III Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Evangelio según san Marcos 1, 14-20
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.
No pocas veces, nos preguntamos ¿Qué hace Dios ante las injusticias, abusos, violencias y desastres que acontecen en el mundo? Dios envía mensajeros, como Jonás, Pablo y el Bautista que intentan persuadirnos para que cambiemos. Dios nos llama a comprometernos en la construcción de su Reino. La llamada de Jesús acontece en la cotidianidad de nuestras vidas, "tirando o reparando redes". San Pablo nos recuerda la calidad "pasajera" de nuestro mundo y lo efímera que es nuestra existencia.
Descubramos los mensajeros de nuestros tiempos, escuchemos como intentan persuadirnos para tomar conciencia del mal que hacemos y para que cambiemos ¿Quiénes son? ¿a qué te llaman? Escucha a Jesús llamarte: "sígueme" vamos a construir mi reino. Dios sí que actúa, no permanece quieto. Pidamos a Dios junto con el salmista: descúbrenos tus caminos, indícanos el sendero.
#FelizDomingo
Benjamín González Buelta, un jesuita que trabaja actualmente en República Dominicana, y cuyos libros me han inspirado muchas veces, tiene la gracia de percibir en lo cotidiano los brotes germinales del reino. Cuando lo conocí, usaba unas gafas gruesas de miope perdido, pero eso no le impedía reconocer las señales de Dios en la vida ordinaria. Al comienzo de uno de sus libros, dice lo siguiente: “En los campos de la República Dominicana crece una hierba que los campesinos llaman «junquillo». Tiene media docena de hojas alargadas. Por debajo de la tierra se van extendiendo sus raíces en todas las direcciones, de tal manera que, cuando se arranca una planta, a los pocos días nace otra al lado. Es imposible eliminarla. Un día vi echar una capa de asfalto en el patio de una casa para acabar con el junquillo. Pero, algunos días después, unas hojas pequeñas empezaron a sacar sus cabezas verdes a través del asfalto negro. ¿Cómo unas hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo se incuba en el misterio de la tierra esta vida tan fuerte? (...) Dios crea inagotablemente vida y libertad en el secreto de la tierra fecunda hasta que llegue la hora y brote la justicia” (Benjamín González Buelta, Bajar al Encuentro de Dios. Vida de oración entre los pobres).
El impacto que causó la noticia de que el profeta Juan había sido encarcelado debió ser muy grande en todos aquellos que fueron desde muy lejos a bautizarse, al otro lado del Jordán. Grandes multitudes que escuchaban los bramidos de este hombre vestido con pelo de camello y alimentado con langostas y miel del monte, quedaban profundamente impresionados; regresaban a sus aldeas convencidos de que Dios estaba hablando por su medio a todo el pueblo y que su bautismo debía transformar la vida de todos.
La predicación de Juan, recogida más ampliamente en el Evangelio de san Lucas, era inquietante, aún para hoy. Cuando la gente le preguntó: “¿Qué debemos hacer? Juan les contestó: –El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene”. A los que cobraban los impuestos para Roma le decía: “–No cobren más de lo que deben cobrar. También algunos soldados le preguntaron: –Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Les contestó: –No le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho; y confórmense con su sueldo. (...) De este modo, y con otros muchos consejos, Juan anunciaba la buena noticia a la gente. Además, reprendió a Herodes, el gobernante, porque tenía por mujer a Herodías, la esposa de su hermano, y también por todo lo malo que había hecho; pero Herodes, a todas sus malas acciones añadió otra: metió a Juan en la cárcel”.
Jesús, que también había ido a bautizarse en el Jordán, no podía permanecer indiferente ante el encarcelamiento de Juan y se “fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: ‘Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias”. Y comenzó a llamar a sus primeros discípulos para llevar adelante su misión. Los que encarcelaron a Juan pensaron que con esto se iba a terminar la fiebre del reino, pero lo que hicieron fue alborotarla más; porque la vida de Dios, como el junquillo, siempre sigue buscando salidas, aun atravesando el asfalto implacable de la opresión.
