Domingo XIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43) – 27 de julio de 2021
Marcos 5, 21-43
En aquel tiempo, cuando
Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se
le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga,
llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia:
“Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”.
Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una
mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a
manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de
mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás
entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido,
se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su
cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que
una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les
preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto?” Sus discípulos le contestaron: “Estás
viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’ ”
Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se
acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se
postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo:
“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de
la sinagoga para decirle a éste: “Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues
molestando al Maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe
de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran
más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Al llegar a la casa del
jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los
alaridos que daban. Entró y les dijo: “¿Qué significa tanto llanto y alboroto?
La niña no está muerta, está dormida”. Y se reían de él.
Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!” La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.
Reflexiones: Hernán Quesada SJ Hermann Rodríguez SJ José Antonio Pagola Fray Marcos
“Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré
sana”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Las situaciones de dolor en
las que muchas veces nos vemos envueltos, nos obligan a buscar salidas
desesperadas que no se pueden entender desde circunstancias de tranquilidad y
paz. Solamente cuando se ha estado desesperado, se entienden ciertas formas de
reaccionar que es muy fácil juzgar desde fuera. Una cosa es ver los toros desde
la barrera, y otra muy distinta, sentir el aguijón de la desesperación clavado
en nuestra carne. Saber esto nos puede ayudar comprender a muchas personas que
nos parece que han perdido el juicio y que buscan soluciones donde no las hay.
Un buen amigo mío, sufrió en
un momento de su vida una enfermedad muy complicada y dolorosa. Él es una
persona que podríamos calificar como ‘ilustrada’, porque ha bebido de las
fuentes del saber desde muy joven y se ha formado en las mejores universidades
de Colombia y Francia. Resulta que estaba pasando por uno de esos momentos
críticos que tenía su dolencia y tenía un dolor de hígado muy fuerte. Lo vi,
con mis propios ojos, acostado en su cama, sosteniendo el polo positivo de una
pila contra su hígado, mientras sostenía otra pila, con su polo negativo entre
la boca. Un médico alternativo le había dicho que el dolor de hígado que tenía
se debía a un desequilibrio en la energía de su cuerpo, producido por unas
amalgamas que tenía en sus muelas. Y como digo, no es una persona ignorante o
mal formada. Lo último que querría sería juzgar a este amigo por semejante
situación. Lo que quiero resaltar es que hay momentos en la vida en los que no
vemos otras alternativas y nos agarramos a cualquier cosa que nos brinde alguna
esperanza de salvación, aunque a los ojos de los demás parezcan cosas
insensatas y absurdas. Seguramente conocemos a muchas personas que han
despilfarrado fortunas enteras, tratando de solucionar algún problema de salud
propio o de algún ser querido. Le han creído a alguien que les ha brindado una
chispa de esperanza, cuando los médicos tradicionales la han perdido totalmente
y habían dejado de luchar por la vida. Otras personas, han ayudado a seres
queridos a salir de una situación de dependencia, ya sea del alcohol o de la
droga y para eso han tenido que hacer grandes sacrificios, incomprensibles para
quienes no estamos metidos en la situación.
La mujer que nos presenta hoy el evangelio,
en medio de la escena de la curación de la hija de Jairo, padecía una
enfermedad que los médicos de hoy calificarían de ‘crónica’: “(...) desde hacía
doce años estaba enferma, con derrames de sangre. Había sufrido mucho a manos
de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera
servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús,
esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque
pensaba, ‘Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”.
Efectivamente, cuenta el evangelio que “Al momento, el derrame de sangre se
detuvo, sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad”. Llama la atención
la reacción del Señor que, “dándose cuenta de que había salido poder de él, se
volvió a mirar a la gente, y preguntó: – ¿Quién me ha tocado la capa? Sus
discípulos le dijeron: – Ves que la gente te oprime por todos lados, y
preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para
ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo
que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la
verdad”. Diríamos que esta mujer representa un caso extremo de desesperación,
como los que hemos mencionado al comienzo. Pone su confianza en algo que no
parece sensato. ¿Cómo puede pensar que con tocar la capa de un profeta, por muy
importante que éste sea, va a curarse de una enfermedad crónica como la suya?
Ella creyó. Y allí está su fuerza. Jesús lo confirma cuando le dice: “– Hija,
por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad”.
