Jesucristo, Rey del universo – Ciclo C (Lucas 23,35-43)
– 20 de noviembre de 2022
También
los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le
decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había,
en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía:
"Éste es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba, indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".
ReflexionesBuena Nueva
#Microhomilia
Complejo
reconocer a Jesús rey y verlo crucificado. La figura de un rey se asocia con
poder, pero Jesús nuestro rey está colgado de una cruz. Recuerdo la expresión
de mi querido hermano Benjamín González Buelta SJ: “La mayor expresión de poder
de Dios, fue volverse “débil”. Sólo alguien muy poderoso, muy libre es capaz de
descender, de despojarse de privilegios. Dios, poderoso en todo, quiso ser con
nosotros, al grado de también ser víctima del mal del mundo y revelarnos ahí su
gran poder, su amor; desde ahí acompañarnos y levantarnos.
Los
humanos solemos creer que nosotros encontraremos el sentido y la planitud
”subiendo”, así cada pizca de “poder” que recibimos la ejercemos y exigimos sea
reconocida y la usamos para “subir más”. ¡Qué miseria!
Hoy
somos llamados a exclamar ¡Viva Cristo Rey! Pero al hacerlo nos comprometemos a
seguirlo. Quien es súbdito de este Rey busca ser como él: sencillo, hermano,
siervo. Renuncia a la tentación de sentirse superior a los demás, se compromete
con el servicio y sus actos están llenos de humildad, camina seguro y discreto
al lado de su Rey Eternal. Vaya que necesitamos libertad y fuerza para
seguirlo. ¿Te animas? ¿Te comprometes a seguir a este Rey? ¿Cómo ejerces “el
poder” en casa, el trabajo, la Iglesia?
#FelizDomingo
“Te aseguro
que hoy estarás conmigo en el paraíso”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
El
ciclo litúrgico que termina hoy con la celebración de la fiesta de Jesucristo
Rey nos presenta a un rey crucificado, del que se burlaban las autoridades: “–
Salvó a otros, que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios
y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le
daban de beber vino agrio diciéndole: – ¡Si tú eres el Rey de los judíos,
sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: ‘Este es el
Rey de los judíos”. Incluso, cuenta el evangelio de san Lucas, uno de los
criminales que estaban colgados junto a él, lo insultaba diciéndole: “– ¡Si tú
eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros! Pero el otro
reprendió a su compañero diciéndole: – ¿No tienes temor de Dios, tú que estás
bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque
estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no
hizo nada malo. Luego añadió: – Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a
reinar. Jesús le contestó: – Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Se
trata de un Rey que contrasta con la imagen que tenemos de una persona que ostenta
ese título. Es un Rey que no utiliza su poder para salvarse a sí mismo, sino
para salvar a toda la humanidad, incluidos tu y yo. Delante de este Rey,
humilde y aparentemente vencido, San Juan XXIII, en su Diario del alma,
escribió siendo joven, un ofrecimiento que invito a repetir hoy con la misma
confianza con la que él lo hizo hace ya tantos años:
“¡Salve,
oh, Cristo Rey! Tú me invitas a luchar en tus batallas, y no pierdo un
minuto de tiempo. Con el entusiasmo que me dan mis 20 años y tu gracia, me
inscribo animoso en las filas. Me consagro a tu servicio, para la vida y para
la muerte. Tú me ofreces, como emblema, y como arma de guerra, tu cruz. Con la
diestra extendida sobre esta arma invencible te doy palabra solemne y te juro
con todo el ímpetu de mi amor juvenil fidelidad absoluta hasta la muerte. Así,
de siervo que tú me creaste, tomo tu divisa, me hago soldado, ciño tu espada,
me llamo con orgullo Caballero de Cristo. Dame corazón de soldado, ánimo de
caballero, ¡oh, Jesús!, y estaré siempre contigo en las asperezas de la vida,
en los sacrificios, en las pruebas, en las luchas, contigo estaré en la
victoria.
Y
puesto que todavía no ha sonado para mi la señal de la lucha, mientras estoy en
las tiendas esperando mi hora, adiéstrame con tus ejemplos luminosos a adquirir
soltura, a hacer las primeras pruebas con mis enemigos internos. ¡Son tantos, o
Jesús, y tan implacables! Hay uno especialmente que vale por todos: feroz,
astuto, lo tengo siempre encima, afecta querer la paz y se ríe de mi en ella,
llega a pactar conmigo, me persigue incluso en mis buenas
acciones. Señor Jesús, tú lo sabes, es el Amor Propio, el espíritu de soberbia,
de presunción, de vanidad; que me pueda deshacer de él, de una vez para
siempre, o si esto es imposible, que al menos lo tenga sujeto, de modo que yo,
más libre en mis movimientos, pueda incorporarme a los valientes que defienden
en la brecha tu santa causa, y cantar contigo el himno de la salvación”.
