jueves, 19 de junio de 2025

Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Reflexión)

 Domingo XII del Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 9, 18-24) – junio 22, 2025 
Zacarías 12, 10-11. 13,1; Salmo 62; Gálatas 3, 26-29



Continuamos este domingo, con el Tiempo Ordinario litúrgico, que como he dicho anteriormente, es cuando profundizamos en el conocimiento de quién es Jesús

Evangelio según san Lucas 9, 18-24

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado".

Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Respondió Pedro: "El Mesías de Dios". Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".

Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará".

Reflexión:

¿Quién es Jesús para mí?

Toda la Biblia es una narración de la historia de salvación de la humanidad, desde su creación, pasando por el camino recorrido por las personas (y pueblos), hasta llegar a encontrar el sentido de la vida y en ella la plenitud de la existencia humana, que es “tener una vida que valga la pena vivir” (cfr. EE8D, Carlos Morfín, SJ).

Al ser humano le ha llevado milenios darse cuenta de “esa presencia creadora y salvadora”; es a través de las experiencias personales que se han compartido y escrito en los libros que integran la Biblia, que nosotros hemos podido conocer a Jesús, el Hijo de Dios, quien es quién nos revela al Padre, con la luz del Espíritu Santo (ver columna pasada, del 15/06/25 sobre la Santísima Trinidad).

Entonces, en el Tiempo Ordinario litúrgico, habremos de conocer quién es Jesús y como su Buena Noticia (Evangelio) nos muestra precisamente, no solo quién es Él, sino como podemos caminar hacia ese horizonte al que Dios quiere para nosotros: vida terrena que valga la pena y vida eterna… la cual es: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Cristo” (Jn 17,3).

Al igual que, para conocer a “cualquier persona”, es necesario pasar tiempo con él o ella, para escucharla y saber que piensa, como es que ve la vida, sus gustos y preferencias, tanto como lo que no le agrada … con Jesús es igual, hay que pasar tiempo con él, leyendo su vida narrada en el Evangelio, para como decía San Ignacio de Loyola: “tener un conocimiento interno del Señor … para más amarlo y seguirlo”.

Nos pueden decir y/o enseñar mucho sobre Él, como en el catecismo de niños, pero dejará de ser “un dogma”, hasta que tenga un encuentro personal con Jesús, sin importar la edad, que podré realmente conocerlo, saber cuál es su mensaje y propuesta, y así poder dar mi opinión sobre su persona y proyecto.

Hoy, pudiéramos pensar que “sería” fácil conocer a Jesús: tenemos la Biblia (46 libros del antiguo testamento, más 27 del nuevo testamento), que como decía al comienzo, nos narra “la historia de salvación” del género humano; los profetas de la antigüedad ya hablaban de la venida de “un salvador” (Zac 12, 10-11. 13,1), y hoy nos toca, si lo deseamos, reconocerlo, y profundizar la relación con Él, para entonces poder dar razón, de quien es Jesús para mí, porqué deseo su amistad, y como es que me sana y salva, para que pueda tener esa vida plena, que Dios desea para mí (y para cada uno).

En palabras de León Felipe, la relación personal con Jesús, es: “…nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este mismo camino que yo voy; para cada hombre guarda un rayo nuevo, el sol, y un camino virgen, Dios.“

Conocerlo, amarlo y seguirlo, es personal; al hacerlo andaré, en el camino de colaboración en el proyecto del Reinado de Dios: fraternidad, justica, paz, esperanza

¿Cómo conocer mejor a Jesús?... ¿Cómo conocer cuál es su proyecto?...  ¿Qué pasaría si, me enamoro de su mensaje?...

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XII del Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 9, 18-24) – junio 22, 2025

Zacarías 12, 10-11. 13,1; Salmo 62; Gálatas 3, 26-29 


Evangelio según san Lucas 9, 18-24

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado".

Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Respondió Pedro: "El Mesías de Dios". Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".

Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará".

