Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10, 38-42) – 17 de julio de 2022
Lucas 10, 38-42
En aquel tiempo, entró Jesús en
un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una
hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a
escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres,
hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que
mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”.
El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan,
siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se
la quitará”.
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Hoy la Palabra nos muestra a Abraham, a Marta y María, son anfitriones del Señor. Abraham sin titubeos se ocupa de la situación, pone en movimiento a la gente en torno a él y agasaja a sus invitados. Marta por su parte, se instala en la preocupación y en el afán solitario, con angustiada deja de atender lo que es importante. María por su parte se detiene y escucha.
Somos interpelados sobre nuestro actuar cotidiano, ¿nos ocupamos o nos preocupamos? Si creemos que podemos hacerlo todo y controlarlo todo, terminaremos en ese estéril estado que es la pre-ocupación; vivimos angustiados e irritados por lo que podría suceder, o lo que sucede y no controlo. Podríamos vivir también una suerte de “ocupación” neurótica llena de reclamos, agotamiento y soledad, sin saber permanecer. Hay que saber ocuparnos, con rasgos de María, es decir, capaz de detenerse y escuchar, de admirar y acoger, esto no es ineficacia, sino una actitud para enfrentar la cotidiano de la vida.
¿Cómo estás viviendo? ¿ocupado o preocupado? ¿En medio de presiones, agotamiento y problemas, sabes detenerte para acoger y escuchar? ¿A qué te invita el Señor este domingo?
“Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por
demasiadas cosas (...)”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Si no recuerdo mal, hace algunos meses circuló por la Internet una
historia de un maestro que llegó al salón de clase con una vasija de cristal muy
grande y la llenó de piedras delante de sus alumnos. Al terminar de llenarla,
preguntó a los estudiantes: ¿Creen que esta vasija está llena? Si. Respondieron
todos al tiempo. Entonces el maestro sacó del maletín una bolsa con un poco de
piedrecitas y las fue dejando caer dentro de la vasija por entre los espacios
que dejaban las piedras más grandes. Volvió a preguntar el maestro: ¿Ahora sí
creen que esta vasija está llena? Hubo un momento de duda y respuestas
encontradas. El maestro sacó entonces una bolsa con arena y la fue depositando
lentamente en la vasija. Poco a poco la arena fue llenando los espacios que
dejaban las piedras grandes y las pequeñas. Por fin, el maestro preguntó. ¿Esta
vez si está llena la vasija? Alguien se atrevió a decir que no. De modo que el
maestro sacó una botella con agua y fue regando todo el contenido hasta llenar
prácticamente la vasija. No recuerdo si ya con esto quedaba llena del todo la
vasija, porque se me ocurre que podría agregarse algo de anilina para pintar el
agua, o agregar un poco de sal que siempre está dispuesta a disolverse en el
agua.
Al final de la historia el maestro pregunta a los estudiantes, ¿cuáles son
las piedras más grandes de sus vidas? Si no las colocamos al comienzo, después
no habrá espacio para ellas. Es fundamental definir prioridades y saber qué es
lo que no puede dejarse por fuera de nuestros horarios, calendarios, agendas y
programaciones. Si nos ocupamos de lo urgente, es muy probable que
dejemos lo más importante por fuera de nuestra vida. Algo de esto es lo
que le pasa a Marta, en el evangelio de hoy.
“Jesús siguió su camino y llegó a una aldea donde una mujer llamada
Marta lo hospedó. Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los
pies de Jesús para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada
con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: –Señor, ¿no te preocupa
nada que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero
Jesús le contestó: –Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por
demasiadas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte,
y nadie se la va a quitar”.
No es que Jesús quiera patrocinar la pereza de María. Tampoco quiere
despreciar el esfuerzo de Marta en el cumplimiento de los deberes domésticos.
Pero Jesús sí quiere señalar unas prioridades y distingue entre lo importante
y lo urgente. Lo que estaba haciendo María era ‘escuchar lo que él decía’.
Muchas veces nuestro activismo no nos da tiempo para sentarnos a escuchar al
maestro en un rato de oración, o para escuchar a los demás. Cuánto tiempo
dedicamos a escuchar a los que viven con nosotros. Muchas veces tenemos cosas
que decir, pero no las decimos porque no vemos disposición en los demás para
sentarse, tranquilamente, a ‘perder’ un poco de tiempo escuchando a los
demás o a Dios.
Zenón de Elea, varios siglos antes de Cristo,
decía: “Nos han sido dadas dos orejas y una sola boca, para que escuchemos más
y hablemos menos”. Recordar esta experiencia de Jesús con Marta y María debería
interrogarnos sobre nuestras prioridades y tendríamos que revisar si hemos
colocado en su lugar las piedras más importantes, antes que las urgentes...
EL MAESTRO INTERIOR
Mientras la jerarquía católica insiste en la necesidad del «magisterio
eclesiástico» para instruir y guiar a los fieles, sectores importantes de
cristianos orientan hoy su vida sin tener en cuenta sus directrices. ¿Hacia
dónde nos puede conducir este fenómeno? La cuestión inquieta cada vez más.
