Evangelio según
san Juan 15, 1-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a
sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al
sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para
que dé más fruto.
Ustedes ya están purificados
por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así
tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos;
el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada
pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y
se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos''.
Permanecer, es un verbo que resulta a "la baja" en nuestro tiempo. Se antoja un verbo impronunciable, fuera de moda y hasta difícil de comprender. Permanecer es mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad, es quedarse, continuar, seguir, estar; es persistir, perpetuarse, resistir, conservar. Hasta suena molesto leer "no cambiar", pues suena que permanecer sería algo así como renunciar a movernos, a la novedad. Hoy la Palabra nos llama a permanecer. Para poder vivir plenamente necesitamos permanecer, permanecer en aquello que es fundamental. Si el sarmiento no permanece en la vida, se seca y se lo lleva el viento. Si no permanecemos en Cristo, nos secamos, no damos fruto y quedamos a merced del viento. Permanecer en Cristo, es permanecer en el amor, es que nuestras vidas sean y expresen el amor, no con palabras, sino con obras. Preguntémonos hoy, cómo estamos permaneciendo. ¿En qué y con quienes permaneces? ¿Cómo estás permaneciendo fiel a la llamada al amor? Pidamos a Dios que seamos de esas y de esos capaces de permanecer firmes y fieles, para poder en todo y con todos vivir en el amor. #FelizDomingo
Desde el origen de los tiempos, los seres humanos hemos
aprendido que unidos podemos sobrevivir más tiempo y tener una mejor calidad de
vida. Estar separados y enfrentados, es el primer síntoma de la desaparición de
una organización humana. Por eso los pueblos se han ido organizado de distintas
formas y han creado estructuras, cada vez más amplias, de convivencia humana:
tribus, pueblos, naciones, países, Estados...
Incluso, recientemente, los pueblos y las naciones, que
lucharon en otras épocas con tanta convicción por su independencia, han ido
caminando hacia estructuras de unión supranacional, dejando atrás diferencias
que antiguamente parecían insalvables. Estas formas nuevas de organización
social han tratado de respetar las identidades particulares de cada pueblo, es
verdad, pero buscan la supervivencia particular en la posibilidad de la
supervivencia común. “O vivimos todos, o aquí no vivirá nadie”, parecen decirse
entre ellos. Claro que todavía hay demasiados pueblos y naciones, es decir,
seres humanos de carne y hueso, pero sobretodo de hueso, que quedan por fuera
de estos planes de unión de los poderosos de este mundo, y se ven, cada vez
más, condenados a la desaparición.
En las Reducciones jesuíticas que se crearon en el siglo
XVII al sur del continente americano, entre los indígenas que habitaban esas
tierras, el mayor castigo que recibía una persona, era ser apartado de la
comunidad, es decir, eclesialmente hablando, ser excomulgado. Ellos sabían,
perfectamente, que, en esas selvas inhóspitas, era imposible vivir estando
separados de la comunidad. El que recibía este castigo, prácticamente, estaba
condenado a morir. Lo mismo sucedía en comunidades de la cuenca amazónica.
Este mismo principio de la supervivencia social, funciona
en el ámbito de la vida en todas sus expresiones: los microorganismos, las
plantas, los animales, la vida misma, se sostiene y crece, gracias a una
dinámica de sinergias y alianzas. Sin el apoyo de unos a otros, ningún
organismo vivo, puede seguir siendo tal. Esto es lo que quiere señalar la
comparación que nos presenta Jesús en el Evangelio de hoy. No hay que ser un
agricultor muy experto para saber que una rama, desprendida del tronco, no
puede dar frutos. Todos sabemos, incluso, que si la rama se separa del tronco,
se muere... Jesús señala así la cualidad que debe caracterizar a sus
seguidores, si quieren participar de su vida, como Él participa de la vida de
Dios: O nos mantenemos unidos a Jesús, o no podremos dar fruto, porque la vida
de Dios se muere en nosotros.
Permanecer unido es estar con otro allí donde él está; participar con él de lo bueno y de lo malo; acompañarlo en todo momento y disfrutar de su cercanía. Jesús nos invita no sólo a estar unidos a él en los ratos de oración, más o menos generosos, o en las celebraciones en las que participamos con alguna regularidad. Nos invita a estar unidos a él en todo lo que hacemos; a buscar y hallar su presencia a cada instante, en cada paso que damos, en cada acción que emprendemos, en cada decisión que tomamos. Permanecer unidos a Él en la vida toda, en los momentos de pasión y en los tiempos de resurrección. Sólo así, como los pueblos, podremos seguir viviendo y no desaparecer...
José Antonio Pagola
Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: «Permanecido en mí». Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él, no podrán subsistir.
Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.
Jesús emplea un lenguaje rotundo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada». Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.
Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que «sus palabras permanecerán en ellos». Que no las olviden. Que vivan de su evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida».
El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y llamada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.
Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia.
Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios de «segunda mano». Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con «las palabras de Jesús».
Es difícil imaginar una «nueva evangelización» sin
facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los
evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar
juntos el evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y
esperanzas de nuestros tiempos.
Estamos en el comienzo del capítulo 15 de Jn, incluido en el larguísimo discurso de despedida, que Jn pone en boca de Jesús, después de la cena. En esta parte del discurso, se habla de la comunidad y su misión en el mundo. Insiste en que la Vida de Dios debe atravesar a cada miembro para posibilitar el amor que se debe manifestar en obras. La división de los organismos vivos en partes siempre es inadecuada. Toda la vid es un único ser vivo. Para producir frutos necesita raíz, cepa y tallos y hojas.El simbolismo de la viña es muy frecuente en el AT. Pero no es tan frecuente la imagen de la vid. Además, el sentido que le da Juan es completamente original.