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 

“(...) el que quiera salvar su vida, la perderá” 

Muchos textos evangélicos hablan de la oración de Jesús. Otros nos presentan a Jesús orando o nos cuentan lo que decía sobre esta práctica. El Evangelio según san Lucas, que estamos siguiendo este año, insiste particularmente en esta dimensión orante de la vida de Jesús. Podríamos hacerle muchas preguntas a Jesús sobre su oración: ¿Cómo oraba? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes lo hacía, o si lo hacía solo? ¿Cuánto tiempo dedicaba a ello? ¿Qué relación existía entre su oración y su vida? No es difícil llegar a responder estas preguntas si estuviéramos dispuestos a repasar los cuatro evangelios buscando los pasajes que hablan de la oración de Jesús. Uno de ellos es el que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra: “Un día en que Jesús estaba orando solo (...)”.

Jesús, el hijo de María, el carpintero de Nazaret, fue un hombre de su tiempo. Es verdad también que confesamos a este hombre como la transparencia plena de Dios, en quien Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Pero, como muy bien lo afirma el Concilio Vaticano II, Jesús "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre" (Gaudium et Spes 22). Por tanto, podemos también afirmar que su oración fue una oración de hombre. Su encuentro frecuente con Dios en la oración respondió a una necesidad vital de comunicación y de comunión con su Padre. No se trató simplemente de un ejemplo para estimular nuestra oración. No fue una enseñanza más o una recomendación hecha desde fuera. Digo esto, porque no es difícil encontrar estudios en los que la práctica de la oración de Jesús se presenta como algo añadido: "Jesús no tenía las mismas razones que nosotros para orar. El, en cierto sentido, no tenía necesidad de orar, pese a lo cual quiso que su oración nos sirviera de ejemplo" (Bro, Enséñanos a orar, 1969: 113).

De la oración de Jesús surgieron preguntas: “–¿Quién dice la gente que soy yo? (...) –Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” La respuesta de Pedro parece completa: “–Eres el Mesías de Dios”. Sin embargo, el mesianismo que soñaba Simón Pedro no contemplaba lo que Jesús les anuncia: “–El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará”. De esta misma experiencia de oración nace también la frase con la que termina el pasaje de hoy: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero que pierda la vida por causa mía, la salvará”.

Los aprendizajes vitales que Jesús compartió con sus discípulos germinaron en horas de silencio y soledad. Momentos de apertura dócil a la acción de Dios. Jesús vivió largos momentos de contemplación para llegar a entender esta paradoja de un Mesías que muere en cruz. Dimensiones aparentemente contrapuestas de una misma manifestación histórica de la divinidad. Sólo desde la oración sencilla y cotidiana, es posible vivir el misterio de nuestro camino de fe. Cuán lejos estamos de alcanzar una vida de oración como la de Jesús. Tal vez convenga preguntarnos hoy lo que le preguntamos a Jesús: ¿Cómo oramos? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes? ¿Cuánto tiempo dedicamos a ello? ¿Qué relación existe entre nuestra oración y nuestra vida?

 

¿CREEMOS EN JESÚS? 

Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesárea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?».

Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.

No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?

Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el «Mesías de Dios», el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?

Lo confesamos también «Hijo de Dios». Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?

Llamamos a Jesús «Salvador» porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es esta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es esta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?

Confesamos a Jesús como nuestro único «Señor». No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿Le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?

La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

 

LOS SIGNOS NO SON LA REALIDAD SIGNIFICADA 

Es muy difícil hablar de este sacramento. Serían tantas las desviaciones que habría que corregir, que solo el tener que planteármelo, me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto este sacramento que lo hemos convertido en algo ineficaz.

Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual que se desarrolla fuera de nosotros y al que asistimos pasivamente. Nuestra tarea debe ser volverlo a cargar de humanidad. Dios es la Realidad que está en nosotros siempre y no tiene que hacer nada. El sacramento lo necesitamos nosotros para descubrirlo.

