
Evangelio según san Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la
sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón
estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y
tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se
puso a servirles.
Al atardecer, cuando el sol se ponía, le
llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó
junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos
demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.
De madrugada, cuando todavía estaba muy
oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a
orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron:
"Todos te andan buscando". Él les dijo: "Vamos a los pueblos
cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he
venido". Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando
a los demonios.
Hoy en el Evangelio encontramos la narración resumida de un día completo de Jesús, desde la mañana hasta la noche Jesús sana a los enfermos, pero queda el espacio para la soledad y la oración, para el encuentro con su Padre.
Nos han enseñado que hay que temer a la soledad, se valora y se presume la vida llena de actividades, el "no tener tiempo" se presume, pero el costo es enfermedad, rodeados de mucho y muchos podemos sentirnos profundamente solos.
La llamada de este día es a procurarnos en la vida el momento de "desierto", de soledad, de oración, de encuentro con Dios y en ello con lo más profundo de nosotros mismos, para luego ir a todos y a todo lo demás. ¿Hace cuanto tiempo que no estás solo? ¿tienes tu momento de silencio en el día para dejar a Dios hablar?¿para contarle de tus penas y alegrías? Hoy es un buen día para comenzar. #FelizDomingo
Cartas del diablo a su sobrino es un
libro que escribió el irlandés C. S. Lewis en 1941. Recoge la correspondencia
entre el diablo, anciano y retirado, y su sobrino, que está cumpliendo su
primera misión con un ‘paciente’. En uno de sus capítulos, el sobrino le ha
contado a su tío que ha logrado que su víctima, que es un inglés, sienta un
gran odio hacia los alemanes, con quienes están en plena Segunda Guerra
Mundial. Sin embargo, el tío, experimentado y sabio, le dice a su inexperto
sobrino: “... eso es bueno hasta cierto punto. Pero suele ser una especie de
odio melodramático o mítico, dirigido hacia cabezas de turco imaginarias. Nunca
ha conocido a estas personas en la vida real”. Un poco más adelante, el diablo
aclara a su sobrino cuál es el principio que debe seguir a la hora de suscitar
un odio verdaderamente eficaz:
“Hagas lo que hagas, habrá cierta benevolencia, al igual
que cierta malicia, en el alma de tu paciente. Lo bueno es dirigir la malicia a
sus vecinos inmediatos, a los que ve todos los días, y proyectar su
benevolencia a la circunferencia remota, a gente que no conoce. Así, la malicia
se hace totalmente real y la benevolencia en gran parte imaginaria. No sirve de
nada inflamar su odio hacia los alemanes si, al mismo tiempo, un pernicioso
hábito de caridad está desarrollándose entre él y su madre, su patrón y el
hombre que conoce en el tren. Piensa en tu hombre como una serie de círculos
concéntricos, de los que el más interior es su voluntad, después su intelecto,
y finalmente su imaginación. Difícilmente puedes esperar, al instante, excluir
de todos los círculos todo lo que huele al Enemigo [en este caso está hablando
de Dios]; pero debes estar empujando constantemente todas las virtudes hacia
fuera, hasta que estén finalmente situadas en el círculo de la imaginación, y
todas las cualidades deseables [es decir los defectos] hacia dentro, hacia el
círculo de la voluntad. Sólo en la medida en que alcancen la voluntad y se
conviertan en costumbres no son fatales las virtudes (...)”.
El evangelio de san Marcos nos presenta hoy a Jesús
comenzando su actividad apostólica por la casa de sus amigos: “Cuando salieron
de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La
suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se
acercó, y tomándola de la mano la levantó; al momento, se le quitó la fiebre y
comenzó a atenderlos”. No podemos desconocer, sin embargo, que también recorría
otras poblaciones: “Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el
mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios”.
“La buena caridad empieza por casa” dice el adagio
popular. No significa esto que también acabe allí, pero sí es importante saber
dónde comienza. La estrategia del mal, como nos recuerda Lewis en su libro, es
que vayamos viviendo las virtudes en los círculos más alejados de nuestra
voluntad, es decir en la imaginación; y, por el contrario, que vivamos los
defectos en los círculos más cercanos a nuestra voluntad y en nuestras
relaciones cotidianas. Cuando amemos mucho a los que viven lejos y, por el contrario,
vivamos unas relaciones conflictivas y problemáticas con las personas que
tenemos más cerca, tenemos que preguntarnos si el ‘sobrino’ del diablo no nos
está ganando la pelea.
