jueves, 10 de julio de 2025

Domingo XV de Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XV de Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 10, 25-37) – julio 13, 2025 
Deuteronomio 30, 10-14; Salmo 68; Col 1, 15-20

Evangelio según san Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: "Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?". El doctor de la ley contestó: 'Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has contestado bien; si haces eso, vivirás".

El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: "¿y quién es mi prójimo?". Jesús le dijo: "Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?". El doctor de la ley le respondió: "El que tuvo compasión de él". Entonces Jesús le dijo: "Anda y haz tú lo mismo". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Ser prójimo, es la llamada del Evangelio hoy. Ser prójimo es reconocer que no somos solos, que somos siempre en relación. Ante esta llamada, solemos cuestionarnos sobre nuestra disposición, atención y ayuda a quiénes se encuentran heridos, puestos al lado del camino. Pero, ¿qué si somos nosotros los que nos encontramos malheridos, con el corazón medio muerto y puestos al lado del camino? ¿Qué si somos nosotros los prójimos necesitados de cuidado, atención y alivio? Hay que ser humildes, como escuchamos hoy al salmista, para ser capaces de buscar al Señor que nos revivirá el corazón, hay que ser humildes y valientes para recibir ayuda, para aceptar la compasión y el cuidado de otro; hay que ser humildes para reconocernos prójimo necesitado y disponernos para ser auxiliados, levantados, sanados. La llamada el día de hoy, si nos sentimos prójimo necesitado, podría ser: Escucha, vuelve y confía, sé prójimo.  

#FelizDomingo

“Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” 

Muchos Hace varios años, en una asamblea familiar en el barrio El Consuelo, leímos la parábola del buen samaritano que nos presenta la liturgia este domingo. Después de escuchar el texto bíblico, le pregunté a los presentes qué habían entendido. Una señora bastante mayor tomó la palabra y recapituló el contenido de la parábola diciendo: «Resulta que un hombre iba por un camino y fue asaltado por unos ladrones que lo dejaron medio muerto. Poco tiempo después pasó por allí un sacerdote y al ver al herido, dio un rodeo y siguió su camino. Luego pasó un jesuita e hizo lo mismo. Luego pasó un samaritano y se compadeció del herido, lo curó y lo ayudó». Todos los presentes quedamos impresionados con el excelente resumen que nos había hecho la señora. Lo único que hubo que corregir fue que el segundo personaje que dio un rodeo para esquivar al herido no había sido un jesuita sino un levita. Pequeña diferencia, pero significativa, teniendo en cuenta que yo estaba allí presente.

Cuando leemos esta parábola, tenemos la tentación de pensar en los malos que dieron un rodeo para no ayudar a este hombre. Su comportamiento nos parece el colmo. Nos escandalizamos interiormente de esa falta de sensibilidad y solidaridad. Lo que hizo el Espíritu Santo, a través de esta señora, fue proponerme la pregunta por mi prójimo de una manera cruda y directa. La pregunta me quedó clavada entre el corazón y las tripas. Eso mismo sintieron todos los presentes esa noche. Dios nos estaba invitando a revivir la escena, no desde la barrera, sino haciéndonos un personaje más, implicándonos vitalmente en la parábola. Tuvimos que reconocer que más de una vez habíamos seguido de largo ante los heridos que Dios había puesto en nuestro camino. Un pequeño lapsus que no dejó de cuestionarnos hondamente.

Junto a esto, hay otro elemento que me parece que suele perderse de vista con cierta facilidad al leer esta parábola. Normalmente pensamos que fue el buen samaritano el que salvó al herido. Sin embargo, aunque esto es parte de la verdad, no es sino la mitad de ella. La verdad completa es que el herido también salvó al samaritano, pues fue él quien hizo posible que este hombre, considerado despreciable por los judíos, hubiera permitido brotar de su interior lo mejor de sí mismo, haciéndose prójimo de su hermano maltratado y despojado por los bandidos. Podríamos decir que el sacerdote y el levita no se dejaron salvar por el herido. Despreciaron esta maravillosa oportunidad que Dios les daba para hacerse mejores seres humanos, a la medida de Dios.

No olvidemos que toda esta historia la contó Jesús para explicarle a un mañoso maestro de la ley, que venía a ponerlo a prueba para ver si sabía qué se debía hacer para alcanzar la vida eterna. El hombre sabía muy bien lo que debía hacer: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero para enredar al Señor, le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” Entonces vino la historia. Pidamos para que nosotros no nos vayamos a enredar con elucubraciones sobre quién es nuestro prójimo y reconozcamos que muchas veces hemos hecho rodeos para no encontrarnos con los prójimos malheridos que no sólo habríamos podido salvar, sino que se habrían podido convertir en nuestra mayor fuente de salvación.


