Solemnidad de la Ascensión – Ciclo B (Marcos 16, 15-20) – 16 de mayo de 2021
#HernánQuesadaSJ
Hay fuera de las
murallas de Jerusalén, más allá del huerto de los olivos un sitio conocido como
la colina de la Ascensión del Señor. Es una pequeña capilla casi en ruinas que
alberga una piedra en la que se dice quedó marcada la huella de Cristo al
momento de la Ascensión al cielo. (Ignacio de Loyola peregrinó hasta ahí y
tiene su historia con la piedra). Hoy este sitio, Jerusalén, Israel y
Palestina, están de nuevo inmersos en una escalada de violencia y terror que
deja muertos inocentes. Y ¿dónde está Dios? Dios está en el cielo y con
nosotros, nos ha dejado su Espíritu y nos ha regalado sus dones y nos llama a
ser sus testigos, es decir, a ser testimonio de su presencia en este mundo en
conflicto, mundo con injusticia e iniquidad.
Hoy es un buen
día para recordar que hemos recibido su Espíritu, que se nos han regalado
dones. Y luego preguntarnos, ¿Cuáles son mis dones? ¿Cómo los estoy utilizando?
La llamada: hay
que ser testimonio del Resucitado en este mundo en conflicto, hablando las
lenguas complejas de la verdad, de la reconciliación, de la esperanza; sanando
a quienes están enfermos de tristeza y desesperanza y expulsando los demonios
del miedo y la confusión.
#FelizDomingo #oremosporlapaz #pazparaelmundo
Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj/
“Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este
mensaje de salvación”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El testamento es un documento en el que una persona determina la forma como quiere que se repartan sus pertenencias entre sus herederos. Generalmente, se trata de bienes muebles e inmuebles. Pero no siempre es así. A veces los testamentos incluyen otra clase de herencias que la persona quiere legar a sus sucesores.
Hace algún tiempo hubo una propaganda de televisión de alguna compañía de seguros que presentaba a un anciano juez que leía el testamento de un hombre muy rico que había fallecido. En medio de la formalidad del acto, estaban presentes los hijos e hijas del difunto; y junto a ellos, los nietos, nietas, sobrinos, sobrinas y otros familiares cercanos. Todos expectantes y esperanzados en que pudieran tener algún grado de participación en la inmensa torta que estaba a punto de ser distribuida.
El juez, mirando a los herederos por encima las gafas, comenzó la lectura del testamento: “En uso de mis facultades mentales y cumpliendo con los requisitos que pide la ley, procedo a determinar mi voluntad sobre el destino de mis posesiones. En primer lugar, quiero que las tierras de la Hacienda La Ponderosa, incluyendo la casa, el ganado y todos los bienes que hay en ella, se destinen a la comunidad de hermanas del ancianato de Las Misericordias, de mi pueblo natal”. Inmediatamente, hubo un cuchicheo nervioso entre los presentes... Pero todavía había más, de modo que el juez continuó su lectura: “En segundo lugar, quiero que las casas que poseo y los apartamentos que tengo, sean destinados al Hogar para niños huérfanos que funciona bajo la dirección de la parroquia de mi pueblo”. El alboroto esta vez fue más sonoro y la cara de sorpresa de los asistentes fue mayor... Y continuó la lectura del testamento: “En tercer lugar, quiero que todo el dinero que tengo en mis cuentas corrientes y de ahorros, junto con las acciones y certificados de depósito a término que están a mi nombre en distintos bancos y corporaciones, sea entregado a la Clínica del niño quemado, que dirigen las Hermanitas de los desamparados”. Esta vez la reacción de los familiares del difunto fue impresionante... Sin embargo, el silencio se apoderó de todos cuando el juez continuó su lectura pausada y firme: “Por último, a mis hijos e hijas, a mis nietos y nietas, a mis sobrinos y sobrinas, y a todos mis herederos directos o indirectos, les dejo una recomendación que estoy seguro, los ayudará a salir de su precaria situación económica. Sólo les recomiendo una cosa: ¡Que trabajen!” Y así terminó el solemne acto.
Jesús, al despedirse de sus discípulos antes de ser levantado al cielo para sentarse a la derecha de Dios, nos dejó su testamento, que no estaba constituido por bienes muebles e inmuebles, sino por una misión: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación”. La respuesta de sus seguidores fue inmediata: “Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas”. Hoy, el mismo Señor nos sigue enviando cada día a cumplir esta misión, y nos sigue acompañando en ella. Esa es su herencia más querida y ese es todavía hoy su testamento. Sólo así cumpliremos su última voluntad y nos podremos considerar, efectivamente, herederos de su reino.
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
CONFIAR
EN EL EVANGELIO
José
Antonio Pagola
La Iglesia tiene ya veinte siglos. Atrás
quedan dos mil años de fidelidad y también de no pocas infidelidades. El futuro
parece sombrío. Se habla de signos de decadencia en su seno: cansancio,
envejecimiento, falta de audacia, resignación. Crece el deseo de algo nuevo y
diferente, pero también la impotencia para generar una verdadera renovación.