Propiamente, Jesús no enseñó una «doctrina religiosa» para que sus discípulos la aprendieran y difundieran correctamente. Jesús anuncia más bien un «acontecimiento» que pide ser acogido, pues lo puede cambiar todo. Él lo está ya experimentando: «Dios se está introduciendo en la vida con su fuerza salvadora. Hay que hacerle sitio».
Según el evangelio más antiguo, Jesús proclamaba esta Buena Noticia de Dios: «Se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia». Es un buen resumen del mensaje de Jesús: «Se avecina un tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir junto a nosotros una vida más humana. Cambiad de manera de pensar y de actuar. Vivid creyendo esta Buena Noticia».
Los expertos piensan que esto que Jesús llama «reino de Dios» es el corazón de su mensaje y la pasión que alienta toda su vida. Lo sorprendente es que Jesús nunca explica directamente en qué consiste el «reino de Dios». Lo que hace es sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vida si hubiera gente que actuara como él.
Para Jesús, el «reino de Dios» es la vida tal como la quiere construir Dios. Ese era el fuego que llevaba dentro: ¿cómo sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tiberio?, ¿cómo cambiarían las cosas si se imitara no a Tiberio, que solo busca poder, riqueza y honor, sino a Dios, que pide justicia y compasión para los últimos?
¿Cómo sería la vida en las aldeas de Galilea si en Tiberíades reinara Dios y no Antipas?, ¿cómo cambiaría todo si la gente se pareciera no a los grandes terratenientes, que explotan a los campesinos, sino a Dios, que los quiere ver comiendo y no muertos de hambre?
Para Jesús, el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único objetivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicara solo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo?, ¿cómo seríamos los cristianos si viviéramos convirtiéndonos al reino de Dios?, ¿cómo lucharíamos por el «pan de cada día» para todo ser humano?, ¿cómo gritaríamos: «Venga tu reino»?
Comenzamos el evangelio de Marcos que vamos a leer durante todo este año. Es el primero que se escribió y tiene aún la frescura de los comienzos. Es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa sobre todo la vida cotidiana de Jesús. Su actitud vital para con los pobres y oprimidos es la verdadera salvación. Las curaciones y la expulsión de demonios, entendidos como liberación, son la clave para comprender el mensaje de salvación de este evangelio.
Cuando arrestaron a Juan. Quiere resaltar el evangelista que Jesús va a continuar la tarea del Bautista, pero a la vez, deja clara la diferencia. ¡Recordad! Los datos cronológicos no tienen importancia en la elaboración de un “evangelio”. En el evangelio de Juan, después de haber narrado el seguimiento de los primeros discípulos, después de contarnos la boda en Caná, la purificación del templo y el encuentro con Nicodemo, nos dice que Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea y bautizaba allí, a la vez que Juan estaba bautizando en otro lugar.
Llegó Jesús a Galilea. Está claro que el evangelista quiere desligar la predicación de Jesús de toda connotación oficial. Lejos de las autoridades religiosas, lejos del templo y de lo que significaba la institución. Galilea era tierra en gran parte habitada por gentiles. Esto para un judío era, de entrada, una descalificación, pero tenía la ventaja de menor control y mayores posibilidades de que la gente le entendiese.
Se puso a proclamar la “buena noticia” de parte de Dios. Había empezado él su evangelio diciendo que se trataba de exponer los orígenes de la “buena noticia de Jesús”. Estos textos son los que dieron origen a la palabra “evangelio”, cuyo género literario se inaugura con este escrito. No debemos confundir el concepto de buena noticia con el que hoy tenemos de evangelio. Por extraño que parezca, “euangelio” no significa “evangelio”. Hemos caído en un monumental fraude. Hemos confundido el estuche con la joya que debía contener. Aquí “euangelio” significa esa estupenda noticia que Jesús descubrió y nos comunicó de parte de Dios.
