Primer Domingo de Pascua – Ciclo C (Lucas 24, 1-12) – 17 de abril de 2022
Lucas 24, 1-12
El primer día de la semana regresaron al sepulcro muy temprano, llevando
los perfumes que habían preparado. Al llegar, se encontraron con que la
piedra que tapaba el sepulcro no estaba en su lugar; y entraron, pero no
encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto,
cuando de pronto vieron a dos hombres de pie junto a ellas, vestidos con ropas
brillantes. Llenas de miedo, se inclinaron hasta el suelo; pero aquellos
hombres les dijeron:
—¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo? No
está aquí, sino que ha resucitado. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía
estaba en Galilea: que el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos
de pecadores, que lo crucificarían y que al tercer día resucitaría.
Entonces ellas se acordaron de las palabras de Jesús, y al regresar
del sepulcro contaron todo esto a los once apóstoles y a todos los demás. Las
que llevaron la noticia a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María
madre de Santiago, y las otras mujeres. Pero a los apóstoles les pareció
una locura lo que ellas decían, y no querían creerles.
Sin embargo, Pedro se fue corriendo al sepulcro; y cuando miró dentro,
no vio más que las sábanas. Entonces volvió a casa, admirado de lo que había
sucedido.
Palabra del Señor.
#microhomilía
¿Por qué si Jesús resucitó el mundo, mi mundo, parece seguir en Viernes Santo? La cruz no es un espectáculo sino una realidad de nuestro mundo, el misterio del mal sigue actuando: violencia, injusticia, enfermedad, etc. El miedo y la confusión nos encierran. Hoy Domingo de Resurrección, el Resucitado de nuevo se nos presenta, nos devuelve la paz y nos envía. Recordamos que la muerte nunca tendrá la última palabra y que Dios es y será con nosotros. La experiencia de la Resurrección nos dota del horizonte de esperanza que nos mantiene de pie y nos vuelve valientes, capaces de esperar y anunciar la esperanza, es más, de construir terrenos de esperanza. Los Cristianos, porque creemos en el Resucitado, vivimos con el corazón ardiendo, capaces de iluminar noches oscuras y disipar tinieblas. La certeza de que Dios es con nosotros y que somos los de la esperanza, es la que nos hace exclamar hoy con alegría: ¡Feliz Pascua! #FelizDomingo
“¿Por
qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo?”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
La revista de Teología
Pastoral Sal Terrae, publicó, en noviembre de 2002, un artículo de un
famoso jesuita español con un título muy sugerente: «Locos
de alegría, abandonar a toda prisa los sepulcros» (Mt 28, 8). El subtítulo explica algo más lo que José María Fernández-Martos, S.J.
quiso tratar allí: “Trabajándose el optimismo y acogiendo la alegría
verdadera”. Transcribo los dos primeros párrafos de este excelente artículo:
“La
alegría no es barata. El optimismo tampoco. Ambos se construyen ladrillo a
ladrillo. La alegría anda asediada por una oleada gigante de malas noticias
globales y, lo que es peor, por una epidemia de pesimismo. La chispa de Coca
Cola no vale. Es necesario trabajarse una recia alegría, un combatiente
optimismo que sepa defenderse como se defienden las trincheras. Recostarse
aplatanadamente sobre los muros de una Iglesia de la que sólo se oyen quejidos,
no da para la alegría de la que aquí hablo. (...)”.
“Es verdad que hay mucho
sufrimiento, que hasta el lenguaje sabe a pólvora y que el hambre es azote de
media Humanidad; pero también lo es que la hierba sigue creciendo de noche. A
Teresa de Ávila le llegaron nuevas de la catástrofe de la Iglesia con la
irrupción primera del Protestantismo. Nada de gestos de espanto y derrota. ¿Qué
hacer?: «... determiné hacer eso poquito que yo
puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección
que yo pudiese y procurar que estas otras poquitas que están aquí hiciesen lo
mismo»”.
Después
de esta introducción, el autor completa el diagnóstico de nuestra sociedad,
salpicada, como nunca antes, por síntomas depresivos. Pero no se queda allí.
Luego va proponiendo alternativas para trabajase el optimismo, basado en Martín
E.P. Seligman, el más reconocido especialista en educación para el optimismo.
