Domingo XXIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 7, 31-37) – 5 de septiembre de 2021
Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y
vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de
Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban
que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los
dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo,
suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Abrete!”). Al momento se le
abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Palabra del Señor
Reflexiones: Hernán Quesada
SJ Hermann Rodríguez SJ José Antonio
Pagola Fray Marcos
#microhomilía
No pocas veces tenemos el corazón "apocado",
miedoso, tímido o medroso; algo nos encierra, dejamos de escuchar, de mirar, de
hablar; vivimos desesperanzados y arrinconados.
Hoy la Palabra nos da una buena noticia: Dios es
siempre fiel a su palabra y no nos deja encerrados. Dios quiere que seamos
hombres y mujeres abiertos, libres y valientes. Dios abre los ojos de los que
no ven, los oídos de quienes no escuchan, destraba la palabra atrapada,
destierra prejuicios y criterios torcidos, alivia al agobiado.
¿Cómo estás? ¿en qué condición tienes tu corazón?
¿abierto o cerrado? ¿qué hay en ti que permanece cerrado o atrapado? ¿qué te ha
encerrado?
Escuchemos la invitación de Jesús: ¡Ábrete! Abre tu corazón agobiado, sé valiente, mira y escucha de nuevo, destraba tus labios.
“Llenos de admiración decían: Todo lo hace bien”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Los jesuitas de Chile se empeñaron hace algunos años
en una campaña publicitaria de gran despliegue a través de los medios masivos
de comunicación social. La intención de la campaña era invitar a los
televidentes a desarrollar actitudes humanas fundamentadas en los valores del
Evangelio, pero utilizando un lenguaje cercano y cotidiano. Tuve la oportunidad
de conocer algunos de los cortos e impactantes avisos que pasaron durante
varios meses por la televisión chilena. Recuerdo uno que me impactó
particularmente cuando nos lo mostró el P. Gabriel Jaime Pérez, SJ, después de
un viaje suyo al país austral.
El spot publicitario, como se le llama a este
tipo de anuncios, presentaba a un mendigo sucio, descuidado, harapiento y
despeinado que estaba sentado en la acera de una calle muy concurrida. Mientras
pedía limosna, la gente pasaba sin prestarle mayor atención. De pronto, aparece
una hermosa joven rubia espectacularmente vestida que viene hacia el mendigo.
Se acerca a él y comienza a besarlo en la boca de una manera apasionada. Desde
luego, los transeúntes se detienen aterrados ante semejante escena. Después de
unos segundos, aparecía un aviso que decía: “No te pedimos tanto. Sencillamente
que lo trates como un ser humano...”.
Creo que este tipo de mensajes no nos cae mal en
ningún momento. A veces pensamos que lo que se nos pide es demasiado o que no
somos capaces de hacer nada por las personas derrengadas que nos encontramos
por el camino de la vida. Tal vez esta es la actitud que tuvo Jesús con esas
personas que eran despreciadas y marginadas en su medio social. Cuando le
presentaron a aquel sordomudo para que le impusiera las manos, “Jesús se lo
llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con
saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre:
‘¡Efatá!’ (es decir: ‘¡Ábrete!’)”.
Esta actitud de cercanía con un ser humano sufriente,
que había perdido, o tal vez nunca había tenido la posibilidad de comunicarse o
escuchar a los demás, debió resultar sorprendente para los que acompañaban al
Señor en su recorrido por territorios extranjeros. No estaba bien acercarse a
un enfermo y mucho menos tocarlo. Sin embargo, el Señor no sólo se acerca, sino
que le mete los dedos en los oídos y le toca la lengua con saliva, de manera
que “los oídos del sordo se abrieron, y se le desató la lengua y pudo hablar
bien”. Este hombre vivió, seguramente, el momento más importante de su vida. Se
sintió atendido, respetado y acogido en su limitación.
Cualquiera de nosotros podría decir ante este
milagro del Señor: “¡Eso es imposible para mi! Yo no sé cómo hacer ese tipo de
milagros... No sé cómo devolverle a una persona sorda su capacidad de oír, o a
una persona muda su capacidad para hablar”. Pero el Señor nos diría: “No te
pedimos tanto. Sencillamente trátalo como un ser humano...”. Tal vez ese es el
mejor milagro que podamos hacer hoy.
ABRIRNOS
A JESÚS
La escena es conocida. Le presentan a Jesús
un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una
desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y
vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las
parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.
Jesús lo toma consigo y se concentra en su
trabajo sanador. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa
resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella
lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no
colabora, y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un
fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita
al enfermo: «¡Ábrete!».
Aquel hombre sale de su aislamiento y, por
vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando
abiertamente con todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como
el Creador, «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
No es casual que los evangelios narren tantas
curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse
trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su
palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje serán como «tartamudos» al
anunciar el evangelio.
Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad
«abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición
práctica, fruto casi siempre de la propia estructura psicológica o de la
formación recibida. Pero, cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al
evangelio, el asunto es de importancia decisiva.
Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no
entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos
encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero
entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús. Deformaremos su
mensaje. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». ¿No
necesitamos abrirnos a Jesús para dejarnos curar de nuestra sordera?
NO TE QUEDES
EN EL MILAGRITO, DESCUBRE EL SÍMBOLO
El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene
localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve de Tiro al lago de
Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que
estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un
recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de
Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la
geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde
más le interesa teológicamente.
En el AT, los tiempos mesiánicos se
anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían
valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literalmente
el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán,
los ciegos verán, los cojos saltarán... En realidad nunca se dice en toda la
Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán
fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la
serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad.
Todo es signo del Reino, no el Reino.
Para aquella cultura el hecho de que una
persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un
problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si
Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo.
Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que
podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está
más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está
sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y
que la religión no actúa en su nombre.
El relato está plagado de simbolismos que
hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo
siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo
cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos),
lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que
guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de
resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la
incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no
comprenden el mensaje y, por lo tanto, no pueden trasmitirlo.
Sordo y mudo en el AT era, simbólicamente, el
que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía
cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está
fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede
oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era
signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación
íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace
referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como
vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la
época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación
posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.
Jesús nunca identifica el Reino de Dios con
una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el
Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales.
Él dice expresamente que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de
Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimiento de Dios en lo
hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene
que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados
no es el Reino de Dios, sino la manifestación de que está presente y visible a
todo el que lo quiera ver.
Si queremos llevar a los marginados el Reino
de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la
programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban
los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos.
Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de
Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los
pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del
relato.
El Reino consiste en que los que excluimos
dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a pesar de sus
limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad,
sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción
de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza
que lo hemos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y
preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer
que el pobre lo descubra.
No podemos pensar en un Reino de Dios
puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con
Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que
podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No
hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de
Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí
presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote,
incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es
clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.
El mensaje de Jesús tendría que operar en
nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo.
Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la
trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común
de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio
oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás
inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar.
Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles
un poco de esperanza e ilusión.
Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta,
el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”.
Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una
estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o
impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura
para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio
que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impide el paso a la intimidad
de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la
llave.
No nos salva escuchar la palabra de Dios,
pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la
salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos
maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la
aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece
importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera
siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso
de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez,
separándose las dos partes para dejar paso al germen.
Meditación
La clave de toda vida espiritual
es la apertura.
Como una esponja debes dejarte
empapar.
Para ello, no tienes más remedio
que exprimirte.
Si te vacías de todo lo terreno
que hay en ti,
Lo divino que también está en
ti, te inundará.
En la medida que te vacíes te
llenarás.
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