VI Domingo de Tiempo Ordinario - Ciclo A (Mateo 5, 1-12) – 29 de enero 2023
Evangelio según san Mateo 5, 1-12a
En
aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó.
Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles,
hablándoles así:
"Dichosos
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos
los que lloran, porque serán consolados.
Dichosos
los sufridos, porque heredarán la tierra.
Dichosos
los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Dichosos
los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Dichosos
los limpios de corazón, porque verán a Dios.
Dichosos
los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios.
Dichosos
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas
de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será
grande en los cielos".
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Señor, se me ha complica la existencia, ¿Cómo
puedo encontrar la auténtica felicidad y el sentido profundo en mi vida? ¿Cómo
puedo tener buena ventura?
-Ten espíritu de pobre, sé humilde; renuncia a
la violencia, no temas llorar, sé valiente, apasionado, capaz de sentir y
entregar. Ten hambre y sed de justicia, sé misericordioso, busca tener un
corazón limpio y transparente, sé un artesano de paz. No temas a la persecución
o al conflicto por tu compromiso con la justicia. Sígueme, anuncia el Reino,
incluye, perdona, comparte y sana, aunque seas incomprendido, perseguido o
insultado por ello.
El Reino de los cielos será tu herencia,
recibirás siempre consuelo, vivirás con saciedad; alcanzarás misericordia y
verás a Dios, serás su hijo y serás recompensado con vivir feliz y en paz.
#FelizDomingo #Bienaventurados #Bienaventuranzas
“(...) él tomó la palabra y comenzó a enseñarles”
Leí alguna vez esta historia que me parece que
puede ayudarnos a entender las Bienaventuranzas que nos presenta hoy san Mateo
en su Evangelio. “El dueño de una tienda estaba clavando un letrero sobre la
puerta que decía 'Cachorros para la venta'. Letreros como ese atraen a los
niños, y tan es así que un niñito apareció bajo el letrero. –¿Cuánto
cuestan los cachorros? – preguntó. – Entre quince y veinte mil pesos – replicó
el dueño. El niño buscó en sus bolsillos y sacó unas monedas. Tengo ocho mil
pesos – dijo – ¿Puedo verlos, por favor? El dueño sonrió y dio un silbido, y de
la perrera salió Laika, corriendo por el pasillo de la tienda seguida de cinco
diminutas bolas plateadas de pelaje. Uno de los cachorros se retrasaba
considerablemente detrás de los demás.
– ¿Qué pasa con ese perrito? – dijo el
niño señalando al cachorro que cojeaba rezagado. El dueño de la tienda le
explicó que el veterinario lo había examinado, y había descubierto que no tenía
la cavidad del hueso de la cadera. Siempre sería cojo. El niño se emocionó. Ese
es el cachorro que quiero comprar. No tienes que comprar ese perrito – le dijo
el dueño de la tienda –. Si realmente lo quieres te lo daré. El niño se molestó
un poco. Miró directamente a los ojos del dueño de la tienda, y señalándolo con
el dedo dijo: – No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como los
demás, y pagaré todo su valor. En efecto, le daré ocho mil pesos ahora, y mil
pesos mensuales hasta que lo haya pagado completamente. No creo que quieras
comprar ese perrito – replicó el dueño –. Nunca va a poder correr ni jugar ni
saltar contigo como los demás cachorros. En ese momento, el pequeño se agachó y
arremangó su pantalón para mostrar una pierna malamente lisiada, retorcida y
sujeta por una gran abrazadera de metal. ¡Bien – replicó suavemente el niño
mirando al dueño de la tienda – yo tampoco corro muy bien, y el cachorrito
necesitará a alguien que lo entienda!
