Evangelio según
san Mateo 3,13-17
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos
pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas,
diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más
poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El
los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue
bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó
sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que
decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
El amor es la energía que da verdadera vida a la sociedad. En toda
civilización hay fuerzas que generan vida, verdad y justicia, y fuerzas que
provocan muerte, mentira e indignidad. No siempre es fácil detectarlo, pero en
la raíz de todo impulso de vida está siempre el amor.
Por eso, cuando en una sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al
mismo tiempo la dinámica que lleva al crecimiento humano y a la expansión de la
vida. De ahí la importancia de cuidar socialmente el amor y de luchar contra
todo aquello que puede destruirlo.
Una forma de matar de raíz el amor es la manipulación de las personas. En
la sociedad actual se proclaman en voz alta los derechos de la persona, pero
luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad o el
desarrollo del bienestar. Se produce entonces lo que el pensador norteamericano
Herbet Marcuse llamaba «la eutanasia de la libertad». Cada vez hay más personas
que viven una «no libertad confortable, cómoda, razonable, democrática». Se
vive bien, pero sin conocer la verdadera libertad ni el amor.
Otro riesgo para el amor es el funcionalismo. En la sociedad de la
eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El
individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es
un empleado; en el consumo, un cliente; en la política, un voto; en el
hospital, un número de cama… En esta sociedad, las cosas funcionan; las
relaciones entre las personas mueren.
Otro modo frecuente de ahogar el amor es la indiferencia. El
funcionamiento de la sociedad moderna concentra a los individuos en sus propios
intereses. Los demás son una «abstracción». Se publican estudios y estadísticas
tras los cuales se oculta el sufrimiento de las personas concretas. No es fácil
sentirnos responsables. Es la administración pública la que se ha de ocupar de
esos problemas.
¿Qué podemos hacer cada uno? Frente a tantas formas de desamor, el
Bautista sugiere una postura clara: «El que tenga dos túnicas, que se las
reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo». ¿Qué podemos
hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en
necesidad.
Comenzamos el “tiempo ordinario”. El bautismo es el primer acontecimiento que los evangelios nos narran de la vida de Jesús. Es, además, el más significativo desde su nacimiento hasta su muerte. Lo importante no es el hecho en sí, sino la carga teológica que el relato encierra. El bautismo y las tentaciones hablan de la profunda transformación que produjo en él una experiencia que se pudo prolongar durante años. Jesús descubrió el sentido de su vida, lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para los demás.
Los cuatro evangelistas resaltan la importancia que tuvo para Jesús el
encuentro con Juan el Bautista y el descubrimiento de su misión. A pesar de que
es un reconocimiento de cierta dependencia de Jesús con relación a Juan.
Ningún relato nos ha llegado de los discípulos de Juan. Todo lo que sabemos de
él lo conocemos a través de los escritos cristianos. Si a pesar de que se podía
interpretar como una subordinación, lo han narrado todos los evangelistas,
quiere decir que tiene grandes posibilidades de ser histórico.
Celebramos hoy el verdadero nacimiento de Jesús. Él mismo nos dijo que el
nacimiento del agua y del Espíritu era lo importante. Si seguimos celebrando
con mayor énfasis el nacimiento carnal, es que no hemos entendido el mensaje
evangélico. Nuestra religión sigue empeñada en que busquemos a Dios donde no
está. Dios no está en lo que podemos percibir por los sentidos. Dios está en lo
hondo del ser y allí tenemos que descubrirlo. El bautismo de Jesús tiene un
hondo calado porque nos lanza más allá de lo sensible.
Lucas no da ninguna importancia al hecho físico. Destaca los símbolos:
Cielo abierto, bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están
relacionadas con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad,
Dios está en los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal
de que Dios se acerca a los hombres. Esa venida tiene que ser descrita de una
manera sensible para poder ser percibida. Lo importante no es lo que sucedió
fuera, sino lo que vivió Jesús dentro de sí mismo.
El gran protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres
lecturas se hace referencia directa a él. En el NT el Espíritu es entendido a
través de Jesús; y a la vez, Jesús es entendido a través del Espíritu. Esto
indica hasta que punto se consideran mutuamente implicados. Comprenderemos esto
mejor si damos un repaso a la relación de Jesús con el Espíritu en los
evangelios, aunque no en todos “espíritu” significa a lo mismo.
Marcos: (1,10) Vio rasgarse los cielos y al Espíritu
descender sobre él.