El evangelista Mateo culmina su escrito
poniendo en labios de Jesús una promesa destinada a alimentar para siempre la
fe de sus seguidores: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo». Jesús seguirá vivo en medio del mundo. Su movimiento no se extinguirá.
Siempre habrá creyentes que actualicen su vida y su mensaje. Marcos nos dice
que, después de la Ascensión de Jesús, los apóstoles «proclamaban el evangelio
por todas partes y el Señor actuaba con ellos».
Esta fe nos lleva a confiar también hoy en
la Iglesia: con retrasos y resistencias tal vez, con errores y debilidades,
siempre seguirá buscando ser fiel al evangelio. Nos lleva también a confiar en
el mundo y en el ser humano: por caminos no siempre claros ni fáciles el reino
de Dios seguirá creciendo.
Hoy hay más hambre y violencia en el mundo,
pero hay también más conciencia para hacerlo más humano. Hay muchos que no
creen en religión alguna, pero creen en una vida más justa y digna para todos,
que es, en definitiva, el gran deseo de Dios.
Esta confianza puede darle un tono
diferente a nuestra manera de mirar el mundo y el futuro de la Iglesia. Nos
puede ayudar a vivir con paciencia y paz, sin caer en el fatalismo y sin
desesperar del evangelio.
Hemos de sanear nuestras vidas eliminando
aquello que nos vacía de esperanza. Cuando nos dejamos dominar por el
desencanto, el pesimismo o la resignación, nos incapacitamos para transformar
la vida y renovar la Iglesia. El filósofo norteamericano Herbert Marcuse decía
que «la esperanza solo se la merecen los que caminan». Yo diría que la
esperanza cristiana solo la conocen los que caminan tras los pasos de Jesús.
Son ellos quienes pueden «proclamar el evangelio a toda la creación».
Fuente:
http://www.gruposdejesus.com
UNA VEZ MUERTO, JESÚS ESTÁ FUERA DEL TIEMPO Y EL ESPACIO
Fray Marcos
¿Qué estamos celebrando? Es la pregunta que
debemos hacernos hoy. Nos va a costar Dios y ayuda superar la visión física,
corpórea y chata de la Ascensión, que venimos aceptando durante demasiados
siglos. Nos encontramos con el problema de siempre: confundir la realidad con
el relato mítico. La Ascensión no es más que un aspecto de la cristología
pascual. Resurrección, Ascensión, glorificación, Pentecostés, constituyen una
sola realidad, que está fuera del alcance de los sentidos. Esa realidad no
temporal, no localizable, es la más importante para la primera comunidad y es
la que hay que tratar de descubrir.
Hoy tenemos conocimientos suficientes para
intentar una interpretación más acorde con lo que los textos nos quieren
trasmitir. No podemos seguir pensando en un Jesús subiendo físicamente más allá
de las nubes. Para poder entender la fiesta de la Ascensión, debemos volver al
tema central de Pascua. Estamos celebrando la Vida, pero no la biológica sino
la divina. Esa Vida no está sujeta al tiempo, por lo tanto no hay en ella
acontecimientos, es eterna, plena e inmutable. Solo teniendo en cuenta estas
sencillas verdades, podremos comprender adecuadamente lo que estamos celebrando
este domingo.
Mateo no sabe nada de una ascensión. Juan
no habla de ascensión, pero en la última aparición, Jesús dice a Pedro: “si
quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?” Está claro que para
volver, primero tiene que irse. El final canónico de Marcos, que leemos hoy y
fue añadido a mediados del s. II, nos dice que Jesús sentó a la derecha de
Dios. Solo Lucas nos habla de ascensión: “se separó de ellos y fue elevado al
cielo”. En Hechos nos cuenta, con todo lujo de detalles, la subida de Jesús al
cielo.
Relatos de raptos eran frecuentes en la
literatura clásica. Tito Livio, en su obra histórica sobre Rómulo dice: “Cierto
día Rómulo organizó una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para
arengar al ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve
envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya no se
encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo”. Tenemos otros
ejemplos: Heracles, Empédocles, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Todos
siguen el mismo esquema.
El AT cuenta el rapto de Elías. También se
habla de la asunción de Henoc en (Gen 5, 24). El libro eslavo de Henoc, escrito
judío del siglo primero después de Cristo, describe el rapto de Henoc: “Después
de haber hablado Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la
tierra que envolvió a todos los hombres que estaban con Henoc. Y vinieron los
ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los cielos. Dios
lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre”. Nada nuevo bajo el sol.