SIN RODEOS

No es necesario un análisis muy profundo para descubrir las actitudes de autodefensa, recelo y evasión que adoptamos ante las personas que pueden turbar nuestra tranquilidad. Cuántos rodeos para evitar a quienes nos resultan molestos o incómodos. Cómo apresuramos el paso para no dejarnos alcanzar por quienes nos agobian con sus problemas, penas y sinsabores.

Se diría que vivimos en actitud de guardia permanente ante quien puede amenazar nuestra felicidad. Y, cuando no encontramos otra manera mejor de justificar nuestra huida ante personas que nos necesitan, siempre podemos recurrir al hecho de que «estamos muy ocupados».

Qué actualidad cobra la «parábola del samaritano» en esta sociedad de hombres y mujeres que corren cada uno a sus ocupaciones, se agitan tras sus propios intereses y gritan cada uno sus propias reivindicaciones.

Según Jesús, solo hay una manera de «ser humano». Y no es la del sacerdote o el levita, que ven al necesitado y «dan un rodeo» para seguir su camino, sino la del samaritano, que camina por la vida con los ojos y el corazón bien abiertos para detenerse ante quien puede necesitar su ayuda.

Cuando escuchamos sinceramente las palabras de Jesús, sabemos que nos está llamando –a pasar de la hostilidad– a la hospitalidad. Sabemos que nos urge a vivir de otra manera, creando en nuestra vida un espacio más amplio para quienes nos necesitan. No podemos escondernos detrás de «nuestras ocupaciones» ni refugiarnos en hermosas teorías.

Quien ha comprendido la fraternidad cristiana sabe que todos somos «compañeros de viaje» que compartimos la misma condición de seres frágiles que nos necesitamos unos a otros. Quien vive atento al hermano necesitado que encuentra en su camino descubre un gusto nuevo a la vida. Según Jesús, «heredará vida eterna».

 

NO APROXIMARTE AL QUE TE NECESITA
ES ALEJARTE DEL VERDADERO DIOS 

En Solo Lucas narra esta parábola del “buen samaritano”. Como todas, no necesita explicación. Lo único que exige es implicación. El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser religioso, siendo más humanos. La relación directa con Dios es imposible y engañosa.

La pregunta, ¿quién es mi prójimo?, presupone que puede haber alguien que no lo es y tendría que amar solo al que lo es. La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende de alguna circunstancia externa. Esta es la trampa. Debo aproximarme a todo el que me necesita. Si no lo hago estoy fallando a Dios y a mi propio ser.

El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes implicados en él, lo convierten en provocador. Para el sacerdote y el levita, lo primero era Dios y la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas, lleva la ley en el corazón.

Desde que tenemos noticias, se ha entendido a Dios como un Ser separado con el que podemos relacionarnos directamente. Ese Dios impone su santa voluntad a las criaturas dando leyes y preceptos puntuales. La verdad es que Dios no tiene voluntad. Ese dios antropomórfico es solo una creación nuestra. El verdadero Dios no dio a nadie ley alguna.

Lo que llamamos voluntad de Dios es la misma realidad de las cosas que las constituye en tales. Desplegar esa esencia es lo que Dios espera de cada realidad. En el hombre se complica porque puede no desplegar su verdadero ser y en lugar de actuar como ser humano puede actuar como un ser inhumano y deteriorar su verdadera naturaleza.

La luz es impensable sin una materia sobre la que se reflejen los fotones. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad, aunque los fotones los traviesan. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que reflejado en las criaturas. La conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación, porque sería un ídolo.

Solo descubriendo la luz que se refleja en mi propio ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí, es el mismo que debo descubrir en los demás. Si me doy cuenta de lo que soy en el Todo, veré al otro insertado en el Todo. Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro como opuesto a mí y no encontraré motivos para amarlo.

Yo, separado del creador y de las demás criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser y lo que constituye el ser de los demás, es la misma Realidad, Dios que está fundamentando mi propio ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás sin ir en contra mía. El día que descubra lo que soy, habré dado un paso hacia el verdadero amor.

El prójimo está siempre ahí. Descubrirlo depende solo de ti. Cuando te aproximas a otro para ayudarle, lo conviertes en próximo. Al hacer a uno prójimo, te estás acercando a Dios. Cada vez que pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad.

Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. La religión que permite vivir ignorando a los demás será siempre falsa.

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