VI Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 15, 9-17) – 9 de mayo de 2021
Hernán Quesada SJ
La Palabra hoy
nos da una buena noticia: No tenemos que hacer nada para tener el amor de Dios.
Qué difícil es experimentar eso de que ¡Dios nos amo primero!. Es difícil
experimentarlo, porque nos han repetido que el amor es algo que hay que ganar,
conquistar o merecer. Así pasamos la vida "limosneando" el amor,
perdiendo la libertad olvidando que el amor es gratuidad y que nacemos amados
incondicionalmente por Dios y en ello adquirimos toda la dignidad existente.
En consecuencia a
lo anterior, la Palabra hoy nos hace una llamada: Permanece en el amor, ama a
los demás como Dios te ama. Este es el mandamiento fundamental: ama. Así al
final de nuestro día la pregunta es: ¿Amé? ¿en dónde me faltó el amor?
No somos
esclavos, somos amigos del Señor, amigos que se saben amados, amadas por Jesús
y por ello sienten el deseo de compartir con los demás ese amor, al modo como
Él les amaría.
Fuente:
https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj
“El amor más grande que uno puede tener es dar su vida
por sus amigos”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
El 10 de octubre
de 1982, en la gran plaza de san Pedro de Roma, el papa Juan Pablo II canonizó
a un paisano suyo: Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano, nacido el 8 de
enero de 1894 en la ciudad de Zdunska
Wola. Estuvo presente en este acto un testigo excepcional: Franciszek
Gajowniczek, un polaco ya anciano que, cuarenta y un años antes, había salvado
su vida en el campo de concentración de Auschwitz, gracias al heroico gesto del
nuevo santo.
Este hombre cuenta así su experiencia de aquel verano de 1941: “Yo era
un veterano en el campo de Auschwitz; tenía en mi brazo tatuado el número de
inscripción: 5659. Una noche, al pasar los guardianes lista, uno de nuestros
compañeros no respondió cuando leyeron su nombre. Se dio al punto la alarma:
los oficiales del campo desplegaron todos los dispositivos de seguridad;
salieron patrullas por los alrededores. Aquella noche nos fuimos angustiados a
nuestros barracones. Los dos mil internados en nuestro pabellón sabíamos que
nuestra alternativa era bien trágica; si no lograban dar con el escapado,
acabarían con diez de nosotros. A la mañana siguiente nos hicieron formar a
todos los dos mil y nos tuvieron en posición de firmes desde las primeras horas
hasta el mediodía. Nuestros cuerpos estaban debilitados al máximo por el
trabajo y la escasísima alimentación. Muchos del grupo caían exánimes bajo
aquel sol implacable. Hacia las tres nos dieron algo de comer y volvimos a la
posición de firmes hasta la noche. El coronel Fritsch volvió a pasar lista y
anunció que diez de nosotros seríamos ajusticiados”.
A la mañana siguiente, Franciszek Gajowniczek fue uno de los diez
elegidos por el coronel de la SS para ser ajusticiados en represalia por el
escapado. Cuando Franciszek salió de su fila, después de haber sido señalado
por el coronel, musitó estas palabras: “Pobre esposa mía; pobres hijos míos”.
El P. Maximiliano estaba cerca y oyó estas palabras. Enseguida, dio un paso
adelante y le dijo al coronel: “Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya
viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos”. Su
ofrecimiento fue aceptado por el oficial nazi y Maximiliano Kolbe, que tenía
entonces 47 años, fue condenado, junto con otros nueve prisioneros, a morir de
hambre. Tres semanas después, el único prisionero que seguía vivo era el P.
Kolbe, de modo que le fue aplicada una inyección letal que terminó
definitivamente con su vida. Maximiliano Kolbe había vivido su ministerio
pastoral en Polonia y Japón, donde había pasado cinco años como misionero. Con
este gesto sellaba una vida de entrega permanente.
Jesús nos invita
a amarnos como Él nos ama: “Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros
como yo los he amado a ustedes”. Y en seguida explica lo que esto significa:
“El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos”. Es
decir, que el amor que Jesús nos tiene es un amor capaz de entregar la propia
vida para que los demás vivan. Esa es la tarea de todos los que queremos seguir
a Jesús. Esta es la fuente de nuestra alegría: “Les hablo así para que se
alegren conmigo y su alegría sea completa”. No siempre se tratará de
situaciones tan extremas como las que vivió san Maximiliano Kolbe, pero siempre
el amor pasa por la entrega de la propia vida.
