sábado, 9 de julio de 2022

Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 10,25-37) – 10 de julio de 2022

 

Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: "Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?" El doctor de la ley contestó: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has contestado bien; si haces eso, vivirás".

El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Jesús le dijo: "Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso'.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?'' El doctor de la ley le respondió: "El que tuvo compasión de él". Entonces Jesús le dijo: "Anda y haz tú lo mismo". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

 Hay dos modos de vivir, con Dios y sin Dios. El primero implica cumplir sus mandamientos, nada inalcanzable, sino puestos en nuestra boca y corazón para poder cumplirlos. Y, ¿en qué consiste cumplirlos? En amar, en ser prójimo; en detenernos ante aquellas o aquellos que han sido heridos y yacen tirados a la orilla del camino, en auxiliarlos, en hacernos cargo, en ser hermanos.

Justo en la simplicidad del cumplimiento, reside su complicación. La llamada es simple, pero incómoda; de riesgo, de entrega de uno mismo, de libertad para poner a quien nos necesita por encima del propio bienestar. Ante esto, podemos optar por mutilar el mensaje de Jesús y quedarnos sólo en el "a ti mismo", así preferimos cosas más "complicadas" pero cómodas, exigencias que no impliquen incomodarme, arriesgarme, entregarme, amar; cosas más de forma que de contenido, cosas donde no hay otros, sólo yo y mi obsesión por el "mi mismo". Esa ruta, está empedrada de neurosis y vacío.

Hoy la la Iglesia nos ha convocado a un primer paso de un itinerario que iremos recorriendo en México, al que somos llamados los hombres y mujeres que queremos la paz. Hoy en cada Iglesia recordaremos a sacerdotes, religiosos y religiosas que han sido víctimas en México de la violencia. Joaquín y Javier en Tarahumara, se toparon con un herido, con una víctima de "salteadores" y sin dudar se hicieron prójimos, se pusieron a su lado y "perdieron" con él la vida. Tenemos una llamada, todos y todas, la Iglesia, a ser una Iglesia comunidad de prójimos, que sabe detenerse, incomodarse y salirse del camino para ponerse al lado de las y los heridos.

Oremos este domingo por la paz, una paz que hay que construir ya, todas y todos viviendo con Dios, es decir amando, siendo prójimos. #FelizDomingo 

 “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace varios años, en una asamblea familiar en el barrio El Consuelo, leímos la parábola del buen samaritano que nos presenta la liturgia este domingo. Después de escuchar el texto bíblico, le pregunté a los presentes qué habían entendido. Una señora bastante mayor tomó la palabra y recapituló el contenido de la parábola diciendo: «Resulta que un hombre iba por un camino y fue asaltado por unos ladrones que lo dejaron medio muerto. Poco tiempo después pasó por allí un sacerdote y al ver al herido, dio un rodeo y siguió su camino. Luego pasó un jesuita e hizo lo mismo. Luego pasó un samaritano y se compadeció del herido, lo curó y lo ayudó». Todos los presentes quedamos impresionados con el excelente resumen que nos había hecho la señora. Lo único que hubo que corregir fue que el segundo personaje que dio un rodeo para esquivar al herido no había sido un jesuita sino un levita. Pequeña diferencia, pero significativa, teniendo en cuenta que yo estaba allí presente.

Cuando leemos esta parábola, tenemos la tentación de pensar en los malos que dieron un rodeo para no ayudar a este hombre. Su comportamiento nos parece el colmo. Nos escandalizamos interiormente de esa falta de sensibilidad y solidaridad. Lo que hizo el Espíritu Santo, a través de esta señora, fue proponerme la pregunta por mi prójimo de una manera cruda y directa. La pregunta me quedó clavada entre el corazón y las tripas. Eso mismo sintieron todos los presentes esa noche. Dios nos estaba invitando a revivir la escena, no desde la barrera, sino haciéndonos un personaje más, implicándonos vitalmente en la parábola. Tuvimos que reconocer que más de una vez habíamos seguido de largo ante los heridos que Dios había puesto en nuestro camino. Un pequeño lapsus que no dejó de cuestionarnos hondamente.