(1,12) El
Espíritu lo impulsó hacia el desierto.
Mateo: (3,16) Se abrieron los cielos y vio el Espíritu de Dios que bajaba
como paloma.
Lucas: (3,22) El Espíritu Santo bajó sobre él en forma corporal como una
paloma.
(4,1) Jesús salió del
Jordán lleno del Espíritu Santo.
(4,14) Jesús, lleno de
la fuerza del Espíritu, regresó a galilea.
(4,18) El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Juan: (1,32) Yo he visto que el Espíritu bajaba del cielo y
permanecía sobre él.
(1,33) Aquel sobre quien veas
bajar el Espíritu, es quien bautiza con E. S. y fuego.
(3,5) Nadie puede entrar en el
Reino, si no nace del agua y del Espíritu.
(6,63) El Espíritu es el que
da vida, la carne no sirve de nada.
Hay que recordar que estamos hablando de la experiencia de Jesús como ser
humano, no de la segunda o de la tercera persona de la Trinidad. Lo que de
verdad nos debe importar a nosotros es el descubrimiento de la relación de Dios
para con él, como ser humano, y la respuesta que el hombre Jesús dio a esa toma
de conciencia. Lo singular de esa relación es la respuesta de Jesús a esa
presencia de Dios-Espíritu en él. El bautismo no es la prueba de la divinidad
de Jesús, sino la prueba de una verdadera humanidad.
En el discurso de Juan en la última cena, Jesús hace referencia al
Espíritu que les enviará, pero también les dice que no les dejará huérfanos,
volveré. Esas dos expresiones hacen referencia a la misma realidad. También
dice que el Padre y él vendrán y harán morada en aquel que le ama. Jesús se
siente identificado con Dios, que es Espíritu. No tenemos datos para poder
adentrarnos en la psicología de Jesús, pero los evangelios no dejan ninguna
duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación mucho más que
personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa inusitada en aquella época y
aún en la nuestra.
Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios.
El único objetivo de su predicación fue que también nosotros lleguemos a esa
misma experiencia. La comunicación de Jesús con su "Abba", no fue a
través de los sentidos ni a través de un órgano portentoso. Se comunicaba con
Dios como nos podemos comunicar cualquiera de nosotros. Tenemos que descartar
cualquier privilegio en este sentido. A través de la oración, de la
contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. En este caso,
Lucas dice que esa manifestación de Dios en Jesús se produjo “mientras oraba”.
El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia
de criatura. Dios como creador está en la base de todo ser creado,
constituyéndolo en ser. Yo soy yo porque soy de Dios. Todo lo que tengo de
positivo me lo está comunicando Dios; es el mismo ser de Dios en mí. Solo una
cosa me diferencia de Dios; mis limitaciones. Esas sí son mías y hacen que yo
no sea Dios, ni criatura alguna pueda identificarse absolutamente con Dios. Lo
importante para nosotros es intentar descubrir lo que pasó en el interior de
Jesús y ver hasta qué punto podemos nosotros aproximarnos a esa misma
experiencia.
La experiencia de Dios que tuvo Jesús no fue un chispazo que sucedió en
un instante. Más bien tenemos que pensar en una toma de conciencia progresiva
que le fue acercando a lo que después intentó transmitir a los discípulos. Los
evangelios no dejan lugar a duda sobre la dificultad que tuvieron los primeros
seguidores de Jesús para entender esto. Eran todos judíos y la religiosidad
judía estaba basada en la Ley y el templo, es decir, en una relación puramente
externa con Dios. Para nosotros esto es muy importante. Una toma de conciencia
de nuestro verdadero ser no puede producirse de la noche a la mañana.
¿Cómo interpretaron los primeros cristianos, todos judíos, este relato?
Dios, desde el cielo, manda su Espíritu sobre Jesús. Para ellos Hijo de Dios y
ungido era lo mismo. Hijo de Dios era el rey, una vez ungido; el sumo
sacerdote, también ungido; el pueblo elegido por Dios. Lo más contrario a la
religión judía era la idea de otro Dios o un Hijo de Dios. ¿Cómo debemos
interpretar nosotros esa interpretación? Hoy tenemos conocimientos suficientes
para recuperar el sentido de los textos y salir de una mitología que nos ha
despistado durante siglos. Jesús es hijo de Dios porque salió al Padre, imitó
en todo al Padre, le hizo presente en todo lo que hacía. Pero entonces también
yo puedo ser hijo como lo fue Jesús.
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