sábado, 11 de junio de 2022

Domingo de la Santísima Trinidad – Ciclo C

 Domingo de la Santísima Trinidad – Ciclo C (Juan 16, 12-15) – 12 de junio de 2022

 


Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Decía mi profesora de teología +Barbara Andrade, al referirse a la Santísima Trinidad, que ésta, formaba una suerte de “casita trinitaria”, en la que vivíamos. Esta ”casita”, consistía en el Padre y en el Hijo, como pilares, y entre ellos el Espíritu Santo, que ella señalaba como amor, indestructible, ilimitado, de verdad, entre el Padre y el Hijo, que constituía el techo, de la “casita trinitaria”.

San Ignacio de Loyola, nos invitaba a contemplar cómo la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, miraban la creación y ante lo que encontraban, decidían un plan de redención con un “Hagamos redención” pronunciado por el Hijo. Así, decidía Él, descender, encarnarse, hacerse con nosotros y hacernos, tomando la imagen de Bárbara, vivir a toda humanidad dentro de esta “casita trinitaria”.

La imagen me gusta, me ayuda a entender que no vivimos en la intemperie, sino que vivimos en Dios, que es comunidad de amor de la que también hemos sido invitados, convocados a formar parte. En esta, nuestra “casita trinitaria” experimentamos sabiduría, paciencia, virtud y esperanza, que no brotan de nosotros, sino que la Trinidad nos la regala como don. El Espíritu Santo, nos va guiando a la verdad, a habitar para siempre y totalmente en el amor de Dios, en nuestro hogar trinitario de amor.

#FelizDomingo

“Tengo mucho más que decirles”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En una de las capillas de Vila Kostka, la casa de Ejercicios de los jesuitas cerca de Sao Pablo, Brasil, hay un inmenso mural inspirado en uno de los más famosos íconos de la Iglesia Oriental. El cuadro original, atribuido a Andrei Rublev, es de mediados del siglo XV y se conserva en Moscú. Representa un pasaje del libro del Génesis, cuando Dios se apareció a Abraham junto al encinar de Mambré: “El Señor se apareció a Abraham en el bosque de encinas de Mambré, mientras Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda de campaña, como a mediodía. Abraham levantó la vista y vio que tres hombres estaban de pie frente a él. Al verlos, se levantó rápidamente a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente y dijo: – Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida” (Génesis 18, 1-3). Uno de estos tres hombres fue el que le reveló a Abraham la promesa de Dios, que dio origen a nuestra fe: “El año próximo volveré a visitarte, y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo. Mientras tanto, Sara estaba escuchando toda la conversación a espaldas de Abraham, a la entrada de la tienda. (...) Sara no pudo aguantar la risa y pensó: ¿cómo voy a tener este gusto, ahora que mi esposo y yo estamos tan viejos?” (Génesis 18, 10.12).

La característica de esta obra es que cada uno de los personajes mira en una dirección distinta. Comunica una teología trinitaria que podría ayudarnos a mejorar nuestra relación con Dios, uno y trino: El que representa al Padre, está mirando al Hijo. Con esta mirada se expresa el hecho de que Dios Padre nos regala al Hijo, para enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida (Cfr. Juan 14, 6). Por eso Jesús dice: “Salí de la presencia del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Juan 17, 28). El Hijo, es la manifestación de Dios Padre para nosotros, tal como el mismo Jesús lo expresa a Felipe, en el Evangelio según san Juan: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14, 9).

Por su parte, el hombre que representa al Espíritu Santo, está mirando hacia un lado. Avizora el mundo, invitándonos a descubrir a Dios en la creación. Esta mirada expresa, además, la llamada a caminar siempre más allá de nuestras fronteras, para responder a la misión. El Espíritu es el que nos conducirá a la verdad plena: “Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Juan 16, 12-14).

Por último, el personaje que representa al Hijo, no le quita la mirada a quien contempla el cuadro. En cualquier lugar en el que uno se coloque en esta capilla, se siente mirado directamente a los ojos por Jesús. Él es el mediador entre Dios y su pueblo. Es el verdadero Pontífice (Puente) entre los seres humanos y Dios: “Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Timoteo 2, 5).

