Evangelio según san Juan 20,19- 31
Al anochecer del día de la resurrección,
estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por
miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La
paz esté con ustedes". Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les
dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así
también los envío yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les
dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les
quedarán perdonados; ya los que no se los perdonen, les quedarán sin
perdonar".
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el
Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le
decían: "Hemos visto al Señor". Pero él les contestó: "Si no veo
en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los
clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Ocho días después, estaban reunidos los
discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de
nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego
le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano,
métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió:
"¡Señor mío y Dios mío!". Jesús añadió: "Tú crees porque me has
visto; dichosos los que creen sin haber visto". Otros muchos signos hizo
Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se
escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Monseñor Francisco Múnera, arzobispo de Cartagena de Indias y antiguo obispo de San Vicente del Caguán, contó alguna vez que durante los años en que el gobierno colombiano despejó una inmensa zona del país para favorecer el diálogo con la guerrilla, vivió una de las grandes enseñanzas de su vida. Iba saliendo de San Vicente del Caguán, cuando lo detuvo un grupo de guerrilleros para hacer una requisa del vehículo e identificar a los que viajaban con él. Mientras lo interrogaban, uno de los guerrilleros se le acercó y le preguntó: «Sabe usted, padre, ¿qué es lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas?» Monseñor Múnera no supo responder. Quedó con la pregunta clavada en su alma durante todo el tiempo que duró el retén guerrillero. Ya a punto de reemprender el camino, el guerrillero se le acercó al obispo y le dijo al oído: «Lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas son las heridas de Nuestro Señor Jesucristo. Eso debería saberlo usted que ha estudiado tanto, padrecito».
Las heridas de Nuestro Señor Jesucristo, lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas, según este joven guerrillero, fue lo que Tomás exigió ver antes de doblegar su terquedad ante la evidencia de la experiencia de la resurrección de sus hermanos. “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”. Eso parece que tenían en mente los realizadores de la película sobre la Pasión de Jesucristo. Aun cuando se ha señalado que ha sido hecha ajustándose a los evangelios mismos, encuentro que la mirada que se dé a una realidad, determina lo que se quiere acentuar en una experiencia. Es decir, considero que la mirada de los realizadores de esta película, que guían y determinan nuestra propia mirada sobre la vida y la Pasión del Señor, enfocan elementos que modifican los relatos que conocemos por los cuatro evangelios.
La pregunta que cabe hacer a la película en mención es si la atención a las heridas, a la flagelación –recogida con tanto detalle–, a los infinitos golpes que recibe el Señor, siendo reales e incuestionables, no son objeto de una exagerada atención. En cambio, el resto de la vida de Jesús, que aparece sólo en cortos recuerdos a lo largo del Camino de la Cruz, queda desdibujada y perdida en los recuerdos difuminados de un condenado a muerte. No parece suficiente el contraste entre lo uno y lo otro. Los evangelistas no se quedan en la Pasión del Señor... No se quedan en las heridas del Señor... Los evangelios contextualizan y enmarcan la Pasión en una historia de vida que no puede ser olvidada ni puesta en un segundo plano.
Cuando San Ignacio de Loyola, habla de la resurrección, en sus Ejercicios Espirituales, dice que en ella “la divinidad aparece y se muestra ahora tan milagrosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella”. Es decir, que la resurrección, es perceptible por sus efectos en la vida de las personas. La pregunta que nos puede ayudar a vivir esta Pascua resucitada este año es si nuestras vidas muestran sólo las heridas del Señor, o son también manifestación de su resurrección gloriosa a través de los efectos que produce. La vida de Jesús no fue sólo herida, también fue una interminable lista de obras de misericordia que fue repartiendo entre todos los que se cruzaban en su camino. La vida entera de Jesús hace parte de lo que Dios quiso decirnos en la persona de su amado Hijo. Eso también hace parte de lo que está en el cielo, hecho por manos humanas.
El evangelio de Juan describe con trazos oscuros la situación de la
comunidad cristiana cuando en su centro falta Cristo resucitado. Sin su
presencia viva, la Iglesia se convierte en un grupo de hombres y mujeres que
viven «en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos».
