Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 20, 27-38) – 13 de noviembre de 2022
Lucas 21, 5-19
Entonces le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a
punto de suceder?" Él les respondió: "Cuídense de que nadie los
engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: 'Yo soy el Mesías.
El tiempo ha llegado'. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y
revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero
todavía no es el fin".
Luego les dijo: "Se
levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares
habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales
prodigiosas y terribles.
Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán
a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y
gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.
Grábense bien que no tienen
que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las
que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
Los traicionarán hasta sus
propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y
todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la
cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida".
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Las
palabras de Malaquias son las últimas que escuchamos en el Antiguo Testamento
(400-500 a.C.) El Pueblo de Israel ha regresado del exilio, reconstruyen su
templo, pero traen varias "mañas": los sacerdotes son corruptos, los
hombres repudian a sus mujeres, hay
culto pero injusticia. La gente está fascinada con su templo pero ya no se
miran. Su atención, su consistencia, su referencia está puesta en lo externo,
Malquías les reclama y a quienes se mantienen firmes, les da esperanza:
"Brillará el sol de la justicia, que les traerá salvación en sus
rayos"
Hoy
seguimos enfrentando conflictos, sentimos miedo, nos viene la sensación de que ya se nos viene abajo todo, que
quedamos vencidos en manos de los malvados.
El
Evangelio nos reafirma la buena noticia: Ni un cabello de tu cabeza perecerá si
te mantienes firme, firme en la esperanza de quien se sabe Hijo, Hija de Dios,
de quien no deja de creer que Dios en medio de toda crisis o incomprensión es,
ha sido y será con nosotros, que nada nos arrebatará la vida auténtica.
#FelizDomingo
¿Cuál será la
señal de que estas cosas ya están a punto de suceder?
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
En el
último “Encuentro con la Palabra”, comentábamos cómo la vida es el lugar
privilegiado en el que se nos revela el rostro de Dios. El Señor no es Dios de
muertos, sino de vivos... y es en la vida donde nos comunica su proyecto. Por
tanto, los cristianos no tenemos que consultar, como los griegos, el oráculo de
los dioses, o como los asirios, las estrellas (astrología), o leer la mano, o
el cigarrillo, etc. Para consultar lo que Dios quiere en nuestra vida personal,
comunitaria y social, sólo tenemos que abrir los ojos y mirar... No negar la
realidad, no traicionarla ni mentirnos acerca de ella. No ser como el avestruz
que piensa que, porque deja de mirar la realidad, metiendo la cabeza entre la
arena, va a desaparecer el cazador. No se trata, pues, de difíciles
jeroglíficos y adivinanzas; es sencilla; pero a veces las cosas son tan
sencillas, que no las vemos; son tan simples, y tan cotidianas, que no les
prestamos atención; por eso es fundamental tener ojos limpios y mirar sin miedo
la realidad. Por algo Jesús, en un momento de inspiración y “lleno de alegría
por el Espíritu Santo, dijo: ’Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y
entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21).
Esta
fue la actitud fundamental de Jesús. Tener los ojos abiertos ante la realidad,
ante las cosas sencillas de cada día, en las que descubría los planes de su
Padre Dios. Jesús aprendió lo que aprendió sobre el Reino de Dios, mirando su
vida y la vida de su pueblo. Sólo tomando el Evangelio de san Mateo, podemos
llegar a una lista como la siguiente; Jesús habla allí de pan, sal, luz,
lámparas, cajones, polillas, ladrones, aves, graneros, flores, hierba, paja,
vigas, troncos, perros, perlas, cerdos, piedras, culebras, pescados, puertas,
caminos, ovejas, uvas, espinos, higos, cardos, fuego, casas, rocas, arena,
lluvia, ríos, vientos, zorras, madrigueras, aves, nidos, médicos, enfermos,
bodas, vestidos, telas, remiendos, vino, cueros, odres, cosechas, trabajadores,
oro, plata, cobre, bolsa, ropa, sandalias, bastones, polvo, pies, lobos,
serpientes, palomas, azoteas, pajarillos, monedas, cabellos, árboles, frutos,
víboras, sembrador, semilla, sol, raíz, granos, oídos, cizaña, trigo, granero,
mostaza, huerto, plantas, ramas, levadura, harina, masa, tesoros, comerciantes,
redes, mar, playas, canastas, hornos, boca, planta, raíz, ciegos, hoyos,
vientre, cielo, niños, piedra de molino, mano, pie, manco, cojos, reyes,
funcionarios, esclavos, cárceles, camellos, agujas, viñedos, cercos, torres,
lagar, terreno, labradores, fiestas, invitados, criados, reses, menta, anís,
comino, mosquito, vasos, platos copas, sepulcros, gallinas, pollitos, higueras,
vírgenes, aceite, dinero, banco, pastor, cabras...Y, así, podríamos seguir.
