Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo C (Lucas 24, 46-53) – 29 de mayo de 2022
Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos
y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar
de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a
todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios
para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a
enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que
reciban la fuerza de lo alto”.
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania;
levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de
ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a
Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando
a Dios.
ReflexionesBuenaNueva
#Microhomilia
Hemos recibido la fuerza para ser sus testigos, nos recuerda hoy la Palabra. Testigos en tanto testimonio vivo de Cristo en el mundo. Todas y todos quienes nos llamamos cristianos, estamos llamados a ser rostro de Cristo. No somos los absortos contemplativos del cielo, sino quienes se saben enviados y llamados a permanecer, en la "Jerusalen", en ese lugar de conflicto y de crisis, sabemos que ahí aparece el Espíritu.
Hoy es un buen día para recordar las y los
"testigos" de nuestra vida, esas y esos que nos han mostrado a
Cristo, que nos han impulsado a seguir creyendo. Hagamos memoria de ellas y de
ellos, y luego, veamos en dónde estamos, en dónde está nuestra "Jerusalén"
a la que hay que volver valientes; nuestra Galilea a donde hemos sido enviados
a testimoniar, con nuestros actos, la esperanza y la vida que nos regala el
Resucitado. #FelizDomingo
“Ustedes
deben dar testimonio de estas cosas”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
En el libro de Jean Canfield y Mark Victor Hansen, Sopa de pollo para el alma, publicado en
1995, se cuenta una historia parecida a esta: Era una soleada tarde de domingo
en una ciudad apartada de la capital del país. Un buen amigo mío salió con sus
dos hijos a pasear un rato para aprovechar la belleza del paisaje y el aire
fresco de la tarde. Llegaron a las afueras de la ciudad, donde estaba acampado
un pequeño circo que ofrecía sus funciones con mucho éxito. Mi amigo le
preguntó a sus hijos si querían disfrutar del espectáculo aquella tarde. Los
niños, sin dudarlo, dieron un brinco de alegría y se dispusieron a gozar. Mi
amigo se acercó a la ventanilla y preguntó: –¿Cuánto cuesta la entrada? – Diez
mil pesos por usted y cinco mil por cada niño mayor de seis años – contestó el
taquillero. – Los niños menores de seis años no pagan. ¿Cuántos años tienen
ellos? – El abogado tiene tres y el médico siete, así que creo que son quince
mil pesos – dijo mi amigo. – Mire señor – dijo el hombre de la ventanilla – ¿se
ganó la lotería o algo parecido? Pudo haberse ahorrado cinco mil pesos. Me pudo
haber dicho que el mayor tenía seis años; yo no hubiera notado la diferencia. –
Sí, puede ser verdad – replicó mi amigo – pero los niños sí la hubieran notado.
Dar testimonio de las cosas de Dios en medio de este
mundo, es la tarea que nos dejó el Señor antes de su Ascensión a los cielos:
“Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. Y yo
enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en
la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo. Luego
Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los
bendecía. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo.
Ellos, después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. (...)”.
En cada circunstancia de nuestra vida, tenemos que
descubrir la mejor manera de dar testimonio del Señor. No siempre es fácil. Ya
sea porque es más cómodo asumir actitudes distintas a las que se esperan de un
seguidor del Señor, o porque nuestras limitaciones y nuestro pecado nos hacen
incapaces para responder con amor, con perdón, con misericordia. Es
especialmente difícil dar testimonio de las cosas de Dios delante de los que
tenemos más cerca. Ellos nos conocen y saben muy bien dónde nos talla el zapato.
En esos casos, tenemos que pedirle a Dios que nos regale su gracia para ser
fieles.
Muchos hombres y mujeres, a lo largo de la historia de
la Iglesia, han dado testimonio de las cosas de Dios, con su propia vida. A
nosotros tal vez no se nos pida tanto. Pero, ciertamente, podemos escoger el
camino fácil de pasar agachados cuando los demás esperan de nosotros un
comportamiento coherente con nuestra vida cristiana, o asumir las consecuencias
que trae el ser discípulos de un maestro que estuvo dispuesto a dar su vida por
los demás, antes de apartarse del camino que Dios, su Padre, le señalaba.