Donde está Jesús crece la vida. Esto es lo que
descubre con gozo quien recorre las páginas entrañables del evangelista Marcos
y se encuentra con ese Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos,
sana a los enajenados y perdona a los pecadores.
Donde está Jesús hay amor a la vida, interés por los
que sufren, pasión por la liberación de todo mal. No deberíamos olvidar nunca
que la imagen primera que nos ofrecen los relatos evangélicos es la de un Jesús
curador. Un hombre que difunde vida y restaura lo que está enfermo.
Por eso nos encontramos siempre a su alrededor la
miseria de la humanidad: poseídos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos,
sordos. Hombres a los que falta vida; «los que están a oscuras», como diría
Bertolt Brecht.
Las curaciones de Jesús no han solucionado
prácticamente nada en la historia dolorosa de los hombres. Su presencia
salvadora no ha resuelto los problemas. Hay que seguir luchando contra el mal.
Pero nos han descubierto algo decisivo y esperanzador. Dios es amigo de la
vida, y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de
sus hijos e hijas.
Inquieta ver con qué facilidad nos hemos acostumbrado
a la muerte: la muerte de la naturaleza, destrucción por la polución
industrial, la muerte en las carreteras, la muerte por la violencia, la muerte
de los que no llegan a nacer, la muerte de las almas.
Es insoportable observar con qué indiferencia
escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la muerte de millones de
hambrientos en el mundo, y con qué pasividad contemplamos la violencia callada,
pero eficaz y constante, de estructuras injustas que hunden a los débiles en la
marginación.
Los dolores y sufrimientos ajenos nos preocupan poco. Cada uno parece interesarse solo por sus problemas, su bienestar o su seguridad personal. La apatía se va apoderando de muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez más incapaces de amar la vida y de vibrar con el que no puede vivir feliz.
Recuerda que los evangelios no son crónicas de sucesos sino teología narrativa. No tiene importancia que las palabras atribuidas a Jesús sean exactamente las que él pronunció; ni que los hechos narrados hayan sucedido así. Lo importante es el mensaje que quieren trasmitirnos. Lo difícil será traducirlo adecuadamente a nuestro lenguaje, siempre relativo, de manera que lo podamos entender hoy. Para ello es imprescindible que nos coloquemos en el ambiente de aquella época y conozcamos las características de aquella cultura.
Seguimos en el primer día de la actuación de Jesús. Marcos
intenta perfilar a grandes rasgos y con firmes trazos, la figura de Jesús. Se
trata de un montaje programático para dejar muy clara la manera que tenía Jesús
de desarrollar su ministerio. No podemos desligar la perícopa que hemos leído
hoy de la del domingo pasado. Ambas forman un todo teológico progresivo, que
empieza en la sinagoga y termina orando solo en descampado. Allí consigue
revivir la experiencia de Dios, que le permite hablar y actuar con autoridad.
El paso de la sinagoga a la casa, y después a la calle,
nos dice que Jesús lleva la salvación a todos los lugares en donde se
desarrolla la vida ya todas las personas que tienen necesidad de liberación.
Con toda naturalidad se nos habla de la suegra de Pedro, aunque nunca se hable
de la esposa. En aquella sociedad era impensable el estado de soltero y Jesús
nunca cuestionó las normas existentes con relación a la sexualidad, al
matrimonio oa la familia. Los cambios que después se producen no se pueden vender
como mensaje evangélico.
La cogió de la mano y la levantó. La palabra katekeito
para decir “estaba postrada”, puede significar enfermedad o muerta, en
cualquier caso, falta de vida. También para decir que la levantó, Mc emplea
hgeiren, que puede significar levantar o resucitar. Está claro que Mc quiere
dar un doble sentido a todo el relato, más allá del sentido literal.
“Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”. Jesús cura
para que la mujer pueda servir. En el mundo griego, el servicio (diakonía) se
consideraba una deshumanización. En las primeras comunidades cristianas, era el
signo de seguimiento de Jesús. El verbo que se utiliza en griego es dihkonei =
servía a la mesa. Los cristianos eligieron precisamente la palabra “diakonía”
para expresar el nuevo fundamento de las relaciones humanas en la comunidad. El
mismo Jesús dirá que no ha venido a ser servido sino a servir.