En
estos elementos tan sencillos, descubrió Jesús lo que Dios le pedía y lo que
Dios quería hacer con él y con toda la humanidad. No se trata de ver cosas distintas,
nuevas, sino de mirar lo mismo, pero con unos ojos nuevos: “Pero Yahveh dijo a
Samuel: (...) La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre
mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1 Sam. 16, 7). Esta manera
de mirar es lo que caracteriza a los profetas; una mirada que no es propiamente
la del turista. Esta es la respuesta para la pregunta que le hacen al Señor en
el evangelio de hoy: ¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de
suceder? Ahí están. Sólo tenemos que abrir los ojos y mirar...
TIEMPOS DE CRISIS
En
los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no
es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las
preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones
trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de
los tiempos.
Según
el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y
desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de
Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis «tendréis ocasión de dar
testimonio». Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar
testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos
ya mucho tiempo sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo
sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el
sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo
estamos reaccionando?
Tal
vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de
manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o
estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad?
¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado
una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de
lo que está sucediendo?
La
crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir
sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y
privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir «recortes»
en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y
solidaria?
Poco
a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos
y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración,
inmigrantes enfermos...). ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si
podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en
alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?
No
hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera,
además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos,
hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de
la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el
acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más
nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.
VIVIR EL MOMENTO PRESENTE
Estamos
en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de
Cristo Rey que remata el ciclo litúrgico. Como el domingo pasado, el evangelio
nos invita a reflexionar sobre la relación del más acá con el más allá.
El
lenguaje apocalíptico y escatológico tan común en la época de Jesús, es muy
difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y
la realidad presente. Desde aquella visión, es lógico que tuvieran también otra
manera de ver lo último, el "esjatón".
Una
vez más los discípulos están más interesados por la cuestión del cuándo y el
cómo, que por el mensaje.
Tanto
el pueblo judío en el AT como los cristianos en el NT están volcados sobre el
porvenir. Esta actitud les distingue de los pueblos circundantes cerrados en
el continuo devenir de los ciclos naturales. Ambos se encuentran siempre en
tensión, esperando una salvación que ha de venir.
Para
ellos esa salvación solo puede venir de Dios. Desde Noé al que se le ofrece
algo nuevo a través de la destrucción de lo viejo. Abrahán, al que se le pide
salir de su tierra para ofrecerle descendencia y una tierra propia. Pasando por
el Éxodo, que fue la experiencia máxima de salvación, desde la esclavitud hacia
la tierra prometida. Vivieron siempre con la esperanza de algo mejor, que Dios
le iba a dar.
Los
profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación
definitiva. El día de esa salvación debía de ser un día de alegría, de
felicidad de luz. Pero también introdujeron una faceta nueva: a causa de las
infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de
tinieblas; día en que Yahvé castigará a los infieles y salvará al resto. El objetivo
de este discurso era urgir a la conversión. Si el día del Señor está cerca,
debe ser inminente la conversión si queremos escapar a la ira de Dios.
Jesús
no tiene ningún inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la
tradición judía y el ámbito religioso en el que se desenvolvía. A primera vista
parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la
época anterior y posterior a su vida terrena.
El NT
da una interpretación del acontecimiento salvífico "Jesús" sobre el telón
de fondo de los conocimientos y las imágenes que le proporciona el AT. Las
imágenes con que se presentan estas ideas, no pretenden describir
acontecimientos espectaculares, sino llamar a los hombres a la conversión
urgente.
En
tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser
inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de
Jesús.
Las
primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final
inmediato. Pero en los últimos escritos del NT, es ya patente una tensión entre
la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente.
Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las
comunidades se preparan para la permanencia.
Parece
que es una tentación constante el acudir al juicio final, para urgir a la gente
a que se porte como Dios quiere. En todas las épocas han proliferado los
milenarismos de todo tipo. Incluso en nuestro tiempo, se predican calamidades
como castigo de Dios porque los seres humanos no somos como debíamos ser. ¿Qué
pensar de todos estos montajes?
Con
los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha
adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para
destruir el mundo a fin de poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni
para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección
(escatología).
El
Génesis nos dice que, al final de la creación, Dios "vio todo lo que había
hecho y era muy bueno". ¿Por qué lo vemos nosotros todo malo? Hemos
exagerado incluso la capacidad del ser humano para malear la creación.
Esperamos de Dios que haga de nuevo un mundo que le salió mal la primera vez.
No tiene que mejorar al ser humano aunque esté lleno de fallos.
La
justicia de Dios no es un trasunto de la justicia humana, solo que más
perfecta. La justicia humana es el restablecimiento de un equilibrio perdido por
una injusticia. Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente
después de un acto, ni en un hipotético último día donde todo quedará
definitivamente zanjado.
