Evangelio según san Marcos 10, 35-45
En aquel
tiempo, se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le
dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte".
Él les dijo: "¿Qué es lo que desean?". Le respondieron: "Concede
que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu
gloria". Jesús les replico: "No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la
prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado?".
Le respondieron: "Si podemos". Y Jesús les dijo: "Ciertamente
pasarán la prueba que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con que yo seré
bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí
concederlo; eso es para quienes está reservado".
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reunió entonces a los Doce y les dijo: "Ya ven que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino servir y a dar su vida por la redención de todos".
#MicrohomiliaQuién no ha recomendado alguna vez a alguien para obtener un trabajo, para conseguir un cupo en un colegio o para ganarse una beca en una universidad. Quién no ha buscado algún apoyo en personas que tienen cierto influjo social o económico, para alcanzar una determinada meta en su camino. Quién no ha aceptado una sugerencia de alguien que intercede por un ser querido o una persona conocida en un determinado proceso de selección. En el lenguaje cotidiano llamamos palanca a las ayudas que, más o menos legítimamente, se pueden buscar en determinadas situaciones humanas. Normalmente son aceptadas estas prácticas, con la condición de que no busquen, directa o indirectamente, el beneficio de los patrocinadores. Creo que es condenable, incluso penalmente, cuando se exigen contraprestaciones para los padrinos de una determinada persona, sean ellos políticos o personas que ejercen algún tipo de poder.
Es menos común la práctica de autorecomendarse para determinados cargos políticos, militares o eclesiásticos. Tal vez en los casos de elección popular, cuando los candidatos a un determinado cargo no escatiman esfuerzos por convencer a los electores de su idoneidad para desempeñar ciertas responsabilidades, esta proclamación de las propias virtudes es legítima y permitida. Pero en otros ámbitos sociales esta forma de proceder no sólo sería criticable, sino que generaría una reacción contraria. Pensemos en un empleado medio de una gran empresa que se acerca al presidente de la Compañía para ofrecerse como Gerente General de una sucursal en una ciudad importante... Lo más seguro es que, en lugar de conseguir el ascenso, termine liquidado antes de lo previsto.
En general, no son bien vistas las prácticas de autopromoción para alcanzar cargos de poder o de influjo. No se imagina uno a un párroco haciendo lobby para conseguir una mitra, o a un obispo buscando, a través de palancas y recomendaciones, un capelo cardenalicio. No parece común que un coronel esté intrigando para conseguir un ascenso a General, o que un Comandante de Brigada esté maquinando para que lo trasladen a una ciudad más importante. Claro que, como solemos decir a propósito de las brujas, estas formas de proceder no deberían darse, pero que las hay, las hay...
“Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: (...) –Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Desde luego, esta petición produjo malestar entre los demás discípulos; por eso, Jesús les recordó: “–Como ustedes saben, entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así”. Alguien, con mucha ironía, afirmaba que este texto explicaba la razón por la que Santiago es el patrono de España... Entre las muchas cosas que heredamos de la Madre Patria, también está esta forma de proceder tan característica, aunque no exclusiva, de nuestra sangre hispana. Dios, con nuestra ayuda, no permita que nuestra Iglesia, nuestras comunidades, nuestras empresas y nuestras sociedades se dejen invadir por esta plaga que busca el poder para oprimir y no para servir, como lo pretendía el Señor entre sus discípulos más cercanos.
Santiago y Juan se
acercan a Jesús con una petición extraña: ocupar los puestos de honor junto a
él. «No saben lo que piden». Así les dice Jesús. No han entendido nada de su
proyecto al servicio del reino de Dios y su justicia. No piensan en «seguirle»,
sino en «sentarse» en los primeros puestos.
Entre los suyos no
ha de existir esa jerarquía de poder. Nadie está por encima de los demás. No
hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La Iglesia no es de los
obispos y cardenales. El pueblo no es de los teólogos. El que quiera ser grande
que se ponga a servir a todos.
El verdadero modelo
es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No ambiciona ningún
poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio interés. Lo suyo es
«servir» y «dar la vida». Por eso es el primero y más grande.
Necesitamos en la
Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús, no por
otros intereses. Creyentes sin ambiciones personales, que trabajen de manera
callada por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica. Seguidores de Jesús
que «se impongan» por la calidad de su vida de servicio.
Padres que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil tarea, hombres y mujeres que han hecho de su vida un servicio a los necesitados. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Los más «grandes» a los ojos de Jesús.
Este principio
básico del cristianismo no ha venido de ningún mundo galáctico. Ha llegado
hasta nosotros gracias a un ser humano en todo semejante a nosotros. Lo
descubrió en lo más hondo de su ser. Al comprender lo que Dios era en él, al
percibirlo como don total, Jesús hizo el más profundo descubrimiento de su
vida. Entendió que la grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que
tiene de darse como Dios se da.
El objetivo último
de Jesús fue entregarse, deshacerse en beneficio de los demás. Su consumación
en la identificación con Dios, fue idéntica realidad a su consumición en favor
de los demás. No tiene sentido que lo hiciera esperando una recompensa de gloria.
La superación del yo y la identificación con Dios es su máxima gloria. No puede
haber más. No hay un Dios que glorifique ni un Jesús glorificado. Cuando Jesús
dice. “Yo y el Padre somos uno”, está manifestando que ha llegado a la plenitud
de ser.
Hoy descubrimos una
contradicción más del evangelio, pero no literal (como la paz os dejo y no he
venido a traer paz sino espada) sino formal. Jesús da por supuesto que se
sentará en su gloria, pero a continuación nos dice que no ha venido a ser
servido sino a servir. Indica con claridad que los primeros cristianos no
asimilaron fácilmente el mensaje de Jesús. Incluso llegaron a entender su
muerte como requisito para su total glorificación. No nos debe extrañar que,
después de dos mil años, seguimos sin aceptar el mensaje y solo aspiramos a que
nos paguen con creces los sacrificios que hemos hecho por los demás.
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