sábado, 29 de junio de 2024

XIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

 XIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43) – junio 30, 2024
Sabiduría 1, 13-16; 2,23-24; Salmo 29; 2 Corintios 8, 7-9. 13-15



Las lecturas de este domingo, nos ayudan a entender el sentido de nuestra vida y a aprender de Jesús lo necesario, para lograrlo…

Evangelio según san Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva". Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.

Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.

Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de Él, se volvió hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?" Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: `¿Quién me ha tocado?' " Pero Él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad".

Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de Él.

Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: "¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!" La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Reflexión:

¿Cómo está mi fe en Jesús?

Hoy la Palabra nos recuerda (a) el sentido de nuestra vida, (b) lo que nos quita vida y (c) como podemos recuperarla; vamos por partes, para sacar más provecho:

La primera lectura (cfr Sab 1, 13-16; 2,23-24) nos dice que,

·        Hemos sido creados por Dios, a su imagen y semejanza, para la vida (terrenal inicialmente), disfrutarla, compartirla, recrearla…

·        Lo que nos impide vivir, es la envidia (avaricia, soberbia), que nos lleva a estar del lado del diablo (del griego antiguo διάβολος /diábolos/, en calumniador, el que causa división), que nos separa de Dios y de los demás, y por tanto nos quita vida…

La segunda lectura (2 Cor 8, 7-9. 13-15), nos ayuda, con un tip, para andar por el camino de la vida, al estilo de Jesús: la generosidad… que es una manera de ser como Jesús, al hacer el bien a los demás, contribuyendo “con lo que tengo y puedo”, a que a nadie “le falte lo necesario para vivir” …

Finalmente, el evangelio (Marcos 5, 21-43), nos muestra a dos personas, Jairo y la mujer enferma, quienes tienen fe en Jesús, es decir, creen en él; la mujer es sanada y la hija de Jairo, es vuelta a la vida; Jesús, con toda claridad, nos dice hoy: “es la fe lo que nos salva”…

Entonces, cuando escuchamos a Jesús, “camino, verdad y vida” (Jn 14.6), conocemos su propuesta, a quién y cómo lo hace, podremos entender que, solo desea nuestro bien, reintegrándonos a la vida y a la comunidad de hijos de Dios, a pesar de que nos equivocamos haciéndole caso al mal, podremos estar cerca de él, y pedirle, con confianza, nos ayude a enfrentar y vencer toda adversidad (física, mental, espiritual), como dice el salmo 29, “escúchame, compadécete, ven en mi ayuda”.

¿Cómo evitar caer en la tentación y librarme del mal?... ¿Cómo aumentar mi fe de Jesús?... ¿A quién puedo ayudar para que se reintegre da la comunidad?...

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

XIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43) – junio 30, 2024 
Sabiduría 1, 13-16; 2,23-24; Salmo 29; 2 Corintios 8, 7-9. 13-15


Evangelio según san Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva". Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.

Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.

Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de Él, se volvió hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?" Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: `¿Quién me ha tocado?' " Pero Él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad".

Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de Él.

Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: "¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!" La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

"Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo vivientes", la primera lectura da un golpe a imágenes distorsionadas que podemos tener de Dios, imágenes que insinúan que Dios podría ser el causante de nuestros males y sufrimientos. Al contrario, nos dice el Salmo, Dios nos libera, nos saca de los abismos, nos revive; cambia nuestro luto en danzas y convierte en júbilo el llanto. ¡Dios es bueno y nos llama a ser buenos también! La bondad se expresa en la concreción de la generosidad.

En el Evangelio aparece una mujer que vivía excluida, marginada y señalada, su desesperación la lleva a hacerse espacio para llegar a Jesús, está convencida que con sólo tocar su manto todo cambiará, y así fue, no encontró ni reclamos ni rechazos, encontró absoluta acogida y reconocimiento: "Tu fe te ha curado", encontró en la acogida vida y salud. También nosotros estamos llamados a hacer lo mismo, a buscar en Jesús, acogida, vida y salud; y como Jesús, a acoger, recibir y reconocer, sin juicios y sin dilaciones, dispuestos a la misericordia y generosidad. También será bueno pensar si no estamos estorbando la llegada de otros, el encuentro de otros con Jesús; si cuando vemos a quienes lo buscan, en lugar de abrirles paso los obstaculizamos con ofensas y pisotones. Buenas llamadas recibimos en este domingo, ¿Cuál resuena en tu corazón? 

