Sexto Domingo de Pascua – Ciclo C (Juan 14, 23-29) – 22 de mayo de 2022
Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá
mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama
no cumplirá mis palabras. La palabra que están oyendo no es mía, sino del
Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero
el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les
enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No
pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su
lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es
más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda,
crean”.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento
nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor
reconocerán todos que ustedes son mis discípulos’’.
ReflexionesBuena
Nueva
#Microhomilia
¿Cómo estás? ¿En dónde estás? ¿A qué te invita Dios hoy? Escucha, confía, recibe su paz y se valiente. #FelizDomingo
“No se angustien ni tengan miedo”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Hace algunos años escuché esta
historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien
ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Jesulín. Su padre era
mago. Todas las mañanas, Jesulín se levantaba, se lavaba y se vestía a toda
carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago
se acercaba a Jesulín y le decía al oído unas palabras mágicas que éste
escuchaba lleno de emoción. Jesulín guardaba las palabras mágicas en el
bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía,
sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de
alegría.
Jesulín tenía la costumbre de
recoger a algunos amigos y amigas antes de llegar a la escuela; primero que
todo iba a la casa de Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El
papá de Miguelito le decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las
calles... espera siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza
siempre las calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que los carros se
hayan detenido y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito
salía siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse
con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan
malo... Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista.
Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas
chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lávate los dientes cada vez que comas
algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosas duras...», y le daba
un cepillo de dientes, seda dental y un tubo de crema. Y la pobre Conchita
salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con
Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan
malo...
Después los tres iban corriendo
a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un banco. A Campeón siempre lo
despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tienes que ser el primero, el mejor
en todos los deportes y en todas las clases; a mi no me vengas con segundos
puestos; siempre hay que ganar; ser el mejor de todos en todo... Ánimo; hay que
vencer a los demás en todo». Y su padre le colocaba una medalla que decía por
un lado "Soy el mejor" y por el otro decía "Soy el
primero"... Y Campeón, salía siempre con una cara de 'partido perdido'...;
pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era
malo, no parecía tan malo... Por último, pasaban a recoger a Tesorito; una niña
muy bonita y muy bien puesta, hija de una familia muy rica; tenían una casa
enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy bonito; todas las
mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija:
«Tienes todo lo que necesitas; llevas dinero, comida, libros, cuadernos,
esferos, lápices, colores, plastilina... Llevas de todo y no te falta nada; te
hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida... Por eso no hace
falta que te digamos nada más». Y así la despedían sin decir más... Y la pobre
Tesorito salía con una cara de 'felicidad fingida'...; pero al
encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no
parecía tan malo...
Al llegar al colegio, sus amigos
le preguntaron a Jesulín por las palabras mágicas; pero Jesulín no quiso
revelarlas porque su padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro, perderían
su efecto mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy temprano, a
la casa de Jesulín; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que llegara la
hora en que salieran Jesulín y su papá mago; querían escuchar las palabras
mágicas que le decían a Jesulín; pasó un rato y por fin salieron Jesulín y su
papá mago... prestaron mucha atención y por fin escucharon las palabras
mágicas: El papá mago le decía a Jesulín: «Hijo
mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».
Cuando hemos sentido una
experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas
que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se sintió
amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la experiencia
de su resurrección.
EL GRAN REGALO DE JESÚS
Siguiendo la costumbre judía,
los primeros cristianos se saludaban deseándose mutuamente la «paz». No era un
saludo rutinario y convencional. Para ellos tenía un significado más profundo.
En una carta que Pablo escribe hacia el año 61 a una comunidad cristiana de
Asia Menor, les manifiesta su gran deseo: «Que la paz de Cristo reine en
vuestros corazones».
Esta paz no hay que confundirla
con cualquier cosa. No es solo una ausencia de conflictos y tensiones. Tampoco
una sensación de bienestar o una búsqueda de tranquilidad interior. Según el
evangelio de Juan, es el gran regalo de Jesús, la herencia que ha querido dejar
para siempre a sus seguidores. Así dice Jesús: «Os dejo la paz, os doy mi paz».
Sin duda recordaban lo que Jesús
había pedido a sus discípulos al enviarlos a construir el reino de Dios: «En la
casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”». Para humanizar la vida,
lo primero es sembrar paz, no violencia; promover respeto, diálogo y escucha
mutua, no imposición, enfrentamiento y dogmatismo.
¿Por qué es tan difícil la paz?
¿Por qué volvemos una y otra vez al enfrentamiento y la agresión mutua? Hay una
respuesta primera tan elemental y sencilla que nadie la toma en serio: solo los
hombres y mujeres que poseen paz pueden ponerla en la sociedad.
