sábado, 9 de abril de 2022

Domingo de Ramos – Ciclo C

  Domingo de Ramos – Ciclo C (Lucas 22, 14; 23, 56) – 10 de abril de 2022


Evangelio de la pasión y muerte de Jesús: (Lucas 22, 14; 23, 56)

Cuando llegó la hora, Jesús y los apóstoles se sentaron a la mesa. Jesús les dijo:

—¡Cuánto he querido celebrar con ustedes esta cena de Pascua antes de mi muerte! Porque les digo que no la celebraré de nuevo hasta que se cumpla en el reino de Dios.

Entonces tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, dijo:

—Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que no volveré a beber del producto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.

   (continuar la lectura dado click en este enlace)

Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fueron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo habían puesto el cuerpo. Cuando volvieron a casa, prepararon perfumes y ungüentos.

Las mujeres descansaron el sábado, conforme al mandamiento.

Palabra del Señor.

 

Reflexiones Buena Nueva 

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, e indica —este rey— el camino al hombre perdido, da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él dará un sentido nuevo a nuestra vida, en ocasiones sometida a dura prueba también por nuestros errores y nuestros pecados, solamente con la condición de que nosotros no sigamos las lógicas del mundo y de sus «reyes». (Angelus, 25 de noviembre de 2018).

“Y salió Pedro de allí y lloró amargamente”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

“En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente: ‘Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente”.

Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias... Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba la mirada cuando sentía que El me estaba mirando. Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí. Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero». Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré”.

Esta reflexión que nos presenta el famoso jesuita Anthony de Mello, nos invita a fijarnos en dos versículos de la pasión del Señor Jesucristo según san Lucas, que la Iglesia nos propone para el domingo de Ramos este año. Seguramente, más de una vez hemos vivido momentos como los que se describen aquí y hemos sentido la mirada del Señor que no reclama, ni pide nada... sólo nos expresa su amor incondicional. La pasión del Señor nos muestra el amor que llega hasta el extremo. No es un amor que echa en cara el sufrimiento padecido. No es un amor condicionado a nuestra respuesta. El amor con el que Jesús nos ama en su pasión es incondicional, y deja siempre abierta la invitación a trabajar con él y como él, para que no haya crucificados en este mundo. Pero es una invitación libre para personas libres, y no una imposición.

El jesuita chileno, Jorge Costadoat, S.J., envió hace un tiempo una reflexión que tituló ¿Mucha sangre y poco Cristo? En ella hace algunos comentarios sobre la película de Mel Gibson, La Pasión de Jesucristo. Afirma que “hasta el año 1000 aproximadamente, predominó en la Iglesia la teología de los padres griegos que subrayaba la importancia del don de Dios mismo en Cristo crucificado. Para colaborar en su salvación, los hombres debían creer que, al entregarse Dios en la cruz por ellos, los amaba y salvaba libre y gratuitamente. Pero desde san Anselmo en adelante, la teología latina giró en contrario: la salvación Dios la otorga gracias a la satisfacción que Cristo crucificado le ofrece en representación de quienes no pueden, siendo pecadores, reparar la ofensa de su honor divino. En lo sucesivo se desarrollaron teologías que, llevando al extremo la importancia de la entrega del hombre Jesús, terminaron por menoscabar la gratuidad del sacrificio y de la salvación cristiana”.

Tal vez hemos menoscabado la gratuidad del amor de Dios manifestado en Jesús. Por eso, cuando el Señor nos mira, sentimos su reclamo por nuestras negaciones y traiciones. Sin embargo, lo único que dicen sus ojos es lo que vio Pedro en ellos: «Te quiero».

 

MURIÓ COMO HABÍA VIVIDO

José Antonio Pagola

¿Cómo vivió Jesús sus últimas horas? ¿Cuál fue su actitud en el momento de la ejecución? Los evangelios no se detienen a analizar sus sentimientos. Sencillamente recuerdan que Jesús murió como había vivido. Lucas, por ejemplo, ha querido destacar la bondad de Jesús hasta el final, su cercanía a los que sufren y su capacidad de perdonar. Según su relato, Jesús murió amando.

