Domingo XXX del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 10, 46-52) – 24 de octubre de 2021
Marcos 10, 46-52
En aquel
tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha
gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino
pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar:
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Muchos lo reprendían para que se
callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten
compasión de mí!”.
Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate, porque él te llama”. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.
Palabra del
Señor.
#microhomilía
¿Qué
quieres que haga por ti? Pregunta Jesús al ciego Bartimeo. Él sabe qué
necesita, quiere poder ver. Jesús se lo concede. Si esta pregunta te la hiciera hoy Jesús a ti:
¿Qué quieres que haga por ti? Una sola cosa vital, que necesitas, ¿qué
respondes? #FelizDomingo
“Muchos lo reprendían para que se callara, pero él
gritaba más (...)”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Un
buen amigo me envío hace unos días esta historia: Seis mineros trabajaban en un
túnel muy profundo. De repente, un derrumbe los dejó aislados, sellando la
salida. En silencio, cada uno miró a los demás en medio de la penumbra
pobremente iluminada por sus lámparas de gas. De un vistazo calcularon su
situación. Con su experiencia, se dieron cuenta de que el gran problema sería
el oxígeno. Si hacían todo bien, les quedaban unas tres horas de aire. ¿Podrían
encontrarlos antes de que fuera tarde? Decidieron ahorrar todo el oxígeno
posible. Apagaron las lámparas y se tendieron en silencio en el suelo.
Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad, era difícil calcular
el paso del tiempo. Sólo uno de ellos llevaba un reloj que podía iluminarse
para ver la hora. Hacia él iban todas las preguntas. ¿Cuánto tiempo pasó?
¿Cuánto falta? La desesperación ante cada respuesta agravaba la tensión. El
capataz se dio cuenta de que la ansiedad, los haría respirar más rápidamente y
esto los podría matar. Entonces ordenó al que tenía el reloj, que solamente él
controlara el paso del tiempo. Él avisaría a todos cada media hora.
Ante
el aviso: “Ha pasado media hora", hubo un murmullo y una angustia que se
palpaba en el aire. El hombre del reloj se dio cuenta de que cada vez iba a ser
más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a
nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez
que les informó la media hora, en realidad habían pasado 45 minutos... Nadie
desconfió. Apoyado en el éxito del engaño, la tercera información, la dio una
hora después... Todos pensaron en lo largo que se hacía el tiempo en esa
situación. La cuadrilla apuraba la tarea de rescate. Llegaron a las cuatro
horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos.
Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... El
que tenía el reloj.
Cuando
creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de
avanzar se multiplican. No es que la actitud positiva por sí misma sea capaz de
conjurar la fatalidad o de evitar las tragedias, pero, ciertamente, las
posibilidades de encontrar una salida dentro de lo humanamente posible crecen
considerablemente. El deseo de vivir de este grupo de mineros, acompañado por
la confianza en el oxígeno que les daba el tiempo dilatado por el ingenio de un
compañero, hizo posible lo que parecía improbable.
Cuando
Jesús salía de Jericó, “seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo
ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír
que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar: –¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí! Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba
más todavía: – ¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Jesús se detuvo y lo mandó
llamar. “El ciego arrojó su capa y de un salto se acercó a Jesús, que le
preguntó: – ¿Qué quieres que haga por ti?” Bartimeo, efectivamente, estaba
lleno de deseos de ser curado por el profeta de Galilea; y estos deseos lo
llevaron a perseverar en sus gritos y a responder con prontitud a la invitación
de Jesús. Por eso, mereció escuchar esas bellas palabras que Jesús solía decir
a la gente herida que encontraba a su paso: “Puedes irte; por tu fe has sido
sanado”. De estar ciego y sentado “junto al camino”, pasó a recobrar la vista y
a seguir “a Jesús por el camino”. Que nuestra fe sea como la de Bartimeo, o
como el minero ingenioso del reloj.
