Tercer Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 1, 1-4; 4,14-21) 23 de enero de 2022
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de
escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos
las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la
predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado
minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden,
para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.
(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por
el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo
alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde
se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los
sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta
Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El
espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres
la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los
ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del
Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los
asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar,
diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de
oír”.
Palabra del Señor
(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
#microhomilía
Después de saberse el Hijo amado de Dios en el Jordán y experimentar las
tentaciones del desierto, Jesús proclama en la sinagoga lo que será el sentido
de su vida, su "para qué": "porque me ha ungido PARA llevar a
los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la
curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar en año de
gracia del Señor", es decir, el año en que se establece la justicia. Jesús
hará eso hasta su último suspiro: Anunciar y denunciar, liberar, sanar, ajustar
lo desajustado. Por hacer esto es que los injustos lo mataron.
La Palabra hoy nos invita, desde donde estamos y siendo las y los que
somos, a anunciar con contundencia y claridad cuál es la particularidad de mi
llamada personal, cuál es el sentido de mi vida, ¿para qué vivo?. ¿Qué respondes?
Vivir la vida sin saber para qué vivimos, o viviendo para algo para lo que
no nacimos, puede hacernos experimentar el vacío del sin sentido y vivir
arrodillados ante dioses como el miedo y el narcisismo. Saber el sentido de
nuestra vida y tratar de vivirlo con plenitud y libertad, es el camino al que
Jesus nos llama.
#FelizDomingo
“(...)
me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Después de una pequeña escala por el evangelio de san Juan, que hicimos el
domingo pasado, el Ciclo C de la liturgia dominical nos invita a recorrer el
tercer evangelio, escrito muy probablemente por un médico, compañero de Pablo
de Tarso (Cfr. Colosenses 4, 14; 2 Timoteo 4, 11; y Filemón 24), que se dio a
la tarea de investigar sobre la vida de Jesús, para ofrecer a la comunidad
cristiana de origen no judío, “la historia de los hechos que Dios ha llevado a
cabo entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el comienzo
fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el
mensaje”. Para ello, dice el autor de este evangelio, dirigiéndose a un tal
Teófilo, “lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha
parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente, para que conozcas
bien la verdad de lo que te han enseñado”.
Junto con esta sencilla introducción al texto que vamos a leer en los
próximos domingos, el evangelio nos presenta la primera actuación pública de
Jesús en Nazaret. Volver a la tierra natal y hacer la lectura del profeta
Isaías delante de toda la comunidad que lo conocía desde pequeño, no debió ser
fácil para Jesús. Sobre todo, porque el texto que tuvo que leer anuncia una
acción muy particular del Espíritu en medio de su pueblo: “El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los
pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los
ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del
Señor”.
Esa acción del Espíritu no fue sólo la que vivió y sintió el profeta Isaías
al escribir estas palabras, sino también la acción que Jesús sentía que estaba
aconteciendo en su propia vida en ese mismo momento. Por eso, al terminar la
lectura y percatado de la mirada inquisidora de sus coetáneos, se atrevió a
decir: “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír”,
aunque sabía que esta afirmación podría causarle los primeros problemas y
rechazos entre sus mismos amigos y conocidos.
Pero no podemos detener ahí la obra creadora y salvadora de Dios en medio
de su pueblo. Tenemos que reconocer que esa misma acción creadora y salvadora
de Dios sigue aconteciendo hoy en medio de nosotros, en cada uno de los seres
humanos, llamados, como Jesús, a llevar una buena noticia a este mundo, tan
lleno de las mismas esclavitudes y miserias que Isaías experimentó y que Jesús
descubría entre sus contemporáneos. Hoy también se está cumpliendo esta
Escritura que acabamos de escuchar. Nuestra responsabilidad está en
preguntarnos constantemente por las llamadas del Espíritu en nuestra propia
realidad.
Vine a mi memoria en este
momento, la historia del niño que iba a rezar todos los días a la misma hora a una Iglesia. El sacerdote,
viendo que el niño venía todos los días y pasaba algunos minutos arrodillado
delante del Santísimo Sacramento, le preguntó un día: “¿Qué le pides a Dios
todos los días? ¿Cuál es tu problema? A lo que el niño respondió: “No le pido
nada. No tengo grandes problemas. Lo único que le pregunto a Dios es en qué le
puedo ayudar”.