Junto a esto, hay otro elemento que me parece que suele perderse de vista con cierta facilidad al leer esta parábola. Normalmente pensamos que fue el buen samaritano el que salvó al herido. Sin embargo, aunque esto es parte de la verdad, no es sino la mitad de ella. La verdad completa es que el herido también salvó al samaritano, pues fue él quien hizo posible que este hombre, considerado despreciable por los judíos, hubiera permitido brotar de su interior lo mejor de sí mismo, haciéndose prójimo de su hermano maltratado y despojado por los bandidos. Podríamos decir que el sacerdote y el levita no se dejaron salvar por el herido. Despreciaron esta maravillosa oportunidad que Dios les daba para hacerse mejores seres humanos, a la medida de Dios.

No olvidemos que toda esta historia la contó Jesús para explicarle a un mañoso maestro de la ley, que venía a ponerlo a prueba para ver si sabía qué se debía hacer para alcanzar la vida eterna. El hombre sabía muy bien lo que debía hacer: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero para enredar al Señor, le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” Entonces vino la historia. Pidamos para que nosotros no nos vayamos a enredar con elucubraciones sobre quién es nuestro prójimo y reconozcamos que muchas veces hemos hecho rodeos para no encontrarnos con los prójimos malheridos que no sólo habríamos podido salvar, sino que se habrían podido convertir en nuestra mayor fuente de salvación.

DOS CONSIGNAS DE JESUS

José Antonio Pagola

​​La parábola del «buen samaritano» le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida con «compasión», pero pensaba sobre todo en los dirigentes religiosos.

En la cuneta de un camino peligroso un hombre asaltado y robado ha sido abandonado «medio muerto». Afortunadamente, por el camino llega un sacerdote y luego un levita. Ambos pertenecen al mundo oficial del templo. Son personas religiosas. Sin duda se apiadarán de él.

No es así. Al ver al herido, los dos cierran sus ojos y su corazón. Para ellos es como si aquel hombre no existiera: «Dan un rodeo y pasan de largo», sin detenerse. Ocupados en su piedad y su culto a Dios, siguen su camino. Su preocupación no son los que sufren.

En el horizonte aparece un tercer viajero. No es sacerdote ni levita. No viene del templo ni pertenece siquiera al pueblo elegido. Es un despreciable «samaritano». Se puede esperar de él lo peor.

Sin embargo, al ver al herido «se le conmueven las entrañas». No pasa de largo. Se acerca a él y hace todo lo que puede: desinfecta sus heridas, las cura y las venda. Luego lo lleva en su cabalgadura hasta una posada. Allí lo cuida personalmente y procura que lo sigan atendiendo.

Es difícil imaginar una llamada más provocativa de Jesús a sus seguidores, y de manera directa a los dirigentes religiosos. No basta que en la Iglesia haya instituciones, organismos y personas que están junto a los que sufren. Es toda la Iglesia la que ha de aparecer públicamente como la institución más sensible y comprometida con los que sufren física y moralmente.

Si a la Iglesia no se le conmueven las entrañas ante los heridos de las cunetas, lo que haga y lo que diga será bastante irrelevante. Solo la compasión puede hacer hoy a la Iglesia de Jesús más humana y creíble.

 

EL REINO ES VIDA, QUE SURGE DE LA VIDA

Fray Marcos

Hoy la primera lectura nos da la clave para entender el evangelio. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser. Dios no crea al ser humano y luego le impone unas obligaciones. Dios no tiene “voluntad”, porque no tiene partes ni cualidades ni potencias. Es un “ser” simplicísimo. Lo que Dios espera es que despleguemos esas posibilidades (exigencias) que nacen de nuestro ser más profundo. ¡Cuánto fundamentalismo se evitaría si tuviéramos en cuenta esta simple verdad!

El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para aprender, sino para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no estaba tan claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había, y sigue habiendo, mucho que aclarar. Jesús habla de superar la Ley como venida de un Dios que desde fuera y desde arriba nos exige normas de conducta que van en contra de nuestros intereses. Como la primera lectura de hoy, Jesús habla de una ley no escrita que llevamos todos dentro y que hay que descubrir.

