Evangelio según san Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, se le
acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes
curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo:
“¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con
severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al
sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto
el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se
quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Hoy el Evangelio nos narra la historia de un hombre enfermo de lepra, que sufría por su enfermedad, pero también por lo que la sociedad e iglesia habían determinado para él: culpa, exclusión y soledad. Este hombre no se resignó, desafió el mandato impuesto sobre él, rompió con su condena y fue al encuentro con Jesús, y Éste, otro "transgresor" de las prescripciones de la ley, lo acogió, y con ello antes de sanarlo de su enfermedad, lo liberó de la exclusión y la soledad.
Sigan el ejemplo de Jesús, dice San Pablo, esa es llamada de la Palabra este domingo. ¿Quiénes son hoy los excluidos, condenados a la soledad de nuestros tiempos? ¿Cómo te relacionas con ellos? ¿excluyes o incluyes?
Quizás estás como el "leproso", condenado a quedar fuera, solo y sin esperanza. Pareciera que deja de haber lugar para ti. ¿A qué te llama el Señor hoy?
En Cristo siempre vivimos y encontramos el horizonte de la vida, exclamemos con el salmista: "Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación". #FelizDomingo
Alcohólicos Anónimos (A.A.) es una organización fundada en 1935 por un corredor de bolsa de Nueva York y un médico de Ohio (ambos ya fallecidos), que se consideraban borrachos desesperados. Su intención era ayudar a otros que sufrían de la enfermedad del alcoholismo. A.A. creció con la formación de grupos autónomos, primero en los Estados Unidos y luego por todo el mundo.
En virtud de que la ciencia médica dictaminó que el alcoholismo es una enfermedad, la persona deberá tomar en cuenta que nadie puede rehabilitarse si no se acepta la enfermedad. Entonces la persona, que con sinceridad quiere dejar de beber, debe aceptar su incapacidad por controlar la bebida; de lo contrario le podrá causar la locura o la muerte prematura. Por tanto, el criterio con el que se trabaja en A.A. es que los alcohólicos son personas enfermas que pueden recuperarse si siguen un sencillo programa que ha demostrado tener éxito para más de dos millones de hombres y mujeres a lo largo y ancho del mundo. La experiencia demuestra que el programa de A.A. funcionará para todos los alcohólicos que son sinceros en sus esfuerzos por dejar de beber y que, por lo general, no funcionará para aquellos que no tienen la certeza absoluta de que quieran hacerlo.
Los Doce Pasos de A.A. son los siguientes: (1) Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. (2) Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. (3) Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos. (4) Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos. (5) Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos. (6) Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos de carácter. (7) Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos. (8) Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos. (9) Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros. (10) Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente. (11) Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla. (12) Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos.
El leproso que se acerca a Jesús, pidiendo ser curado de su enfermedad, necesitó reconocerla primero y, al mismo tiempo, confió en que este profeta tenía la fuerza para sanarlo. El Señor le pide que solamente cumpla con las ofrendas que manda la ley de Moisés por su curación, pero que no se lo diga a nadie más; sin embargo, el leproso “se fue y comenzó a contar a todos lo que había pasado”. Como los alcohólicos anónimos, no podía dejar de llevar a otros el mensaje de su propia experiencia de salvación.
En la sociedad judía, el leproso no era solo un enfermo.
Era, antes que nada, un impuro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad,
sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico
lo decía en términos claros: «El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la
cabeza desgreñada... Irá avisando a gritos: Impuro, impuro. Mientras le dura la
lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado» (13,45-46).
La actitud correcta, sancionada por las Escrituras, es
clara: la sociedad ha de excluir a los leprosos de la convivencia. Es lo mejor
para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Siempre habrá en la
sociedad personas que sobran.
Jesús se rebela ante esta situación. En cierta ocasión se
le acerca un leproso avisando seguramente a todos de su impureza. Jesús está
solo. Tal vez los discípulos han huido horrorizados. El leproso no pide «ser
curado», sino «quedar limpio». Lo que busca es verso liberado de la impureza y
del rechazo social. Jesús queda conmovido, extiende su mano, «toca» al leproso
y le dice: «Quiero. Queda limpia».
Jesús no acepta una sociedad que excluya a leprosos e
impuros. No admite el rechazo social hacia los indeseables. Jesús toca al
leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y tabúes. Lo limpia para decir a
todos que Dios no excluye ni castiga a nadie con la marginación. Es la sociedad
la que, pensando solo en su seguridad, levanta barreras y excluye de su seno a
los indignos.
Hace unos años pudimos escuchar todos la promesa que el
responsable máximo del Estado hacía a los ciudadanos: «Barreremos la calle de
pequeños delincuentes». Al parecer, en el interior de una sociedad limpia,
compuesta por gentes de bien, hay una «basura» que es necesario retirar para
que no nos contamine. Una basura, por cierto, no reciclable, pues la cárcel
actual no está pensada para rehabilitar a nadie, sino para castigar a los
«malos» y defender a los «buenos».
Qué fácil es pensar en la «seguridad ciudadana» y
olvidarnos del sufrimiento de pequeños delincuentes, drogadictos, prostitutas,
vagabundos y desarraigados. Muchos de ellos no han conocido el calor de un
hogar ni la seguridad de un trabajo. Atrapados para siempre, ni saben ni pueden
salir de su triste destino. Y a nosotros, ciudadanos ejemplares, solo se nos
ocurre barrerlos de nuestras calles. Al parecer, todo muy correcto y muy
«cristiano». Y también muy contrario a Dios.