No puede sembrar paz cualquiera.
Con el corazón lleno de resentimiento, intolerancia y dogmatismo se puede
movilizar a la gente, pero no es posible aportar verdadera paz a la
convivencia. No se ayuda a acercar posturas y a crear un clima amistoso de entendimiento,
mutua aceptación y diálogo.
No es difícil señalar algunos
rasgos de la persona que lleva en su interior la paz de Cristo: busca siempre
el bien de todos, no excluye a nadie, respeta las diferencias, no alimenta la
agresión, fomenta lo que une, nunca lo que enfrenta.
¿Qué estamos aportando hoy desde
la Iglesia de Jesús? ¿Concordia o división? ¿Reconciliación o enfrentamiento? Y
si los seguidores de Jesús no llevan paz en su corazón, ¿qué es lo que llevan?
¿Miedos, intereses, ambiciones, irresponsabilidad?
EL AGAPE-DIOS
NO ESTÁ CONDICIONADO POR MI AMOR
Seguimos en el discurso de
despedida después de la última cena. El tema del domingo pasado era el amor
manifestado en la entrega. Terminábamos diciendo que ese amor era la
consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí
mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia
íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser
separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi
ser y de cada uno de los seres del universo.
En estos siete versículos
podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia
interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio
otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones
sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación
porque nuestros conceptos no son adecuados para expresar las realidades
trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El
dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.
Dos versículos antes acaba de
decir: el que cumple mis palabras ese me ama. Aquí dice: el que me ama cumplirá
mi palabra. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado. Aquí
dice: “si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor
condicionado a nuestro amor? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio para
después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él vendrán al
interior de cada uno. ¿Puede Dios, y Jesús, localizarse en un lugar
determinado? En (16,7) os conviene que me vaya, si no el Espíritu no vendrá a
vosotros, pero si me voy os lo enviaré. Aquí: el Padre os lo enviará.
Les había advertido: no he
venido a traer paz sino división y “como me persiguieron a mí, os perseguirán a
vosotros” (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Nos había
dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9).
Ahora nos dice: El Padre es más que yo. ¿Pueden armonizarse estas dos
expresiones? Unos versículos antes les había dicho: No os dejaré huérfanos,
volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora Jesús dice que el Padre
mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una
de las claves para entender la experiencia pascual.
Insisto, una cosa es el lenguaje
y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de
ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de
existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar,
fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi
existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de
ser. El descubrirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si
viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.
El hecho de que no llegue a mí
desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda reflexión
racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me aleja de Él más que
acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del
encuentro o el templo. La “presencia” debía ser una característica de los
tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre.
Dentro de ti lo tienes que experimentar. Será más fácil de comprender si
superas la idea de Dios como una entidad separada e inaccesible.
El Espíritu es el garante de esa
presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces en este discurso
de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera
persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida,
como sabiduría que todo lo explica. “Santo” significa separado; pero no
separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de
Dios no nos separa del mundo, entendido como lugar de enfrentamiento y
opresión, nunca podremos comprender el amor.
"Os conviene que yo me
vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros." Ni el mismo Jesús
con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la
experiencia de Dios. Mientras estaba con ellos vivían apegados a sus
manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la
verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron
la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapareció, se vieron obligados a
buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.
El Espíritu no añadirá nada
nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del
Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a
ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia
irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos
durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los
razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a
experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar.
Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.
Shalom (paz) era el saludo
ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el
“shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el
evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico
significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior
de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los
demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones
auténticas. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto
y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.
Deben alegrarse de que se vaya
porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia.
Será la manifestación suprema del amor, será la verdadera victoria sobre el
mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que
posee Jesús procede de Él. No habla de una entidad separada, sería una herejía.
Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó
la condición de esclavo, pasó por uno de tantos”. Dios se manifiesta en lo
humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.
Dios se revela y se vela en la
humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el
hombre sin añadir nada; Dios es siempre un Dios escondido. "Toda religión
que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera" (Pascal). El sufí lo
dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz
sonora de mi alma / que es el alma de otra alma / eterna y universal. / ¿Dónde
tu rostro reposa / alma que a mi alma das vida? / Nacen sin cesar las cosas, /
mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.
En toda la Biblia existe una
tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver
a Dios sin morir. No puede ser representado por ninguna imagen. No puede ser
nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo,
como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el
NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de
"Mesías", "Siervo", "Hijo de hombre",
"Palabra", "Espíritu", "Sabiduría", incluso
"Padre", son ejemplos de ese intento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario