Domingo XII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 4, 35-41) – 20 de junio de 2021
Marcos 4,35-41
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas. De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”
Palabra del Señor.
Reflexiones:
Hernán Quesada SJ Hermann Rodríguez
SJ José Antonio Pagola Fray Marcos
La cobardía brota del
miedo, el miedo brota de la desconfianza ante aquello que se nos sale de
control y nos amenaza, es decir, de las "tormentas". Hoy Jesús nos
habla en medio de nuestras tormentas: ¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Aún no
tienes fe?
A la fe no se llega de una
vez por todas, sino que se trata de una ruta cotidiana que hay que recorrer. En
cada tormenta hay que recordar que el Señor siempre llegará y apaciguará las
olas y convertirá la tempestad una brisa suave. ¿Qué garantía tenemos de que Él
llegará? Nuestra memoria, siempre hay que recordar que Él ha llegado, no nos ha
abandonado y por tanto no nos abandonará. La memoria nos refuerza la fe, así
nos vamos convirtiendo en hombres y mujeres valientes, capaces de mantener los
ojos abiertos y recuperar la paz en medio de las más feroces tormentas. #FelizDomingo
“¡Maestro! ¿No te importa que nos
estemos hundiendo?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Recibí hace unos meses el siguiente texto: “Un profesor universitario
retó a sus alumnos con esta pregunta. ¿Dios creó todo lo que existe? Un
estudiante contestó valiente: Sí, lo hizo. ¿Dios creó todo?, preguntó
nuevamente el profesor. Sí señor, respondió el joven. El profesor contestó,
"Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal existe, y bajo
el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces
Dios es malo". El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el
profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe era un
mito”.
Otro estudiante levantó su
mano y dijo: ¿Puedo hacer una pregunta, profesor? Por supuesto, respondió el
profesor. El joven se puso de pie y preguntó: ¿Profesor, existe el frío? ¿Qué
pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío? El
muchacho respondió: De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la
física, lo que consideramos frío, en realidad es la ausencia de calor.
"Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite
energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El
cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se
vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado
ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor".
Y, ¿existe la oscuridad?
Continuó el estudiante. El profesor respondió: Por supuesto. El estudiante
contestó: Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La
oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la
oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz
blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes
longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas
e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan
oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en
ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado
para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.
Finalmente, el joven
preguntó al profesor: Señor, ¿existe el mal? El profesor respondió: Por
supuesto que existe, como lo mencioné al principio, gracias a el vemos
violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal. A
lo que el estudiante respondió: El mal no existe, señor, o al menos no existe
por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los
casos anteriores un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia
de Dios. Dios no creó al mal. No es como la fe o el amor, que existen como
existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga
a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor,
o la oscuridad cuando no hay luz. Entonces el profesor, después de asentar con
la cabeza, se quedó callado. El joven se llamaba Albert Einstein”.
La pregunta por
el mal está y estará presente frente a nuestra fe vacilante. Los discípulos,
ante la tormenta que los amenaza, se acercan a Jesús que duerme en la parte de
atrás de la barca, apoyado sobre una almohada y lo despiertan con esta
pregunta: “¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?” La respuesta de
Jesús fue dar una orden al viento para que se calmara. Inmediatamente,
confronta a sus discípulos y les pregunta: “¿Por qué tenían tanto miedo?
¿Todavía no tienen fe?”. Eso mismo sentimos que nos pregunta el Señor cuando
nos sentimos atenazados por el mal. Pero éste no es más que ausencia de Dios y
la mejor forma de atacarlo es dejándonos llenar por esa luz que no conoce ocaso
y que nos calienta el corazón.
CONFIAR
Apenas
se oye hablar hoy de la «providencia de Dios». Es un lenguaje que ha ido
cayendo en desuso o que se ha convertido en una forma piadosa de considerar
ciertos acontecimientos. Sin embargo, creer en el amor providente de Dios es un
rasgo básico del cristiano.
Todo
brota de una convicción radical. Dios no abandona ni se desentiende de aquellos
a quienes crea, sino que sostiene su vida con amor fiel, vigilante y creador.
No estamos a merced del azar, el caos o la fatalidad. En el interior de la
realidad está Dios, conduciendo nuestro ser hacia el bien.
Esta
fe no libera de penas y trabajos, pero arraiga al creyente en una confianza
total en Dios, que expulsa el miedo a caer definitivamente bajo las fuerzas del
mal. Dios es el Señor último de nuestras vidas. De ahí la invitación de la
primera carta de san Pedro: «Descargad en Dios todo agobio, que a él le
interesa vuestro bien» (1 Pedro 5,7).
Esto
no quiere decir que Dios «intervenga» en nuestra vida como intervienen otras
personas o factores. La fe en la Providencia ha caído a veces en descrédito
precisamente porque se la ha entendido en sentido intervencionista, como si
Dios se entrometiera en nuestras cosas, forzando los acontecimientos o
eliminando la libertad humana. No es así. Dios respeta totalmente las
decisiones de las personas y la marcha de la historia.
Por
eso no se debe decir propiamente que Dios «guía» nuestra vida, sino que ofrece
su gracia y su fuerza para que nosotros la orientemos y guiemos hacia nuestro
bien. Así, la presencia providente de Dios no lleva a la pasividad o la
inhibición, sino a la iniciativa y la creatividad.
No
hemos de olvidar por otra parte que, si bien podemos captar signos del amor
providente de Dios en experiencias concretas de nuestra vida, su acción
permanece siempre inescrutable. Lo que a nosotros hoy nos parece malo puede ser
mañana fuente de bien. Nosotros somos incapaces de abarcar la totalidad de
nuestra existencia; se nos escapa el sentido final de las cosas; no podemos
comprender los acontecimientos en sus últimas consecuencias. Todo queda bajo el
signo del amor de Dios, que no olvida a ninguna de sus criaturas.
Desde
esta perspectiva adquiere toda su hondura la escena del lago de Tiberíades. En
medio de la tormenta, los discípulos ven a Jesús dormido confiadamente en la
barca. De su corazón lleno de miedo brota un grito: «Maestro, ¿no te importa
que nos hundamos?». Jesús, después de contagiar su propia calma al mar y al
viento, les dice: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».
JESÚS DORMÍA CONFIADO EN MEDIO
DE LA TORMENTA
Leemos
hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha
sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaúm,
dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Marcos varias
parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros,
llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos
reales. Son todo simbolismo.
La
Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El
concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la naturaleza) es
reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de
milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de
esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para
todos los que vivían en aquel tiempo.
Jesús
pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al
paso del mar Rojo. Aquel paso les llevó a la tierra prometida. La otra orilla
de mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad,
más allá del ámbito judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta”
que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el
intento de apertura a los paganos.
La
tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por
estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es, en la
Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el
mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El
mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si
no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido sino a
través de la lucha contra las fuerzas del mal.
Mientras
todos estaban muertos de miedo, él dormía... Hay que tener en cuenta que se
llamaba también “cabezal” a la especie de almohada donde se colocaba la cabeza
de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación pos-pascual. La
primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy
distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en su
presencia.
¿No
te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a
Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen indican su estado de
ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en
hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que
Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para
encontrar la seguridad.
Increpó
al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a
los espíritus inmundos. Además en singular, como queriendo personalizar al
viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa
espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se
dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean
hostiles nunca son malos.
¿Por
qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de
una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra
clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí
nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una
vez más queda manifiesto que la fe no es la aceptación de unas verdades
teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no
confiar ni en Dios ni en él ni en ellos.
¿Quién
es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién
era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Marcos ya había adelantado varios
títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio:
“Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado
que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de
mostrarlo ni demostrarlo. El descubrimiento tiene que ser experiencia personal
de la cercanía de Jesús.
A
todos nosotros el evangelio nos invita hoy a cruzar a la otra orilla. Estamos
tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar
el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de
las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta
está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo
la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él
va en nuestra propia barca.
El
mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se
preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa
visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que
rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús
a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios que pone su
poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica
con ellos en todas las circunstancias.
Job
plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios
tiene que devolver a Job lo que supuestamente le había quitado para que su
fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en
quien hay que confiar aunque no le veamos actuar. Dios está siempre dormido. Su
silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer
ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un
ídolo fabricado a medida.
No
son las acciones espectaculares de Dios las que nos tienen que llevar a confiar
en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que
podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una
vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios
que pone su poder a mi servicio, es nefasta. No se trata de confiar en otro, si
no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a
Dios en mí, me sentiré seguro.
Meditación
¿Quién es éste? Nunca podrás saberlo
si en tu vida no reflejas la suya.
Lo importante no es encontrar respuestas
sino vivir la Vida verdadera.
Lo que es Jesús, es lo que tú también eres.
Jesús ha desplegado todas sus posibilidades.
Tú tienes esa tarea aún por hacer.
Fray Marcos
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