Primer domingo de Adviento – Ciclo A – 27 de noviembre de 2022
Evangelio según san Mateo 24, 37-44
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.
Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Será, confluirán, acudirán, forjarán; ¡Ya es hora! ¡Se acerca el día! El tono de la Palabra este primer domingo de Adviento nos llama a la esperanza. No es un llamado a la ingenuidad fantasiosa, sino a un modo de seguir la vida, de resistirnos a soltar todo en las oscuridades que enfrentamos; se trata de esperar contra toda esperanza, de seguir deseando, de seguir preparándonos, de ponernos en marcha, de caminar a la luz del Señor Jesús; de recordar que llega, que ya estaba.
"...de
dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y otra
dejada" Su llegada nunca debe hacernos pensar en miedo o en abandono; sino
en posibilidad de asirnos de su mano para ser rescatados, levantados, salvados,
llevados, tomados. Es hora de despertar del sueño, de desear de todo corazón
que haya paz; es tiempo de la memoria, de revestirnos de alegría en medio de la
oscuridad. "La noche está avanzada y se acerca el día" es hora de
revestirnos con las armas de la luz, es tiempo para la esperanza.
#FelizDomingo
#PrimerDomingoDeAdviento
“El Hijo del
hombre vendrá cuando menos lo esperen”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Cuentan
que John F. Kennedy, solía terminar los discursos de su campaña en 1960
contando la historia de un famoso coronel Davenport. Este personaje, en 1789,
durante una jornada de trabajo de la Asociación de Representantes de
Connecticut, fue interrumpido por una terrible tempestad que causó gran revuelo
entre los asistentes. Los relámpagos, los truenos y la fuerza de los vientos
que golpeaban la casa, hicieron pensar a todos que había llegado el juicio
final. Los presentes pidieron a Davenport que se suspendiera la sesión porque
el recinto había quedado en una completa penumbra, imposibilitando el trabajo.
El coronel Davenport se puso en pie y dijo: “Señores, el día del juicio final
puede estar cerca o puede tardar todavía muchos años, nadie lo sabe... Si no
está cerca, no tenemos por qué preocuparnos; el chaparrón pasará y seguiremos
tranquilos. Pero si el juicio final está muy cerca, yo prefiero que me
encuentre cumpliendo mi deber. Por tanto, pido el favor que traigan las velas
que sean necesarias para alumbrar el salón”. Inmediatamente, trajeron
suficientes velas y la sesión continuó sin problemas.
No
sabemos cuándo vendrá el Señor. Para hablar de la venida del Hijo del hombre,
el Evangelio de hoy nos recuerda la historia de Noé: “En aquellos tiempos,
antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en el arca, la gente comía y
bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los
llevó a todos. Así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre. En aquel
momento, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será
dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada”.
Lo típico de esta comparación es el hecho de que la venida del Señor se dará
cuando menos lo esperamos. Por eso, la recomendación característica de este
tiempo de Adviento, con el cual comenzamos el ciclo litúrgico de Mateo (A), es
mantenerse despiertos y atentos, “porque no saben qué día va a venir su Señor”.
La segunda comparación que se utiliza aquí, es muy particular. Se recurre a la
sagacidad de los ladrones, que aprovechan los descuidos de los dueños de casa,
para hacer sus fechorías. “(...) si el dueño de una casa supiera a qué hora de
la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto y no dejaría que nadie
se metiera en su casa a robar. Por eso, ustedes también estén preparados;
porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen”. De nuevo, la
sorpresa de lo inesperado.
Tanto la comparación de Noé, como la de los ladrones, suponen situaciones negativas. El diluvio fue una tragedia para la humanidad y para la creación entera. Los ladrones nunca han sido una bendición para nadie; ni ayer ni hoy. Sin embargo, estas dos comparaciones no anuncian un cataclismo universal o un castigo para que paguemos todas nuestras deudas y pecados. Esta solía ser una estrategia utilizada por algunos evangelizadores que pensaban que, para lograr los cambios necesarios en las personas creyentes, eran más eficaces las amenazas y los castigos, que el anuncio de la salvación gratuita que Dios nos ofrece. Por esto, es importante recordar hoy que lo que nos va a sorprender por lo inesperado de su llegada, es la salvación. Lo que pretende la Iglesia con este tiempo de Adviento es que nos preparemos para recibir en nuestros corazones la plenitud de la presencia del Dios-con-nosotros, que se encarna de nuevo para nuestra salvación. Y ojalá nos encuentre cumpliendo nuestro deber, no por temor, sino por amor...
REACCIONAR
Los
ensayos que conozco sobre el momento actual insisten mucho en las
contradicciones de la sociedad contemporánea, en la gravedad de la crisis
sociocultural y económica, y en el carácter decadente de estos tiempos.