El problema de este sacramento es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente su esencia, que es su aspecto sacramental. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda comunicación entre seres humanos se realiza a través de signos. El signo no es el pan sino el pan partido, preparado para ser comido. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El signo está en la disponibilidad para ser comido.

El segundo signo es el vino servido, preparado para ser bebido. Es muy importante tomar conciencia de que, para los judíos, la sangre era la vida. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial y nos despista de su verdadero valor.

La realidad significada es trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Esa realidad es eterna y no se puede ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Si celebrar la eucaristía no me lleva a descubrirla, es que se ha convertido en garabato.

El principal objetivo de este sacramento es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato.

En la eucaristía re-significamos el amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total sin límites. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como, sino cuando me dejo comer, como hizo él.

Todas las muestras de respeto hacia los signos están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo, es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia.

JESUCRISTO, GENIAL INTEGRACIÓN 
DEL JESÚS HISTÓRICO Y EL CRISTO DE LA FE 

Es muy Los tres sinópticos relatan el mismo episodio, aunque con diferencias notables. Se plantea abiertamente el significado del mesianismo de Jesús. Tema que no quedó resuelto hasta después de la experiencia pascual. No se trata, pues de un relato estrictamente histórico, sino de un planteamiento teológico del tema más importante y complicado de todo el NT.

Ni para ellos fue fácil aceptar el verdadero mesianismo, ni lo es para nosotros, pues seguimos sin aceptar que el ser cristiano lleva consigo renunciar al ego y darse a los demás.

Empieza el relato advirtiendo que Jesús estaba orando, como siempre que va a decir o hacer algo verdaderamente importante. Es curioso que el evangelio dice que el único que estaba orando era Jesús y además solo, aunque los discípulos estaban allí.

Sin tener en cuenta esa oración de Jesús nada de lo que fue y predicó puede explicarse. La forma en que Jesús habla de Dios como salvación, se inspira directamente en su experiencia personal. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Jesús experimentó que Dios lo era todo para él y él era todo para Dios. Tomó conciencia de la fidelidad de Dios-amor y respondió vitalmente a esta toma de conciencia.

Al atreverse a llamar a Dios "Abba" (Papá), Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto. Esa experiencia le lleva a poder manifestar a los demás lo que Dios es para el ser humano. Esta convicción fundamenta toda su vida y su predicación.

Para Jesús, como para cualquier ser humano, la base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El hombre se descubre sustentado por la acción creadora de Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia.

Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. "Intimior intimo meo". Descubrir su fundamento en Dios, es fuente de una inesperada plenitud. La experiencia de Dios será la revelación de la más alta humanidad.

Jesús de Nazaret nunca se presenta como lo absoluto. Para él lo absoluto fue siempre  Dios. De lo que dijo y lo que hizo, se puede deducir que se ha considerado siempre como un ser humano más (hijo de hombre); eso sí, un ser humano totalmente identificado con Dios.

La opinión de la gente indica ya una alta consideración de la persona de Jesús, pero está muy lejos de acertar en el pronóstico. La opinión de los doce, manifestada por Pedro, parece a primera vista acertada; pero “el Ungido de Dios”, era la manera de designar al Mesías que el pueblo de Israel esperaba. Es decir, un Mesías nacionalista que traería la salvación política, económica y religiosa para todo el pueblo.

Esa opinión no debe ser divulgada porque es también falsa. A continuación, se nos propone la verdadera figura del Mesías que la primera comunidad pascual había descubierto con tanta dificultad.

El Mesías se convierte en “Hijo de hombre”, el modelo de hombre, el ser humano que vive su plenitud. No es el triunfador, el poderoso, el que está por encima de los demás, sino el que aguanta, el que sufre, el que tiene que padecer las iras y rencores de los suyos, el humillado y despreciado, precisamente por no renunciar a ser “humano”. Y todo esto hasta el extremo, hasta perder la vida por mantener esa actitud.

El que quiera adherirse al Mesías, no tiene más remedio que emprender el mismo camino. No hay alternativa posible. “Dirigiéndose a todos”, también a nosotros, exige el negarse a sí mismo.