UN
GRITO MOLESTO
Jesús
sale de Jericó camino de Jerusalén. Va acompañado de sus discípulos y más
gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el
borde del camino, se dirige a Jesús: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Su
ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él nunca podrá
peregrinar hasta Jerusalén. Además, le cerrarían las puertas del templo: los
ciegos no podían entrar en el recinto sagrado. Excluido de la vida, marginado
por la gente, olvidado por los representantes de Dios, solo le queda pedir
compasión a Jesús.
Los
discípulos y seguidores se irritan. Aquellos gritos interrumpen su marcha
tranquila hacia Jerusalén. No pueden escuchar con paz las palabras de Jesús.
Aquel pobre molesta. Hay que acallar sus gritos: Por eso «muchos le regañaban
para que se callara».
La
reacción de Jesús es muy diferente. No puede seguir su camino ignorando el
sufrimiento de aquel hombre. «Se detiene», hace que todo el grupo se pare y les
pide que llamen al ciego. Sus seguidores no pueden caminar tras él sin escuchar
las llamadas de los que sufren.
La
razón es sencilla. Lo dice Jesús de mil maneras, en parábolas, exhortaciones y
dichos sueltos: el centro de la mirada y del corazón de Dios son los que
sufren. Por eso él los acoge y se vuelca en ellos de manera preferente. Su vida
es, antes que nada, para los maltratados por la vida o por las injusticias: los
condenados a vivir sin esperanza.
Nos
molestan los gritos de los que viven mal. Nos puede irritar encontrarlos
continuamente en las páginas del evangelio. Pero no nos está permitido
«mutilar» su mensaje. No hay Iglesia de Jesús sin escuchar a los que sufren.
Están
en nuestro camino. Los podemos encontrar en cualquier momento. Muy cerca de
nosotros o más lejos. Piden ayuda y compasión. La única postura cristiana es la
de Jesús ante el ciego: «¿Qué quieres que haga por ti?». Esta debería ser la
actitud de la Iglesia ante el mundo de los que sufren: ¿qué quieres que haga
por ti?
NO TE DEJES ENGAÑAR. TÚ PUEDES
VER
Sale
Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo
relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa
el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos pero el relato
es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después
de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más
cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí.
Este
relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le
pregunta qué es lo que quiere; admite el título de Hijo de David; no lo aparta
de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar
silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la
entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene
sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los
evangelios todo son símbolos. No debemos interpretarlos literalmente.
Al
borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del
camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y
dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, pero no se resigna.
Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente.
“Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría
con la fuerza. Ya no le importa, no le manda callar.
Le
regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas
del ciego. En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar.
Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la
inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la
necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de
Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara
a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.
¡Llamadlo!
En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede
siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el
manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego
da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el
salto, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento,
que se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en
Jesús. Este es el verdadero milagro, que se realiza antes del milagro.
¿Qué
quieres que haga por ti? Qué va a querer un ciego. La pregunta que le hace
Jesús es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta
es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos
quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para
“caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero
salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella?
¡Que
pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi
siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello
que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos
quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para
poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la
respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión
a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de
ver.
Tu
fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a
Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz.
Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será
siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos
estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos.
No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la
experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.
Y
lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el
camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El
relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es
capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos
demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego, tirado en el camino, ve. Antes
de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús,
que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.
Ya
en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de
su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a
los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego
el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan
callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables!
¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No ver la
miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.
La
evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el
débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús
trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que
Dios rechazaba todo lo defectuoso. Nietzsche no pudo soportar ese cambio,
porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de
descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de
lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.
La
actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo
para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos;
también se acercó a los pecadores públicos, prostitutas, adúlteras. Lucas,
después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con
relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son
también rechazados por Dios, pero nos preceden en el Reino.
La
escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino
radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al
revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que de una persona
despreciable ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario,
esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora;
esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto
es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!
Meditación
Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez:
¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!...
Y pronto te responderán:
¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos.
El ojo interior está hecho para ver;
descubre la causa de tu ceguera.
Fray Marcos
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