Cuarto domingo de Cuaresma:
el
amor y misericordia de Dios, nos libera del mal y nos salva de perder nuestra vida,
por causa de nuestra malas obras…
Evangelio
según san Juan 3, 14-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el
Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó
a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el
que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo
venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque
sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se
acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el
bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras
están hechas según Dios’’.
Reflexión:
¿Son mis obras, de bien y verdad?
Pareciera que, con nuestra libertad, podemos hacer lo que se nos
antoje, incluso pasar por encima de los demás, por no querer entender que la libertad
es para amar, amar la vida, la propia y la de los demás.
Cuando solo buscamos nuestro propio bienestar, nos perdemos, y con
tal de lograr complacer nuestros deseos, podríamos llegar a “abusar”,
“explotar”, …“utilizar como cosas” a las personas, para poder alcanzar nuestros
fines; éstas acciones son las “malas obras” que menciona el evangelio, y son
contrarias al deseo de Dios, nuestro creador, “porque somos hechura de Dios,
creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que
hagamos” (Ef 2, 4-10)
Nos encanta la mala vida, por eso creo, la elegimos,
preferimos “despreciar advertencias y mofarnos” de quienes nos advierten
que andamos por el mal camino, y sin darnos cuenta, vamos poco a poco, “haciéndonos
esclavos” de nuestras propias decisiones (Cfr 2 Cr 36,
14-16. 19-23).
Jesús, con su entrega
nos ha alcanzado la salvación, por amor y de manera gratuita, la cual implica
que desde mi libertad, elija: “creer en él”, “preferir la luz” y “hacer
el bien, conforme a la verdad” … esta manera de vivir, aquí en la tierra, nos
promete, con esperanza, la vida eterna (plena) … tomando las palabras Ciro, rey
de Persia: “todo aquel que pertenezca a
este pueblo, que parta hacia allá”, o sea, elegimos ser parte del “pueblo de
Dios”, y vamos a dónde se encuentra Él, en la verdad, justicia, paz y bien.
Así, la Cuaresma, sigo insistiendo, es el tiempo
propicio para reconocer nuestras malas elecciones, arrepentirnos de ellas,
pedir perdón a quiénes dañamos (incluidos nosotros mismos), y retomar el camino
que nos conduzca hacia una nueva vida (de la Resurrección), que es fraternidad,
corresponsabilidad, justica y paz, para alcanzar el deseado, bien común.
¿Estoy realmente convencido que Dios me ama?... ¿Qué puedo hacer
para compartir este amor, con los demás?... ¿Cómo el camino de la cruz, me
lleva a la vida?
Para profundizar, leer
aquí.
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP
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