La palabra “cielo” es muy utilizada en
religión. La repetimos dos veces en el Padrenuestro, dos en el Gloria y tres en
el credo. Arrastra una amplia gama de significados desde la cultura griega y de
todo el Oriente Medio. La complejidad de las concepciones del mundo físico en
aquella época explica los innumerables matices que encontramos en el “cielo”
teológico. No es fácil dilucidar qué sentido se quiere dar a la palabra en cada
caso. En el bautismo de Jesús, el cielo se rasgó y lo divino bajó hasta él.
Cuando termina su ciclo vital, el cielo se rompe para que Jesús vuelva a
traspasar el límite de lo terreno, para entrar en él.
Un dato muy interesante, que nos
proporciona la exégesis, es que las más antiguas expresiones de la experiencia
pascual que han llegado hasta nosotros, sobre todo en escritos de Pablo, están
formuladas en términos de exaltación y glorificación, no con la idea de
resurrección y menos aún de ascensión. En el AT encontramos abundantes textos
que hablan del siervo doliente, machacado por los hombres, pero reivindicado
por Dios. Esta fue la base de la idea de glorificación con la que se quiso
expresarse la experiencia pascual.
Lo que celebramos no está en el tiempo,
pertenece al hoy como al ayer, no hace referencia a un pasado. Son realidades
que están hoy en nuestra propia vida. Puedo vivirlas como las vivieron los
discípulos. El hombre Jesús se transforma definitivamente, alcanzando la meta
suprema. Se hace una sola realidad con Dios. Nosotros necesitamos desglosar esa
realidad para intentar penetrar en su misterio, analizando los distintos
aspectos que la integran. La Ascensión quiere manifestar que llegó a lo más
alto, pero no en sentido físico.
La verdadera ascensión de Jesús empezó en
el pesebre y terminó en la cruz cuando exclamó: "consumatum est". Ahí
terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer. Después
de ese paso, todo es como un chispazo que dura toda la eternidad. Pero había
llegado a la plenitud total en Dios, precisamente por haberse despegado
(muerto) de todo lo que en él era caduco, transitorio, terreno. Solo permaneció
de él lo que había de Dios y por tanto se identificó con Dios totalmente. Esa
es también nuestra meta. El camino también es el mismo de Jesús: despegarnos de
nuestro ego.
La experiencia pascual consistió en ver a
Jesús de una manera nueva. El haber vivido con él, el haber escuchado lo que
decía y visto lo que hacía, no les llevó a la comprensión de su verdadero ser.
Estaban demasiado pegados a lo externo, y lo que hay de divino en Jesús no
puede entrar por los sentidos. Su desaparición les obligó a mirar dentro de sí,
y descubrir allí lo que había vivido Jesús. Solo entonces ven al verdadero
Jesús. Seguimos apegados a una imagen terrena de Jesús que nos impide descubrir
su verdadero ser.
Para comprender la ascensión debemos tener
en cuenta el descenso. Jesús bajo a los infiernos, “descendit ad ínferos” es
decir a lo más bajo. Solo desde ahí su puede hacer el ascenso total y
definitivo. Desde lo más bajo a lo más alto. Pero no recuperando el estado
anterior sino permaneciendo en la Nada identificado con el Todo. No aceptamos
ese descenso definitivo porque no está de acuerdo con las pretensiones de
nuestro ego. Es la experiencia de todos los místicos. Para llegar a serlo todo
debes convertirte en Nada.
Jesús no bajó a los infiernos como
triunfador. Esa es la imagen mítica que se tenía de muchos personajes antiguos.
Jesús bajó realmente a lo más bajo con su muerte. La muerte en la cruz no era
una forma más de deshacerse de una persona que molesta. Era un intento en toda
regla no solo de matar a la persona sino de hacerla desaparecer. Se trataba de
aniquilarlo en el sentido etimológico de la palabra. Convertirle en nada. Era
un castigo tan rotundo que eliminaba todo recuerdo del ajusticiado.
No tiene ningún sentido pensar que después
de condenarlo a la cruz, se permitiera enterrarlo con todos los honores. Ni
embalsamamiento ni sepulcro nuevo ni guardas custodiando el sepulcro tienen
ningún sentido. No hubo ningún sepulcro ni vacío ni lleno. A los crucificados
se les echaba en una fosa común sin enterrarlos para que los comieran las aves
y los animales carroñeros. No dejaban ninguna posibilidad para que el muerto
fuera recordado, mucho menos honrado y agasajado. Ese descenso es la
culminación de su ser. No fue una estrategia sino el signo de su aniquilamiento
e identificación absoluta con Dios.
Meditación
Hoy
nos fijamos en la meta a la que Jesús llegó,
que
es, al mismo tiempo, el punto del que partió.
Todos
hemos salido del Padre y hemos llegado al mundo.
Todos
tenemos que dejar el mundo y volver al Padre.
Ese
Padre está en lo más hondo de nuestro ser.
Si
me empeño en buscarlo en otra parte, encontraré al ídolo.
Fray
Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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