Sin
duda, también hablan de fragmentos de bondad y de belleza, y de gestos de
nobleza y generosidad, pero todo ello parece quedar como ocultado por la fuerza
del mal, el deterioro de la vida y la injusticia. Al final todo son «profecías
de desventuras».
Se
olvida, por lo general, un dato enormemente esperanzador. Está creciendo en la
conciencia de muchas personas un sentimiento de indignación ante tanta
injusticia, degradación y sufrimiento. Son muchos los hombres y mujeres que no
se resignan ya a aceptar una sociedad tan poco humana. De su corazón brota un
«no» firme a lo inhumano.
Esta
resistencia al mal es común a cristianos y agnósticos. Como decía el teólogo
holandés E. Schillebeeckx, puede hablarse dentro de la sociedad moderna de «un
frente común, de creyentes y no creyentes, de cara a un mundo mejor, de aspecto
más humano».
En el
fondo de esta reacción hay una búsqueda de algo diferente, un reducto de
esperanza, un anhelo de algo que en esta sociedad no se ve cumplido. Es el
sentimiento de que podríamos ser más humanos, más felices y más buenos en una
sociedad más justa, aunque siempre limitada y precaria.
En
este contexto cobra una actualidad particular la llamada de Jesús: «Estad en
vela». Son palabras que invitan a despertar y a vivir con más lucidez, sin
dejarnos arrastrar y modelar pasivamente por cuanto se impone en esta sociedad.
Tal
vez esto es lo primero. Reaccionar y mantener despierta la resistencia y la
rebeldía. Atrevernos a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. No
identificarnos con lo inhumano de esta sociedad. Vivir en contradicción con
tanta mediocridad y falta de sensatez. Iniciar la reacción.
Nos
han de animar dos convicciones. El hombre no ha perdido su capacidad de ser más
humano y de organizar una sociedad más digna. Por otra parte, el Espíritu de
Dios sigue actuando en la historia y en el corazón de cada persona.
Es
posible cambiar el rumbo equivocado que lleva esta sociedad. Lo que se necesita
es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez
en medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor
humano y solidaridad en el interior de tanto pragmatismo sin corazón.
DIOS ESTÁ SIEMPRE EN MÍ, NO TIENE QUE VENIR
DE NINGUNA PARTE
Hoy,
comenzamos un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento se caracteriza por su
complicada estructura. Por una parte recordamos el largísimo tiempo de adviento
que precedió a la venida del Mesías. Esta es la causa de que encontremos en el
AT tantos textos bellísimos sobre el tema. Fue un tiempo de sucesivas
expectativas, porque las promesas nunca terminaban de cumplirse. Esas
expectativas eran claramente infundadas porque suponían una intervención
directa, externa y puntual de Dios a favor de su pueblo.
Por
otra parte, tenemos la aparición histórica de Jesús. Se trata del punto de
partida imprescindible para comprender nuestras expectativas como cristianos.
Jesús hizo presente el Reino de Dios en su trayectoria humana. La primera e
imprescindible referencia, para nosotros, es su vida terrena, porque es en su
vida donde hizo presente el amor y desterró el odio. La preocupación por el
“Jesús histórico”, que se ha despertado en nuestro tiempo, debe ser el punto de
partida para todo lo que podemos decir de Jesús teológicamente.
Jesús
no solo hizo presente el Reino, sino que hizo una propuesta a todos. Se trata
de una oferta de salvación definitiva para el hombre. Él quiso indicar, a todos
los seres humanos, el camino de la verdadera salvación. Celebrar el adviento
hoy sería tomar conciencia de esta propuesta de salvación y prepararnos para
hacerla realidad. Esa posibilidad de plenitud humana debe ser nuestra verdadera
preocupación. Ebeling dijo: lo más real de lo real no es la realidad misma, sino
sus posibilidades. Jesús, viviendo a tope una vida humana, desplegó todas sus
posibilidades de ser y propuso esa misma meta para todos.
Hay
otro aspecto del adviento que es necesario tener muy claro. Al constatar, siglo
tras siglo en la historia de Israel, que las expectativas no se cumplían, se
fue retrasando el momento de su ejecución, hasta que se llegó a colocarlo en el
final de los tiempos. Surgió así la escatología, un genero literario que nos
dice muy poco hoy día. Es sorprendente que ni siquiera la venida de Jesús se
consideró definitiva para los cristianos. Es la mejor prueba de que la
salvación que él propuso no nos convence. Por eso los cristianos sintieron la
necesidad de una segunda venida, que sí traería la salvación que todos
esperaban.
