V Domingo de Tiempo Ordinario - Ciclo A (Mateo 5, 13-16) – 5 de febrero 2023
Evangelio según san Mateo 5, 13-16
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes son la sal de la
tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no
sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes
son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de
un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino
que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que
de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las
buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los
cielos''.
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Las sombras de este mundo cerrado, como lo describe el Papa Francisco en Fratelli Tutti, van dejando muchos heridos tirados al lado del camino; vamos quedando heridos y fuera. Hoy la Palabra golpea la falsa idea que el camino para volver a vivir, para sanar las heridas, para ser luz y sal del mundo es obsesionarnos solos con nuestro propio bienestar. ¡Comparte tu pan, abre tu casa, viste al desnudo y no des la espalda a tu hermano! ¡Renuncia a oprimir a los demás, no seas violento! Así, cicatrizarán de prisa tus heridas, te abrirá camino la justicia y ante tus clamores el Señor te responderá: 'Aquí estoy'.
Somos la sal y la luz de este mundo, nos recuerda el Evangelio y nos llama a serlo, nos llama a brillar con nuestras buenas obras y a disipar oscuridades con la luz que hemos recibido de Cristo.
¿Cómo está tu luz? ¿cómo eres sal para las "insipideces del mundo, tu comunidad, tu familia? ¿te han hecho creer que con tus heridas no tienes sabor, ni luz, ni capacidad? ¿A qué concretamente te sientes invitada, invitado hoy? ¿Qué respondes a esta invitación? #FelizDomingo
“(...) procuren ustedes que su luz brille delante de la gente”
Cuenta la leyenda que una vez una serpiente
empezó a perseguir a una luciérnaga. Ésta huía rápido con miedo de la feroz
predadora y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día y ella la
seguía, dos días y la seguía. Al tercer día, ya sin fuerzas, la
Luciérnaga se detuvo y le dijo a la serpiente: ¿Puedo hacerte tres
preguntas? –No acostumbro dar entrevistas a nadie, pero como te voy a devorar,
puedes preguntar, contestó la serpiente. –¿Pertenezco a tu cadena
alimenticia?, preguntó la luciérnaga –No, contestó la serpiente –¿Te
hice algún mal?, volvió a preguntar la luciérnaga –No, respondió
la serpiente –Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo? –Porque no
soporto verte brillar, fue la respuesta simple que dio la serpiente, antes de
devorar a la luciérnaga.
“Ustedes son la sal de este mundo. Pero si
la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para
nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz
de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se
enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en lo
alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo,
procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el
bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo”. Estas
palabras de Jesús son el mensaje que nos regala hoy el Evangelio. Toda una buena
noticia que se constituye en una tarea para todos los cristianos.
La sal servía antiguamente para evitar la
putrefacción de los alimentos. Incluso, la sal fue para muchas sociedades el
elemento que permitió realizar las primeras actividades comerciales de las que
se tiene noticia. Hoy en día, en los lugares en los que no hay energía
eléctrica y no se cuenta con medios para conservar los alimentos, se sigue
teniendo la costumbre de salar las comidas para evitar que se dañen. Con los
alimentos salados se podían hacer largos viajes sin perder las provisiones
necesarias. La sal, por tanto, da sabor, y evita la descomposición. Sin sal,
una sociedad está abocada a la corrupción y a la descomposición de sus miembros
y de sus instituciones. Por su parte, la luz ha servido siempre para alumbrar y
dar calor al hogar. Alrededor de la luz se reunían y se reúnen las familias
para compartir la sabiduría de los mayores. Por esto, la luz también representa
el saber necesario para la supervivencia humana. La luz ha señalado también el
rumbo de los caminantes en medio de la noche. Una sociedad que pierda la luz,
termina perdiendo el saber y el sentido de su marcha hacia el futuro.
El sabor y el saber se
convierten en una dualidad fundamental en el camino de la vida, porque vivir es
ante todo encontrarle a la vida sentido (luz) y gusto (sal). Es decir, hay que
aprender a vivir con saber y con sabor. Si logramos encontrarle a nuestra vida
sentido pero no encontramos gusto, viviremos densamente, pero tristes. Si
vivimos con gusto, pero sin encontrarle un sentido profundo, viviremos
divertidos pero vacíos. Vivir con saber es vivir con sentido, saber por qué se
vive. Vivir con sabor es vivir con gusto, encontrar cómo hay que vivir. Y no
tenemos que perder de vista que a los corruptos, y a los que no quieren que el
mundo encuentre su camino, les molesta la sal y luz. Como la serpiente
primordial, hoy también hay quienes no soportan sentir el sabor de la sal ni el
resplandor de la luz que estamos llamados a regalarle a la sociedad y a la
iglesia.
SI LA SAL SE VUELVE SOSA…
Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de
los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, El amor
loco de Dios. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo
pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los
cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría
que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que
impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión
aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde
procede este cristianismo inoperante y amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo no se destacan
en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a
sus ojos no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como
una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no
tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su
cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no
encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido
contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones
doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas, que en
realidad solo son «iconos» que invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El
cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en
lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo rebajado y
cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de
sentarse, no sabemos cómo, de forma cómoda en la cruz». Se olvida que el
cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en
la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna
con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel al mundo», al que ella
reconoce como «carne de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices
y reparando a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el
fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe
viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el
amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen
sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal
se vuelve sosa, ¿con qué la salaran? No sirve más que para tirarla fuera y que
la pise la gente».
SOLO SI ESTÁS ARDIENDO, ILUMINÁRÁS
El texto que acabamos de escuchar es a continuación de las bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mateo. Es, por tanto, un texto al que se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran calado para la vida humana. La tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal demos por supuesta una realidad que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la iluminación ilumina. Si una vela está encendida, no obstante tiene que iluminar. Si echas sal a un alimento, quedará salado. Pero, ¿qué queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto iluminado? Somos plenitud de luz, pero no es fácil tomar conciencia de ello.Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso significa! Solo lo podemos comprender en la medida que nosotros estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano.Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por supuesto todo el proceso de despertar y considerar a los discípulos ya iluminados y capaces de iluminar a los demás. Pero como nos dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando nosotros apagados,dormidos. En el budismo, el iluminar a los demás tendría significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión.Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que destruir, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consume. ¡Qué interesante! Resulta que mi existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás.La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su capacidad de aislamiento térmico y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas se utilizan para compactar los caminos.Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podría perder la virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latín “evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se vuelve loca o si la sal pierde su virtud. Esa sal quemada, no servia mas que para pisarla.No podemos conocer lo que Jesús esperaba cuando ponía estos ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal, ni a normas morales, ni a ningún rito. Seguro que ya intuían lo que hoy sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada más importante que la sal y el sol. Probablemente estas comparaciones, usadas por Jesús, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado hasta nosotros.La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene exceso, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado”Jesús dice: sois la sal, sois la luz. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal ni otra luz. Todos esperan algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. El mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a los demás con nuestras imposiciones.Cuando se nos pide que seamos luz, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad, puedo ayudar a los demás a desarrollarla. Ser luz significa desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los demás.Debemos tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Estar al servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle. Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día.En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora: “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz de transmitir el mensaje son las obras. Una actitud evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra ideología o manera de entender la realidad. Se trataría de ayudar a descubrir su propio camino desde los condicionamientos personales en lo que vive.En las obras se ponen al descubierto mis actitudes internas. Las obras que son fruto de una programación externa no ayudan a los demás a encontrar su camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica son causa de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior, solo puede llegar a los demás a través de las obras. Toda obra hecha desde el amor y la flacidez es luz. Los que tenemos una cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso nadie nos hace caso.
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