XXIV Domingo de Tiempo Ordinario –
Ciclo B (Marcos 8, 27-35) – septiembre
15, 2024
Isaías 50, 5-9; Salmo 114; Santiago: 2, 14-18
Evangelio según san Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los
poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta:
"¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron:
"Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que
alguno de los profetas".
Entonces Él les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy
yo?" Pedro le respondió: "Tú eres el Mesías". Y Él les ordenó
que no se lo dijeran a nadie.
Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del
hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al
tercer día. Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó
aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos,
reprendió a Pedro con estas palabras: "¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú
no juzgas según Dios, sino según los hombres".
Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo:
"El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su
cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará".
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
¿Quién dices que soy yo?
La Palabra hoy parece desconcertante: Perder para ganar, cargar para soltar, renunciar para tener. Eso, sólo es posible para quien vive en libertad, para quien tiene fe. Tiene fe quien ha suplicado y Dios lo ha escuchado, quien ha caído en tristeza y angustia y Dios lo ha salvado. Tiene fe quien sabe, porque ha experimentado, que Dios es bueno, justo y compasivo, quien está convencido que nunca habrá de soltarse de su mano.
Quien tiene fe, tiene obras “Yo, por las obras, te probaré mi fe”, escuchamos afirmar hoy al apóstol Santiago. La fe en Cristo se proclama, no con palabras sino con actos. Escuchemos a Jesús hoy preguntarnos, sobre qué vamos con nuestra vida, con nuestros actos de Él anunciando: ¿Quién dices que soy yo, con tus obras, con tus actos?
Pidamos a Dios que refuerce nuestra fe, para vivir valientes, libres y entregados. #FelizDomingo
“(...) el que quiera salvar su vida la perderá”
Hace algunos meses me llegó un mensaje por la Internet que contaba que el
14 de octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea Aérea British
Airways tuvo lugar el siguiente suceso: A una dama la sentaron en el
avión al lado de un hombre de raza negra. La mujer pidió a la azafata que la
cambiara de sitio, porque no podía sentarse al lado de una persona tan
desagradable. La azafata argumentó que el vuelo estaba muy lleno, pero que iría
a revisar en primera clase a ver por si acaso podría encontrar algún lugar
libre.
Todos los demás pasajeros observaron la escena con disgusto, no solo por
el hecho en sí, sino por la posibilidad de que hubiera un sitio para la mujer
en primera clase. La señora se sentía feliz y hasta triunfadora porque la iban
a quitar de ese sitio y ya no estaría cerca de aquella persona. Minutos más
tarde regresó la azafata y le informó a la señora: “Discúlpeme señora, pero
efectivamente todo el vuelo está lleno... pero afortunadamente encontré un
lugar vacío en primera clase. Sin embargo, para poder hacer este tipo de
cambios le tuve que pedir autorización al capitán. Él me indicó que no se podía
obligar a nadie a viajar al lado de una persona tan desagradable”.
La señora con cara de triunfo, intentó salir de su asiento, pero la
azafata en ese momento se voltea y le dice al hombre de raza negra: “Señor,
¿sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?” Todos los pasajeros
del avión se pararon y ovacionaron la acción de la azafata. Ese año, la azafata
y el capitán fueron premiados por esa actitud. La empresa se dio cuenta que no
le había dado demasiada importancia a la capacitación de su personal en el área
de atención al cliente. Por tanto, se hicieron algunos cambios de inmediato.
Desde ese momento en todas las oficinas de British Airways se
lee el siguiente mensaje: “Las personas pueden olvidar lo que les dijiste. Las
personas pueden olvidar lo que les hiciste. Pero nunca olvidarán como los
hiciste sentir".
Qué bueno es este ejemplo para exaltar las palabras que dirigió Jesús a
sus discípulos después de la discusión sobre quién era él y el anuncio de su
pasión: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con
su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que
pierda su vida por causa mía y por acepar el evangelio, la salvará”.
Nuestra sociedad nos ha ido
acostumbrando a buscar lo mejor para nosotros. Incluso, los padres de familia
le enseñan a sus hijos e hijas a no dejarse de los compañeros. Primero yo,
segundo yo, y si alcanza para un tercero, también yo, parece ser lo normal en
nuestras relaciones interpersonales y sociales. Los que buscan el poder
político, económico, social y cultural, pocas veces están pensando en el
beneficio de los demás. Pero mucho más escasa es la disposición a sacrificarse
o a entregarse por los otros a costa de nuestro bienestar y mucho menos de
nuestra vida. ¡Qué distinto es el mensaje de Jesús, el Mesías, como Pedro lo
reconoció delante de sus compañeros! Su proyecto va en contravía de nuestros
valores. No podemos olvidar que el que quiera salvar su vida, con toda
seguridad, la perderá. Ni podemos perder de vista que cuando se está dispuesto
a perder la vida por los demás, a lo mejor lo pasan a primera clase...
¿QUÉ
NOS PUEDE APORTAR JESÚS?
«¿Quién decidió que
soy yo?». No sé exactamente cómo contestarán a esta pregunta de Jesús los
cristianos de hoy, pero tal vez podemos intuir un poco lo que puede ser para
nosotros en estos momentos si logramos encontrarnos con él con más hondura y
verdad.
Jesús nos puede
ayudar, antes que nada, a conocernos mejor. Su evangelio hace pensar y nos
obliga a plantearnos las preguntas más importantes y decisivas de la vida. Su
manera de sentir y de vivir la existencia, su modo de reaccionar ante el
sufrimiento humano, su confianza indestructible en un Dios amigo de la vida es
lo mejor que ha dado la historia humana.