Solo Lucas narra esta parábola del “buen samaritano”. Como todas, no necesita explicación. Lo único que exige es implicación. El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser religioso, siendo más humanos. No basta tener muy buenas relaciones con el Dios del templo, aunque sea sacerdote o levita, hay que hacerse prójimo. La parábola nos propone dejar de considerarse a sí mismo el ombligo del mundo y poner en el centro al otro.

Cuando pregunto, ¿Quién es mi prójimo?, presupongo que puede haber alguien que no lo es y tendría que amar solo al que lo es. En algunos casos, en el AT, el prójimo tenía este sentido. La religión judía nació como un medio de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le permitían asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor. Para nada pensaban en un amor universal, sino en un amor a los pertenecientes al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no pertenecían a él.

La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende de las circunstancias. Este es el fundamento de la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda al miserable desde el estricto cumplimiento de la Ley no excluye el sentimiento de superioridad. Cumplo lo mandado pero no me involucro en la situación del otro. Lo hago “por amor a dios”. Esta es la trampa donde hemos caído. Lo que hizo el Samaritano está a años luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada…

El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes implicados en él lo convierten en provocador. Los oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad y la pureza para preocuparse del otro. Para el sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas, lleva la ley en el corazón. La palabra empleada en griego para indicar que se conmueve, nos indica que el Samaritano se dejó llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó imitando a Dios.

La parábola, no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús entendía por próximo. Prójimo es todo aquel con quien me encuentro en mi camino. Prójimo es aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el prójimo lo puedo determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo tomar la decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a verlo, estoy fallando, buscando excusas para escapar a esa imposición que me saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos ellos.

Estamos equivocados cuando pensamos que si me acerco a otra persona para ayudarla, estoy haciendo una cosa buena, pero que si no la ayudo, no pasa nada, porque yo soy libre de ayudarla o de no ayudarla. No vemos como una necesidad el ayudarla, sino como una posibilidad que se me ofrece y que yo puedo aprovechar. No, debemos sentir esa ayuda, como una urgencia. Soy capaz de programar un prójimo para una hora determinada, pero rechazo instinti­vamente al que se me impone sin mi consentimiento.

Tanto en el AT como en el evangelio, se entiende a Dios como cosa, es decir como alguien que existe al margen de la creación. Hoy sabemos que Dios está en las cosas, no al margen de ellas, ni por encima de ellas. Si pudiéramos ver la creación desde Dios veríamos que no se diferencia en nada de ella. La creación es la manifestación de Dios. Vista desde la criatura, sí hay diferencia, pero no por lo que la creación es, sino por lo que no es; por sus limitaciones. Dios es infinito, la criatura no, ni por separado ni en conjunto. Si en todas las cosas está Dios, es claro que en cualquier ser humano se está manifestando su presencia.

Aclaremos esta idea con el ejemplo de la luz. La luz no se puede ver. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad, aunque los fotones los traviesan. Solo cuando los fotones tropiezan con la materia, puedo descubrir los reflejos de la luz en ese objeto. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que reflejado. Para cada uno de nosotros no hay más Dios que el que podemos ver en la creación. La conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación, porque sería un ídolo. Por lo tanto, no puede haber dos mandamientos. Amo a Dios solo en la medida que amo a sus criaturas.

Hay una frase que empleamos siempre para justificar nuestro egoísmo, pero que es verdadera: "el amor bien entendido empieza por uno mismo". Efectivamente, descubriendo la luz que se refleja en mi propio ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí, es el mismo que debo descubrir en los demás. Si me doy cuenta de lo que soy en el Todo, veré al otro insertado en el Todo. Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro algo distinto de mí, que me estorba, y no encontraré motivos para amarlo.

Cuando tenga claro esto, solucionaré el problema de mi egoísmo. Es falsa la creencia de que yo soy una individualidad aislada, que tengo existencia y consistencia propia. Yo, separado del creador y de las demás criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser, y lo que constituye el ser de los demás, es la misma Realidad, Dios, que está fundamentando mi propio ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás sin ir en contra mía. El día que descubra lo que no soy, habré dado un paso hacia el verdadero amor.

El prójimo está siempre ahí, a tu vera. Descubrirlo depende solo de ti. Siempre que te aproximas a otro para ayudarle, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo y a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. La religión que me permite vivir sin preocuparme de los demás será siempre falsa.

 

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