Domingo XXVII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 10, 2-16) – 3 de octubre de 2021
Marcos 10, 2-12
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos
y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse
de su esposa?”
Él les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?”
Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un
acta de divorcio a la esposa”. Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido
a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios
los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya
no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el
hombre”.
Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Palabra el Señor.
“No conviene que el hombre esté solo”, es una
afirmación contundente y real para todo hombre y mujer. La soledad que consiste
en ausencia de vínculos, relaciones y compromisos no es nada conveniente.
Podemos estar “acompañados” y sin embargo solitarios, esto sucede cuando la
”compañía” es presencia sin vínculo y sin compromiso, así, es fácil abandonar y
ser abandonados.
El antídoto a la soledad es la apertura al encuentro y
la disposición a la entrega, dos cosas que pueden brotar del corazón de cada
ser humano. Todos con quien tenemos vínculo, relación y compromiso, son
bendición y gracia, es decir, no son conquista sino obsequio. Los obsequios y
la gracia no se abandonan, sino que se reciben, se cuidan y se agradecen.
Agradezcamos este domingo por todas las personas con
quien tenemos vínculo. Pidamos la gracia de la permanencia y el compromiso que
brotan de un corazón abierto y vivo. #felizdomingo
“Los dos serán como una sola persona”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
El P. Javier Gafo, S.J., gran bioeticista español muy
conocido, fallecido hace varios años, cita en uno de sus libros una bella
historia india. Un matrimonio muy pobre iba a celebrar el aniversario de su
matrimonio. Él daba vueltas y más vueltas a su cabeza, sin éxito, pensando cómo
conseguir unas pocas rupias para hacer un regalo a la mujer que tanto amaba y
que lo había acompañado durante casi toda su vida. Hasta que le vino una idea
que le produjo escalofrío: podría vender la pipa, con la que todas las tardes
se sentaba a fumar a la puerta de su casa. Con el dinero, podría regalar a su
mujer un peine para que pudiese peinar su bello y largo cabello, que cuidaba
con mucho esmero. Finalmente, con el corazón dolorido y alegre al mismo tiempo,
aquel hombre vendió su pipa y se acercó a su casa, llevando envuelto en un
pobre papel el peine que había comprado. Allí le esperaba su mujer..., que
había vendido su hermoso cabello negro para regalar a su marido el mejor tabaco
para su pipa.
El amor cristiano se caracteriza porque supone
entrega, don de sí, desprendimiento y aún sacrificio del uno por el otro. Cuando
Ignacio de Loyola habla del amor, al final de sus famosos Ejercicios
Espirituales, dice que hay que advertir en dos cosas: “La primera es que el
amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE 230); la
segunda es que “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber,
en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede,
y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene
ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al
otro” (EE 231). ‘Obras son amores y no buenas razones’, dice la
sabiduría popular. Y, por otra parte, la comunicación entre las partes, que dan
y se dan lo que son y tienen para hacer crecer y enriquecer a la otra parte. No
se puede amar sin entregar lo mejor de nosotros en la relación.
La Carta a los Efesios se refiere a la relación
matrimonial comparándola con la relación que existe entre Cristo y a la
Iglesia. Cuando he presenciado matrimonios y hemos hecho esta lectura, se nota
una satisfacción en el rostro de los novios cuando se lee la primera parte del
texto: “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor” (Efesios
5, 22). Pero cuando se explica la segunda parte, las novias son las que parecen
más satisfechas: “Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y
dio su vida por ella” (Efesios 5, 25), porque de lo que se trata es
sencillamente de un amor que está dispuesto a la entrega hasta la muerte, y
muerte en cruz...
Este amor oblativo, sólo será posible si marido
y mujer se hacen una sola persona, que es lo que Jesús propone para la relación
matrimonial: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a
su esposa, y los dos serán como una sola persona. Así que ya no son dos, sino
uno solo. De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido”.
Conviene, pues, alimentar constantemente esta decisión de amor mutuo que,
combinando el dolor y la alegría, se hace capaz de una entrega generosa en el
día a día de la relación. Amor que se traduce en obras y amor que está
dispuesto a dar y recibir en una permanente comunicación. Amor que está
dispuesto a vender su pipa o su hermoso cabello para encontrarse con el otro,
desde lo mejor de sí mismo.
ANTES
DE SEPARARSE
Hoy se habla cada vez menos de fidelidad.
Basta escuchar ciertas conversaciones para constatar un clima muy diferente:
«Hemos pasado las vacaciones cada uno por su cuenta», «mi esposo tiene un
ligue, me costó aceptarlo, pero ¿qué podía hacer?», «es que sola con mi marido
me aburro».
Algunas parejas consideran que el amor es
algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se enfría y
desaparece, la convivencia resulta intolerable. Entonces lo mejor es separarse
«de manera civilizada».
No todos reaccionan así. Hay parejas que se
dan cuenta de que ya no se aman, pero siguen juntos, sin que puedan explicarse
exactamente por qué. Solo se preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación.
Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten
tan atraídos por esa nueva relación que no quieren renunciar a ella. No quieren
perderse nada, ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial.