#FelizDomingo

“Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana” 

Las situaciones de dolor en las que muchas veces nos vemos envueltos, nos obligan a buscar salidas desesperadas que no se pueden entender desde circunstancias de tranquilidad y paz. Solamente cuando se ha estado desesperado, se entienden ciertas formas de reaccionar que es muy fácil juzgar desde fuera. Una cosa es ver los toros desde la barrera, y otra muy distinta, sentir el aguijón de la desesperación clavado en nuestra carne. Saber esto nos puede ayudar comprender a muchas personas que nos parece que han perdido el juicio y que buscan soluciones donde no las hay.

Un buen amigo mío, sufrió en un momento de su vida una enfermedad muy complicada y dolorosa. Él es una persona que podríamos calificar como ‘ilustrada’, porque ha bebido de las fuentes del saber desde muy joven y se ha formado en las mejores universidades de Colombia y Francia. Resulta que estaba pasando por uno de esos momentos críticos que tenía su dolencia y tenía un dolor de hígado muy fuerte. Lo vi, con mis propios ojos, acostado en su cama, sosteniendo el polo positivo de una pila contra su hígado, mientras sostenía otra pila, con su polo negativo entre la boca. Un médico alternativo le había dicho que el dolor de hígado que tenía se debía a un desequilibrio en la energía de su cuerpo, producido por unas amalgamas que tenía en sus muelas. Y como digo, no es una persona ignorante o mal formada. Lo último que querría sería juzgar a este amigo por semejante situación. Lo que quiero resaltar es que hay momentos en la vida en los que no vemos otras alternativas y nos agarramos a cualquier cosa que nos brinde alguna esperanza de salvación, aunque a los ojos de los demás parezcan cosas insensatas y absurdas. Seguramente conocemos a muchas personas que han despilfarrado fortunas enteras, tratando de solucionar algún problema de salud propio o de algún ser querido. Le han creído a alguien que les ha brindado una chispa de esperanza, cuando los médicos tradicionales la han perdido totalmente y habían dejado de luchar por la vida. Otras personas, han ayudado a seres queridos a salir de una situación de dependencia, ya sea del alcohol o de la droga y para eso han tenido que hacer grandes sacrificios, incomprensibles para quienes no estamos metidos en la situación.

La mujer que nos presenta hoy el evangelio, en medio de la escena de la curación de la hija de Jairo, padecía una enfermedad que los médicos de hoy calificarían de ‘crónica’: “(...) desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba, ‘Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”. Efectivamente, cuenta el evangelio que “Al momento, el derrame de sangre se detuvo, sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad”. Llama la atención la reacción del Señor que, “dándose cuenta de que había salido poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó: – ¿Quién me ha tocado la capa? Sus discípulos le dijeron: – Ves que la gente te oprime por todos lados, y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad”. Diríamos que esta mujer representa un caso extremo de desesperación, como los que hemos mencionado al comienzo. Pone su confianza en algo que no parece sensato. ¿Cómo puede pensar que con tocar la capa de un profeta, por muy importante que éste sea, va a curarse de una enfermedad crónica como la suya? Ella creyó. Y allí está su fuerza. Jesús lo confirma cuando le dice: “– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad”. Pidamos al Señor que sepamos vivir una fe como la de esta mujer del evangelio. Que luchemos por nuestros sueños con su insistencia y tenacidad. Pero que no desperdiciemos nuestra fe en curanderos y brujas de mala muerte, ni nos dejemos engañar por tanto encantador de serpientes que deambula por este mundo, sino que pongamos nuestra fe en el único que puede salvarnos, efectivamente, y darnos una salud eterna.

 

DOMINACIÓN MASCULINA 

Una mujer avergonzada y temerosa se acerca a Jesús secretamente, con la confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace tiempo. Arruinada por los médicos, sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe grande. Solo busca una vida más digna y más sana.