Digámosle hoy a Dios, como le dijo Abraham aquel mediodía: “Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida”. Sintamos la mirada de Jesús, que nos habla del amor de Dios Padre y nos recuerda la misión a la que nos envía el Espíritu Santo. Ojalá que esto no nos de risa, como le dio a Sara, sino que Dios encuentre en nosotros una fe pronta y generosa.

 

EL CRISTIANO ANTE DIOS

José Antonio Pagola

No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.

¿Cómo vivir ante el Padre?

Jesús nos enseña dos actitudes básicas.

En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.

En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues solo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.

¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado?

En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.

En segundo lugar, colaborar en el proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.

¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo?

En primer lugar vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.

Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.

 

CON RELACIÓN A NOSOTROS TRINIDAD ES UNIDAD

Fray Marcos

De Dios no sabemos ni podemos saber nada, ni falta que nos hace. Tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se fortalece cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios. Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos pensadores hicieron un esfuerzo para “explicar” el evangelio desde su filosofía. Ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio quedó hecho polvo.

El lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de “sustancia”, “naturaleza”, “persona” etc. no dicen absolutamente nada al hombre de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús. Todo discurso sobre Dios tiene que ir encaminado a la vivencia, no a la razón.

Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. Incluso en la teología más tradicional y escolástica, la distinción de las tres “personas”, se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, solo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las “personas” por separado. No estamos hablando de tres en uno sino de una única realidad que es relación.

Cuando se habla de la importancia que tiene la Trinidad en la vida cristiana, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como UNO. Debemos superar la idea de que crea el Padre, salva el Hijo y santifica el Espíritu. En esta manera de hablar se apropia a cada persona una tarea, pero todo en nosotros es obra del único Dios.

Lo que experimentaron aquellos cristianos es que Dios podía ser a la vez: Dios que es origen, principio, (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu). Nos están hablando de Dios que no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre).

Lo importante en esta fiesta sería purificar nuestra idea de Dios y ajustarla a la idea que de Él transmitió Jesús. Aquí sí que tenemos tarea por hacer. Como cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos es ridículo. A Dios no podemos comprenderle, no porque sea complicado, sino porque es absolutamente simple y nuestra manera de conocer es dividiendo la realidad. Toda la teología que se elaboró para explicar a Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podamos analizar.

El entender a Dios como Padre nos conduce al “poder de la omnipotencia” y la capacidad de hacer lo que se le antoje. Los “poderosos” han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir, intentar ser más, ser grande, tener poder. Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, pues Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo.

Un Dios que premia y castiga es verdaderamente útil para la autoridad que quiere mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Justifican ese sometimiento porque machacando a los que no se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo. Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que cumplen unos mandamientos que Él nunca dio. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten.

Pensar que Dios utiliza con el ser humano el palo o la zanahoria como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales. Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque somos buenos sino porque Él es bondad. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechaza por muy malos que lleguemos a ser. En nosotros el amor es una cualidad que puedo tener o no tener. En Dios, el AMOR es su esencia.

Un dios que está instalado en el cielo puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con insistencia. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. El Dios de Jesús está identificado con cada uno de nosotros. Siendo ágape no puede admitir intermediarios. Este Dios identificado con todos no es útil para ningún poder o institución. Pero debemos tomar conciencia de que ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que, siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí “Verdad” no es conocimiento sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser auténticos.

Un Dios condicionado a lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio, ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas. Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. Y me dicen: ¿Cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó? Confunden el amor de Dios, que es unión, con el amor humano, que es relación.

Lo que acabamos de leer del evangelio de Jn, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu dentro de cada uno de ellos y haciéndose presente en la comunidad por el servicio a todos. Ellos saben que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que, haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión). La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Jesús, con su entrega total, intentó hacer partícipes a sus seguidores de esa vivencia.

 

 

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