La frase de Jesús "el que quiera salvar su vida la perderá"; no es una exageración, sino una verdad básica. Hacer que todo gire en torno a nuestro falso “yo”, es potenciar en nosotros aquello que tiene un valor relativo. No podemos dejar de ser egoístas si no superamos el apego a un “ego”.

En la medida en que ponga como objetivo último salvar mi vida, seré egoísta y por lo tanto me deshago como persona. En la medida en que sea capaz de desprenderme de todo apego, incluido el apego a la vida, a favor de los demás, estaré amando de verdad, y por lo tanto creciendo como ser humano. Mi Vida con mayúscula se potenciará, y la vida con minúscula, cobra entonces todo su sentido.       

La pregunta que se hicieron aquellos primeros cristianos tenemos que hacérnosla nosotros hoy. ¿Quién es Jesús? La mejor prueba de que no es fácil responder, es la falsa alternativa, que se planteó en el siglo pasado, entre el Jesús histórico o el Cristo de la fe.

Los discípulos compartieron su vida con el Jesús de Nazaret y aceptaron a aquel ser humano que les proporcionó una paz, una alegría y una seguridad increíbles; pero mientras vivieron con él, no fueron capaces de ir más allá de lo que veían. Solo a través de la experiencia pascual se adentraron en el verdadero significado de aquella persona fuera de serie.

Al morir Jesús, se preguntaron si con la muerte de su líder se había acabado todo. Sólo entonces empezaron a trascender la figura humana de Jesús y fueron descubriendo lo que se escondía detrás de aquella realidad visible. Fueron dándose cuenta de que allí había algo más que un simple ser humano. Entonces fueron conscientes de que el verdadero UNGIDO ya se encontraba en el Jesús de Nazaret.

Este Mesías, descubierto en pascua, no coincide con el que esperaban los judíos y los propios discípulos, antes de esa experiencia. Ahora se trata de Jesús el Cristo, Jesucristo, genial integración del Jesús histórico y el Cristo de la fe.

Cristo no es una idea abstracta surgida en la primera comunidad de seguidores, sino la realidad de Jesús visto con los rayos X de la experiencia pascual. Cristo ni se puede identificar con Jesús ni se puede separar de él.

Durante tres años, sus seguidores convivieron con él sin enterarse de quien era en realidad; pero una vez que desapareció su figura sensible, fueron capaces de descubrir lo que en aquella figura humana se escondía.

No se puede separar el valor de una moneda, de la cantidad y la forma del metal que la constituye. La moneda tiene tal valor, precisamente porque tiene tal forma, tal tamaño y un determinado metal precioso. Todo lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad.

Y para nosotros hoy ¿quién es Jesús? No se trata de dar una respuesta teórica ni una cristología aquilatada que responda a todas las cuestiones formales relativas a la persona de Jesús. Mucho menos, dogmas que definan su naturaleza divina. Lo que se espera de nosotros es una respuesta práctica. ¿Qué significa Jesús en mi vida?

Como cristiano, ¿me intereso de verdad por la figura histórica de Jesús para descubrir en él, como hicieron los discípulos, al Ungido de Dios? Es decir, ¿me esfuerzo por descubrir el valor trascendente que se esconde en su apariencia humana? ¿Es ese valor el que mueve mi existencia?

Con un mínimo de sinceridad nos daríamos cuenta de lo lejos que estamos de encarnar en nuestra vida ese valor supremo. Somos cristianos como un medio para encontrar seguridades, para tener a Dios de nuestra parte y que nos saque las castañas del fuego.

No hay más que echar una ojeada a nuestras oraciones y descubriremos la idea que tenemos del Mesías. Exactamente la misma que tenían los judíos. La misma que Pedro propuso y rechazó Jesús.