Armonizar
todas estas perspectivas es muy complicado para nosotros. El tiempo anterior a
Jesús, la vida terrena de Jesús, nuestra propia realidad histórica y el
hipotético futuro escatológico nos puede llevar a una dispersión que convierta
el adviento en un batiburrillo que nos impida enfocar bien su celebración. Creo
que lo más urgente, para nosotros hoy, es centrarnos en hacer nuestro el
mensaje de Jesús y vivir esa posibilidad de plenitud que él vivió y nos
propuso. Partiendo de su vida, debemos tratar de dar sentido a la nuestra.
La
visión de Isaías en la primera lectura está muy lejos de ser una realidad. Es
la utopía que puede mantenernos firmes dentro de una realidad que sigue siendo
sangrante. La realidad no debe eliminar la esperanza de un mundo más humano.
Debemos aferrarnos a la utopía de que otro mundo es posible. La esperanza se
funda en que Dios no nos puede abandonar ni retirar la oferta de esa plenitud.
Esa esperanza, a la que nos invitan las lecturas, no es de futuro sino de
presente. La percibimos como de futuro, porque todavía no hemos hecho nuestras
todas las posibilidades que tenemos a nuestro alcance.
Pablo
nos repite que ya va siendo hora de espabilarse, pero seguimos portándonos como
verdaderos insensatos. Seguimos caminando en una dirección equivocada. Las
advertencias que hace Pablo a los romanos, son las mismas que tendríamos que
hacer hoy: nada de comilonas y borracheras, lujuria y desenfreno, riñas y
pendencias. El excesivo cuidado de nuestro cuerpo, fomentará los malos deseos.
No cabe un resumen mejor del hedonismo que pretende el placer inmediato y
terminará por aniquilar nuestro verdadero ser.
Estar
despiertos es la condición mínima indispensable para desarrollar nuestra
humanidad. Estamos bien despiertos para todo lo terreno y material. Esa
excesiva preocupación por lo material es lo que la Escritura llama “estar
dormido”. Hoy empezamos el Adviento, pero los grandes almacenes y todos los
medios de comunicación ya hace casi un mes que han empezado su preparación.
Menos de un 15% de nuestra sociedad escuchará el anuncio de que Jesús nace,
frente a la muchedumbre que va a soportar la propaganda consumista.
Descubrir
lo que soy exige esfuerzo y dedicación. Halagar la parte instintiva es más
fácil que espolear el espíritu. Los emperadores romanos ofrecían pan y circo a
las masas para que no exigieran otras cosas. Hoy la oferta tranquilizante es
fútbol y tele. Nuestra religión ha caído en la trampa de una salvación
acomodada a nuestras apetencias, ofreciéndonos la eliminación del dolor, el pecado
o la muerte. Como eso es imposible aquí y ahora, se ha proyectado la salvación
para un más allá. No, Dios quiere nuestra plenitud, aquí y ahora.
Adviento
no es solo la preparación para celebrar dignamente un acontecimiento que se
produjo hace más de veinte siglos. El adviento debe ser un tiempo de reflexión
profunda, que me lleve a ver más claro el sentido que debo dar a toda mi
existencia. No hay tiempos más propicios que otros para afrontar un tema
determinado. Soy yo el que tengo que acotar el tiempo que debo dedicar a los
asuntos que más me interesan. Y lo que más me debía interesar, tal como nos lo
advierte la liturgia, es mi verdadero ser, no mi falso yo.
Dios
está viniendo en todo instante, pero solo el que está despierto descubrirá esa
presencia. Si no la descubro, mi vida transcurrirá sin enterarme de la mayor
riqueza que está a mi alcance. Dios no tiene que venir en ningún momento ni de
ninguna parte, porque es la base y fundamento de mi ser. Lo que llamamos Dios
está en mí como fundamento aunque yo no descubra su presencia. Pero como ser
humano, mi más alta posibilidad de plenitud consiste precisamente en descubrir
y vivir conscientemente esa realidad.
No
tengo que esperar tiempos mejores para poder realizar mi proyecto de plenitud
humana. Si tengo que esperar a que Dios cambie la realidad o cambien a los
demás para encontrar mi salvación, no he descubierto lo que soy ni lo que es
Dios. La salvación que Jesús propuso no está condicionada por circunstancias
externas. Aún en las situaciones más adversas, está siempre a nuestro alcance.
En cualquier momento puedo hacer mía esa salvación. En cualquier instante de mi
vida puedo descubrir la plenitud.
El
error en el que estamos instalados es esperar que esa salvación venga de fuera
en un próximo futuro. Dios no tiene futuro y está viniendo siempre y desde
dentro. Aquí puede que esté la clave para cambiar nuestra mentalidad. Pero
preferimos seguir pensando en el Dios todopoderoso que actúa a capricho y desde
fuera. De esa manera no hay forma de hacer nuestro el Reino de Dios que está ya
dentro de nosotros. Hoy el evangelio nos advierte: si el encuentro no se
produce es porque seguimos dormidos.
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