Fuente: “Encuentros
con la Palabra”
AL ESTILO DE JESÚS
José Antonio Pagola
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido
apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre.
Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve
discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?
Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien
grabadas en todos: «Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he
amado». Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día
lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.
De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones
resumían así su vida: «Pasó por todas partes haciendo el bien». Era bueno
encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir.
Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de
Dios.
Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al
sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Al
entrar un día en la pequeña aldea de Naín se encuentra con un entierro: una
viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale de dentro su amor
hacia aquella desconocida: «Mujer, no llores». Quien ama como Jesús vive
aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.
Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su
mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo
o abatidos, como ovejas sin pastor. Rápidamente se ponía a curar a los más
enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús aprende a
mirar los rostros de las personas con compasión.
Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien. No piensa en
sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a hacer lo que
pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de camino lo acoge
con estas palabras: «¿Qué quieres que haga por ti?». Con esta actitud anda por
la vida quien ama como Jesús.
Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta que se lo
pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o
contagiar su confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de
aquellas gentes.
Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la
calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no
quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los leprosos: no
quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
LO MÁS HUMANO
DE LO HUMANO ES EL AMOR
Fray Marcos
El evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado.
Sigue explicando en qué consiste esa pertenencia del cristiano a la vid.
Poniendo como modelo su unión con el Padre, va a concretar Jesús lo que
constituye la esencia de su mensaje. Ya sin comparaciones, nos coloca ante el
centro del mensaje: El AMOR. En el c. 13 ya nos había dado la consigna: un
mandamiento nuevo os doy. Solo el amor nos hace humanos.
Juan pone en boca de Jesús la seña de identidad que debe distinguir a
los cristianos. Es el mandamiento nuevo, por oposición al mandamiento antiguo,
la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos alianzas. Jesús no manda
amar a Dios ni amarle a él, sino amar como él ama. No se trata de una ley sino
de una consecuencia de la Vida de Dios y que se ha manifestado en Jesús.
Nuestro amor será “un amor que responde a su amor” (Jn 1,16). El amor que pide
Jesús tiene que surgir de dentro, no imponerse desde fuera.
Juan emplea la palabra “ágape”. Los primeros cristianos emplearon ocho
palabras, para designar el amor: ágape, cáritas, philia, dilectio, eros,
líbido, stergo, nomos. Ninguna de ellas excluye a las otras, pero solo el
“ágape” expresa el amor sin mezcla alguna de interés personal. Sería el puro
don de sí mismo, solo posible en Dios. Está haciendo referencia a Dios, es
decir, al grado más elevado de don de sí mismo. No está hablando de amistad o
de una “caridad”. Se trata de desplegar una cualidad exclusiva de Dios.
Dios demostró su amor a Jesús con el don de sí mismo. Jesús está en la
misma dinámica con los suyos, es decir, les manifiesta su amor hasta el
extremo. El amor de Dios es la realidad primera y fundante. Juan lo ha dejado
bien claro en la segunda lectura: “En esto consiste el amor, no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó”. Descubrir esa realidad y vivirla
es la principal tarea del que sigue a Jesús. Es ridículo seguir enseñando que
Dios nos ama si somos buenos y nos rechaza si somos malos.
Hay una diferencia que tenemos que aclarar. Dios no es un ser que ama.
Dios es el amor. En Él, el amor es su esencia, no una cualidad como en
nosotros. Yo puedo amar o dejar de amar y seguiré siendo yo. Si Dios dejara de
amar un solo instante, dejaría de existir. Dios manifiesta su amor a Jesús y a
mí, pero no lo hace como nosotros. No podemos esperar de Dios “muestras
puntuales de amor”, porque no puede dejar de demostrarlo un instante. Jesús sí
puede manifestar el amor de Dios, amando como un ser humano.
Juan intenta trasmitirnos que, hablando con propiedad, Dios no puede ser
amado. Él es el amor con el que yo amo, no el objeto de mi amor. Aquí está la
razón por la que Jesús se olvida del primer mandamiento de la Ley: “amar a Dios
sobre todas las cosas”. Juan comprendió perfectamente el problema, y deja muy
claro que solo hay un mandamiento: amar a los demás, no de cualquier manera,
sino como Jesús nos ha amado. Es decir, manifestar plenamente ese amor que es
Dios, en nuestras relaciones con los demás.