Las situaciones son muchas y, con frecuencia,
muy dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y humillación. Esposos
que se aburren en una relación insoportable. Niños tristes que sufren el
desamor de sus padres.
Estas parejas no necesitan una «receta» para
salir de su situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les podemos
ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para vivir y, tal vez, una
palabra lúcida de orientación. Sin embargo, puede ser oportuno recordar algunos
pasos fundamentales que siempre es necesario dar.
Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay
que esclarecer la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive cada
uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese malestar creciente. Descubrir
lo que no funciona. Poner nombre a tantos agravios mutuos que se han ido
acumulando sin ser nunca elucidados.
Pero el diálogo no basta. Ciertas crisis no
se resuelven sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se encierra en
una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava, los ánimos se crispan
y lo que un día fue amor se puede convertir en odio secreto y mutua
agresividad.
Hay que recordar también que el amor se vive
en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Cada día vivido juntos, cada
alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan
consistencia real al amor. La frase de Jesús: «Lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre», tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la ruptura,
pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de cada día.
EL MATRIMONIO ES EL MARCO MÁS
ADECUADO PARA UNA PLENA HUMANIZACIÓN
Seguimos en el contexto de subida a Jerusalén
y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la
formula Marcos, no es verosímil. El divorcio estaba admitido por todos. Lo que
se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto
paralelo de Mateo dice: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo?
Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en
la discusión de escuela.
En tiempo de Jesús el matrimonio era un
contrato entre familias. Ni el amor ni los novios tenían nada que ver con en el
asunto. La mujer pasaba de ser propiedad del padre a ser propiedad del marido.
El divorcio era renunciar a una propiedad que solo podía hacer el propietario,
el marido. Querer entender el evangelio desde nuestra perspectiva actual es una
quimera. Los conocimientos humanos que hoy tenemos nos obligan a otro
planteamiento.
No podemos hablar hoy de matrimonio sin
hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y
de la familia. Son los cuatro pilares donde se desarrolla una verdadera
humanidad. En la materia que más puede afectar al progreso de lo
específicamente humano, debemos aprovechar al máximo los conocimientos de las
ciencias humanas y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy
espirituales que parezcan.
El matrimonio es el estado natural de un ser
humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del
hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que
la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos
externos. ¡Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar aún si se
tuviera esto en cuenta! La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva
al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza
característica de cada sexo.
La base fundamental de un matrimonio está en
una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo
posible de esa tendencia, humanizándola al máximo. La capacidad humana consiste
en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese
darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay
límites. Es verdad que tampoco los hay al utilizar la sexualidad para
deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres
humanos no llegan a percibirla.
Lo importante no es el acto sino la actitud
de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es
expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se
busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento,
deshumaniza. El matrimonio no es un estado en que todo está permitido. Estoy
convencido de que hay más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de
él.
Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio sin
dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada
en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo complicado es aquilatar
lo que queremos decir con amor. Es una palabra tan manoseada que es imposible
adivinar lo que queremos decir con ella en cada caso. Al más refinado de los
egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo del otro, también le llamamos
amor.
El afán de buscar el beneficio personal
arruina toda posibilidad de unas relaciones humanas. Esta búsqueda del otro,
para satisfacer mis necesidades, anula todas las posibilidades de una relación
de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo
que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es
nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de
intereses mutuos.
Esta es la razón por la que más de la mitad
de los matrimonios se rompen, sin contar los que hoy ni siquiera se plantean la
unión estable sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor
provecho de cualquier relación personal. Desde estas perspectivas, por mucho
que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir
a otra que me puede dar más. Ya no tendré motivos para seguir con la primera.
También puede darse el caso de encontrar otra persona que dándome lo mismo, me
exige menos.
El amor consiste en desplegar la capacidad de
darse sin esperar nada a cambio. No tiene más límites que los que ponga el que
ama. Aquel a quien se ama no puede poner los límites. Pero la superación del
falso yo y el descubrimiento de mi auténtico ser es limitado y debo reconocerlo.
Debemos tomar conciencia clara de cuál es la diferencia entre el servicio y el
servilismo. Jesús dijo que tan letal es el someter al otro como dejarse
someter. Si la pareja ha superado mi capacidad de aguante, debo evitar que me
someta y aniquile.
Desde nuestro punto de vista cristiano,
tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya
sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el
mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos
acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un
verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro
instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de
que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son
suficientes para el logro de una mayor humanidad.
Cuando decimos que el matrimonio es
indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor
auténtico, que puede darse entre creyentes o no creyentes. Puede haber
verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se
pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado
a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido
una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad,
nada me podrá detener.
El divorcio, entendido como ruptura del
sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace
muy bien en no darle cabida en su vocabulario. No es tan difícil de comprender.
Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió
auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír
hablar de un amor que se acabó. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un
falso amor, es decir, egoísmo que solo pretendía el provecho personal
interesado y egoísta.
Los seres humanos nos podemos equivocar,
incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas
creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés
recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la
Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo
verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Es
muy sencillo: si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero
amor y no hubo sacramento.
Fray Marcos
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