Al anochecer... Nos está indicando que los que se
admiraban de las palabras y obras de Jesús eran judíos y no habían superado la
dependencia de la Ley, que era la causa de la opresión. Al ponerse el sol
terminaba el sábado y la obligación de descanso. Por lo tanto, ya podían ellos
llevar a los enfermos y Jesús curarlos, sin faltar al primer precepto de la
Ley.
Curó a muchos y expulsó muchos demonios. Todos buscan a
Jesús para ser curados. Todos los evangelios comienzan con un éxito
espectacular de la predicación de Jesús. Más tarde se verá que no les interesa
nada más que ser atendidos en sus necesidades. Cuando queda claro que ese no es
el objetivo de Jesús, le abandonarán sin ninguna consideración.
Se marchó a descampado y allí se puso a orar. En muchos
lugares de los evangelios se dice lo mismo: "Se levantó de madrugada, se
fue a un descampado y allí se puso a orar". "Pasó la noche en
oración". "Por la mañana estaba allí sólo". Es la clave de la
vida de Jesús. Realmente necesitaba orar como verdadero ser humano que era.
Descubrir lo que era su Abba para él y lo que era él para su Abba fue la clave
de su espiritualidad. Esto solo se puede hacer apartándose de bullicio de la
gente en soledad y silencio.
El domingo pasado decía el evangelio que hablaba con
autoridad, no como los letrados. La clave está en este descubrimiento
continuado de la presencia de Dios en él. A pesar de la actividad absorbente,
hubo tiempo para estar a solas consigo mismo y cargar las pilas. Los evangelios
nos dicen que también iba a la sinagoga y al templo, pero el verdadero
encuentro con Dios lo realizaba a solas y en medio de la naturaleza.
¡Todo el mundo te busca! En el relato encontramos tres
exageraciones intencionadas: 'todo el mundo te busca'; 'la población entera';
'todos los enfermos'. Los discípulos están en la misma dinámica que la gente.
No quieren que su Maestro pierda la ocasión de afianzar su prestigio (poder).
Jesús sabía muy bien lo que tenía que hacer: “Vámonos a otra parte”. En el
principio del relato se habló por dos veces de su enseñanza (didach). Ahora
dice predicar (khruxw), de donde viene kerigma, concepto clave de la primera
comunidad.
Todos los evangelios empiezan constatando la euforia con
que la gente sigue a Jesús. Pero pronto, se va apoderando de ellos, primero la
decepción, después el abandono, y finalmente la oposición total. En Juan este
proceso se escenifica de manera genial en el c. 6, después de la multiplicación
de los panes, cuando quieren hacerle rey y terminan abandonándole todos
diciendo: “¿quién puede hacerle caso?” El porqué de esta actitud es claro:
buscan ser curados, liberados, queridos, no les interesa curar, servir y amar.
Si tomásemos conciencia de este cambio en la gente,
comprenderemos donde falla nuestro cristianismo. La respuesta está en el relato
de la curación de la suegra de Pedro. Jesús cura para que seamos capaces de
servir. Esto es precisamente lo que no nos gusta. Cuando Jesús va dejando claro
que Dios no es un tapagujeros, que su predicación lo que persigue es cambiar
las actitudes fundamentales del ser humano y convertirle en libre servidor en
vez de opresor, la gente empieza a sentirse incómoda y le abandona sin
contemplaciones.
El evangelio no habla de resignación ante cualquier clase
de dolor, sea físico, sea psíquico, sea moral. Tampoco identifica la salvación
con la supresión del dolor. Todo lo contrario, afirma expresamente que la
verdadera salvación puede alcanzarla todo ser humano a pesar del mal que nos
rodea. Siempre que se pueda, se debe suprimir el dolor. La victoria contra el
mal no está en suprimirlo, sino para evitar que te aniquile.
La solución al problema vital del hombre no puede venir de
fuera, la tenemos que encontrar dentro. Solo un conocimiento de lo hondo del
ser nos descubrirá lo que somos. El hombre tiene que superar sus limitaciones.
Pero solo lo conseguirá descubriendo que esas limitaciones no le impiden
alcanzar su plenitud. Conocerme a mí mismo es conocer a Dios como fundamento de
mi ser. Ser fiel a sí mismo es la única manera de ser fiel a Dios.
El fallo del cristianismo fue convertir la buena noticia
del evangelio en una religión. Jesús quiso liberar al ser humano de todo lo que
le impide ser él mismo, incluida la religión. Hay problemas que no tienen
solución, pero una vida más humana siempre es posible. El esperar que cambien
las circunstancias para sentirme bien es señal de hedonismo.
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