sábado, 12 de noviembre de 2022

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 20, 27-38) – 13 de noviembre de 2022

Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: "Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido".

Entonces le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?" Él les respondió: "Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: 'Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado'. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin".

Luego les dijo: "Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.
Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.

Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida".

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Las palabras de Malaquias son las últimas que escuchamos en el Antiguo Testamento (400-500 a.C.) El Pueblo de Israel ha regresado del exilio, reconstruyen su templo, pero traen varias "mañas": los sacerdotes son corruptos, los hombres repudian  a sus mujeres, hay culto pero injusticia. La gente está fascinada con su templo pero ya no se miran. Su atención, su consistencia, su referencia está puesta en lo externo, Malquías les reclama y a quienes se mantienen firmes, les da esperanza: "Brillará el sol de la justicia, que les traerá salvación en sus rayos"

Hoy seguimos enfrentando conflictos, sentimos miedo, nos viene la sensación  de que ya se nos viene abajo todo, que quedamos vencidos en manos de los malvados.

El Evangelio nos reafirma la buena noticia: Ni un cabello de tu cabeza perecerá si te mantienes firme, firme en la esperanza de quien se sabe Hijo, Hija de Dios, de quien no deja de creer que Dios en medio de toda crisis o incomprensión es, ha sido y será con nosotros, que nada nos arrebatará la vida auténtica.

#FelizDomingo

¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder?

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En el último “Encuentro con la Palabra”, comentábamos cómo la vida es el lugar privilegiado en el que se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es Dios de muertos, sino de vivos... y es en la vida donde nos comunica su proyecto. Por tanto, los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos, el oráculo de los dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o leer la mano, o el cigarrillo, etc. Para consultar lo que Dios quiere en nuestra vida personal, comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y mirar... No negar la realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No ser como el avestruz que piensa que, porque deja de mirar la realidad, metiendo la cabeza entre la arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues, de difíciles jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas son tan sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no les prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin miedo la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).

Esta fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante la realidad, ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los planes de su Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios, mirando su vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo, podemos llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal, luz, lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba, paja, vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados, puertas, caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas, arena, lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos, enfermos, bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas, trabajadores, oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies, lobos, serpientes, palomas, azoteas, pajarillos, monedas, cabellos, árboles, frutos, víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo, granero, mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros, comerciantes, redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos, hoyos, vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes, funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres, lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís, comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras, vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.

En estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y lo que Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver cosas distintas, nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos: “Pero Yahveh dijo a Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1 Sam. 16, 7). Esta manera de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una mirada que no es propiamente la del turista. Esta es la respuesta para la pregunta que le hacen al Señor en el evangelio de hoy: ¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir los ojos y mirar...

 

TIEMPOS DE CRISIS

José Antonio Pagola

En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.

Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis «tendréis ocasión de dar testimonio». Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.

Llevamos ya mucho tiempo sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?

Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?

La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir «recortes» en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?

Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...). ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?

No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

 

VIVIR EL MOMENTO PRESENTE

Fray Marcos

Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey que remata el ciclo litúrgico. Como el domingo pasado, el evangelio nos invita a reflexio­nar sobre la relación del más acá con el más allá.

El lenguaje apocalíptico y escatológico tan común en la época de Jesús, es muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y la realidad presente. Desde aquella visión, es lógico que tuvieran también otra manera de ver lo último, el "esjatón".

Una vez más los discípulos están más interesados por la cuestión del cuándo y el cómo, que por el mensaje.

Tanto el pueblo judío en el AT como los cristianos en el NT están volcados sobre el porvenir. Esta actitud les distingue de los pueblos circundan­tes cerrados en el continuo devenir de los ciclos naturales. Ambos se encuentran siempre en tensión, esperando una salvación que ha de venir.

Para ellos esa salvación solo puede venir de Dios. Desde Noé al que se le ofrece algo nuevo a través de la destrucción de lo viejo. Abrahán, al que se le pide salir de su tierra para ofrecerle descendencia y una tierra propia. Pasando por el Éxodo, que fue la experiencia máxima de salvación, desde la esclavitud hacia la tierra prometida. Vivieron siempre con la esperanza de algo mejor, que Dios le iba a dar.

Los profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación definitiva. El día de esa salvación debía de ser un día de alegría, de felicidad de luz. Pero también introdujeron una faceta nueva: a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de tinieblas; día en que Yahvé castigará a los infieles y salvará al resto. El objetivo de este discurso era urgir a la conversión. Si el día del Señor está cerca, debe ser inminente la conversión si queremos escapar a la ira de Dios.

Jesús no tiene ningún inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía y el ámbito religioso en el que se desenvolvía. A primera vista parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la época anterior y posterior a su vida terrena.

El NT da una interpretación del acontecimiento salvífico "Jesús" sobre el telón de fondo de los conocimientos y las imágenes que le proporciona el AT. Las imágenes con que se presentan estas ideas, no pretenden describir acontecimientos espectaculares, sino llamar a los hombres a la conversión urgente.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús.

Las primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos escritos del NT, es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se preparan para la permanencia.

Parece que es una tentación constante el acudir al juicio final, para urgir a la gente a que se porte como Dios quiere. En todas las épocas han proliferado los milenarismos de todo tipo. Incluso en nuestro tiempo, se predican calamidades como castigo de Dios porque los seres humanos no somos como debíamos ser. ¿Qué pensar de todos estos montajes?

Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para destruir el mundo a fin de poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección (escatología).

El Génesis nos dice que, al final de la creación, Dios "vio todo lo que había hecho y era muy bueno". ¿Por qué lo vemos nosotros todo malo? Hemos exagerado incluso la capacidad del ser humano para malear la creación. Esperamos de Dios que haga de nuevo un mundo que le salió mal la primera vez. No tiene que mejorar al ser humano aunque esté lleno de fallos.

La justicia de Dios no es un trasunto de la justicia humana, solo que más perfecta. La justicia humana es el restablecimiento de un equilibrio perdido por una injusticia. Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente después de un acto, ni en un hipotético último día donde todo quedará definitivamente zanjado.

Dios no hace justicia. Él es justicia. Todo acto, sea bueno, sea malo, en sí mismo lleva ya el premio o el castigo, no se necesita por parte de Dios ninguna acción posterior. Ante Dios todo es justo en cada momento. Por fin podemos desistir de aplicar a Dios nuestra justicia. Dios es justicia y toda la creación está siempre de acuerdo con lo que Él es.

Él ha querido nuestra contingencia como criaturas que somos. El dolor, el pecado y la muerte no son en el hombre un fallo, sino que pertenecen a su misma naturaleza. La salvación no consistirá en que Dios le libre de esas limitaciones, sino en darse cuenta de que Él está siempre con nosotros, y todo hombre puede alcanzar plenitud de ser, a pesar de ellas.

Lo que en el mundo creemos que está mal y no depende del hombre, no es más que una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que cambiar nuestra manera de interpretarla.

Lo que nos debería preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre. Ese ha de ser nuestro campo de operaciones. Ahí nuestra tarea es inmensa. El ser humano está causando tanto mal a otros seres humanos y al mismo mundo que deberíamos estar aterrados. Tanta injusticia y tanto deterioro de la naturaleza debe preocuparnos de verdad, porque es ahí donde nuestra tarea podría cambiar la vida sobre nuestro planeta.

No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto ya se había producido esa catástrofe. Para un judío, la destrucción del tempo era el "fin del mundo". Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era todo, la seguridad total. Para ellos era impensable la existencia sin templo. De ahí la preocupación de la pregunta: ¿Cuándo va a ser eso? Pero Jesús responde hablando del fin de los tiempos, no del templo.

Sin embargo, Jesús introduce elementos nuevos que cambian la esencia de la visión apocalíptica. En el pasaje de hoy podemos apreciar claramente estos matices. A Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual ("antes de eso"). Es el presente del creyente lo que interesa a Jesús.

¡Que nadie os engañe! (toda mi predicación se podía resumir en esta idea). Ni el fin ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud adecuada. La realidad no debe perturbarnos: "no tengáis pánico".

La actitud tiene que ser constante. "Con vuestra perseverancia, os salvaréis. Una vez más, nos encontramos con un concepto que lleva a la confusión. La palabra que se traduce por alma, en tiempo de Jesús no quería decir lo que hoy entendemos por alma, sino vida consciente.

La seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Tampoco debemos seguir edificando "templos" que nos den seguridades. Ni organigramas ni doctrinas ni un cristianismo sociológico, garantizan nuestra salvación. Todo lo contrario, puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: "Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que cuando nos protegen".

Para mí, lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente frente a especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad, no sólo de mi ser individual, sino la TOTALIDAD de lo que ha existido, existe y existirá.

No hay diferencia ninguna entre el pasado, el presente y el futuro. Precisamente la muerte tendría que ser el catalizador de esta experiencia. Porque no tengo elección, porque la vida biológica termina, no tengo más remedio que buscar una salida a mi finitud. Si dependiera de mi falso yo, elegiría el seguir viviendo esta vida, y me cortaría el acceso a mi verdadero ser, que es eterno.

Jesús venció a la muerte, muriendo. Pero no nos engañemos, su muerte no fue un paripé, aunque doloroso, para recuperar la misma vida que perdió. Fue la aceptación total de su limitación lo que le proyectó a lo absoluto.

Con una pequeña historia oriental, podemos resumir la importancia del momento presente. Una persona realizada iba por un paraje solitario. De repente aparece un león que viene hacia él con toda su furia. Despavorido, corre en dirección contraria, pero no se da cuenta de un corte del terreno y se precipita en el abismo. Consigue agarrarse a unas matas, pero queda suspendido entre el león que esperaba en lo alto y el vacío que le esperaba bajo los pies. En esto, ve una fresa madura al alcance de la otra mano. Se la lleva a la boca y... hum... ¡qué delicia!

Meditación-contemplación

"Cuidado con que nadie os engañe".

Con frecuencia nos convence lo que halaga el oído.

Cuando la verdad es dura de aceptar,

buscamos escapatorias menos exigentes y más fáciles de asimilar.

....................

Los predicadores de todos los tiempos lo saben,

y tratan de aprovechar esa debilidad para engañarnos.

Profundizar en la realidad de nuestro propio ser,

es el único camino para escapar de las voces de sirena.

.....................

Todas las promesas de futuro que se hacen en nombre de Dios

son falsas, porque Dios no tiene futuro.

Dios no promete, da. Y se da desde siempre y para siempre.

En esa eternidad del don tenemos que entrar nosotros.

 

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