En el trasfondo del relato se adivina un grave problema. La mujer sufre pérdidas de sangre: una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de impureza ritual y discriminación. Las leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es precisamente ese contacto el que la podría curar.
La curación se produce cuando aquella mujer, educada en unas categorías religiosas que la condenan a la discriminación, logra liberarse de la ley para confiar en Jesús. En aquel profeta, enviado de Dios, hay una fuerza capaz de salvarla. Ella «notó que su cuerpo estaba curado»; Jesús «notó la fuerza salvadora que había salido de él».

Este episodio, aparentemente insignificante, es un exponente más de lo que se recoge de manera constante en las fuentes evangélicas: la actuación salvadora de Jesús, comprometida siempre en liberar a la mujer de la exclusión social, de la opresión del varón en la familia patriarcal. y de la dominación religiosa dentro del pueblo de Dios.

Sería anacrónico presentar a Jesús como una feminista de nuestros días, comprometida en la lucha por la igualdad de derechos entre mujer y varón. Su mensaje es más radical: la superioridad del varón y la sumisión de la mujer no vienen de Dios. Por eso entre sus seguidores han de desaparecer. Jesús concibe su movimiento como un espacio sin dominación masculina.

La relación entre varones y mujeres sigue enferma, incluso dentro de la Iglesia. Las mujeres no pueden notar con transparencia «la fuerza salvadora» que sale de Jesús. Es uno de nuestros grandes pecados. El camino de la curación es claro: suprimir las leyes, costumbres, estructuras y prácticas que generan discriminación de la mujer, para hacer de la Iglesia un espacio sin dominación masculina.

 

¿EN QUIÉN DEBEMOS CONFIAR? ESTA ES LA CLAVE 

Del final del c. 4 de Mc, pasamos al final del c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.
Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que había sido ya rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no sólo no le daba solución, sino que la exclusión hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: “La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias”. La mujer considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta consideración de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor, se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en Sí misma. Su valentía la devuelve la salud.

Con una sensibilidad aguda más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar a Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos los aspectos del ser, el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existe.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La confianza de la mujer desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedió de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción en contra de las leyes de la naturaleza. Todo lo contrario, es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su 'ley' sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía no es lo normal, llamamos milagro a los procesos que serían los más naturales. Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora. Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar él contaminado de muerte, da la vida al cadáver.

Una pista importante: a la niña se le llama con distintos nombres. Primero hijita, luego hija, luego niñas y por fin joven casadera. Todo un proceso de maduración psicológica que va mucho más allá de una simple resurrección. Los doce años eran el tiempo de pasar de niña a persona adulta. Psicológicamente es un momento crucial para el equilibrio psíquico. Seguramente la niña no tuvo el apoyo necesario para superar el trauma. Recuperó su vitalidad cuando encontró el marco adecuado para dar el difícil paso.
No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar su figura. Objetivamente, los curados volverían a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación que ofrece Jesús es para todos y en cualquier circunstancia. También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

En el AT queda claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criatura. La salvación está siempre en un plano superior y más pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La salvación que propone Jesús libera siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta absoluta de Dios para todos. Esa fuerza que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos; Lo único que tenemos que hacer es dejar que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser o/ya los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. También hoy tendría que ser nuestra tarea principal el liberar a tantos seres humanos atrapados en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

 

sábado, 22 de junio de 2024

XII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 4,35-41) – junio 16, 2024 
Job 38, 1.8-11; Salmo 106; 2 Corintios 5, 14-17


Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 
Hernán Quezada, SJ 
Hay momentos en nuestra vida, en que nuestra "barca" es golpeada por "fuertes vientos y olas altas", literalmente, sentimos que nos hundimos, somos poseídos por el miedo. Para esos momentos es la memoria y la fe, hay que recordar que Jesús ha estado y está, hay que creer que de nuevo calmará la tormenta, de nuevo llegará la calma. Esta es la buena noticia, Él es con nosotros y pesar de nuestras debilidades de fe, calmará las olas y los vientos.
Pero hoy podemos pensar en la llamada que tenemos, nosotros los cristianos, a hacer lo mismo: combatir los miedos y anunciar esperanza. No somos los que alientan el pánico en las tempestades, sino los que animan a esperar. ¿Cómo andas en los últimos días? ¿Agudizando miedos en tormentas o afianzando la esperanza?

