Domingo de la Santísima Trinidad – Ciclo B (Mateo 28, 16-20) – 30 de mayo de 2021
#microhomilía
Hernán Quesada SJ
Tener
una imagen distorsionada de Dios puede hacernos sufrir mucho, a nosotros y a
los que están cerca, pues desde nuestro "dios" podemos vivir la vida
esclavizados y tratando de esclavizar a los demás. Hoy la Palabra nos ofrece
descripciones de Dios: Dios es creador, capaz de buscar a los suyos, no para
castigarlos, sino para liberarlos. Dios es sincero, leal, ama la justicia y el
derecho, llena la tierra de sus bondades. Dios cuida y confía, salva y da la
vida.
Dios no
nos esclaviza sino que nos hace sus hijos, sus hijas y por ello recibimos su
Espíritu Santo. Este es el Dios de
Jesús, lo contrario a esta descripción es un ídolo que nos hace temer de nuevo
y nos vuelve esclavos.
Sabiéndonos
herederos de Dios y coherederos con Cristo, nos reconocemos enviados al mundo
guiados por su Espíritu. ¡Sin miedo!
Meditemos
hoy lo que la palabra nos enseña y nos convoca. ¿Cuál es la invitación personal
del Espíritu que descubres hoy en tus circunstancias particulares? #FelizDomingo
Fuente: https://www.facebook.com/hernan.quezada.sj
“(...) bautícenlas en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Andrés Sopeña Monsalve publicó en 1994 un libro llamado: “El
florido pensil”, en el que presenta la (des)educación de varias
generaciones de españoles de la posguerra en clave nacionalcatólica. Partiendo
de los libros de texto de la época, evoca, con una gracia y un humor
irresistibles, la escuela cotidiana en la que se formaron muchas generaciones
durante la España franquista. Este estilo impregnó la educación en todos los
niveles, incluida la formación religiosa.
Dice
Andrés Sopeña: “Le temíamos a la clase de catecismo más que a una vara verde.
Menos Fernandito y Tordecillas, raro era el que no salía con la cara caliente.
Es que no podía ser de otra manera, porque, a ver: Dios es nuestro Padre, que
está en el Cielo, ¿no? Y estaba bien; lo decías, y te librabas. Pero después
don Simón te preguntaba: «¿Dónde está Dios nuestro Padre?» y
tú: «Pues, en el Cielo». Y ¡plas! Tortazo. Que ya no estaba allí, hombre; que
ahora era «En todo lugar, por esencia, presencia y potencia», fíjate. Y, de
nuevo: «¿Por qué decís que está en los cielos?» y tú: «No, si ya no lo digo; es
que me he equivocado» y ¡plas!, otra vez, que había vuelto: «Porque en ellos se
manifiesta más particularmente su gloria», aclaraba Fernandito. Como en los dioses, que
no me lo había estudiado, pero que lo saqué por matemáticas:
–
P.: ¿El Padre es Dios? –le preguntaron a Fernandito, que
seguro sabía del padre de quién hablaban...
–
R.: Sí, padre; el Padres es Dios –para mí, primera
noticia.
– P.: ¿El Hijo es Dios?
–ésta era para Tordecillas.
– R.: Sí, padre; el Hijo
es Dios.
– P.: ¿El Espíritu Santo
es Dios?
– R.: Sí, padre; el
Espíritu Santo es Dios –respondió el Ruiz, que ya le había cogido el truco a
aquello.
– P.: ¿Son, por ventura,
tres dioses?
–
Tres, exactamente –respondí yo, que había llevado la cuenta.
¡Y me dio una torta!
Luego
resultó que no eran dioses, que eran personas. Y a mí aquello me pareció un
misterio. Que había que verlo, que una era un triángulo con un ojo y otra una
paloma, no recuerdo si con olivillo o sin olivillo. De la otra, ni te cuento;
que en mi enciclopedia unas veces tenía forma de corazón y otras de corderillo;
según le pillara el cuerpo, seguramente. Pero, yo, callado. (...)”.
Las preguntas y respuestas del Catecismo del padre Astete facilitaban el aprendizaje memorístico de los conceptos clave, aunque no siempre propiciaban una experiencia que permitiera entrar en contacto con lo que confesamos en nuestra fe. Hoy seguimos sin entender este misterio de la Santísima Trinidad, “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”; pero nos preocupamos menos por la repetición de fórmulas y comunicamos la experiencia con la que sinterizó san Agustín ese misterio trinitario: “Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor"; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu de Amor. En nombre de esta comunidad de amor, que se necesitan en su diferencia y que no se anulan en una uniformidad ni en una individualidad estéril, quiere Jesús que seamos bautizados todos sus discípulos.