Dios
no hace justicia. Él es justicia. Todo acto, sea bueno, sea malo, en sí mismo
lleva ya el premio o el castigo, no se necesita por parte de Dios ninguna
acción posterior. Ante Dios todo es justo en cada momento. Por fin podemos
desistir de aplicar a Dios nuestra justicia. Dios es justicia y toda la
creación está siempre de acuerdo con lo que Él es.
Él ha
querido nuestra contingencia como criaturas que somos. El dolor, el pecado y la
muerte no son en el hombre un fallo, sino que pertenecen a su misma naturaleza.
La salvación no consistirá en que Dios le libre de esas limitaciones, sino en
darse cuenta de que Él está siempre con nosotros, y todo hombre puede alcanzar
plenitud de ser, a pesar de ellas.
Lo
que en el mundo creemos que está mal y no depende del hombre, no es más que una
falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias nos
convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que
cambiar nuestra manera de interpretarla.
Lo
que nos debería preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre.
Ese ha de ser nuestro campo de operaciones. Ahí nuestra tarea es inmensa. El
ser humano está causando tanto mal a otros seres humanos y al mismo mundo que
deberíamos estar aterrados. Tanta injusticia y tanto deterioro de la naturaleza
debe preocuparnos de verdad, porque es ahí donde nuestra tarea podría cambiar
la vida sobre nuestro planeta.
No
nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio
está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto ya se había producido esa
catástrofe. Para un judío, la destrucción del tempo era el "fin del
mundo". Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los
tiempos, porque para ellos el templo lo era todo, la seguridad total. Para
ellos era impensable la existencia sin templo. De ahí la preocupación de la
pregunta: ¿Cuándo va a ser eso? Pero Jesús responde hablando del fin de los
tiempos, no del templo.
Sin
embargo, Jesús introduce elementos nuevos que cambian la esencia de la visión
apocalíptica. En el pasaje de hoy podemos apreciar claramente estos matices. A
Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la
realidad actual ("antes de eso"). Es el presente del creyente lo que
interesa a Jesús.
¡Que
nadie os engañe! (toda mi predicación se podía resumir en esta idea). Ni el fin
ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud
adecuada. La realidad no debe perturbarnos: "no tengáis pánico".
La
actitud tiene que ser constante. "Con vuestra perseverancia, os salvaréis.
Una vez más, nos encontramos con un concepto que lleva a la confusión. La
palabra que se traduce por alma, en tiempo de Jesús no quería decir lo que hoy
entendemos por alma, sino vida consciente.
La
seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la
promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Tampoco debemos seguir
edificando "templos" que nos den seguridades. Ni organigramas ni
doctrinas ni un cristianismo sociológico, garantizan nuestra salvación. Todo lo
contrario, puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar
nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: "Los emperadores nos
ayudaban más cuando nos perseguían que cuando nos protegen".
Para
mí, lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente
frente a especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi
plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el
tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad, no sólo
de mi ser individual, sino la TOTALIDAD de lo que ha existido, existe y
existirá.
No
hay diferencia ninguna entre el pasado, el presente y el futuro. Precisamente
la muerte tendría que ser el catalizador de esta experiencia. Porque no tengo
elección, porque la vida biológica termina, no tengo más remedio que buscar una
salida a mi finitud. Si dependiera de mi falso yo, elegiría el seguir viviendo
esta vida, y me cortaría el acceso a mi verdadero ser, que es eterno.
Jesús
venció a la muerte, muriendo. Pero no nos engañemos, su muerte no fue un
paripé, aunque doloroso, para recuperar la misma vida que perdió. Fue la
aceptación total de su limitación lo que le proyectó a lo absoluto.
Con
una pequeña historia oriental, podemos resumir la importancia del momento
presente. Una persona realizada iba por un paraje solitario. De repente aparece
un león que viene hacia él con toda su furia. Despavorido, corre en dirección
contraria, pero no se da cuenta de un corte del terreno y se precipita en el
abismo. Consigue agarrarse a unas matas, pero queda suspendido entre el león
que esperaba en lo alto y el vacío que le esperaba bajo los pies. En esto, ve
una fresa madura al alcance de la otra mano. Se la lleva a la boca y... hum...
¡qué delicia!
Meditación-contemplación
"Cuidado con que nadie os engañe".
Con frecuencia nos convence lo que halaga el oído.
Cuando la verdad es dura de aceptar,
buscamos escapatorias menos exigentes y más fáciles
de asimilar.
....................
Los predicadores de todos los tiempos lo saben,
y tratan de aprovechar esa debilidad para
engañarnos.
Profundizar en la realidad de nuestro propio ser,
es el único camino para escapar de las voces de
sirena.
.....................
Todas las promesas de futuro que se hacen en nombre
de Dios
son falsas, porque Dios no tiene futuro.
Dios no promete, da. Y se da desde siempre y para
siempre.
En esa eternidad del don tenemos que entrar
nosotros.
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