Lo hemos colocado en lo más alto del cielo a la derecha de Dios; le hemos dado plenitud de poder y gloria; le hemos hecho juez de vivos y muertos; para, a renglón seguido, decir que el que cumpla con lo que dijo se sentará con él a juzgar a los infieles. Estas cosas las dice el NT, en contra de la misma actitud de Jesús. Un ejemplo más de lo difícil que fue aceptar su persona y su mensaje tal cual.

No nos hagamos ilusiones. Una cosa es llamarse cristiano y otra serlo. No es nada fácil darse cuenta de que la plenitud humana está en el desarrollo de una capacidad de salir de sí, de identificarse con los demás. No es nada fácil salir de la dinámica del hedonismo que nos empuja a dar satisfacción a los sentidos, a buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta. Mantener estas actitudes hedonistas y llamarse cristiano, es una contradicción.

Pero tampoco debemos caer en la trampa del masoquismo. Dios quiere para cada uno de nosotros lo mejor. Quiere que disfrutemos de todo lo que nos rodea, de las personas y de las cosas. Todo es positivo, siempre que no pongamos el fin último en el placer sensible, siempre que tengamos claro que lo primero es el bien del hombre.

No es fácil entender bien lo que hoy nos dice el evangelio. No se trata de machacar una parte de nuestro ser para salvar otra. Se trata de descubrir un fallo en nuestra percepción de nosotros mismos, es decir, que con frecuencia creemos ser los que no somos y vivimos engañados.

Se trata de liberarnos de todo aquello que nos ata a lo caduco y nos impide elevarnos a la plenitud que nuestro verdadero ser exige. Se trata de alcanzar una libertad de nuestra animalidad suficiente para poder elegir lo mejor en absoluto. La liberación llega cuando hemos establecido una auténtica escala de valores y somos capaces de dar a cada faceta de nuestra compleja vida, la importancia que tiene, ni más ni menos.

 

Meditación-contemplación

Lo que Jesús es y significa, no se puede meter en conceptos, 
porque está más allá de los sentidos y de la razón. 
Si experimentas lo que hay de Dios en ti, 
podrás vislumbrar lo que Jesús vivió y manifestó. 
……………………
Más allá de nuestro “yo” físico, psíquico y mental, 
se encuentra nuestro auténtico ser, 
que es lo divino que hay en cada uno de nosotros 
y que está siempre ahí como la única realidad verdadera. 
……………………
Para alcanzar ese verdadero ser y verdadera Vida, 
es necesario no quedar enganchado en lo terreno.
“Perder” lo caduco, lo contingente, lo limitado
es el único camino para alcanzar lo absoluto.
………………..

miércoles, 11 de junio de 2025

La Santísima Trinidad – Ciclo C (Reflexión)

 La Santísima Trinidad Ciclo C (Juan 6, 12-15) – junio 15, 2025 
Proverbios: 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5


Cada vez que nos persignamos, lo hacemos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para encomendarnos a la TRINIDAD, a quién hoy celebramos …

Evangelio según san Juan 6, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes".

Reflexión:

¿Un Dios, tres Personas?

De niño, en el catecismo me enseñaron que la Santísima Trinidad eran “tres personas divinas y un solo Dios verdadero”, que era un “misterio que no se podía comprender” … y sin cuestionar nada, crecí con ese dogma, para bien o para mal…

En cuanto he ido creciendo, más que en tamaño o edad, en espiritualidad, esto es, en “conocimiento interno del Señor Jesús”, he ido comprendiendo poco a poco, quienes son las “tres personas dividas” y como el “misterio”, lo que no podemos conocer por la naturaleza misma de las cosas, se ha ido transformado en experiencia de quien es la Trinidad.

En palabras de San Pablo, tenemos que dejar de ser “niños en Cristo” (cfr. 1 Cor 3,3), he ir creciendo: "cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño" (1 Cor 13,11) para así, poder llegar a "unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro" (Ef 4, 13)… lo que nos permite a cada uno de nosotros, crecer en la fe, a través del conocimiento de Dios Padre, por las enseñanzas de Jesús y la sabiduría del Espíritu Santo.