Fuente: “Encuentros con
la Palabra”
EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL
HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO
José Antonio Pagola
¿Cómo se comunicaba Jesús con Dios?, ¿qué
sentimientos se despertaban en su corazón?, ¿cómo lo experimentaba día a día?
Los relatos evangélicos nos llevan a una doble conclusión: Jesús sentía a Dios
como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu.
Jesús se sentía «hijo querido» de Dios.
Siempre que se comunica con él lo llama «Padre». No le sale otra palabra. Para
él, Dios no es solo el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No
habita en el templo, acogiendo solo a los de corazón limpio y manos inocentes.
Jesús lo capta como Padre que no excluye a nadie de su amor compasivo. Cada
mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y malos.
Ese Padre tiene un gran proyecto en su
corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda: Dios no
descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta
final. Nadie lo podrá impedir, ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de
los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo
de vida.
Fiel a este Padre y movido por su Espíritu,
Jesús solo se dedica a una cosa: hacer un mundo más humano. Todos han de
conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores
y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos
llama. No vive controlando a sus hijos e hijas, sino abriendo a cada uno
caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio
corazón le está escuchando a él.
Ese Espíritu empuja a Jesús hacia los que
más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los nombres de
los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie, esos son
precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabe que a ese Dios no le entienden
los grandes, sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan, porque
no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas.
La mejor manera de creer en el Dios
trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino
seguir los pasos de Jesús, que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que,
movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos.
Fuente: http://www.gruposdejesus.com
Fuente: http://feadulta.com/
PENSAR A DIOS NO SIRVE DE
NADA; VIVIRLO SÍ
Fray Marcos
Es verdad que la Biblia dice que Dios hizo
al hombre a su imagen y semejanza, pero, en realidad, es el hombre el que está
fabricando a cada instante un Dios a su medida. Es verdad que nunca podremos
llegar a un concepto adecuado de lo que es Dios, pero no es menos cierto que
muchas ideas de Dios pueden y deben ser superadas. Si ha cambiado nuestro
conocimiento del mundo y del hombre, será lógico que cambie nuestra idea de
Dios. El Dios antropomórfico tiene que dejar paso a un Dios-Espíritu, cada vez
menos cosificado.
Decir que la Trinidad es un dogma, o un
misterio, no hace más comprensible la formulación trinitaria. La verdad es que
hoy no nos dice casi nada, y menos aún las explicaciones que se han dado a
través de los siglos. Todas las teologías surgieron de una elaboración racional
que siempre se hace desde una filosofía, determinada por un tiempo y una
cultura. También la primitiva teología cristiana se desarrolló en el marco de
una cultura y una filosofía, la griega. Pudo ser muy útil a través de la
historia, pero no tenemos por qué atarnos a ella.
Cada día se nos hace más difícil la
comprensión del misterio, entre otras cosas porque no sabemos qué querían decir
los que elaboraron el dogma. Aplicar hoy a las tres personas de la Trinidad la
clásica definición de Boecio “individua sustantia, racionalis naturae”, se
antoja un poco ridículo. Aplicar a Dios la individualidad y la racionalidad
propia del hombre es ridículo. Dios no es un individuo, ni es una sustancia ni
es una naturaleza racional.
La dificultad, para hablar de Dios como
tres personas, la encontramos en el mismo concepto de persona, que lejos de
ser una constante a través de la historia, ha experimentado sucesivos cambios
de sentido. Desde el "prosopon" griego, que era la máscara que se
ponían en el teatro para que “resonara” la voz; pasando a significar el
personaje que se representaba; al final terminó significando el individuo
físico. El sentido moderno de persona, es el de yo individual, conciencia
subjetiva, es decir, el núcleo íntimo del ser humano.
En la raíz del significado está la
limitación. Existe la persona porque existe la diferencia y la separación. Esto
es imposible aplicárselo a Dios. En los últimos años se está hablando del
ámbito transpersonal. Creo que va a ser uno de los temas más apasionantes de
los próximos decenios. Si el hombre está anhelando lo transpersonal, es
ridículo seguir encasillando a Dios en un concepto personal, que siempre supone
la limitación del propio ser.