#FelizDomingo

¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?” 

Recibí hace unos meses el siguiente texto: “Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta. ¿Dios creó todo lo que existe? Un estudiante contestó valiente: Sí, lo hizo. ¿Dios creó todo?, preguntó nuevamente el profesor. Sí señor, respondió el joven. El profesor contestó, "Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal existe, y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo". El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe era un mito”.

Otro estudiante levantó su mano y dijo: ¿Puedo hacer una pregunta, profesor? Por supuesto, respondió el profesor. El joven se puso de pie y preguntó: ¿Profesor, existe el frío? ¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío? El muchacho respondió: De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la física, lo que consideramos frío, en realidad es la ausencia de calor. "Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor".

Y, ¿existe la oscuridad? Continuó el estudiante. El profesor respondió: Por supuesto. El estudiante contestó: Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.

Finalmente, el joven preguntó al profesor: Señor, ¿existe el mal? El profesor respondió: Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, gracias a el vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal. A lo que el estudiante respondió: El mal no existe, señor, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios. Dios no creó al mal. No es como la fe o el amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz. Entonces el profesor, después de asentar con la cabeza, se quedó callado. El joven se llamaba Albert Einstein”.

La pregunta por el mal está y estará presente frente a nuestra fe vacilante. Los discípulos, ante la tormenta que los amenaza, se acercan a Jesús que duerme en la parte de atrás de la barca, apoyado sobre una almohada y lo despiertan con esta pregunta: “¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?” La respuesta de Jesús fue dar una orden al viento para que se calmara. Inmediatamente, confronta a sus discípulos y les pregunta: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Todavía no tienen fe?”. Eso mismo sentimos que nos pregunta el Señor cuando nos sentimos atenazados por el mal. Pero éste no es más que ausencia de Dios y la mejor forma de atacarlo es dejándonos llenar por esa luz que no conoce ocaso y que nos calienta el corazón.

 

MIEDO A CREER 

Los hombres preferimos casi siempre lo fácil y nos pasamos la vida tratando de eludir aquello que exige verdadero riesgo y sacrificio. Retrocedemos o nos encerramos en la pasividad cuando descubrimos las exigencias y luchas que lleva consigo vivir con cierta hondura.

Nos da miedo tomar en serio nuestra vida asumiendo la propia existencia con responsabilidad total. Es más fácil «instalarse» y «seguir tirando», sin atrevernos a afrontar el sentido último de nuestro vivir diario.

Cuántos hombres y mujeres viven sin saber cómo, por qué ni hacia dónde. Están ahí. La vida sigue, pero, de momento, que nadie los moleste. Están ocupados por su trabajo, al atardecer les espera su programa de televisión, las vacaciones están ya próximas. ¿Qué más hay que buscar?

Vivimos tiempos difíciles, y de alguna manera hay que defenderse. Y entonces cada uno se va buscando, con mayor o menor esfuerzo, el tranquilizante que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío cada vez más inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir nuestra existencia en toda su hondura.

Por eso, los que fácilmente nos llamamos creyentes deberíamos escuchar con sinceridad las palabras de Jesús: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Quizá nuestro mayor pecado contra la fe, lo que más gravemente bloquea nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía. Digámoslo con sinceridad. No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el evangelio significa. Nos da miedo escuchar las llamadas de Jesús.

Con frecuencia se trata de una cobardía oculta, casi inconsciente. Alguien ha hablado de la «herejía disfrazada» (Maurice Bellet) de quienes defienden el cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren nunca a las exigencias más fundamentales del evangelio.

Entonces el cristianismo corre el riesgo de convertirse en un tranquilizante más. Un conglomerado de cosas que hay que creer, cosas que hay que practicar y defender. Cosas que, «tomadas en su medida», hacen bien y ayudan a vivir.