Se ha cumplido (colmado) el kairos. En la fiesta de Año Nuevo, hablamos del significado de “Cronos” y “kairos”. Aquí el texto dice kairos, es decir, se trata del tiempo oportuno para hacer algo definitivo. No hay un cronos especial. Cualquier cronos lo podemos convertir en kairos si nuestra actitud vital es adecuada. Nos está recordando que todos los Kairos se han concentrado en el que ahora está presente.
Está despuntando el Reino de Dios. Esta expresión es la clave. No se trata de que Dios reine. Se trata de que Dios se haga presente entre nosotros, gracias a las actitudes de los seres humanos. Jesús hace presente ese Reino, que es Dios, porque sus relaciones, basadas en el amor y la entrega, hacen presente en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista una verdadera compasión. Ese Reino está ya presente en Jesús porque fue capaz de eliminar toda opresión.
¡Cambiad de mentalidad! “Convertíos” no expresa bien el sentido del texto griego. ‘metanoeite’ no significa hacer penitencia ni arrepentirse sino cambiar de mentalidad, pensar de otra manera y afrontar la vida desde otra perspectiva. Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad que no tiene por qué partir de una situación depravada. Exige una actitud que no debe abandonarse nunca.
La llamada de los discípulos a continuación les obliga a hacer su personal cambio de rumbo (metanoia): “Dejan la barca y a su padre y le siguieron”. Debemos hacer todos, un serio examen de conciencia. Cuantas veces hemos descubierto nuestros fallos y nos hemos conformado con confesarlos, pero no hemos cambiado el rumbo. ¿De qué sirve esa parafernalia, si continuamos con la misma actitud?
Confiad en la buena noticia. La traducción oficial del griego “pisteuete” nos puede llevar a engaño. No se trata de creer la noticia, sino de confiar en que es buena noticia. Tanto en el AT como en el nuevo, la fe no es el asentimiento a unas verdades, sino la confianza en una persona. Si la buena noticia que Jesús predica viene de parte de Dios, podemos tener confianza plena en que es buena.
A la llamada de Jesús que acabamos de comentar, corresponden las primeras respuestas personales, de parte de unos simples pescadores sin preparación alguna, que se fiaron y fueron detrás de Jesús. Es muy significativo que el primer instante de su andadura pública, Jesús cuenta con personas que le siguen de cerca y están dispuestas a compartir con él su manera de entender la vida. La comunidad, por reducida que sea es clave para emprender una vida cristiana.
Darse cuenta de que estamos en un camino equivocado es la única manera de evitarlo. Cada vez que rechazamos un camino falso, nos estamos acercando al verdadero. Convertirse es rectificar la dirección para apuntar mejor a la meta. Pecado en el AT era errar el blanco. Da por supuesto que intentas dar en el blanco, pero te has desviado. Somos flechas disparadas que tienden a desviase del blanco y que tienen que estar contrarrestando esa fuerza que nos distorsiona.
Convertirse no es abandonar el mal por el bien, porque el mal y el bien en el ser humano no se pueden separar nunca del todo. Para el maniqueísmo está todo demasiado claro: Son realidades opuestas que deben estar separadas. La realidad es muy distinta: ni el bien ni el mal se pueden dar químicamente puros. Siempre que trazamos una línea divisoria entre el bien y el mal, nos estamos equivocando. Lo que llamamos mal no tiene entidad propia, es solo ausencia de bien.
El mal (ausencia de perfección) no es un accidente, sino que pertenece a la misma estructura del hombre. Sin esa limitación, que hace posible el error, pero que también hace posible el crecimiento, no habría persona humana. La hondura del misterio del mal está precisamente ahí. Del mismo mal surge el bien, y el mal acompaña siempre al bien. El afán maniqueo de eliminar el mal no tiene nada de evangélico. “Si te empeñas en eliminar todos los errores dejaras fuera la verdad”.
Siempre necesitaremos la advertencia de alguien para salir del error. Aún con la mejor voluntad, podemos estar equivocados. Las mayores barbaridades de la historia de la humanidad se hicieron en nombre de Dios. Aún con la mejor intención de caminar hacia la meta, siempre estaremos necesitados de rectificar.
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