Siempre que nos atrevemos a decir “Dios”
estamos expresando una idea, es decir, un ídolo. Ídolo no es solamente una
escultura de dios. También es un ídolo cualquier concepto que le aplicamos. El
ateo sincero está más cerca del verdadero Dios, que los teólogos que creen
haberlo atrapado en conceptos. Dios no es nada que podemos nombrar. El “soy el
que soy” del AT tiene más miga de lo que parece. Dios es solo verbo, pero un
verbo que no se conjuga, porque no tiene tiempos ni modos. Dios ES un inmenso
presente que lo llena todo.
Dios no se identifica con la creación, pero
tampoco es nada separado de ella. De la misma manera que no podemos imaginar la
Vida como algo separado del ser que está vivo, no podemos imaginar lo divino
separado de todo ser creado que, por el mero hecho de existir, está traspasado
de Dios. Tampoco podemos decir que está donde actúa, porque tampoco puede
actuar de una manera causal a semejanza de las causas segundas. La acción de
Dios no podemos percibirla por los sentidos ni ser objeto de ciencia.
Jesús dio un vuelco a la idea de Dios. No
es el Dios de los buenos, de los religiosos ni de los sabios. Es el Dios de los
excluidos, de los enfermos, de los irreligiosos inmorales y ateos. El evangelio
nos dice: “las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino
de Dios”. El Dios de Jesús no interesa porque no aporta nada a los “buenos”. En
cambio, llena de esperanza a los “malos”, que se sienten perdidos. "No
tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a
los justos sino a los pecadores"
Para nosotros, es sobre todo la experiencia
que Jesús tuvo de su Abba, lo que nos debe orientar en nuestra búsqueda. Jesús
no se propuso inventar una nueva religión ni un nuevo Dios. Lo que intentó, con
todas sus fuerzas, fue purificar la idea de Dios que tenía el pueblo judío en
su época. Ese esfuerzo le costó la vida. Jesús en todo momento quiere dejar
claro que su Dios es el mismo del AT. Eso sí, tan purificado y limpio de
adherencias idolátricas, que da la impresión de ser una realidad completamente
distinta.
La forma en que Jesús habla de Dios se
inspira en su experiencia personal. Naturalmente esa vivencia no hubiera sido
posible sin hacer suyo el bagaje religioso heredado de la tradición bíblica. En
ella se encuentran ya claros chispazos de lo que iba ser la revelación de
Jesús. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio
ser. Descubrió que Dios lo era todo para él y decidió corresponder siendo él
mismo todo para los demás. Tomó conciencia de la fidelidad de Dios y respondió
siendo fiel a sí mismo. Al llamar a Dios "Abba", Jesús abre un
horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto.
La base de toda experiencia religiosa
reside en la condición de criaturas. El modo finito de ser uno mismo demuestra
que no se da a sí mismo la existencia, por lo tanto, es más de Dios que de sí
mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. El reconocimiento de
nuestra limitación es el camino para llegar a la experiencia de Dios. Él es el
único verdadero y sólido fundamento sin el cual, nada existe. Jesús descubre
que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que
salir de sí para encontrar su centro. Descubrir a Dios como fundamento es
fuente de una insospechada humanidad.
Esta idea de Dios supone un salto sobre la
idea del AT. Allí Dios era el Todopoderoso que hace un pacto al modo humano, y
observa desde su atalaya a los hombres para ver si cumplen o no su “Alianza”, y
reacciona en consecuencia. Si la cumplen, los ama y los premia, si no la
cumplen, los reprueba y castiga. En Jesús Dios actúa de modo muy diferente. Él
es don absoluto e incondicional. Él es agape y se da totalmente. Es el hombre
el que tiene que reaccionar al descubrir lo que Dios es para él. La fidelidad
de Dios es lo primero y el verdadero fundamento de una actitud humana.
Dios no puede ser un "tú" en el
mismo sentido que lo es otro ser humano. Dios sería más bien la Realidad que
posibilita el encuentro con un “tú”; es decir, sería como ese “tú” ilimitado
que se experimenta en todo encuentro humano con el otro. Pero a Dios nunca se
le puede experimentar directamente como tal “tú”, sin el rodeo del encuentro
con un “tú” humano. No se trata pues, de evitar a toda costa el vocabulario
teísta sino exponer con suficiente claridad el carácter analógico de todo
lenguaje sobre Dios.
Meditación
La
mejor pista nos la da Jesús: “yo y el Padre somos uno”.
Bien
entendido que esto lo dijo como ser humano.
Jesús
sigue siendo Jesús y Dios sigue siendo Dios,
pero
toda diferencia ha desaparecido.
Solo
si llego a descubrir lo que soy,
podré
llegar, no a conocer, sino a vivir lo que es Dios.
Fray
Marcos
Fuente: http://feadulta.com/
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