Sólo una persona que tenga espíritu de
pobre, podrá entender a los que tienen espíritu de pobres. Sólo alguien que
haya sufrido, entenderá a los que sufren. Sólo entenderá a los humildes, quien
sea verdaderamente humilde. Sólo quien ha tenido hambre y sed de justicia,
entenderá a quienes tienen hambre y sed de justicia. Sólo una persona
compasiva, podrá entender a quienes son compasivos. Sólo aquel que tienen un
corazón limpio, podrá entender a los que tienen un corazón limpio. Sólo el que
ha trabajado por la paz, entenderán a quienes trabajan por la paz. Sólo aquel que
ha sufrido persecuciones por causa de la justicia, entenderá a quienes son
perseguidos por causa de la justicia. Sólo quien han recibido insultos y
maltratos, y haya sido atacado con toda clase de mentiras, podrá entender a
quienes son insultados, maltratados y atacados con toda clase de mentiras...
Tal vez por eso es por lo que estas
expresiones muchas veces nos rechinan interiormente cuando las escuchamos.
Porque nuestro corazón ha estado alejado de los valores que nos presenta aquí
el Señor. Valores que sólo podremos entender cuando los hayamos hecho nuestros.
No es fácil predicar esto hoy en una sociedad hedonista que huye del dolor y se
le esconde al sacrificio. Pero tampoco podemos dejar de pensar que Jesús vivió
esto mismo y por eso pudo entender estas realidades como fuentes de salvación.
CONTENIDO INAGOTABLE
Quien se acerca una y otra vez a las
bienaventuranzas de Jesús advierte que su contenido es inagotable. Siempre
tienen resonancias nuevas. Siempre encontramos en ellas una luz diferente para
el momento que estamos viviendo. Así «resuenan» hoy en mí las palabras de
Jesús.
Felices los pobres de espíritu, los que saben
vivir con poco. Tendrán menos problemas, estarán más atentos a los necesitados
y vivirán con más libertad. El día en que lo entendamos seremos más humanos.
Felices los mansos, los que vacían su corazón de
violencia y agresividad. Son un regalo para nuestro mundo violento. Cuando
todos lo hagamos, podremos convivir en verdadera paz.
Felices los que lloran al ver sufrir a otros.
Son gente buena. Con ellos se puede construir un mundo más fraterno y solidario.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia,
los que no han perdido el deseo de ser más justos ni la voluntad de hacer una
sociedad más digna. En ellos alienta lo mejor del espíritu humano.
Felices los misericordiosos, los que saben
perdonar en lo hondo de su corazón. Solo Dios conoce su lucha interior y su
grandeza. Ellos son los que mejor nos pueden acercar a la reconciliación.
Felices los que mantienen su corazón limpio de
odios, engaños e intereses ambiguos. Se puede confiar en ellos para construir
el futuro.
Felices los que trabajan por la paz con
paciencia y con fe. Sin desalentarse ante los obstáculos y dificultades, y
buscando siempre el bien de todos. Los necesitamos para reconstruir la
convivencia.
Felices los que son perseguidos por actuar con
justicia y responden con mansedumbre a las injurias y ofensas. Ellos nos ayudan
a vencer el mal con el bien.
Felices los que son insultados, perseguidos y
calumniados por seguir fielmente la trayectoria de Jesús. Su sufrimiento no se
perderá inútilmente.
Deformaríamos, sin embargo, el sentido de estas
bienaventuranzas si no añadiéramos algo que se subraya en cada una de ellas.
Con bellas expresiones Jesús pone ante sus ojos a Dios como garante último de
la dicha humana. Quienes vivan inspirándose en este programa de vida, un día
«serán consolados», «quedarán saciados de justicia», «alcanzarán misericordia»,
«verán a Dios» y disfrutarán eternamente en su reino.
LA PLENITUD HUMANA DEPENDE DE LO ESENCIAL, NO
DE LO QUE PUEDO TENER O NO TENER
Para el que no haya tenido experiencia interior, las bienaventuranzas son
un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al
que llora, al perseguido: ¡Enhorabuena! Dale gracias a Dios porque algún día se
cambiarán las tornas y tú serás como el que ahora te oprime. Intentar
explicarlas racionalmente es una quimera. Están más allá de toda lógica. Es el
mensaje más provocativo del evangelio y el peor entendido.