No se puede imponer el amor por decreto. Todos los esfuerzos que hagamos
por cumplir un "mandamiento" de amor están abocados al fracaso. El
esfuerzo tiene que estar encaminado a descubrir a Dios que es amor dentro de
nosotros. Todas las energías que empleamos en ajustarnos a una programación
tienen que estar dirigidas a tomar conciencia de nuestro verdadero ser. Solo
después de un conocimiento intuitivo de lo que Dios es en mí, podré descubrir
los motivos del verdadero amor.
El amor del que nos habla el evangelio es mucho más que instinto o
sentimiento. A veces tiene que superar sentimientos e ir más allá del instinto.
Esto nos lleva a sentirnos incapaces de amar. Los sentimientos de rechazo a un
terrorista pueden hacernos creer que nunca llegaré a amarle. El sentimiento es
instintivo y anterior a la intervención de nuestra voluntad. El amor es más que
sentimiento. La prueba de fuego del amor es el amor al enemigo. Si no llego
hasta ese nivel, todos los demás amores son engañosos.
El amor no es sacrificio ni renuncia, sino elección gozosa. Esto que
acaba de decirnos el evangelio no es fácil de comprender. Tampoco esa alegría
de la que nos habla Jesús es un simple sentimiento pasajero; se trata de un
estado permanente de plenitud y bienestar, por haber encontrado mi verdadero
ser y descubrir que es inmutable. Una vez que has descubierto tu ser luminoso e
indestructible, desaparece todo miedo, incluido el miedo a la muerte. Sin miedo
no hay sufrimiento. Surgirá espontáneamente la alegría.
Solo cuando has descubierto que lo que realmente eres, no puedes
perderlo, estás en condiciones de vivir para los demás sin límites. El
verdadero amor es don total. Si hay un límite en mi entrega, aún no he
alcanzado el amor evangélico. Dar la vida, por los amigos y por los enemigos,
es la consecuencia lógica del verdadero amor. No se trata de dar la vida
biológica muriendo, sino de poner todo lo que somos al servicio de los demás.
Ya no os llamo siervos. No tiene ningún sentido hablar de siervo y de
señor. Más que amigos, más que hermanos, identificados en el mismo ser de Dios,
ya no hay lugar ni para el “yo” ni para lo “mío”. Comunicación total en el
orden de ser. Jesús se lo acaba de demostrar poniéndose un delantal y
lavándoles los pies. La eucaristía dice exactamente lo mismo: Yo soy pan que me
parto y me reparto para que me coman. Yo soy sangre (vida) que se derrama por
todos para comunicarles esa misma Vida. Jesús lo compartió todo.
Os he hablado de esto para que vuestra alegría llegue a plenitud. Es una
idea que no siempre hemos tenido clara en nuestro cristianismo. Dios quiere que
seamos felices con una felicidad plena y definitiva, no con la felicidad que
puede dar la satisfacción de nuestros sentidos. La causa de esa alegría es
saber que Dios comparte su mismo ser con nosotros. Nos decía un maestro de
novicios: “Un santo triste es un triste santo”.
No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros. Debemos
recuperar esta vivencia. El amor de Dios es lo primero. Dios no nos ama como
respuesta a lo que somos o hacemos, sino por lo que es Él. Dios ama a todos de
la misma manera, porque no puede amar más a uno que a otro. De ahí el
sentimiento de acción de gracias en las primeras comunidades cristianas. De ahí
el nombre que dieron los primeros cristianos al sacramento del amor.
“Eucaristía” significa exactamente acción de gracias.
Cualquier relación con Dios, sin un amor manifestado en obras, será pura
idolatría. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni
normas morales. El único distintivo debe ser el amor manifestado. Jesús no
funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos sino una
comunidad que experimenta a Dios como amor y cada miembro lo imita, amando como
Él. Esta oferta no la puede hacer la institución, por eso se muestra Jesús tan
distante e independiente de todas ellas. Ninguna otra realidad puede sustituir
lo esencial. Si esto falta no puede haber comunidad cristiana.
Meditación
Sin la experiencia de
unidad con Dios
no podemos desplegar el
verdadero amor.
El verdadero amor nos
lleva al límite de lo humano.
No somos nosotros los que
tenemos que amar.
Tiene que desaparecer el
yo
para sentirme uno con
todos.
Amar es deshacerme de
todo lo que creo ser
para que solo quede en mí
lo que hay de Dios.
Fray Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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