En medio del gentío que observa el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús llorando. No pueden verlo sufrir así. Jesús «se vuelve hacia ellas» y las mira con la misma ternura con que las había mirado siempre: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Así marcha Jesús hacia la cruz: pensando más en aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento.

Faltan pocas horas para el final. Desde la cruz solo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: «Acuérdate de mí». Su respuesta es inmediata: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Siempre ha hecho lo mismo: quitar miedos, infundir confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue haciendo hasta el final.

El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando en el madero, Jesús dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo». Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan. Según Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su amor, su perdón y su paz a todos, incluso a los que lo están matando.

No es extraño que Pablo de Tarso invite a los cristianos de Corinto a que descubran el misterio que se encierra en el Crucificado: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres». Así está Dios en la cruz: no acusándonos de nuestros pecados, sino ofreciéndonos su perdón.

NO CELEBRAMOS LA MUERTE SINO LA VIDA

Fray Marcos

La liturgia de este domingo es desconcertante. Empieza celebrando una entrada “triunfal” y termina recordando una muerte. Es difícil armonizar estos dos aspectos de la vida de Jesús. Podríamos decir que ni el triunfo fue triunfo, ni la muerte fue derrota. Los evangelistas plantean la subida a Jerusalén como resumen de su actividad. La muerte se considera como la meta de su vida. En la vida de Jesús se vuelve a escenificar el Éxodo, paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Allí iba a dejar patente el amor incondicional.

Jesús fracasó estrepitosamente porque la salvación que él ofreció no coincidía con la que esperaban los judíos. Jesús pretendió llevarlos a la plenitud de su verdadero ser. Ellos solo querían defender sus intereses, salvar su ego. Seguimos en la misma actitud. Dios “quiere” para nosotros lo mejor y nosotros seguimos creyendo que en asegurar nuestra individualidad está nuestra plenitud. No hay que entender la voluntad de Dios como venida de fuera. Lo que Dios quiere de cada uno es también la exigencia más profunda de nuestro verdadero ser.

El fracaso humano de Jesús nos invita a reflexionar sobre el sentido de las limitaciones humanas. Si nuestro objetivo es evitar el dolor y buscar el máximo placer, nunca podremos aceptar el mensaje de Jesús. Él confió completamente en Dios, pero Dios no lo libró del dolor ni de la muerte. ¿Cómo podemos interpretar este aparente abandono de Jesús? Sería la clave de nuestro acercamiento a su muerte. Sería la clave también para interpretar el dolor humano y tratar de darle el sentido que escapa a la mayoría de los mortales.

Es un disparate pensar que Dios exigió, planeó, quiso o permitió la muerte de Jesús. Peor aún si la consideramos condición para perdonar nuestros pecados. La muerte de Jesús no fue voluntad de Dios, sino fruto de la imbecilidad humana. Fue el pecado del mundo, el poder y el afán de someter a los demás, lo que hizo inaceptable el mensaje de Jesús. Lo que Dios esperaba de Jesús era su fidelidad. La muerte de Jesús no fue un accidente; fue la consecuencia de su vida. Una vez que vivió como vivió, era lógico que lo eliminaran.

Dios no está solamente en la resurrección, está siempre en el hombre mortal, también en el dolor y en la muerte. Si no sabemos encontrarlo ahí, seguiremos pensando como los hombres, no como Dios. Es una lección que no acabamos de aprender. Seguimos asociando el amor de Dios con todo lo placentero, lo agradable, lo que me satisface. El dolor, el sacrificio, el esfuerzo lo seguimos asociando a un castigo de Dios, es decir a una ausencia de Dios. Las celebraciones de Semana Santa nos tienen que llevar a la conclusión contraria. Dios está siempre en nosotros, pero necesitamos descubrirlo sobre todo en el dolor y la limitación.