Seguimos en el primer capítulo de Marcos. Después de un enunciado general, que resume su manera habitual de actuar, nos narra la curación de un leproso. El leproso no tiene nombre. Tampoco se habla de tiempo y lugar determinados. Se trata de una generalización de la manera de actuar de Jesús con los oprimidos. Se advierte una falta total de lógica narrativa. Apenas ha pasado un día de la predicación de Jesús y ya le conocen hasta los leprosos que vivían en total aislamiento de la sociedad.
La lepra era el motivo más radical de marginación. Lo que
se entendía por lepra en la antigüedad, no coincide con lo que es hoy esa
enfermedad concreta. Más bien se llamaba lepra a toda enfermedad de la piel que
se presentara con un aspecto más o menos repugnante. Tanto la lepra como las
normas sobre la enfermedad no son originales del judaísmo. Esas normas nos
parecen hoy inhumanas, pero no tenían otra manera de defenderse de una
enfermedad que podía causar estragos.
Se acercó, suplicándole: Si quieres puedes limpiarme. Esta
actitud indica a la vez valentía, porque se atreve a transgredir la Ley, pero
también el temor a ser rechazado. Se puede descubrir una complicidad entre el
leproso y Jesús. Los dos van más allá de la Ley. La liberación solo es posible
a través de una relación profundamente humana. Si no salimos de la trampa de un
poder divino para hacer milagros, nunca entenderemos el verdadero mensaje del
evangelio. Jesús libera, humaniza, porque trata humanamente a los demás. De ese
modo les devuelve la capacidad de ser humanos.
Sintiendo lástima. La devaluación del significado de la
palabra “amor” nos obliga a buscar un concepto más adecuado para expresar esa
realidad. En el NT, 'compasivo' se dice solo de Dios y de Jesús. Es la acción
de Dios manifestada a través de los sentimientos humanos. La compasión era ya
una de las cualidades de Dios en el AT. Jesús la hace suya en toda su
trayectoria. Es una demostración de que para llegar a lo divino no hay que
destruir lo humano. La compasión es la forma más humana de amor.
Le tocó. El significado del verbo griego aptw no es
en primer lugar tocar, sino sujetar, atar, enlazar. Este significado nos acerca
más a la manera de actuar de Jesús. Quiere decir que no solo le tocó un
instante, sino que mantuvo esa postura durante un tiempo. Había que traducirlo
por 'le dio la mano' o le abrazó. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir
de la lepra, podemos comprender el profundo significado del gesto, suficiente
por sí mismo para hacer patentar la actitud de Jesús. No solo está por encima
de la Ley, sino que asume el riesgo de contraer la lepra.
Quiero... La simplicidad del diálogo esconde una riqueza
de significados: Confianza total del leproso y respuesta que no defrauda. No le
pide que le cure, sino que le limpie. Por tres veces se repite el verbo kadarizw,
limpiar, verbo que significa también, liberar. Nos lanza más allá de una simple
curación. Desaparece la enfermedad y le restituye en su plena condición humana:
Le devuelve su condición social y su integración religiosa. Vuelve a sentir la
amistad de Dios, que era el valor supremo para un judío.
Lo echó fuera… y cuando salió… La segunda parte del relato
es de una gran importancia. Se supone que estaban en un lugar apartado del
pueblo, sin embargo, el texto griego dice literalmente: lo expulsó fuera, y del
leproso dice: cuando salió. Una vez más nos está empujando a una comprensión
espiritual. Jesús no quiere que continúe junto a él y lo desprecie
inmediatamente; eso sí, con el encargo de no contarlo y de presentarse ante el
sacerdote. Una vez más, Marcos manifiesta el peligro de que las acciones de
Jesús a favor del marginado fueran mal interpretadas.
¡Qué curioso! Jesús acaba de saltarse la Ley a la torera,
pero exige al leproso que cumpla lo mandado por Moisés. Hay que estar muy
atento para descubrir el significado. Jesús no está contra la Ley, sino contra
las injusticias y tropelías que se cometían en nombre de ella. Él mismo tuvo
que defenderse: no he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud. Jesús se
salta la Ley cuando le impide estar a favor del hombre. Presentarse al
sacerdote era el único modo que tenía el leproso de recuperar su estatus social.
El evangelio nos dice que las consecuencias de la
proclamación, de hecho, fueron nefastas para Jesús. Si había tocado a un
leproso, él mismo se había convertido en apestado. “Y no podía ya entrar
abiertamente en ningún pueblo”. Las consecuencias de la divulgación del hecho,
podrían también ser nefastas para el leproso. Era el sacerdote el único que
podía declarar puro al contagio. Los sacerdotes podían ponerle dificultades si
tenían conocimiento de cómo se había producido la curación.
La lepra producía exclusión porque la sociedad era incapaz
de protegerse de ella por otros medios. Hoy la sociedad sigue creando
marginación por la misma razón, no encuentra los cauces adecuados para superar
los peligros que algunas conductas suponen para ella. No somos todavía capaces
de hacer frente a esos peligros con actitudes humanas. Tenemos que recurrir a
métodos deshumanizadores.
Jesús se pone al servicio del hombre sin condiciones,
mostrándonos lo que tenemos que hacer nosotros. Dios no tiene nada que ver con
la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley humana o divina.
Jesús se salta a la torera la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea
religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien
del hombre. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante
el cumplimiento de la ley que el acercamiento al marginado.
No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya
sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu, que es
mucho más dañina que la del cuerpo. Es un contrasentido que, en nombre de Dios,
nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús es buena noticia. El Dios de
Jesús es Padre porque es Ágape. De Él, nadie se tiene que sentir apartado. La
experiencia de ser aceptado por Dios es el primer paso para no excluir a los
demás. Si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones
para excluir en su nombre.
Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se
contagio, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor, la
libertad, la salud y la alegría también. Seguimos justificando demasiados casos
de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos
saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad
y permitirles volver a sentirse seres humanos!
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