San Agustín, decía sobre la Trinidad: «Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor»; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu Amor.

Experimentarse amado, por el Padre, que nos creó y además, es creador de todo lo que necesitamos para vivir (cfr, Prov: 8, 22-31), quien es misericordioso con nosotros porque nos ama, por ser sus hijos (estemos lejos de Él, o cerca, por conveniencia), es un primer paso para comenzar a ”comprender”, desde el amor, a la primera persona de la Trinidad: el Padre.

El Padre, quien “amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna” … y este Hijo, Jesús, es la segunda persona de la Trinidad, quien se hizo hombre y entregó su vida, para revelarnos quién es el Padre y el deseo que su amor reine entre nosotros.

A su vez, recordábamos el domingo pasado, de Pentecostés, como Jesús (el Hijo) prometía la permanencia del Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, “mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará toda cuanto yo les he dicho".

En conclusión, para entender la Trinidad, a quien recordamos hoy, tenemos tan solo que experimentar el amor del Padre, el amor del Hijo y el amor del Espíritu Santo, podremos vivir en nuestra vida ese amor y compartirlo con los demás, reflejando que fuimos creados, a su imagen y semejanza.

 

¿Cómo conocer cuál es la voluntad del Padre?... ¿Cómo conocer mejor a Jesús?...  ¿Cómo dejarme guiar el Espíritu Santo?...

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

La Santísima Trinidad – Ciclo C (Profundizar)

 La Santísima Trinidad Ciclo C (Juan 6, 12-15) – junio 15, 2025 
Proverbios: 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5


Evangelio según san Juan 6, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 

“...” 


 

¿ES NECESARIO CREER EN LA TRINIDAD? 

¿Es necesario creer en la Trinidad?, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos, el célebre filósofo Immanuel Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».

Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no solo nuestra visión de Dios, sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. No un ser cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Su intimidad misteriosa es solo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad, dando sentido y existencia a todo, no hay sino Amor. Todo lo que existe viene del Amor.

El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el amor. «Solo él empieza a amar sin motivos; es más, es él quien desde siempre ha empezado a amar» (Eberhard Jüngel). El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca nos retirará su amor y fidelidad. De él solo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen, estamos hechos para amar. Solo amando acertamos en la existencia.

El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente», antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste, pues, en dar y también en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos no solo para amar, sino para ser amados.

El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación desbordante. Por eso, el Amor de Dios no se queda en sí mismo, sino que se comunica y se extiende hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5,5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos, sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas. 

CON RELACIÓN A NOSOTROS TRINIDAD ES UNIDAD 

Pentecostés De Dios ni podemos saber nada ni falta que nos hace. La necesidad de explicar a Dios es fruto de la racionalidad que siempre se identifica con mi falso yo. Tenemos que volver a la simplicidad del evangelio y utilizar un lenguaje sencillo, como hacía Jesús. Todo discurso sobre Dios tiene que ir encaminado a la vivencia, no a la razón.

“El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao, el nombre que le podemos dar no es su verdadero nombre”. En nuestra teología hay una corriente apofántica que viene de muy lejos. San Agustín decía ya: si lo entiendes no es Dios. La analogía de la escolástica venía a decir lo mismo: todo lo digamos de Dios es literalmente falso.

Acudir a la revelación para justificar nuestro lenguaje sobre Dios no es más que una escapatoria pueril. Dios puede darse, pero no puede revelarse, porque es nuestra capacidad de comprensión la que falla, no la falta de información. Cualquiera puede vivir lo que Dios es, pero al meterlo en conceptos, esa vivencia queda desfigurada.

Pero, además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino, se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. Dios se manifiesta siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las “personas” por separado. No estamos hablando de tres en uno, sino de una única realidad que es en sí misma relación. 

Cuando se habla de la importancia que tiene la Trinidad en la vida cristiana, se está dando una idea falsa de Dios. Mi relación personal con Dios siempre será como UNO. En esta manera de hablar nosotros apropiamos a cada persona una tarea, pero todo en nosotros es obra del único Dios que es Espíritu. 