Seguramente la pasión fue el primer relato sobre Jesús que se redactó por escrito. A pesar de ello no podemos estar seguros de que lo que nos cuentan corresponda a sucesos reales. Los que más probabilidades tienen de ser inventados son los que hacen referencia a profecías del AT. Esto se debe a que los primeros seguidores de Jesús, todos judíos, no tenían otro medio de explicar la muerte de Jesús que la Escritura. Debemos escapar de ese afán de convertir el AT en un anuncio de lo que sucedió en Jesús. Nadie pudo prever lo que pasó en Jesús, porque rompió todos los moldes y lo que vivió y predicó no podía adivinarlo nadie trescientos o quinientos años antes de que sucediera. Aludir a la inspiración divina para solucionar el problema es no tener idea de lo que significa la Sagrada Escritura como escrito sagrado.

La pasión de Lucas tiene una clara tendencia catequética. Aunque utiliza la narración de Marcos, u otra más antigua que ya utilizó el mismo Marcos, le da un toque de humanización muy significativo. Suaviza mucho la relación de los que están alrededor de Jesús con su persona. No todo es negativo. Incluso los paganos quedan de alguna manera justificados. Hay en el relato muchos personajes que están con Jesús y pretenden ayudarle. El mismo Jesús se relaciona con algunos con comprensión y como ayudándoles a entender lo que está pasando.

Lo importante no es la muerte física de Jesús ni los sufrimientos que padeció. A través de lo que conocemos de la historia humana, miles de personas, antes y después de Jesús, han padecido sufrimientos mucho mayores y más prolongados de los que sufrió él. Lo importante de Jesús en ese trance fue su actitud inquebrantable de vivir hasta sus últimas consecuencias lo que predicó. Para nosotros, lo importante es descubrir quién lo mató y por qué le mataron, por qué murió y cuáles fueron las consecuencias de su muerte para él, para los discípulos y para nosotros. No podemos asegurar las respuestas pero debemos seguir preguntándonos.

¿Por qué le mataron? Ni siquiera sabemos quién le mató, mucho menos podemos saber cuál fue la causa de su condena. La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo por parte de los jefes religiosos a su enseñanza y a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos, no eran depravados que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendían ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida de manera absoluta y exclusiva en la Ley de Moisés. Para ellos defender la Ley y el templo era defender al mismo Dios.

¿Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo y le apartaba de la religión judía? La respuesta no era sencilla. Por una parte percibían que Jesús iba contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra parte, la cercanía a los que sufren y los signos que hacía eran una muestra de que Dios estaba con él. El desconcierto de los discípulos ante la muerte de Jesús, tiene mucho que ver con esa confrontación de sus representantes religiosos. ¿A quién debían hacer caso, a los representantes legítimos de Dios, o a Jesús, a quien los sacerdotes consideraban blasfemo?

¿Por qué murió? No podemos saber la actitud de Jesús ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco. Se dio cuenta de que los jefes religiosos querían eliminarlo. Jesús debió tener razones muy poderosas para seguir diciendo lo que tenía que decir a pesar de que eso le acarrearía la muerte. Sabía que el pueblo no le entendía y dejaría de seguirle. Pero también sabía que los jefes religiosos no se iban a conformar con ignorarlo. Sabiendo eso, Jesús tomo la decisión de ir a Jerusalén. Que le importara más ser fiel a sí mismo y a Dios que salvar la vida es lo decisivo. Eso era lo que Dios esperaba de él y eso es lo que hizo.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Para sus seguidores fue el revulsivo tan fuerte que les llevó a un total pesimismo, pero también fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento del verdadero Jesús en la experiencia pascual. Durante su vida lo siguieron como amigo, maestro, profeta, pero no descubrieron el significado profundo de Jesús. A ese descubrimiento no podían llegar a través de lo que oían y lo que veían; se necesitaba un proceso de maduración interior. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización y a descubrir en aquél Jesús de Nazaret, al Señor, Mesías, Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Si queremos entender la muerte de Jesús, tenemos que seguir ese mismo camino de la vivencia interior.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

  II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C ( Juan 2, 1-11 ) – enero 19, 2025  Isaías 62, 1-5; Salmo 95; 1 Corintios 2, 12, 4-11 En este s...