Pero entonces todo puede quedar falseado. Uno puede estar viviendo su «propia religión tranquilizante», no muy alejada del paganismo vulgar, que se alimenta de confort, dinero y sexo, evitando de mil maneras el «peligro supremo» de encontrarnos con el Dios vivo de Jesús, que nos llama a la justicia, la fraternidad y la cercanía a los pobres.

 

SI NO CONFÍO EN MEDIO DE LA TORMENTA, NO CONFÍO EN ABSOLUTO 

Es frecuente

Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de dónde viene ni a dónde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Marcos varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos efectivamente reales. Son todo simbolismo.

La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la naturaleza) es reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse normal, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.

En tiempo de Jesús nadie se cuestionaba la posibilidad de milagros. Plantearnos este tema es anacrónico. Recordemos la conocida frase de Evely "Nuestros mayores creían gracias a los milagros; nosotros creemos a pesar de ellos". Rousseau: “Quitad del evangelio los milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo". Los milagros del Nuevo Testamento se han acabado como tales milagros. Debernos verlos con otra perspectiva. Decía Voltaire: milagro es la violación de las leyes matemáticas, divinas, inmutables, eternas. Por esta sola razón, un milagro es una contradicción in terminis".

Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso los llevó a la tierra prometida. La otra orilla del mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.

La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido, sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.

Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía... Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación postpascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos, pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en su presencia.

¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar seguridad.
Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos.

Además, en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que, aunque pueden ser hostiles, nunca son malos. Hoy sabemos que después de toda tormenta viene la calma con total normalidad.

¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera, y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso.

Una vez más queda de manifiesto que la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar ni en Dios, ni en él, ni en ellos.
¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Marcos ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubri­miento tiene que ser experiencia personal de lo que Jesús es en nosotros.

A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.
El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros.

El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos también en las circunstancias adversas.
Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job lo que supuestamente le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar, aunque veamos que no actúa. Dios está siempre dormido.

Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado a medida.

No son las acciones espectaculares de Dios las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.



XII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

XII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 4,35-41) – junio 16, 2024 
Job 38, 1.8-11; Salmo 106; 2 Corintios 5, 14-17 


En las breves lecturas de hoy, se nos muestra al Señor, creador de todo, y a su Hijo Jesús, quien nos confronta, a partir de “un milagro”, para que confiemos en él…

Evangelio según san Marcos 4, 35-41

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla del lago". Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.
De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?". Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: "¡Cállate, enmudece!". Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: "¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?". Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?".

Reflexión:

¿Por qué confiar en Jesús?

Dios, creador y fuente de vida, está presente “en todo y en todos”, y así lo describe en toda su grandeza y poder, el libro de Job (38, 1.8-11), así como también se refleja en Jesús, con el “milagro” al calmar la tempestad.

Un milagro, es un hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino; los realiza Jesús, para mostrar quien es él y de dónde viene esa capacidad de actuar, o sea de Padre.

Los milagros de Jesús, no son para mostrar su poder, sino para llamar la atención de quienes los experimentan, y con ello podamos reconocer la presencia de Dios, y con humildad, aprender de quien con todo ese poder salvador, solo desea nuestro bien; así, al reconocerlo podemos “dar gracias por las maravillas que hace por nosotros” (cfr. Sal 106).

Ante las diversas situaciones que la vida nos presenta, muchas veces, podemos sentirnos agobiados y azotados por “tempestades y vientos contrarios”, que nos ahogan y agotan, nos preguntamos ¿dónde está Dios? … Él, siempre presente, en paz, nos dice:  "¿por qué tanto miedo? ¿dónde está tu fe?"…  y con esa interpelación, al reflexionar, aprendemos su mensaje que nos dice: CONFÍA.

Reconocerlo, creerle y confiar en que Dios Padre y su Hijo Jesús, solo desean lo mejor para cada uno de nosotros, es el gran milagro que obra en nosotros. Si andamos con Jesús, si lo escuchamos (orando) y le hacemos caso confiando en que su guía nos “lleva a la otra orilla”. Con fe en Jesús, enfrentaremos mejor toda tormenta y tempestad.