El Señor nos dejó como sus representantes
aquí en la tierra para continuar su obra en medio de nuestras familias y de la
sociedad en la que vivimos. Pidámosle que en los momentos clave, seamos capaces
de responder como él lo espera. Porque, aunque algunos no lo crean, la
diferencia sí se nota...
EL ÚLTIMO GESTO
Jesús era realista. Sabía que no podía
transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta
gente. No tiene poder político ni religioso para provocar un cambio
revolucionario. Solo su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de los
que sufren.
Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad.
«Abraza» a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. «Toca» a los
leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. «Acoge» amistosamente a
su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.
No son gestos convencionales. Le nacen desde su
voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se
ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene
en cuenta hasta el «vaso de agua» que damos a quien tiene sed.
A Jesús le gusta sobre todo «bendecir». Bendice a
los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está
cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión,
la protección y la bendición de Dios.
No es extraño que, al narrar su despedida, Lucas
describa a Jesús levantando sus manos y «bendiciendo» a sus discípulos. Es su
último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores
quedan envueltos en su bendición.
Hace ya mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero
la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo
donde es tan frecuente «maldecir», condenar, hacer daño y denigrar, es más
necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan «bendecir»,
buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.
Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender
a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas y
distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que
nada tienen que ver con Jesús, el Profeta que bendecía a las gentes con gestos
y palabras de bondad.
EL FINAL DE JESÚS NO FUE LA MUERTE SINO LA
VIDA
Fray Marcos
Hoy debemos tener muy presente la oración
que hace Pablo en la segunda lectura. Es muy profunda y nos da la clave de toda
vida espiritual.
"Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el
Padre de la gloria, os dé espíritu de revelación para conocerlo; ilumine los
ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os
llama..."
No pide inteligencia, sino espíritu de revelación.
No pide una visión sensorial penetrante, sino que ilumine los "ojos"
del corazón. El verdadero conocimiento no viene de fuera, sino de la
experiencia interior. El conocimiento de Dios que adquirimos por los sentidos o
por la razón no sirve de nada. Ni teología, ni normas morales, ni ritos sirven
de nada si no nos llevan a la experiencia interior y no van acompañados de una
vida entregada a los demás.
Hemos llegado al final del tiempo pascual. La
ascensión es una fiesta de transición que intenta recopilar todos lo que hemos
celebrado desde el Viernes Santo. La mejor prueba de esto es que Lucas, que es
el único que relata la ascensión, nos da dos versiones: una al final del
evangelio y otra al comienzo de los Hechos.
Para comprender el lenguaje que la liturgia
utiliza para referirse a esta celebración, es necesario tener en cuenta la
manera de entender el mundo en las pasadas épocas, muy distintas de la nuestra.
Desde una visión mítica, el mundo estaba dividido
en tres estadios: el superior (arriba) estaba habitado por la divinidad y su
entorno. El del medio (el nuestro) era la realidad terrena en la que todos
vivimos. El tercero (abismo) era el lugar del maligno y sus secuaces.
Desde este esquema, la encarnación era concebida
como una bajada del Verbo, desde la altura donde habita la divinidad a la
tierra. Su misión era la salvación de todos. Por eso, después de su muerte tuvo
que bajar a los infiernos (inferos) para que la salvación fuera total. Una vez
que Jesús cumplió su misión salvadora, lo lógico, era que volviera a su lugar
de origen, el cielo.
Si aceptamos que esa visión del mundo se ha
derrumbado, no tiene mucho sentido seguir hablando de bajada y subida, a no
ser, como puro simbolismo. Cambiar la mente de las personas, sobre todo en
temas religiosos, es mucho más difícil de lo que imaginamos. Pero si no lo
intentamos, arrastraremos el peligro de estar transmitiendo conceptos
incomprensibles para la gente de hoy.