Deja de lado los aportes de los movimientos de la autoestima o el fomento de
los sentimientos positivos, que centran su atención en una especie de «Me
gusto, luego existo». Este movimiento terminó siendo una modalidad refinada de
narcisismo barato...
El Evangelio de hoy nos
cuenta cómo algunas mujeres regresaron al sepulcro, muy temprano, el primer día
de la semana. Ellas iban a buscar el cuerpo sin vida de su Maestro, pero lo que
encontraron fue una pregunta que les cambió la vida: “¿Por qué buscan ustedes
entre los muertos al que está vivo?” Muchas veces, nosotros, como aquellas
mujeres, en lugar de levantar nuestra mirada hacia lo que nos propone el Dios
de la vida, nos quedamos mirando hacia atrás, hacia nuestros propios sepulcros.
Hoy, Dios vuelve a repetirnos: “No está aquí, sino que ha resucitado.
Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaban en Galilea: que el Hijo
del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores, que lo crucificarían
y que al tercer día resucitaría”.
El artículo citado, termina así: “(...)
aquella inmersión que nos vinculaba a su muerte nos sepultó con él para que
empezáramos una vida nueva con una resurrección semejante a la suya (Cf. Rm
6,4-5). «La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares [porque] el
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 126,2-3)”.
EL
NUEVO ROSTRO DE DIOS
Ya no volvieron a ser los mismos. El
encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó
totalmente a sus discípulos. Lo empezaron a ver todo de manera nueva. Dios era
el resucitador de Jesús. Pronto sacaron las consecuencias.
Dios es amigo de
la vida. No había ahora ninguna duda. Lo
que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un Dios de muertos, sino de
vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero, si Dios ha
resucitado a Jesús, esto significa que solo quiere la vida para sus hijos. No
estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos contar con un Padre que, por
encima de todo, incluso por encima de la muerte, nos quiere ver llenos de vida.
En adelante solo hay una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida
donde otros ponen muerte.
Dios es de los
pobres. Lo
había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es
distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad: «Felices
los pobres, porque tienen a Dios». La última palabra no la tiene Tiberio ni
Pilato, la última decisión no es de Caifás ni de Anás. Dios es el último
defensor de los que no interesan a nadie. Solo hay una manera de parecerse a
él: defender a los pequeños e indefensos.
Dios resucita a
los crucificados. Dios
ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a
Jesús. Si lo ha resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de
tanto abuso y crueldad que se comete en el mundo. Dios no está del lado de los
que crucifican, está con los crucificados. Solo hay una manera de imitarlo:
estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen
sufrir.
Dios secará
nuestras lágrimas. Dios
ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El
despreciado ha sido glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora
sabemos cómo es Dios. Un día él «enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá
ya muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado».
EN
LA EXPERIENCIA PASCUAL, LOS DISCÍPULOS DESCUBRIERON LA VERDADERA VIDA
Fray
Marcos
En este día de Pascua, debemos recordar a
Pablo: si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Aunque hay que hacer una
pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y
entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque
Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Su Vida era la misma de Dios. Por
lo tanto la posibilidad de que no resucitara es absurda. Todo el esfuerzo de la
predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de
esa Vida. Seré seguidor de Jesús solo en la medida que viva la misma Vida de
Dios como él.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que
estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la
muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrección no es
constatable científicamente porque se realiza en otro plano fuera de la
historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para
llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los
razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la
resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los
sentidos. Esto es clave para salir del callejón en que nos encontramos por
interpretar los textos de una manera literal.
La muerte y la vida física no son objetos de
teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser
metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la
reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la
antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que
entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver da por
supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación con el ser que
estuvo vivo. Pero la muerte devuelve el cuerpo al mundo de la materia de manera
irreversible.
¿Qué pasó en Jesús después de su muerte?
Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el
instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que no hay
tiempo. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo
muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque
estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que
potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron
a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por
vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que
intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano que es siempre
insuficiente para expresar lo trascendente.
Todos estaríamos encantados de que se nos
comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no
puede haber Vida, sin antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no
estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá
de la vida biológica, es la que nos hace quedar a años luz del mensaje de esta
fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar
dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús que a la vida
biológica tan apreciada.
No debo quedarme en la resurrección de Jesús.
Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice
Jesús: El agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la
Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la
carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo
por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por
mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto
vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto?
Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo
que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera
Vida.
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