Jesús nos puede
enseñar sobre todo un estilo nuevo de vida. Quien se acerca a él no se siente
tanto atraído por una nueva doctrina como invitado a vivir de una manera
diferente, más arraigado en la verdad y con un horizonte más digno y más
esperanzado.
Jesús nos puede
liberar también de formas poco sanas de vivir la religión: fanatismos ciegos,
desviaciones legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo, introducir en
nuestras vidas algo tan importante como la alegría de vivir, la mirada
compasiva hacia las personas, la creatividad de quien vive amando.
Jesús nos puede
redimir de imágenes enfermas de Dios que vamos arrastrando sin medir los
efectos dañinos que tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivir a Dios como
una presencia cercana y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarnos
conducir por él nos llevará a encontrarnos con un Dios diferente, más grande y
humano que todas nuestras teorías.
Eso sí. Para
encontrarnos con Jesús en un nivel un poco auténtico hemos de atrevernos a
salir de la inercia y del inmovilismo, recuperar la libertad interior y estar
dispuestos a «nacer de nuevo», dejando atrás la observancia rutinaria y
aburrida de una religión convencional.
Sé que Jesús puede
ser el sanador y liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la
indiferencia, distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión
vacía o seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin
vida.
NUNCA DESCUBRIRÉ
QUIÉN ES JESÚS SI NO VIVO LO QUE ÉL VIVIÓ
Responder a la pregunta de ¿quién es Jesús? es una tarea desorbitada. Desde el día de Pascua, los seguidores de Jesús no han hecho otra cosa que intentar responderla. Durante los tres últimos siglos, pero sobre todo en el pasado y lo que va de este, se ha dado un vuelco en la manera de entender los evangelios. Hasta ese momento nadie cuestionó que los evangelios eran historia y había que entenderlos literalmente.
Hoy sabemos
que son una interpretación de la figura de Jesús, condicionada por sus
circunstancias de todo tipo. Nos transmitieron lo que ellos grababan, pero no
lo que fue en realidad Jesús. No podemos aceptar hoy su interpretación con la
idea que hoy tenemos de 'historia'. Hoy estamos en mejores condiciones para
hacer una nueva interpretación de Jesús y no podemos desaprovechar la ocasión.
Tenemos la obligación de intentar traducir su figura a un lenguaje más adecuado
a la realidad.
Todo recuerdo
es interpretación de lo que entra por los sentidos. Solo somos conscientes de
una mínima parte de lo que vemos y oímos. De esa pequeña parte solo recordamos
lo que tiene algún interés para nuestra vida. Si no fuera así, nos volveríamos
todos locos. Los primeros seguidores de Jesús, todos judíos, no tenían otra
herramienta que el AT para explicar lo que vieron y oyeron en él. Por eso la
respuesta de Pedro no puede coincidir con el verdadero mesianismo de Jesús.
La obligación
de un cristiano será siempre tratar de conocer a Jesús. Solo en la medida que
le conozcamos mejor podremos vivir lo que él vivió. La idea que hoy tenemos de
Dios del mundo y del hombre nos tiene que llevar a una comprensión más profunda
del mensaje evangélico. Jesús fue un ser humano fuera de serie que nos empuja a
una nueva comprensión de lo que significa ser plenamente humanos.
La doble
pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La
realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”,
la manera de entender ese mesianismo estaba lejos de la verdadera comprensión
de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un
Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y
humillado hasta la aparente aniquilación total. Apenas tres versículos después,
Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.
El Hijo de
hombre tiene que padecer mucho. Hijo de hombre significa, perteneciente a la
raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre” es el único título que
se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica
oa una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del
hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un
momento determinado sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender
durante toda su vida.
Jesús
proclama, con toda claridad, cuál es el sentido de su misión como ser humano.
Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y la que también esperaban
los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino
todo lo contrario, dejarse matar, antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve
obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada
le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer
a Jesús como itinerario de salvación.
Como Pedro
habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para
que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar la
entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable.
Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás: el mesianismo del
triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar
es la más humana (demasiado humana) que podríamos imaginar, pero no es la
manera de pensar de Dios.
Lo que acaba
de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil adquirir el verdadero
significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice
negarse, sino renegar de sí mismo. Aquí el 'sí mismo' hace referencia a nuestro
falso yo. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el
camino que Jesús propone.
“El que quiera
salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de 'psykhe': No puede
significar vida biológica, porque diría 'bios'; tampoco significa alma, porque
los judíos no tenían el concepto de alma. No se trata de elegir entre dos
vidas, sino buscar la plenitud de la Vida en su totalidad. El que solo se
preocupa de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que,
superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia,
dándose a los demás, dará pleno sentido a su vida y alcanzará su plenitud.
La esencia del
mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada. Ni el instinto ni los sentidos ni la
razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea deshacerse. Por eso
hemos hecho verdaderas filigranas para terminar tergiversando el evangelio. Si
creemos que lo importante es lo sensato, lo material que me da seguridades
egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de
veras cobre su importancia.
¿Quién es
Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento. No servirán
de nada ni filosofías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo
no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia
interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrás llevarte
al conocimiento de tu persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser
humano. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más
humano que hacer daño a alguien.
Debemos seguir
preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que
encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién
es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí,
Jesús? Pero debemos dejar muy claro que no se puede responder a la pregunta si
no nos preguntamos ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo. Ni
siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con
mi propia vida.
La razón puede
dejarse llevar de las exigencias biológicas y utilizar toda su capacidad para
buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia
interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la
plenitud humana, que le llevará más allá de la satisfacción sensorial. Si la
razón no cede a las exigencias del ego, y pretende imponerse un bien superior,
la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone
como inevitable para alcanzar la plenitud.