Una cosa fue la predicación y la acción de Jesús
terreno y otra muy distinta la tarea que tiene que acometer la comunidad,
después de atravesar la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el
Reino de Dios vivido y predicado, pero a los primeros cristianos le llevó
tiempo.
En el caso de Jesús y en el de los apóstoles, el
verdadero motor es el Espíritu. Con esa misma "fuerza de lo alto",
nosotros tenemos que continuar la obra de Jesús: vivir la misma realidad y ser
testigos de ella.
Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de
Dios, envío del Espíritu son todas realidades pascuales. En todas ellas
queremos expresar la misma verdad: el final de "este Hombre" Jesús,
no fue la muerte sino la Vida.
El misterio pascual es tan rico que no podemos
abarcarlo con una sola imagen, por eso tenemos que desdoblarlo para ir
analizándolo por partes y poder digerirlo.
Con todo lo que venimos diciendo durante el tiempo
pascual, debe estar ya muy claro que después de la muerte no pasó nada en
Jesús. Una vez muerto pasa a otro plano donde no existe tiempo ni espacio. Sin
tiempo y sin espacio no puede haber sucesos. Todo "sucedió" como un
chispazo que dura toda la eternidad.
El don total de sí mismo es la identificación
total con Dios y por tanto su total y definitiva gloria. No va más. En los
discípulos sí sucedió algo. La experiencia de resurrección sí fue constatable.
Sin esa experiencia que no sucedió en un momento determinado, sino que fue un
proceso que doró mucho tiempo, no hubiera sido posible la religión cristiana.
Lo hemos repetido muchas veces: una cosa es la
verdad que se quiere trasmitir y otra las fórmulas y conceptos con los que intentamos
llevar a los demás nuestra verdad. Aunque sea muy tentador, no podemos
quedarnos en la consideración de unos hechos como si hubieran sucedido hace dos
mil años.
Celebramos un acontecimiento teológico que se está
dando en este momento igual que se dio en el instante de morir Jesús. Los tres
días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta
días para la venida del Espíritu, no son tiempos cronológicos sino teológicos.
Nos dicen la manera de ser de Dios, no el tiempo en que actúa.
Lucas, en su evangelio, pone todas las apariciones
y la ascensión en el mismo día. En cambio, en los Hechos habla de cuarenta días
de permanencia de Jesús con sus discípulos. Al no dar importancia a esa
aparente contradicción, quiere decir que para él no tenía ninguna importancia
el tiempo cronológico.
Primer dato que nos tiene que hacer pensar: Ni
Mateo, ni Marcos, ni Juan, ni Pablo hablan de la ascensión como fenómeno
físico. Sólo Lucas al final de su evangelio y más detalladamente al comienzo de
los "Hechos de los Apóstoles", narra la ascensión como un fenómeno
constatable por los sentidos.
Si, como parece probable, los dos relatos
constituyeron al principio un solo libro, tendríamos que se duplicó el relato
para dejar uno como final y otro como comienzo de sus dos obras. Para él, el
evangelio es el relato de todo lo que hizo y enseñó Jesús; los Hechos es el
relato de todo lo que hicieron los apóstoles. Esa constatación de la acción de
Dios, primero en Jesús y luego en los cristianos, es una de las claves de todo
el misterio pascual y en concreto es la clave para entender la fiesta que
estamos celebrando.
Otro punto para la reflexión es que el cielo en
todo el AT, no significa un lugar físico, sino que es una manera de designar la
divinidad sin nombrarla. Esto queda patente cuando unos evangelistas hablan del
"Reino de los cielos" y otros del "Reino de Dios".
Sólo con esto tendríamos una pista para no caer en
la tentación de entenderlo literalmente. El mismo Papa Juan Pablo II dijo, hace
unos años, que el cielo no era un lugar. Es verdaderamente lamentable que se
siga hablando a la gente de un lugar y un espacio donde se encuentra la corte
celestial y donde llegaremos nosotros un día si nos portamos bien.
