencia Pascual, trataron de encontrar la manera de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo adornaron con imágenes tomadas de la Escritura. Así disimulaban la ceguera que les había impedido descubrir quién era Jesús.
La manera de construir el relato quiere demostrar que, lo
que descubrieron de Jesús después de su muerte ya estaba en él durante su vida,
solo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere
contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de
divino en Jesús está en su humanidad, no está añadido a ella en un momento
determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones
demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su
divinidad.
Una vez que la exégesis ha demostrado que no se trata de
un hecho real, nos vemos obligados a afrontar su explicación de forma
completamente diferente a como se había hecho a través de los siglos. Al
tratarse de un relato simbólico, debemos buscar el significado más allá de la
literalidad de las expresiones. Esta nueva perspectiva nos dispensa de aceptar
una puesta en escena por parte de Jesús que ni está de acuerdo con su estilo ni
tiene ningún sentido como un intento de preparar a sus discípulos más cercanos
para el mal trago de la pasión y muerte.
Esos símbolos están tomados de las teofanías del AT. Estas
manifestaciones de la divinidad son experiencias personales que no se pueden
meter en palabras ni conceptos. Por eso utilizan relatos mitológicos con los
que intentan expresar lo inexpresable. Los primeros seguidores de Jesús
intentaron, por todos los medios, convencer a los demás judíos de que Jesús era
el Mesías. Para ello, el mejor camino era conectarle directamente con todo el
AT. Si Jesús actuaba de acuerdo con lo dicho por sus Escrituras, sería una prueba
de autenticidad.
Partiendo de que es un relato simbólico, nuestra tarea es
desentrañar esos símbolos para descubrir lo que en realidad nos quieren
comunicar. Sin tener en cuenta el lenguaje del AT no podemos dar un paso para
explicar el significado de cada frase, incluso de cada palabra del relato. Todo
son símbolos y como tales debemos desentrañarlos. El hecho de que todos sean
símbolos, no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren
transmitir. Al contrario, el lenguaje bíblico nos lleva a una verdad distinta,
pero más profunda.
Pedro, Santiago y Juan, los únicos a los que
Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera.
Necesitaron clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los
demás. Los tres acompañan a Jesús en el huerto. Los tres son testigos de la
resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús, que, de pasión
y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo
siguiente, que quieren ser los primeros en su reino. Los tres demuestran que
les costó dios y ayuda entender el mensaje de su Maestro.
La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son
todos elementos que aparecen en las teofanías del AT. El monte es una clara
referencia al Sinaí donde Moisés experimentó la mayor teofanía de todo el AT.
La nube fue signo de que Dios los acompañaba, sobre todo en el desierto. La
nube trae agua, sombra, vida. Los acompañaba de día y de noche: de día les daba
sombra, de noche era luminosa. los vestidos blancos son signo de la divinidad.
La luz, la voz y el miedo acompañaban siempre a toda manifestación de Dios a su
pueblo.
Moisés y Elías, además de ser los
testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas.
Significa que Jesús no se sacó su mensaje de la manga, sino que está en total
acuerdo con las Escrituras. Lo que se intenta es manifestar el traspaso del
testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para
descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será
Jesús.
¡Qué bien se está aquí! Es una expresión muy
significativa. Pretende hacernos ver que para Pedro era mucho mejor lo que
estaba viendo y disfrutando en ese momento, que la pasión y muerte, que les
había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les
anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Eso
no puede pasarte. Ahora se encuentra a sus anchas disfrutando de la gloria que
está manifestando su Maestro y de la que están participando. El mismo afán de
gloria que a todos nos acecha.
Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la
“gloria” y pretende retener el momento. Pedro, diciendo lo que piensa,
manifiesta su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado
subir, pero ahora no quieren bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena
voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Al poner al mismo nivel
a los tres personajes que está contemplando, Pedro niega la originalidad de
Jesús. No acepta que la Ley y los profetas han cumplido su papel y están ya
superados. La voz corrige esta visión de Pedro.
¡Escuchadlo! En griego, “akouete
autou” significa escuchadle a él solo. A Moisés y Elías (la Ley y los profetas)
llevaban mucho tiempo escuchándolos. Llega el momento de escucharle a él. El AT
es el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy lo son los prejuicios que nos
han inculcado sobre Jesús. Escuchar es la actitud del discípulo. En el Éxodo,
escuchar a Dios no es oír sus mensajes y aprenderlos de memoria sino obedecerle.
La Palabra, que no solo oímos sino que escuchamos, nos compromete seriamente y
nos arranca de nosotros mismos.
Lo importante no es que Jesús sea el Hijo amado. Lo
determinante es que, cada uno de nosotros somos el hijo amado como si fuéramos
único. Dios nos está comunicando en cada instante su misma Vida y habla en lo
hondo de nuestro ser en todo momento. Esa voz es la que tenemos que escuchar.
No tenemos que aceptar la cruz como camino para la gloria. No llegamos a la
vida a través de la muerte. En la “muerte” está ya la Vida.
No contéis a nadie... Es la referencia más
clara a la experiencia pascual. No tiene sentido hablar de lo que ellos, ni
estaban buscando, ni habían descubierto. No sólo no contaron nada, sino que a
ellos mismos se les olvidó. En el capítulo siguiente nos narra la petición de
los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro termina negándolo ante
una criada. Hechos que hubieran sido impensables después de una experiencia
como la transfiguración.
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