BUENA NOTICIA PARA LOS POBRES
Uno de los rasgos más escandalosos e insoportables de la conducta de Jesús
es su defensa decidida de los pobres. Una y otra vez, los cristianos tratamos
de escamotear algo que es esencial en su actuación.
No nos engañemos. Su mensaje no es una buena noticia para todos, de manera
indiscriminada. Él ha sido enviado para dar una buena noticia a los pobres: el
futuro proyectado y querido por Dios les pertenece a ellos.
Tienen suerte los pobres, los marginados por la sociedad, los privados de
toda defensa, los que no encuentran sitio en la convivencia de los fuertes, los
despojados por los poderosos, los humillados por la vida. Ellos son los
destinatarios del reino de Dios, los que se alegrarán cuando Dios «reine» entre
sus hijos e hijas.
Pero ¿por qué son ellos los privilegiados? ¿Es que los pobres son mejores
que los demás para merecer de Dios un trato especial? La posición de Jesús es
sencilla y clara. No afirma nunca que los pobres, por el hecho de serlo, sean
mejores que los ricos. No defiende un «clasismo moral». La única razón de su
privilegio consiste en que son pobres y oprimidos. Y Dios no puede «reinar» en
el mundo sino haciéndoles justicia.
Dios no puede ser neutral ante un mundo desgarrado por las injusticias de
los hombres. El pobre es un ser necesitado de justicia. Por eso la llegada de
Dios es una buena noticia para él. Dios no puede reinar sino defendiendo la
suerte de los injustamente maltratados.
Si el reinado de Dios se impone, los pobres serán felices. Porque donde
Dios «reina» no podrán ya reinar los poderosos sobre los débiles ni los fuertes
sobre los indefensos.
Pero no lo olvidemos. Lo que es buena noticia para los pobres resuena como
amenaza y mala noticia para los intereses de los ricos. Tienen mala suerte los
ricos. El futuro no les pertenece. Sus riquezas les impiden abrirse a un Dios
Padre.
EL ESPÍRITU LIBERA Y CAPACITA PARA LIBERAR
Este ciclo (C) toca leer el evangelio de Lucas, que empieza con un
paralelismo de la infancia entre el Bautista y Jesús en los dos primeros
capítulo. A partir de aquí, se olvida de todo lo dicho y comienza solemnemente
su evangelio: “En el año quince del gobierno de Tiberio Cesar… vino la palabra
de Dios sobre Juan… Después del bautismo y las tentaciones, propone un nuevo
comienzo con un resumen: Regresó a Galilea con la fuerza del Espíritu, enseñaba
en las sinagogas y su fama se extendió.
No es la primera vez que entra en una sinagoga pues dice: “como era su
costumbre”. Y “haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. El texto
de Isaías es el punto de partida. Pero más importante aún que la cita, es la
omisión voluntaria de la última parte que decía: “... y un día de venganza para
nuestro Dios” (estaba expresamente prohibido añadir o quitar un ápice del
texto). Los que escuchaban se dieron cuenta de la omisión. Atreverse a
rectificar la Escritura era inaceptable.
Isaías habló en metáforas, no habla de curación física. Jesús se niega a entrar
en la dinámica que ellos esperan. Ni la misión de Elías ni la de Eliseo fue
remediar necesidades materiales. Continúa Lucas con un texto en que Jesús
realiza toda clase de curaciones, ahora en Cafarnaúm. Pero termina orando en
descampado y diciendo a los que le buscan: Vámonos a otros pueblos a predicar,
que para eso he venido.
No comenta un texto de la Torá, que era lo más sagrado para el judaísmo
sino un texto profético. El fundamento de la predicación de Jesús se encuentra
más en los profetas que en el Pentateuco. Para los primeros cristianos estaba
claro que el mismo Espíritu, que ha inspirado la Escritura, unge a Jesús a ir
mucho más allá de ella, superando el carácter absoluto que le habían dado los
rabinos. Ninguna teología, ninguna norma tiene valor absoluto. El ser
humano debe estar siempre abierto al futuro.
Al aplicarse a sí mismo el texto, está declarando su condición de “Ungido”.
Seguramente es esta pretensión la que provoca la reacción de sus vecinos, que
le conocían de toda la vida y sabían quién era su padre y su madre. En otras
muchas partes de los evangelios se apunta a la misma idea: La mayor cercanía a
la persona se convierte en el mayor obstáculo para poder aceptar lo que es.
Para un judío era impensable que alguien se atreviera a cambiar la idea de Dios
de la Escritura.