Con
la misma generosidad que refleja este escrito Juan XXIII, podríamos decirle al
Señor crucificado que se acuerde de nosotros cuando comience a reinar.
MÁRTIR FIEL
En
los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no
es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las
preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones
trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de
los tiempos.
Los
cristianos hemos atribuido al Crucificado diversos nombres: «redentor»,
«salvador», «rey», «libertador». Podemos acercarnos a él agradecidos: él nos ha
rescatado de la perdición. Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado
así. Podemos abrazarnos a él para encontrar fuerzas en medio de nuestros
sufrimientos y penas. Entre los primeros cristianos se le llamó también
«mártir», es decir «testigo». Un escrito llamado Apocalipsis, redactado hacia
el año 95, ve en el Crucificado al «mártir fiel», «testigo fiel». Desde la
cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel del amor de Dios y también de una
existencia identificada con los últimos. No hemos de olvidarlo.
Se
identificó tanto con las víctimas inocentes que terminaron como ellas. Su
palabra molestaba. Había ido demasiado lejos al hablar de Dios y su justicia.
Ni el Imperio ni el templo lo podría consentir. Había que eliminarlo. Tal vez,
antes de que Pablo comenzara a elaborar su teología de la cruz, entre los
pobres de Galilea se vivía esta convicción: «Ha muerto por nosotros», «por
defendernos hasta el final», «por atreverse a hablar de Dios como defensor de
los últimos». Al mirar al Crucificado deberíamos recordar instintivamente el
dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la
historia, han sufrido, sufren y sufrirán olvidadas por casi todos. Sería una
burla besar al Crucificado, invocarlo o adorarlo mientras vivimos indiferentes
a todo sufrimiento que no sea el nuestro.
El
crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones, pero los
crucificados siguen ahí. Los podemos ver todos los días en cualquier
telediario. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño
crucifijo, sino en las víctimas inocentes del hambre y de las guerras, en las
mujeres asesinadas por sus parejas, en los que se ahogan al hundirse sus
pateras. Confesar al Crucificado no es solo hacer grandes profesiones de fe. La
mejor manera de aceptarlo como Señor y Redentor es imitarle viviendo
identificados con quienes sufren injustamente.
JESÚS NUNCA PRETENDIÓ SER REY DE NADIE
Toda
la liturgia del año tiene como principio y como fin al mismo Jesús. Comienza en
Adviento con la preparación a su nacimiento, y termina con la fiesta que
estamos celebrando como culminación más allá de su vida terrena. Como todo ser
humano, nació como un proyecto que se fue realizando durante toda su vida y que
culminó con una muerte que expresó sin equívocos la plenitud de ser. Pero Jesús
respondió a Pilato que su Reino no era de este mundo. A pesar de ello, le
proclamamos Rey del Universo. Claro, sabemos mucho mejor que él lo que es y lo
que no es Jesús.
Con
el evangelio en la mano, ¿podemos seguir hablando de “Jesús rey del universo”?
Un Jesús que luchó contra toda clase de poder; que rechaza como tentación la
oferta de poseer todos los reinos del mundo. Un Jesús que dijo: Si no os hacéis
como niños no entraréis en el Reino de Dios. Un Jesús que invitó a sus
seguidores a no someterse a nadie. Un Jesús que dijo que no vino a ser servido,
sino a servir. Un Jesús que dijo a los Zebedeo: “El que quiera ser grande que
sea el servidor, y el que quiera ser primero que sea el último. Un Jesús que,
cuando querían hacerlo rey, se escabulló y se marchó a la montaña. Podriamos
hacer mas referencias, pero creo que esta claro lo que quiero decir.
La
palabra Rey, Padre, Hijo, Mesías, Pastor, tienen gran riqueza de significados
simbólicos en la escritura. Todas están relacionadas entre sí y no se puede
entender separando unas de otras. La idea de un “rey”, en Israel, fue más bien
tardía. Mientras fueron un pueblo nómada no tenía sentido pensar en un rey.
Cuando se apareció en las ciudades de Canaán, sintieron la necesidad de copiar
sus estructuras sociales y le pidieron a Dios un rey. Esa petición fue
interpretada por los profetas como una apostasía, para el pueblo judío, el
único rey debía ser Yahvé.
Encontraron
la solución convirtiéndose al rey en un representante de Dios. Para erigir a
una persona como rey, se le ungía. Es lo que significa exactamente Mesías
(Ungido, Cristo). La unción le capacitaba para una misión: conducir al pueblo
en nombre de Dios. De ahi que desde ese momento se le llamara hijo de Dios. Lo
propio de un hijo es actuar como el padre, en lugar del padre. También se le
llamó padre del pueblo y pastor del pueblo. Lo mismo que Dios era padre y
pastor para ellos, el que era elegido como rey era ungido, hijo, pastor y
padre. Los primeros cristianos utilizaron todas estas palabras para referirse a
Jesús y nosotros podemos seguir utilizándolas, pero como símbolos.
El
letrero que Pilato puso sobre la cruz era una manera de mofarse de Jesús y de
las autoridades. Es curioso que nosotros hayamos ampliado el ámbito de su
realeza a todo el universo. ¿Para escarnio de quien? Los soldados también le
colocaron una corona y un cetro para reírse de él. ¿Creéis que Jesús se hubiera
encontrado más cómodo con una corona de oro y brillantes y con un cetro cuajado
de piedras preciosas? Podemos seguir utilizando el título, con tal que no le
demos un sentido literal. Todo lenguaje sobre Dios es analogico. También el
aplicado a Jesús una vez que terminó su trayectoria humana.
Las
autoridades, el pueblo, uno de los ladrones le piden que se salve; pero Jesús
no bajó de la cruz. Desde el bautismo hasta la cruz, le acompaña la tentación
de poder. Jesús se salvó de esa tentación, pero no como esperaban los que
estaban a su alrededor. Hoy seguimos esperando, para él y para nosotros, la
salvación que se negó a realizar. Nos negamos a admitir que nuestra salvación
pueda consistir en dejarnos aniquilar por los que nos odian. Si seguimos
esperando la salvación externa, seguridad, poder o gloria, quedaremos
decepcionados como ellos. Jesús será Rey del Universo, cuando la paz y el amor
reinen en toda la tierra. Cuando todos seamos testigos de la verdad.
El
centro de la predicación de Jesús fue “el Reino de Dios”. Nunca se predicó a sí
mismo ni revindicó nada para él. Todo lo que hizo, y todo lo que dijo, hacía
siempre referencia a Dios. El Reino de Dios es una realidad que no hace
referencia a un rey. Ese “de” no es posesivo sino epexegético. No es que Dios
posea un reino. Dios es el Reino. Jesús se identificó de tal manera con ese
Reino. De Jesús terreno carecería de sentido hablar de su reino. Podemos hablar
del Reino de Cristo como una gran metáfora, como el ámbito en el que se hace
presente lo crístico, es decir, un ambiente donde reina el amor. Entendido de
ese modo y no literalmente, puede tener pleno sentido hablar del Cristo Rey.
Los
cristianos encontraron esta identificación, y pronto pasaron de aceptar la
predicación de Jesús a predicarle a él. Surge entonces la magia de un nombre,
Jesucristo (Jesús el Cristo, el Ungido). El soporte humano de esta nueva figura
queda determinado por la calidad de Ungido, Mesías. El adjetivo (ungido) queda
sustantivado, (Cristo). Lo determinante y esencial es que es “Ungido”. Lo que
Jesús manifiesta de Dios, es más importante que el sustrato humano en el que se
manifiesta lo divino. Pero debemos tener siempre muy claro que los dos aspectos
son inseparables. No puede haber un Jesús que no sea Ungido, pero tampoco puede
haber un “Ungido” sin el ser humano, Jesús.
Cristo
no es exactamente Jesús de Nazaret, sino la impronta de Dios en ese Jesús. El
Reino, que es Dios, es el Reino que se manifiesta en Jesús. Para poder aplicar
a Jesús el título de rey, debemos despojarlo de toda connotación de poder,
fuerza o dominación. Jesús condenó toda clase de poder. Pero no solo condenó al
que somete; condenó con la misma rotundidad al que se deja someter. Este
aspecto lo olvidamos y nos conformamos con acusar a los que dominan. No hay
opresor sin oprimido. El reinado de Cristo es un reino sin rey, donde todos
sirven y todos son servidos. Cuando decimos: reina la paz, no queremos decir
que la paz tenga un reino sino que la paz se hace presente en ese ámbito.
Jesús
quiere seres humanos completos, que sean reyes, es decir, libres. Jesús quiere
seres humanos unidos por el Espíritu de Dios, que sean capaces de manifestar lo
divino. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser
humano y se aleja de lo divino. El que se deja esclavizar es siempre opresor en
potencia, no se sometería si no estuviera dispuesto a someter. La opresión
religiosa es la más inhuma porque es capaz de llegar a lo más profundo del ser
y oprimirle radicalmente. Entender literalmente términos militares, como
“guerrilleros de Cristo”, “cruzados de Cristo”, para designar personas o
asociaciones vinculadas a Jesús, es muestra de la más burda tergiversación del
evangelio.
En el
padrenuestro, decimos: “Venga tu Reino”, expresando el deseo de que cada uno de
nosotros hagamos presente a Dios como lo hizo Jesús. Y todos sabemos cómo actuó
Jesús: desde el amor, la comprensión, la tolerancia, el servicio. Todo lo demás
es palabrería. Ni programaciones ni doctrina, ni ritos, sirven para nada si no
entramos en la dinámica del Reino. Cuando responde a Pilato, no dice “soy el
rey”, sino soy rey. Quiere demostrar que no es el único, que cualquiera lo es
en su verdadero ser. fray marcos
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