¿Qué me provoca miedo, en este momento de mi vida?... ¿Dónde reconocer las maravillas que Dios hace por mí?... ¿Cómo orar y pedir que Jesús aumente mi fe?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí.
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

sábado, 15 de junio de 2024

XI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 4,26-34) – junio 16, 2024 
Ezequiel 17, 22-24; Salmo 91; Corintios 5, 6-11

Evangelio según san Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha".

Les dijo también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra".

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

El "reino de Dios" no tiene nada que ver con las imágenes de reinos de este mundo; tiene que ver con elecciones personales que hacen que reine Dios. Esto se expresa en concretos, en gestos, acciones y palabras que van dando lugar al "reino de Dios" en el mundo. Por ello, el reino de Dios, nos dice Jesús "se parece a un hombre que echa semillas en la tierra", está en la actitud de quien en el día a día siembra sus "pequeñas semillas", son acciones cotidianas que germinan sin que nos demos cuenta, crecen grandes y son capaces de dar alojo, seguridad y frutos como esperanza y consuelo. 

Hoy día del padre, pienso que muchos padres son ejemplo de estas parábolas del Reino. Un padre siembra y siembra en sus hijos "semillas", son palabras, testimonios y consejos que germinan y crecen, constituyen y forman el "Reino".

Demos gracias a Dios y pidamos por todos los padres, los que hoy están sembrando y los que ya miran los frutos de sus semillas desde el cielo.

Inspirémonos todos a sembrar por todas partes semillas del Reino, que todas nuestras palabras y acciones sean como las de Jesús, de amor, justicia, inclusión, verdad, paz y respeto. #FelizDomingo #felizdíadelpadre

Lo mismo de noche que de día, la semilla nace y crece sin que él sepa cómo”  
El Evangelio de hoy nos recuerda algo fundamental para el proceso de construcción de una comunidad de fe: El crecimiento en la vida de comunión, como en todo lo que implica la vida espiritual de las personas, es un regalo de Dios, una gracia. El crecimiento comunitario es un don que es necesario pedir con humildad. Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán, sostiene que "Comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo. Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes, desde la que nace de un breve encuentro hasta la que resulta de una larga convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en Jesucristo"(Dietrich Bonhoeffer, Vida en Comunidad).

Hablando del Reino de Dios, que es lo que queremos hacer realidad cuando nos reunimos para construir la comunión fraterna, Jesús nos recuerda que se trata de algo que acontece aún durante nuestros momentos de descanso. El Reino de Dios crece, aunque los que han sembrado la semilla estén despiertos o dormidos: “Con el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra semilla en la tierra: que lo mismo da que esté dormido o despierto, que sea de noche o de día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la tierra produce por sí misma: primero el tallo, luego la espiga y más tarde los granos que llenan la espiga. Y cuando el grano ya está maduro, la recoge, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.

En este mismo sentido se expresa Pablo, para quien el constructor principal de la comunidad no es el dueño de ésta, ni el crecimiento puede ser atribuido a alguien en particular. Eso le da una característica muy propia a la comunidad cristiana, porque es de Dios y todos los miembros de una comunidad son sólo servidores unos de otros y del proyecto de comunión: “A fin de cuentas, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? Simplemente servidores, por medio de los cuales ustedes han llegado a la fe. Cada uno de nosotros hizo el trabajo que el Señor le señaló; yo sembré y Apolo regó, pero Dios es quien hizo crecer lo sembrado. De manera que ni el que siembra ni el que riega son nada, sino que Dios lo es todo, pues él es quien hace crecer lo sembrado. Los que siembran y los que riegan son iguales, aunque Dios pagará a cada uno según su trabajo. Somos compañeros de trabajo al servicio de Dios, y ustedes son un sembrado y una construcción que pertenece a Dios” (1 Corintios 3, 5-9).

Hay algunos superiores o responsables de las comunidades que sienten la obligación de responder por el crecimiento de la comunidad y de cada uno de los miembros. Esto los lleva a tomarse demasiado a pecho la santificación de sus súbditos, como si de ellos dependiera este crecimiento espiritual. Dicen que Dios le dijo una vez a un superior y a un ecónomo de una comunidad: “Ustedes encárguense de hacerlos felices; de hacerlos santos, me encargo yo...”.