Algunos teólogos creen necesario recuperar la conciencia del «magisterio
interior», tan olvidado entre los cristianos. Se viene a decir esto: de poco
sirve insistir en el «magisterio jerárquico» si los creyentes –jerarquía y
fieles– no escuchamos la voz de Cristo, «Maestro interior» que sigue
instruyendo a través de su Espíritu a quienes de verdad quieren seguirlo.
La idea de Cristo «Maestro interior» arranca del mismo Jesús: «No
llaméis a nadie maestro, porque uno es vuestro Maestro: Cristo» (Mateo 23,10).
Pero ha sido sobre todo san Agustín quien lo ha introducido en la teología
reivindicando con fuerza su importancia: «Tenemos un solo Maestro. Y bajo él
somos todos condiscípulos. No nos constituimos en maestros por el hecho de
hablaros desde un púlpito. El verdadero Maestro habla desde dentro».
La teología contemporánea insiste en esta verdad demasiado olvidada por
todos, jerarquía y fieles: las palabras que se pronuncian en la Iglesia solo
han de servir de invitación para que cada creyente escuche dentro de sí la voz
de Cristo. Esto es lo decisivo. Solo cuando uno «aprende» del mismo Cristo se
produce «algo nuevo» en su vida de creyente.
Esto trae consigo diversas exigencias. Antes que nada para quienes
hablan con autoridad dentro de la Iglesia. No son los propietarios de la fe ni
de la moral cristiana. Su misión no es enjuiciar y condenar a las personas.
Menos aún «echar fardos pesados e insoportables» a los demás. No son maestros
de nadie. Son discípulos que han de vivir «aprendiendo» de Cristo. Solo
entonces podrá ayudar a otros a «dejarse enseñar» por él. Así interpela san
Agustín a los predicadores: «¿Por qué gustas tanto de hablar y tan poco de
escuchar? El que enseña de verdad está dentro; en cambio, cuando tú tratas de
enseñarte sales de ti mismo y andas por fuera. Escucha primero al que habla por
dentro, y desde dentro habla después a los de fuera».
Por otra parte, todos hemos de recordar que lo importante, al oír la
palabra del magisterio, es sentirnos invitados a volvernos hacia dentro para
escuchar la voz del único Maestro. Nos lo recuerda también san Agustín: «No
andes por fuera. No te desesperes. Adéntrate en tu intimidad. La verdad reside
en el hombre interior». Es aleccionadora la escena en que Jesús alaba la
actitud de María, que, «sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra».
Las palabras de Jesús son claras: «Solo una cosa es necesaria. María ha
escogido la parte mejor».
DEBEMOS SER
MARTA Y MARÍA
Si queremos entender el verdadero sentido del texto, no debemos olvidar
el contexto en el evangelio de Lucas. Enmarcado dentro del viaje a Jerusalén,
este relato intenta determinar el perfil de quienes quieren seguir a Jesús.
Durante esa subida, va formando a sus discípulos. Lucas es el único que relata
este episodio y no es casualidad que una vez más se sienta interesado en
resaltar la importancia de la mujer en la vida de Jesús. No debemos interpretar
el texto como una condena de la actitud de Marta. Es solo el contrapunto para
resaltar la necesidad que todo cristiano tiene de escuchar al unico Maestro.
No tiene ningún sentido haber sacado de este relato una distinción entre
la vida contemplativa y la vida activa. Mucho menos si, en vez de distinción,
lo que se pretende es una oposición. Tampoco aparece por ninguna parte la
pretendida superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa. No es
correcto interpretar este evangelio como proclamación de cristianismo a dos
velocidades: 1ª los de la vida contemplativa, 2ª los que se dedican a la vida
activa. Parece que el primero que levantó esta falsa mentira fue Orígenes y
durante 18 siglos hemos seguido corriendo detrás de un señuelo de trapo.
El domingo pasado terminó el evangelio con esta frase: “Anda, haz tú lo
mismo”. Del evangelio se deduce que no se puede dar cuenta de un amor a Dios
directo, que no se refleja en el amor a los demás. Aplicado a tema que nos
ocupa, no puede haber auténtica contemplación que no se manifieste en la acción.
Tampoco puede haber una acción verdaderamente espiritual que no surja de la
contemplación. Claro que puede haber acciones buenas sin contemplación, pero
serán solo programas, que no nos enriquecerán espiritualmente. Y puede haber
contemplación sin acción, pero será siempre una falsa ilusión.
Debemos superar la aparente contradicción del evangelio. En otro lugar
dice Jesús: “el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se
parece a un hombre necio, que edificó su casa sobre arena”. Edificar sobre roca
es escuchar y obrar en consecuencia. Por lo tanto, nada más lejos puede estar
este relato de un espiritualismo desencarnado. Eso sí, para actuar con
verdadero sentido espiritual, debemos primero escuchar a Jesús y descubrir en
su vida y enseñanzas los motivos de la acción. Esto, que parece tan sencillo,
es la clave del mensaje de Jesús. Todo lo que no sea entrar por este camino,
será engañarnos.