Pidamos al Señor que sepamos vivir una fe como la de esta mujer del evangelio.
Que luchemos por nuestros sueños con su insistencia y tenacidad. Pero que no
desperdiciemos nuestra fe en curanderos y brujas de mala muerte, ni nos dejemos
engañar por tanto encantador de serpientes que deambula por este mundo, sino
que pongamos nuestra fe en el único que puede salvarnos, efectivamente, y
darnos una salud eterna.
UNA «REVOLUCIÓN IGNORADA»
Jesús adoptó ante
las mujeres una actitud tan sorprendente que desconcertó incluso a sus mismos
discípulos. En aquella sociedad judía, dominada por los varones, no era fácil
entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y
mujeres en su comunidad de seguidores. Si algo se desprende con claridad de su
actuación es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal,
sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.
Sin embargo, los
cristianos no hemos sido todavía capaces de extraer todas las consecuencias que
se siguen de la actitud de nuestro Maestro. El teólogo francés René Laurentin
ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.
Por lo general,
los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista, y reaccionamos
secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra
situación privilegiada sobre la mujer.
En una Iglesia
dirigida por varones no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se
encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las
mujeres. Y lo cierto es que no se escuchan desde la jerarquía voces que, en
nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.
Los seguidores de
Jesús hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre
las mujeres no es «algo natural», sino un comportamiento profundamente viciado
por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder machista.
¿Es posible
superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se llevará a
cabo despertando la agresividad mutua y promoviendo entre los sexos una guerra.
Jesús llama a una conversión que nos haga vivir de otra manera las relaciones
que nos unen a hombres y mujeres.
Las diferencias
entre los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de
ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos. Y, para
ello, los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la
interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza»
para curar a la mujer.
BASTA QUE
TENGAS CONFIANZA!
Del final del c.
4 de Mc pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos
a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se
metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a
atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la
multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre
la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los
espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y
“poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara,
ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.
En el doble
relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su
padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público,
aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados
y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este
simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce
años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número
doce es símbolo de Israel.
Jairo (símbolo de
la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en
Jesús, que había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que
espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma
también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le
quedaba otra salida. La religión no solo no le daba solución, sino que la
excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo
a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos,
Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.
Para descubrir la
importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que
afectaban a la mujer. El Levítico dice: "La mujer permanecerá impura
cuando tenga su menstruación o hemorragias. La mujer considerada impura y
causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la
mujer esta consideración de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser
tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin
embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de
temor; se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en
él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.
Con una aguda
sensibilidad, más que humana, percibe que le han tocado (todos le están
apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a
entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión.
Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer
había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del
cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de
la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar, Jesús se coloca
por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos
los aspectos del ser: el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta
la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existiera.
El milagro se
produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La fe-confianza de la mujer
desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué
es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No
significa una acción en contra de las leyes de la naturaleza. Todo lo
contrario. Es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ‘ley’ sin
las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía es lo normal.
Llamamos milagro a procesos que serían los más naturales: Un ser humano
liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora; Un ser
humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente
apreciado.
Se reanuda el
relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias
de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La
multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero
Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha,
pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice:
¡levántate!, el mismo verbo que Mc emplea para hablar de resurrección. En
contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar
contaminado de muerte, da la vida al cadáver.
No nos engañemos,
la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar,
sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede
encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar
su figura. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará
allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús
no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación
de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia; También para los enfermos,
marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la
salvación de Jesús no es para mí.
En el AT queda
claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no
quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra
condición de criaturas. La salvación está siempre en un plano superior y más
pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier
limitación, incluida la muerte. La salvación, la que propone Jesús, libera
siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta
absoluta de Dios para todos. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en
marcha, está disponible para todos; lo único que tenemos que hacer, es dejar
que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear
los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser y/o a los demás.
En los dos casos,
la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón
(multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le
importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos
cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución.
También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres
humanos atrapados en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La
religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más
importancia a la institución que a la persona.
Meditación
En el orden espiritual, es imprescindible la
fe-confianza.
Sin confianza en el OTRO no daremos un paso.
Tu lámpara está capacitada para iluminarse.
Toda la energía está a tu disposición.
Solo tienes que dejar que fluya la corriente.
Fray Marcos
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