El doble aspecto de una misma vivencia individual y una
proyección a los demás es la clave de la experiencia pascual. La Vida de Dios,
la de Jesús y la de los discípulos es la misma. Aunque no se nombra
expresamente, la Vida sigue siendo el centro de todo el discurso.
Hay que tener en cuenta que la vid es una de las plantas que no produce fruto de provecho si no se poda severamente. Su capacidad de echar follaje es tan grande que, si no se le aplican fuertes correctivos, se le va toda la fuerza en tallos y hojas. La poda se realiza en dos etapas. La primera se hace antes de que brote y consiste en eliminar casi todos los sarmientos del año anterior, dejando solo los más vigorosos, y de estos, una parte mínima (dos o tres nudos). La segunda se hace sobre los pámpanos, eliminado todos los tallos que no llevan fruto e incluso desmochando los que lo llevan.
Yo soy la vid verdadera. Detrás del símbolo de la vid, se esconde todo un mundo de sugerencias. Se trata de un ser vivo que se manifiesta a través de elementos distintos, pero unificados por una realidad que los trasciende, la vida. Una vez más es la Vida el centro del discurso. Todo el que se adhiere a Jesús forma parte de la misma vid. Forma una comunidad viva que fructifica. En el AT es frecuente que la viña sea improductiva.
Mi Padre es el labrador. Como en el AT, es el Padre quien la ha plantado y la cuida. Pero hay que tener cuidado a la hora de interpretar este aspecto. Jesús nunca se propone como centro de su mensaje. Él predica el Reino que es Dios. Nunca se interpone entre Dios y el ser humano. Jesús nos dice que lo que Dios es para él, lo es también para cada uno de los hombres. No pensemos que Jesús es más que el Padre. La alusión al Padre labrador, expresa interés porque que todo sarmiento dé fruto.
Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo elimina, y a todo el que produce fruto, lo poda, para que dé más fruto. Tenemos un juego de palabras muy curioso: “airei” no significa cortar ni arrancar sino abolir, quitar. “kathairei” no significa podar sino limpiar, purificar. Ni uno ni otro se utiliza para designar tareas agrarias. Al emplearlos nos fuerza a ira más allá del primer significado. El versículo siguiente nos saca de dudas: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he dado. “limpios” no tiene nada que ver con la pureza legal. Para Juan el único pecado es la opresión. Como ellos han salido de ese ámbito, se han liberado del pecado.
No debemos entender estos versículos como si Dios actuara en nosotros desde fuera y mecánicamente. Para Jesús, Dios es la savia, la Vida que se comunica a toda la vid. Jesús es el primer sarmiento que vivió plenamente de esa savia divina. No debemos confundir al hombre Jesús con el Dios cristiano, sino como el primer cristiano que haciendo suya la misma Vida de Dios, nos ha indicado la manera de alcanzar la plenitud humana. El mensaje de Jesús consiste en que todos vivamos esa Vida divina.
Ni cada individuo, ni la comunidad deben considerarse
entes estáticos. Están obligados a dar frutos. Sarmiento improductivo es el que
pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu. Incluso el que produce
fruto tiene que seguir un proceso que no acaba nunca. Solo el don total y
constante de sí mismo permitiría alcanzar la meta. El Espíritu es un dinamismo
que no se detiene nunca. Sería la savia que está siempre fluyendo. El producir
fruto no hace referencia a una moralidad sino a la Vida.
El sarmiento no tiene vida propia, necesita recibir la
savia de la cepa. La ausencia de fruto delata la falta de unión con Jesús. La
presencia de fruto manifiesta que la savia-Vida está llegando al sarmiento. Ni
la Vid sin sarmientos puede producir frutos, ni los sarmientos separados de la
cepa. Los frutos se alcanzan por la unidad de ambos. Esa unión con Jesús no es
algo automático, ni ritual, ni externo. Exige la actualización constante por
parte del discípulo. Cada individuo y cada comunidad tienen que estar
constantemente eliminando todo aquello que le impida la identificación con
Jesús
Existe una fuerte tendencia a equiparar el “producir
fruto” con las buenas obras. En Jn no se hace ninguna distinción entre ser y
obrar. Adherirse a Jesús es inseparable de producir el fruto que esa adhesión
conlleva, pero los frutos no son directamente las obras, sino la Vida-amor, que
necesariamente se manifestará en obras. De esta manera queda erradicado el
peligro de creer que son las obras las que me llevan a la identificación con
Jesús. Solo la Vida-Amor nos hace ser uno con Jesús y con Dios.
Porque sin mí, no podéis hacer nada. Por activa y por
pasiva repite la misma idea. El sarmiento, que es una sola vida con la cepa,
produce fruto y hace que la vid sea capaz de dar fruto. El que está separado no
sirve para nada porque no tiene vida. Se trata de participar de la misma Vida
de Jesús, que es la del Padre. Recordad: “El Padre que vive me ha enviado y yo
vivo por el padre; del mismo modo, el que me coma vivirá por mí”. Estar unidos,
comer a Jesús, es comprometerse con él y participar de su misma Vida. De la
misma manera alejarse de Jesús es garantizarse la esterilidad y la muerte.
En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a producir fruto por haberos hecho discípulos míos. Queda claro que no pueden ser palabras pronunciadas por Jesús. Los discípulos no comenzaron a dar frutos hasta después de la experiencia pascual. Solo entonces descubrieron al verdadero Jesús y lo vivieron de verdad. No son palabras de Jesús, sino palabras de la comunidad. Si no hacemos esta composición de lugar, no habrá manera de dar auténtico sentido al evangelio de Juan.
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