viernes, 1 de abril de 2022

Quinto Domingo de Cuaresma – Ciclo C

 Quinto Domingo de Cuaresma – Ciclo C (Juan 8, 1-11) – 3 de abril de 2022

 

Juan 8, 1-11

Jesús se dirigió al Monte de los Olivos, y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él se sentó y comenzó a enseñarles.

Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes, y dijeron a Jesús:

—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú qué dices?

Ellos preguntaron esto para ponerlo a prueba, y tener así de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les dijo:

—Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.

Y volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oír esto, uno tras otro comenzaron a irse, y los primeros en hacerlo fueron los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se enderezó y le preguntó:

—Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

Ella le contestó: —Ninguno, Señor.

Jesús le dijo: —Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar.

Palabra del Señor.


Reflexiones Buena Nueva 

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una frente a la otra. Y esto cuántas veces nos sucede a nosotros cuando nos detenemos ante el confesionario, con vergüenza, para hacer ver nuestra miseria y pedir el perdón. Mujer, ¿dónde están?», le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y llena de amor, para hacer sentir a esa persona —quizás por primera vez— que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar por una senda nueva. (Ángelus, 13 de marzo de 2016)

#microhomilía

Hernán Quezada SJ

Una imagen distorsionada de Dios, puede hacernos vivir la vida con mucho infelicidad y provocar la infelicidad de quienes están cerca de nosotros. Solemos tener un dios a nuestra imagen y semejanza que nos sirve para atacar a lo demás, defendernos o justificar nuestra frustración; para imponer lo que hemos declarado “verdad” y apedrear a los demás. Con un dios falso es difícil pues, vivir en plenitud.

Hoy la Palabra nos anuncia como es Dios: Dios rescata, auxilia, libera, abre los caminos para sacarnos de nuestras cautividades. Dios no es un “facilitón”; Dios nos perdona, nos defiende de quienes ya están listos para lapidarnos, pero nos llama a la conversión y a hacer lo mismo: soltar la piedra de nuestra mano y ser de esas y de esos que abren caminos, que liberan, que rescatan y saben perdonar. Nos llama a dejar de apedrearnos a nosotros mismos, a creer que somos sujeto de perdón, de redención.

Miremos hoy nuestras manos, soltemos las piedras y en medio de tantas calamidades pasadas escuchemos a Dios decirnos: “miren que realizó algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan?”. Que esa promesa de novedad para el mundo y para nosotros mismos, alegre nuestro corazón y nos llene de esperanza. #FelizDomingo

“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Cuentan que una vez un sacerdote con cierta experiencia pastoral se iba de paseo un fin de semana y encargó todos los detalles al joven vicario parroquial: “–Tenga en cuenta que el sábado hay dos misas; la de seis y la de siete en la que habrá un matrimonio. El domingo recuerde tocar las campanas, aunque los vecinos se quejen. No se olvide de la misa de niños a las once. Por la tarde, deje las limosnas sobre el escritorio...” Y así, el párroco se fue tranquilo a su paseo.

Al regresar, el lunes por la tarde, recibió un completo informe de lo sucedido el fin de semana. Aparentemente, no hubo nada raro. Pero llegando al final del relato, el joven vicario dijo: “–¡Ah, se me olvidaba comentarle! Resulta que el sábado vino mucha gente al matrimonio. Llegó más gente que a la misa de las seis”. “–Hasta ahí, nada raro”, replicó el párroco. El vicario continuó: “–Pues resulta que vino una señora evangélica. Todo el mundo sabe que ella es evangélica; yo mismo la he visto entrar en un templo que hay cerca de aquí. Es muy amiga de la novia y por eso estaba allí”.   “–Hasta ahí, nada raro”, continuó el párroco, ya un poco molesto por los rodeos. “–Pues lo raro fue que en el momento de la comunión la señora se puso en la fila y yo no sabía qué hacer. Mientras iba repartiendo la comunión a los fieles, me iba preguntando interiormente: ¿qué hago, Señor? ¡Ilumíname! Cuando llegó frente a mí, lo único que se me ocurrió preguntarme fue: ¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este?” Entonces, el párroco, casi gritando, dijo: “¡No me diga que hizo eso! Hoy mismo hablaré con el obispo para que lo sancione por lo que ha hecho. Habrá una ceremonia de desagravio en la que estén presentes los feligreses de la parroquia”.

No sé qué final le ha puesto cada uno de los lectores a esta historia. Propiamente, la historia no cuenta lo que hizo el vicario. Lo único que deja claro es que pensó el joven sacerdote que hubiera hecho Jesús, escandalizó al párroco. Pero ni siquiera éste supo qué hizo el vicario. Se supone que hizo lo que Jesús hubiera hecho en un caso similar. No conozco una mejor forma de explicar lo que es el discernimiento espiritual. La gente se imagina que el discernimiento es una técnica determinada para buscar la voluntad de Dios. Desde luego, hay técnicas que nos pueden ayudar a adelantar un proceso de discernimiento personal o comunitario. Pero, estrictamente hablando, estas técnicas no son el discernimiento. Por eso, prefiero decir que el discernimiento espiritual es una forma de vida que, sin mayores complicaciones, se hace cada día y ante cada situación particular y cotidiana, la pregunta del vicario parroquial: ¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este? Y no sólo se hace la pregunta, sino que acierta en la respuesta y la realiza sin titubeos. Si nos hemos impregnado de la manera de obrar de Jesús, no debería ser tan complicado saber cómo obraría él en una determinada situación. Lo complicado, normalmente, no es saber qué haría el Señor. Lo difícil es hacerlo... Sobre todo, porque las consecuencias para la propia vida son impredecibles, como fue impredecible la reacción del párroco de la historia, que se escandalizó, no de lo que hizo el vicario, sino de lo que él mismo pensó que hubiera hecho Jesús ante una situación como esa...