Marta, al quejarse, no tiene en cuenta lo que María está haciendo. Solo
tiene en cuenta las consecuencias de esa actitud que le perjudica. Jesús no
critica a Marta por estar ocupada, sino por estar preocupada e inquieta por
realidades materiales que tienen muy poca importancia. Tampoco dice que lo que
hace sea malo. Fijaos, que dice: “María ha escogido la parte mejor; lo cual
significa que lo que hacía Marta era también bueno. El mensaje es que toda
acción verdaderamente cristiana debe nacer de la contemplación.
Todos tenemos que ser a la vez, Marta y María. No es fácil mantener el
equilibrio. En un árbol frutal, ¿qué es lo más importante, las raíces o el
fruto? La pregunta es absurda. Sin las raíces es impensable el árbol. Sin los
frutos, el árbol sería completamente inútil. Es muy fácil resbalar hacia una u
otra dirección. En todas las épocas ha habido místicos que despreciaron el
trabajo y hombres y mujeres de acción que despreciaron como inútil la
contemplación.
El maestro Eckhart tiene una interpretación desconcertante de este
relato. Suponiendo que la primera consecuencia de una escucha de la Palabra
sería el servicio y descubriendo que Marta ya está cumpliendo esa tarea, deduce
que Marta adelanta a María porque ella ha escuchado y ya está cumpliendo. Viniendo
esta reflexión de uno de los más grandes místicos de todos los tiempos, nada
sospechoso de menospreciar la contemplación, debemos tomar muy en serio esta
advertencia. La contemplación es lo primero, pero no es más importante.
A la luz de este relato, se abre una nueva perspectiva para la mujer.
María, es aceptada por Jesús como interlocutora válida. Tal vez sea el relato
más subversivo de todo el evangelio. “Sentada a los pies de Jesús escuchaba su
palabra”. María está allí como discípula. Esto trastoca todos los valores en
que estaba fundada la sociedad de la época. Algunos dichos rabínicos nos dan
una pista de lo que pensaban de la mujer: “El que enseña la Torá a una mujer,
le enseña necedades”. “Mejor fuera que desapareciera en las llamas la Torá, antes
de ser entregada a la mujer”. “Maldito el padre que enseña a su hija la Torá”.
La mujer tiene que crecer como ser humano. Tiene que descubrir que
humanizarse es más importante que todas las tareas asignadas a la mujer. Jesús
invita a las mujeres a desarrollar sus valores espirituales. La actitud de
María ayuda a Jesús a descubrir todo eso. Vio que había adquirido unos valores
espirituales que a él mismo le servían de referencia. Después de esto, Jesús
está en condiciones de responder a la mujer que le hizo una alabanza:
"Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Pero
él responde: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen". No es el parir el valor fundamental de la mujer, aunque el varón
sigue empeñado en mantener esta valoración.
Esta actitud de Jesús para con la mujer se manifiesta también en otros
muchos lugares del evangelio. El comportamiento de Jesús con la mujer está
completamente libre de misoginia o antifeminismo. Ni asomo de miedo al sexo o
machismo, ni siquiera paternalismo. Los evangelios nos dicen que en el grupo de
seguidores había también mujeres. Los relatos de la mujer adúltera, la
pecadora, la Magdalena, la Cananea, la Hemorroisa, nos indican esa preocupación
constante por la mujer, que en su tiempo estaba completamente marginada.
Lástima que esa actitud de Jesús haya quedado relegada al olvido en la Iglesia
que sigue manteniendo, después de dos mil años, una ideología machista.
El Concilio Vaticano II rechazó toda forma de discriminación por razón
de sexo como contraria al plan de Dios; pero a renglón seguido nos demuestra,
en la práctica, que eso no tiene vigencia en la institución. Las mujeres, que
se sintieron comprendidas y liberadas por Jesús, siguen siendo discriminadas
por sus sucesores. La opresión de las mujeres en la Iglesia es solo una
manifestación externa de la represión de lo femenino en la jerarquía. Es hora
de superar un patriarcado ciego, inconsciente y fanático. Si la mujer hubiera
tenido algo que ver en las decisiones de la Iglesia, no se habrían cometido
tantas barbaridades.
No es que el cristianismo haya incrementado la marginación de la mujer,
pero sí ha mantenido actitudes ancestrales que habían sido superadas por Jesús.
Lo que los cristianos hemos hecho con la mujer no es solo mantener una mala
costumbre. Con el evangelio en la mano podemos afirmar que es una injusticia en
toda regla. Contra esa injusticia no sólo tienen que luchar las mujeres,
tenemos que luchar todos; y no por hacer un favor a la mujer, sino porque es un
despilfarro de energías prescindir de un plumazo de más de la mitad de sus
miembros a la hora de buscar soluciones a sus problemas.
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