Partiendo de Isaías, Jesús anuncia su novedoso mensaje. A las promesas de
unos tiempos mesiánicos por parte de Isaías, contrapone Jesús los hechos: “hoy
se cumple esta Escritura”. Toda la Biblia está basada en una promesa de
liberación. No debemos entender literalmente el mensaje y seguir esperando lo
que ya nos han dado. Dios no nos libera, Dios es la liberación. Soy yo el que
debo tomar conciencia de ello.
La libertad es el estado natural del ser humano. La “buena noticia” de
Jesús va dirigida a todos los que padecen cualquier clase de sometimiento, por
eso tiene que consistir en una liberación. No debemos caer en una demagogia
barata. La enumeración que hace Isaías no deja lugar a dudas. En nombre del
evangelio no se puede predicar la simple liberación material, pero tampoco
podemos conformarnos con una salvación espiritual, desentendiéndonos de las
esclavitudes materiales.
Oprimir a alguien, o desentenderse del oprimido, es negar el Dios de Jesús.
El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos. No es el Dios de los buenos, de
los piadosos ni de los sabios; es, sobre todo, el Dios de los marginados, de
los excluidos, de los enfermos y tarados, de los pecadores. Solo estaremos de
parte Dios si estamos con ellos. Una religión, compatible con cualquier clase
de exclusión, es idolátrica. “Id y contarle a Juan lo que habéis visto y
oído: los ciegos ven, los cojos andan...”
Hoy el ser humano busca con ahínco la liberación de las opresiones
externas, pero descuida la liberación interior que es la verdadera. Jesús habla
de liberarse antes de liberar. En el evangelio de Juan, está muy claro que tan
grave es oprimir como dejarse oprimir. El ser humano puede permanecer libre a
pesar de los sometimientos externos; hay una parte de su ser que nadie puede
doblegar. La primera obligación del hombre es no dejarse esclavizar y el primer
derecho, verse libre de toda opresión.
¿Cómo conseguirlo? El evangelio nos lo acaba de decir: Jesús volvió a
Galilea con la fuerza del Espíritu. Ahí está la clave. Solo el Espíritu nos
puede capacitar para cumplir la misión que tenemos como seres humanos. Tanto en
el AT como en el NT, ungir era capacitar a uno para una misión. Pablo nos lo
dice con claridad meridiana: Si todos hemos bebido de un mismo Espíritu,
seremos capaces de superar el individualismo, y entraremos en la dinámica de
pertenencia a un mismo cuerpo.
La idea de que todos formamos un solo cuerpo es genial. Ninguna explicación
teológica puede decirnos más que esta imagen. La idea de que somos individuos
con intereses contrapuestos es tan demencial como pensar que una parte de
nuestro cuerpo pueda ir en contra de otra parte del mismo cuerpo. Cuando esto
sucede le llamamos cáncer. El individualismo solo puede ser superado por la
unidad del Espíritu.
Pablo nos invita a aceptarnos los unos a los otros como diferentes. Esa
diversidad es precisamente la base de cualquier organismo. Sin ella el ser vivo
sería inviable. Tal vez sea una de las exigencias más difíciles de nuestra
condición de criaturas, aceptar la diversidad, aceptar al otro como diferente,
encontrando en esa diferencia, no una amenaza sino una riqueza. Es fácil
descubrir que estamos en la dinámica opuesta. Seguimos empeñados en rechazar y
aniquilar al que no es como nosotros.
Lo único que predicó Jesús fue el amor, es decir, la unidad. Eso supone la
superación de todo egoísmo y toda conciencia de individualidad. Los
conocimientos científicos adquiridos en estos dos últimos siglos vienen en
nuestra ayuda. Somos parte del universo, somos parte de la vida. Si seguimos
buscando el sentido de mi existencia en la individualidad terminaremos todos
locos. El sentido está en la totalidad, que no es algo separado de mi
individualidad, sino que es su propio constitutivo esencial.
El Espíritu no es más que Dios presente en lo más hondo de nuestro ser. Eso
que hay de divino en nosotros es nuestro verdadero ser. Todo lo demás, no solo
es accidental, transitorio y caduco, sino que terminará por desaparecer. No
tiene sentido que sigamos potenciando aquello de lo que tenemos que
despegarnos. Querer poner en lo caduco el sentido a mi existencia es ir en
contra de nuestra naturaleza más íntima.
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