Podemos seguir diciendo "Padre nuestro que estás
en los cielos". Podemos seguir diciendo en el "Credo" que se
sentó a la derecha del Padre. Pero entenderlo literalmente nos mete por un
callejón sin salida. También decimos que ha salido el sol, y nadie lo toma al
pie de la letra.
Más pistas: Hasta el siglo V no se celebró ninguna
fiesta de la Ascensión. Se consideraba que la resurrección llevaba consigo la
glorificación. Ya hemos dicho que en los primeros escritos que han llegado
hasta nosotros de la cristología pascual, está expresada como "exaltación
y glorificación". Antes de hablar de resurrección se habló de
glorificación.
Esto podía explicar la manera de hablar de ella en
Lucas. Lo importante de todo el mensaje pascual es que el mismo Jesús que vivió
con los discípulos, es el que llegó a lo más alto. Llegó a la meta. Alcanzó su
plenitud que consiste en identificarse totalmente con Dios.
La Ascensión nos hace reflexionar sobre un aspecto
del misterio pascual. Se trata de descubrir que la posesión de la Vida por
parte de Jesús es total. Participa de la misma Vida de Dios y por lo tanto,
está en lo más alto del "cielo". Las palabras son apuntes para que
nosotros podamos entendernos.
Hoy tenemos otro ejemplo de cómo, intentando
explicar una realidad espiritual, la complicamos más. Resucitar no es volver a
la vida biológica sino volver al Padre. "Salí del Padre y he venido al
mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre". Ser glorificado, no es
recibir honores, sino manifestar el amor total de Dios.
Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hasta
lo más alto, al Padre. Pero teniendo en cuenta que nuestro punto de partida es
también, como en el caso de Jesús, el mismo Dios. No se trata de movimiento
alguno, sino de toma de conciencia. Esa ascensión no puedo hacerla a costa de
los demás, sino sirviendo a todos. Pasando por encima de los demás, no asciendo
sino que desciendo. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es
descendiendo hasta lo más hondo. El que más bajó, es el que más alto ha subido.
El entender la subida como física es una trampa
muy atrayente. Los dirigentes judíos prefirieron un Jesús muerto. Nosotros
preferimos un Jesús en el cielo. En ambos casos sería una estratagema para
quitarlo de en medio.
Descubrirlo dentro de mí y en los demás, como nos
decía el domingo pasado, sería demasiado exigente. Mucho más cómodo es seguir
mirando al cielo... y no sentirnos implicados en lo que está pasando a nuestro
alrededor.
En el corto relato que hemos leído hoy, se
encuentran todos los elementos que hemos venido manejando en el tiempo pascual:
la identificación de Jesús; la alusión a la Escritura; la necesidad de
Espíritu; la obligación de ser testigos; la conexión de la vivencia con la
misión de extender el Reino.
Se contrapone la Escritura que funcionó hasta
aquel momento y el Espíritu que funcionará en adelante. Recordemos que al
inicio de su vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para llevar a
cabo su obra. Los discípulos también tienen que ser revestidos de la fuerza de
lo alto para llevar a cabo la suya.
Meditación-contemplación
"Os revestirán de la fuerza de lo alto".
Este es el cambio que percibieron los apóstoles en
la experiencia pascual.
Una nueva energía vital que les inunda y les
transforma.
Es el "nacer de nuevo" que Jesús había
propuesto a Nicodemo.
Esa energía tiene que iluminar todo mi ser.
Como una lámpara se transforma en luz cuando la
atraviesa la corriente,
así mi ser se iluminará cuando conecte con lo
divino.
Esa iluminación es el objetivo último de todo ser
humano.
No se trata de un mayor "conocimiento"
intelectual.
No es la mente la que debe iluminarse, sino el
"corazón".
Aquí está la verdadera batalla,
sobre todo, para nosotros los occidentales
cartesianos.
Fray Marcos
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