La escena que nos presenta el evangelio de san Juan este domingo también debió escandalizar a más de uno en su momento. Incluso hoy, no faltará quien piense que Jesús se pasó de bueno, porque una cosa es tener misericordia y otra dejar pasar estos pecados tan monumentales sin una sanción ejemplar para todos los creyentes. Jesús no condena a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Una persona sensata, con criterios morales, no habría tenido la menor duda de que a esta mujer había que apedrearla, como lo mandaba la ley de Moisés. Pero Jesús no dejará nunca de sorprendernos con su bendita forma de pensar y sobre todo con su más bendita forma de actuar. Lo primero es salvar a la persona humana... a cada ser humano en particular. Y este es el criterio fundamental para discernir su voluntad hoy. Ese fue el criterio del vicario de la historia, y ese debería ser el criterio que nos guíe hoy en nuestros propios discernimientos.

 

NO LANZAR PIEDRAS

José Antonio Pagola

En toda sociedad hay modelos de conducta que, limpios o implicados, configuran el comportamiento de las personas. Son modelos que determinan en gran parte nuestra manera de pensar, actuar y vivir.

Pensamos en la ordenación jurídica de nuestra sociedad. La convivencia social está regulada por una estructura legal que depende de una determinada concepción del ser humano. Por eso, aunque la ley sea justa, su aplicación puede ser injusta si no se atiende a cada hombre y cada mujer en su situación personal única e irrepetible.

Incluso en nuestra sociedad pluralista es necesario llegar a un consenso que haga posible la convivencia. Por eso se ha ido configurando un ideal jurídico de ciudadano, portador de unos derechos y sujeto de unas obligaciones. Y es este ideal jurídico el que se va a imponer con fuerza de ley en la sociedad.

Pero esta ordenación legal, necesaria sin duda para la convivencia social, no puede llegar a comprender de manera adecuada la vida concreta de cada persona en toda su complejidad, su fragilidad y su misterio.

La ley tratará de medir con justicia a cada persona, pero difícilmente puede tratarla en cada situación como un ser concreto que vive y padece su propia existencia de una manera única y original.

Qué cómodo es juzgar a las personas desde criterios seguros. Qué fácil y qué injusto apelar al peso de la ley para condenar a tantas personas marginadas, incapacitadas para vivir integradas en nuestra sociedad, conforme a la «ley del ciudadano ideal»: hijos sin verdadero hogar, jóvenes delincuentes, vagabundos analfabetos, drogadictos sin remedio , ladrones sin posibilidad de trabajo, prostitutas sin amor alguno, esposos fracasados ​​en su amor matrimonial...

Frente a tantas condenas fáciles, Jesús nos invita a no condenar fríamente a los demás desde la pura objetividad de una ley, sino a comprenderlos desde nuestra propia conducta personal. Antes de arrojar piedras contra nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado. Quizá descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de la ley, sino que alguien las ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación. Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le ayudara a levantarse. Jesús la entendió.

 

DIOS NO JUZGA, JESÚS NO CONDENA

Fray Marcos

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un futuro que los fariseos estaban dispuestos a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado.

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido agregado al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas; aparece incluso incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con los evangelios, incluido el de Juan. Tal vez la supresión y los cambios se deban a su mensaje de tolerancia, que se podía interpretar como lasitud o permisividad.

En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los acusadores que se creían intachables. No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad había e iría contra el poder civil, que desde el año treinta retiró al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba matar a ambos). Se cree adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trató de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se convenció de la propiedad del marido. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer. Qué pocas veces se tiene esto en cuenta.

No se trata, pues, de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con la mayor naturalidad. Decimos “palabra de Dios” pero no tenemos empacho alguno a la hora de distorsionarla. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema. La obsesión enfermiza que nos ha inoculado la Iglesia no tiene nada que ver con el mensaje de la Biblia. Ni el AT ni el NT hacen hincapié en un tema, que nos ha traumatizado a todos.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsable de la ejecución. Está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Por el contrario, es el descubrimiento del amor incondicional, lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro tema para la reflexión. El “perdón” por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para Dios, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. El Padre no puede dejar de considerar hijo a nadie.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios a su medida, justiciero y distante. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio del individuo.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que sigue estando ahí a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, estará más allá pero siempre alcanzable.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: "no tengáis miedo". El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El descubrimiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, creado por nosotros y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que hace Jesús es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? El fariseísmo sigue arraigado en nosotros.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado la conciencia del hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde la perspectiva del hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el hermano menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y en consecuencia, siempre será el otro el que tiene que cambiar. Esa es la causa de que sigamos en nuestros errores.

 

 

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