Con las «puertas cerradas» no se puede escuchar lo que sucede fuera. No
es posible captar la acción del Espíritu en el mundo. No se abren espacios de
encuentro y diálogo con nadie. Se apaga la confianza en el ser humano y crecen
los recelos y prejuicios. Pero una Iglesia sin capacidad de dialogar es una
tragedia, pues los seguidores de Jesús estamos llamados a actualizar hoy el
eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores
energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible
amar al mundo. Pero, si no lo amamos, no lo estamos mirando como lo mira Dios.
Y, si no lo miramos con los ojos de Dios, ¿cómo comunicaremos su Buena Noticia?
Si vivimos con las puertas cerradas, ¿quién dejará el redil para buscar
las ovejas perdidas? ¿Quién se atreverá a tocar a algún leproso excluido?
¿Quién se sentará a la mesa con pecadores o prostitutas? ¿Quién se acercará a
los olvidados por la religión? Los que quieran buscar al Dios de Jesús nos
encontrarán con las puertas cerradas.
Nuestra primera tarea es dejar entrar al Resucitado a través de tantas
barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que Jesús ocupe el centro
de nuestras iglesias, grupos y comunidades. Que solo él sea fuente de vida, de
alegría y de paz. Que nadie ocupe su lugar. Que nadie se apropie de su mensaje.
Que nadie imponga un estilo diferente al suyo.
Ya no tenemos el poder de otros tiempos. Sentimos la hostilidad y el
rechazo en nuestro entorno. Somos frágiles. Necesitamos más que nunca abrirnos
al aliento del Resucitado para acoger su Espíritu Santo.
Lo que los textos quieren expresar con la palabra resurrección, es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es algo mucho más profundo que la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que va más allá de la vida biológica, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido. El relato fue la manera de trasmitir a los demás la vivencia pascual. Lo que quieren comunicar a otros es la experiencia de que seguía vivo porque ellos vivían lo que él vivió.
La cristología de la resurrección no fue ni la única ni siquiera la
primera forma de expresar la experiencia que de Jesús vivo tuvieron los
discípulos después de su muerte. Hay por lo menos tres cristologías que se
dieron antes o al mismo tiempo que hablar de la resurrección de Jesús. La
primera fue Jesús juez escatológico que vendría a juzgar a
todos.
Otra cristología es la de Jesús taumaturgo, que manifestaba
con su poder la fuerza de Dios. Para ellos los milagros eran la clave que
permitía la comprensión de Jesús. Esta cristología es muy matizada ya en los
mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva
influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que tenía.
Una tercera cristología, que tampoco se expresa con el término
resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios.
Sería el Maestro, que, conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo
necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En
el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría.
Ninguna de ellas hace referencia a la resurrección. La experiencia
pascual fue interpretada como exaltación y glorificación del humillado, tomando
como modelo el AT. Estas maneras de explicar su experiencia, fueros
concentrándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de
resurrección el marco más adecuado para comunicar la vivencia pascual.
Ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva
fe. Estos relatos se habrían elaborado poco a poco como un intento de comunicar
con imágenes muy vivas y que entrarán por los ojos la experiencia pascual. Esa
vivencia fue fruto de un proceso interior en el que tuvo mucho que ver la
comunidad reunida, como expresan los relatos.
En Jesús, al morir, no pasó nada, pero en los discípulos se dio una
transformación que les hizo cambiar la manera de entender a Jesús. Ese proceso
de “iluminación” de los primeros discípulos se ha perdido. No solo sería
importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque es ese mismo proceso
el que tiene que realizarse en cada uno de nosotros.
La resurrección quiere expresar la idea de que su meta fue la Vida no la
muerte. La misma Vida de Dios: Esto no supone la anulación de la “persona”,
sino su máxima potenciación. Los relatos responden a un esquema judío que nos
dan la clave de interpretación:
No dan ese paso alegremente, sino con dudas. Hoy la incredulidad se
personaliza en Tomás. Tomás no era más incrédulo que los demás, insiste en la
reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue a todos aceptara la
nueva realidad que les desborda.
En todas las apariciones se repite un esquema muy concreto. Todo apunta a
que la experiencia no es buscada, sino que se impone. a) Una situación de la
vida real. b) Jesús se presenta sin esperarlo. c) Jesús les saluda. d) Hay
reconocimiento e) Reciben una misión.
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