Sobre las bienaventuranzas se han dicho las cosas más dispares. Para
Gandhi eran la quintaesencia del cristianismo. Para Nietzsche son una maldición
ya que atentan contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal
diferencia? Muy sencillo. Uno habla desde la mística. El otro pretende
comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, y aunque sea la más
preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas.
Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer en
demagogia para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja
completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la
radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, impide descubrir
su sentido. Lo que quieren decir es que la verdadera humanidad no consiste en
buscar el placer sino en desplegarla al máximo.
Mt las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es
verosímil que Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y
radical. El escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera
importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús, el nuevo
Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las
bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones
que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana.
No tiene importancia que Lucas proponga cuatro y Mateo, nueve. Se podrían
proponer ciento, pero bastaría con una para romper los esquemas mentales de
cualquier ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales
o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas
veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia
concreta de cada una no es lo esencial. No tiene importancia explicar cada una
por separado. Todas dicen exactamente lo mismo.
La inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que las tres
primeras de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se
puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece
que Mateo las espiritualiza, no solo porque dice pobre de espíritu, y
hambre y sed de justicia, sino porque añade: bienaventurados los
pacíficos, los limpios de corazón… que nos saca de la materialidad.
La aparente diferencia entre Mateo y Lucas (pobre - pobre de espíritu)
desaparece si descubrimos qué significaba, en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin
este trasfondo bíblico no podemos entender ni una ni otra expresión. Con su
despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías y Miqueas
denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa
de los pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al
mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los
demás, no reconocen su soberanía y se erigen en dueños de los demás.
Después del destierro se habla en la Biblia del resto de Israel, un resto
pobre y humilde. Los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener
nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero
confían. El “resto” bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido
de la sociedad. No solo incluía a los pobres económicos sino a los social y
religiosamente pobres: enfermos, poseídos, impuros, marginados, a quienes
parecía que Dios había rechazado.
La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido,
cuando nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación
posible entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando
de la pobreza material voluntaria aceptada por los religiosos a través de un
voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos;
de los que quisieran salir de su pobreza y no pueden hacerlo. Son los
bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plenamente humanos,
a pesar de todas sus limitaciones impuestas.
Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar,
para el más allá, la felicidad prometida a los excluidos. Así se ha
interpretado muchas veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas
homilías. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, puede
todo ser humano encontrar la paz y la armonía interior que es el paso a una
verdadera felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los
demás, sino en una toma de conciencia de que lo que Dios te da, lo tienes
asegurado y no depende de las circunstancias externas.
Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se
pueden considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos
correlativos, no existiría la una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor
cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá
la riqueza. Si todos fuésemos igualmente pobres o igualmente ricos no había
problema alguno. La irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca
la pobreza manteniendo nosotros nuestra riqueza. La predicación desde esta
perspectiva está abocada al fracaso.
Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico
a costa de los demás. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es
preferible pasar hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos, no
por ser pobres, sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos,
sino por no ser opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro.
Hay que elegir entre perseguir el placer sensible o la plenitud humana que se
manifiesta en el don.
En todo este asunto podemos descubrir una tremenda paradoja. Si el ser
pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y
si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí
tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las
bienaventuranzas. El que pasa hambre no es feliz porque un día será saciado. El
rico que ríe no es desgraciado porque un día llorará.
Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que
hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. En ningún caso
puede bendecirse la pobreza. Cualquier clase de pobreza causada por el hombre
debe ser combatida como una lacra y la causada por los desastres naturales debe
ser compartida y en lo posible paliada. El enemigo del Reino es la ambición, el
afán de poder. No podéis servir a Dios y al dinero.
Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un
mundo que no esté basado en el acaparar sino en el compartir, no en el egoísmo
sino en el amor. ¿Puede ser justo que esté pensando en vivir cada vez
mejor (entiéndase consumir más), mientras hay personas que mueren por no tener
un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la
injusticia, escoge la pobreza, entendida como no poner el objetivo en consumir.
Mientras menos necesites, más rico eres.
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