Lo que experimentamos es que Dios es: Dios que es origen, principio, (Padre); Dios que se encarna (Hijo); Dios que se identifica con nosotros (Espíritu). Nos hablan de Dios que no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple.

Lo importante en esta fiesta sería purificar nuestra idea de Dios y ajustarla a la idea que de Él transmitió Jesús. Aquí sí que tenemos tarea por hacer. No podemos comprender a Dios, no porque sea complicado, sino porque es totalmente simple y nuestra manera de conocer es dividiendo y separando. Dios ni se puede ex-plicar ni com-plicar o im-plicar.

El Dios identificado con todos no es útil para ningún poder o institución. Pero debemos tomar conciencia de que ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad-Vida, empujándonos a ser auténticos.

Lo que acabamos de leer del evangelio de Juan, es la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu haciéndose presente en la comunidad. Ellos saben que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús.

Es el Espíritu el que haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión). La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús.

 

jueves, 5 de junio de 2025

PENTECOSTÉS – Ciclo C (Reflexión)

 PENTECOSTÉS Ciclo C (Juan 12, 3-7. 12-13) – junio 8, 2025 
Hechos 2, 1-11; Salmo 103; Corintios 12, 3-7. 12-13




Pentecostés es la fiesta del Espíritu, que siempre está presente en nosotros, para iluminarnos, guiarnos y despejar cualquier duda o ambigüedad, para saber vivir de acuerdo con la voluntad del Padre

Evangelio según san Juan 12, 3-7. 12-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad.

El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.

El que no me ama, no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.

Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará toda cuanto yo les he dicho".

Reflexión:

¿Qué mueve mi vida?

Cada año, cincuenta días después de Pascua, los cristianos celebramos Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo. Puede que no tenga la popularidad de Navidad o Semana Santa, pero es esencial: celebramos que Dios no se quedó lejos, sino que vino a habitar en nosotros de una forma nueva, transformadora y cotidiana.

La palabra espíritu viene del latín spiritus, que significa soplo, aliento de vida; y del griego pneuma, que también se traduce como viento o respiración; esta definición, nos ayuda a comprender que el Espíritu Santo como ese aliento de Dios que da vida, que mueve, que despierta. Es Dios mismo en acción, presente dentro de ti y de mí, y nos anima a actuar como “imagen y semejanza” de Dios, nuestro creador.

Pentecostés nos recuerda ese momento poderoso en que los discípulos de Jesús, llenos de miedo y dudas, recibieron el Espíritu y salieron a hablar con fuerza y alegría. Pero hoy, esta fiesta nos interpela para que nos demos cuenta es que el Espíritu de Dios actúa en mi vida.

San Ignacio de Loyola tiene algo valioso que decir. Él hablaba del arte de vivir con atención interior, y enseñaba lo que llamó el discernimiento de espíritus: aprender a reconocer qué movimientos dentro de mí vienen de Dios —porque me dan paz, libertad, confianza, alegría profunda— y cuáles no, porque me encierran en la tristeza, el miedo, el orgullo o el egoísmo.

Discernir es como aprender a escuchar el “viento” del Espíritu que sopla dentro de ti. No se ve, pero se siente cuando te orienta hacia la verdad, hacia decisiones más llenas de vida, que contribuyen a que el Reino de Dios, se haga presente, a través de lo que hacemos. El Espíritu Santo recuerda y guía a vivir desde dentro, a amar más y mejor, a vivir con sentido.

 

¿Cómo distinguir lo viene de Dios o me aleja de Él?... ¿Cómo dejarme guiar por el Espíritu Santo?...  ¿Cómo aprender a discernir el Espíritu de Dios en mi?...

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-P-250608

Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Reflexión)

  Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo C ( Lucas 9, 18-24 ) – junio 22, 2025  Zacarías 12, 10-11. 13,1 ; Salmo 62; Gálatas 3, 26-29 Co...