Pidamos al Señor que en nuestras comunidades de fe, tengamos muy presente esta enseñanza que nos deja el evangelio de hoy. Que tengamos la humildad de reconocer que el que da el crecimiento es Él mismo y que nosotros sólo somos sus colaboradores.

LA VIDA COMO REGALO 

Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y el rendimiento. Pocas diferencias han habido en esto entre el capitalismo y el socialismo. A la hora de valorar a la persona, siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.

Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único importante es sacar el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.

Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña parábola, recogida por el evangelista Marcos, en la que Jesús compara el «reino de Dios» con una semilla que crece por sí sola, sin que el labrador le proporciona la fuerza para germinar y crecer. Sin duda es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que no se debe a su esfuerzo.

Experimentar la vida como regalo es probablemente una de las cosas que nos puede hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera nueva, más atentos no solo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos recibiendo de manera gratuita.

Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor «desgracia» es vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir por Dios, y sin disfrutar de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar por la vida sin dejarnos sorprender por la «novedad» de cada día.

Todos necesitamos hoy aprender a vivir de manera más abierta y acogedora, en actitud más contemplativa y agradecida. Alguien ha dicho que hay problemas que no se «resuelven» a base de esfuerzo, sino que se «disuelven» cuando sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros. Se nos olvida que, en definitiva, como decía Georges Bernanos, «todo es gracia», porque todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.

 

LA SEMILLA, COMO VIDA QUE ES, CRECE DESDE DENTRO 

Más que parábolas son dos ejemplos simples que todo el mundo podía comprender. Con ellos Jesús intenta comunicar a los demás lo que está pasando en lo más hondo de su ser. El Reino de los cielos no se parece a nada, está más allá de todo lo que podemos comprender. En cada ser humano es una Realidad distinta e intransferible, solo el lenguaje simbólico puede apuntar a esa Realidad escurridiza. Si es única en cada uno, la manera de manifestarse también será siempre diferente. No cabe la programación.

Todos los exégetas están de acuerdo en que el “Reino de Dios” es el centro de la predicación de Jesús. Lo difícil es concretar en que consiste esa realidad tan escurridiza. La verdad es que no se puede concretar, porque no es nada concreto. Tal vez por eso encontramos en los evangelios tantos apuntes desconcertantes sobre esa misteriosa realidad. Sobre todo en parábolas que nos van indicando distintas perspectivas para que vayamos intuyendo lo que puede esconderse en esa expresión tan simple.


Podríamos decir que es un ámbito que abarca a la vez materia y espíritu. Todo el follón que se armó el primer cristianismo a la hora de concretar la figura de Jesús, nos lo armamos nosotros a la hora de definir que significa ser cristiano. El Reino es a la vez, una realidad divina que ya está en cada uno de nosotros y una realidad humana, tierra que se tiene que manifestar en nuestra existencia de cada día. Ni es Dios en sí mismo ni se puede identificar con ninguna situación política, social o religiosa.

Las parábolas no se pueden explicar. Solo una actitud vital adecuada puede ser la respuesta a cada una. Como nuestra actitud espiritual va cambiando, la parábola me va diciendo cosas distintas a medida que avanza en mi camino. Tampoco las dos parábolas de hoy necesitan aclaración alguna. Todos sabemos lo que es una semilla y como se desarrolla. Si acaso, recuerda que la semilla de mostaza es tan pequeña que es casi imperceptible a simple vista. Por eso es tan adecuado para precisar la fuerza del Reino.

El crecimiento de la planta no es consecuencia de una acción externa sino consecuencia de una evolución de los elementos que ya estaban en ella. Este aspecto es muy importante, por dos razones: 1ª porque nos advierte de que lo importante no viene de fuera; 2ª porque nos obliga a aceptar que no es algo estático sino un proceso que no tiene fin, porque su meta es el mismo Dios. El Reino, que es Dios, está ya ahí, en cada uno y en todos a la vez. Nuestra tarea no es producir el Reino, sino hacerlo visible.

Tampoco podemos pensar en una meta preconcebida. Desde lo que cada uno es en el núcleo de su ser, debe desplegar todas las posibilidades sin pretender saber de antemano a donde le llevará la experiencia de vivir esa Realidad que nos desborda. En la vida espiritual es ruinoso el prefijar metas. Se trata de desplegar una Vida y como tal, es imprevisible, porque es respuesta interna incontrolable. No pretendas ninguna meta, simplemente camina. La fuerza que necesitas para caminar ya está en ti.

En cada una de las dos parábolas se quiere destacar un aspecto de esa realidad potencial dentro de cada semilla. En la semilla se quiere destacar su vitalidad, es decir, la potencia interna que tiene para desarrollarse por sí misma. En el grano de mostaza se quiere destacar la desproporción entre la pequeña de la semilla y la planta que de ella surge. Parece imposible que de una semilla apenas perceptible surja, en muy poco tiempo, una planta de gran puerta, donde pueden hacer su nido las aves.

En una religión que tenía verdadera obsesión por controlarlo todo, Jesús propone una total autonomía de la fuerza del Reino. La semilla crece sin que sepamos cómo. El afán de controlarlo todo, hasta los últimos detalles, arruina la energía de la semilla que la puede hacer crecer. La fuerza viene de la propia semilla que la desplegará en cuanto encuentre las condiciones adecuadas. La Iglesia pretende que pongamos toda nuestra confianza en las normas, los ritos y las verdades dogmáticas, olvidando lo esencial.

En una sociedad en que se valoraba el poder por encima de todo, Jesús da a entender que hay una Realidad que se muestra en lo infinitamente pequeña. El Reino que es Dios se manifiesta siempre, no a través del dominio sino a través del servicio. Jesús nos invita a ver la presencia de Dios en la insignificancia de todo ser humano. Dios no se manifiesta en lo grandioso sino en lo más pequeño. Como Iglesia y como individuos debemos recuperar esta manera de ver el mundo si queremos ser fieles a Jesús.

Cada uno de nosotros debemos preguntarnos si, de verdad, hemos descubierto y aceptado el Reino de Dios y si lo hemos rodeado de unas condiciones mínimas indispensables para que pueda desplegar su propia energía. Si no se ha desarrollado, la culpa no será de la semilla, sino nuestra. La semilla se desarrolla por sí sola, pero necesita humedad, luz, temperatura y nutrientes para poder desplegar su vitalidad latente. La semilla con su fuerza está en cada uno, solo espera una oportunidad.

No somos nosotros los que desarrollamos el Reino. Es el Reino quien se desarrolla en nosotros. Incluso los que tenemos como tarea hacer que el Reino se desarrolle en los demás, olvidamos ese dato fundamental. No tenemos paciencia para dejar tranquila la semilla, o intentamos tirar de la plantita en cuanto asoma y en vez de ayudarla a crecer la desarraigamos, o la damos por perdida antes de que haya tenido tiempo de germinar.

Puede frustrarnos el ansia de producir fruto sin haber pasado por las etapas de crecimiento como tallo, luego la espiga y por fin el fruto. La vida espiritual tiene su ritmo y hay que procurar seguir los pasos por su orden. La mayoría de las veces nos desanimamos porque no vemos inmediatamente los frutos. Cada paso que demostramos es un logro y en él ya podemos apreciar el fruto. Si tomas conciencia de tu verdadero ser, estás en camino.

El Reino está en nosotros como semilla que está sembrada en cada uno de nosotros. Es la realidad espiritual que está más allá del tiempo y del espacio. Está a la vez en todas partes y siempre. Si soy consciente de esa Realidad lo descubriremos mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, demostrará que el Reino está en mí. Si es inadecuada, demostrará que el Reino no se ha desarrollado.

Jesús experimentó dentro de sí mismo esa Realidad y la manifestó en su vida. Toda su predicación consistió en proclamar esa posibilidad. El Reino de Dios está dentro de nosotros, pero puede que no lo hayamos descubierto. Jesús hace referencia a esa Realidad. Creo que, aún hoy, nos empeñamos en identificar el Reino de Dios con situaciones externas. La lucha por el Reino tiene que hacerse dentro de nosotros mismos.

 

 


XXIX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

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