jueves, 14 de noviembre de 2024

XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

 XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-23) – noviembre 17, 2024 
Daniel 12, 1-3; Salmo 15; Hebreos 10, 11-14.18


En este penúltimo domingo del año litúrgico, la Palabra nos recuerda el horizonte último al que tenemos que mirar nuestra vida terrenal...

Evangelio según san Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre". 

Reflexión:

¿Cómo vivir plenamente?

San Ignacio de Loyola, al comienzo de los Ejercicios Espirituales, plantea en el Principio y Fundamento: “el hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante ello salar su alma…“ (EE23); esto implica que (a) somo seres creados, debemos estar conscientes de que nuestra vida terrena es finita, y (b) tenemos un para: salvar el alma (la vida).

En el transcurso de nuestra vida, partiendo desde el inicio (nacimiento), hasta el final (último día de vida terrenal), somo creaturas en proceso, en crecimiento… que vamos aprendiendo a vivir, a ser nosotros; todo esto entre tropiezos, equivocaciones y errores. Sin embargo, nos desviarnos de modo que menciona el Principio y Fundamento, de alcanzar el “para”… aquí es donde conecto la liturgia de hoy:

·     En medio de toda situación adversa, difícil y dolorosa, está la promesa de salvación (cfr. Daniel 12, 1-3)

·     Jesucristo, se hace ofrenda, con su vida, enseñanzas y ejemplo, para salvarnos de nuestras faltas, perdonado nuestros pecados, que impiden seamos plenos en esta vida y tengamos la vida eterna (Hebreos 10, 11-14.18)

·     Al final de la vida terrena, que no sabemos ni cuándo, ni cómo, nos encontraremos con el “Hijo del hombre”, quien nos congregará entre sus elegidos (Marcos 13, 24-23)

Así que nuestra vida terrena (inicio) nos conducirá hacia la vida eterna (meta: salvar el alma, la vida), en cuanto hayamos vivido de tal manera que seamos reflejo del amor de Dios en nuestras relaciones interpersonales y con la creación, al ser éstas: fraternas, con amistad sincera y gratuita; respetuosas, los demás se sienten libres ante mí; serviciales, ayudando, echando una mano, para que los demás pueden vivir bien… Ésta manera de vivir, este modo de andar por la vida, es le modo de vivir que Jesús nos ha enseñado, es lo que nos salva.

¿Qué me impide vivir fraternalmente con los demás?... ¿Qué me impide vivir respetuosamente con los demás?... ¿Cómo vivir para alcanza la vida eterna?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí. 
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 13, 24-23) – noviembre 17, 2024 
Daniel 12, 1-3; Salmo 15; Hebreos 10, 11-14.18



Evangelio según san Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre". 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 Hay momentos en la vida en que sentimos que el sol se oscurece y la luna no da su resplandor; sentimos que se nos cayeron las estrellas; somos sacudidos y la oscuridad nos envuelve. ¿Has vivido momentos así? ¿Te sientes en un momento así? 

La Palabra irrumpe hoy la angustia oscura: ¡Dios viene! Toca enjugar las lagrimas y saber que Dios viene, que Él está cerca, a la puerta. El cielo y la tierra pasarán, pero su promesa a los justos no pasa, es eterna. Por ello podemos exclamar, sin ninguna razón lógica para la esperanza, pero sí con la certeza de la promesa de Dios: Protegeme Dios mío que me refugio en ti. 

Nos vamos disponiendo, al tono del adviento: tener esperanza basada en la certeza de que Él llega, y por ello "se me remueven las entrañas y se me alegra el corazón". Su llegada iluminará nuestro cielo, nos devolverá la luz y la belleza a nuestras vidas. ¡Oremos!🙏🏻🕯️🌟✨

#FelizDomingo

“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe”

Enrique Patiño, uno de los redactores de El Tiempo, periódico colombiano, publicó un artículo llamado “El mensaje secreto de la Biblia”, en el que cuenta los descubrimientos que un periodista ateo y un matemático han hecho en la Biblia. Lo que hicieron fue tomar el original del Antiguo Testamento en hebreo, eliminar todos los espacios entre las palabras y transformar el texto sagrado en un continuo de letras de 304.805 caracteres; después introdujeron esto en un computador y comenzaron a desentrañar los mensajes secretos que, se supone, hay contenidos en la Escritura.

Según el autor de este artículo, no hay nadie que refute el código que estos científicos han descubierto. “Nadie que demuestre aún la razón de tantas coincidencias, ningún estudioso del lenguaje hebreo, de las matemáticas ni de la teología que explique de dónde salen palabras entre las palabras. Nadie que revire contra el código secreto de la Biblia descubierto por el matemático israelí Eliayahu Rips y profundizado por el periodista ateo del Wall Street Journal, Michael Drosin”.

Dice el autor que, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los investigadores encontraron “en una misma página, las palabras Torres Gemelas, Derrumbadas, Dos veces y Avión; y más adelante: La próxima guerra, Las torres gemelas y Terroristas. Nada críptico. Nada parecido a las predicciones de Nostradamus. Todo tan claro que era difícil creerlo. Y una frase más: El fin de los días. Frase que se repitió en otro contexto, y con una probabilidad de uno entre 500.000 en una misma página junto con los nombres de Arafat, Sharon y Bush, líderes del Estado palestino, Israel y E.U. Rips y Drosin buscaron entonces una fecha. Y la encontraron junto a la frase Fin de los días, a la sentencia Holocausto atómico y junto a Guerra mundial: 5766, año hebreo equivalente a 2006. Hombre bomba y Terrorismo complementan la advertencia”.

Cada cierto tiempo, serios investigadores, descubren y publican sus conclusiones sobre la fecha del fin del mundo. Un tiempo después estuvo de moda que un 21 de diciembre se iba a acabar el mundo, según el calendario Maya. Hay personas que se dejan impresionar fácilmente por este tipo de afirmaciones; aunque, la verdad sea dicha, cada vez se van pareciendo más a la historia del pastorcito mentiroso... ya casi nadie les cree y no conmueven a la humanidad con sus amenazas catastróficas. Jesús nos invita a estar atentos a las señales que permiten reconocer el fin de los tiempos; “Aprendan esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas, y brotan sus hojas, se dan cuenta ustedes de que ya el verano está cerca. De la misma manera, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está a la puerta. (...) “El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. Y afirma enseguida, algo que puede dejarnos tranquilos: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre”.

De manera que la invitación que nos trae el Evangelio de hoy no es a vivir atemorizados con las fechas que los estudiosos publican cada cierto tiempo, sino a estar atentos a las señales que permiten reconocer el momento definitivo del “Encuentro con la Palabra” que no dejará de cumplirse, como salvación universal para toda su creación.


PLANTEARNOS LAS GRANDES CUESTIONES 

Al hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre «el fin del mundo». Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la «crisis ecológica». No se trata solo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no solo para el ser humano, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo. 

Poco a poco comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin salida, poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy, «progreso» no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida, sino a la muerte. La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el «vacío existencial» de tantos habitantes de las ciudades masificadas. 

Para detener el «desastre» es urgente cambiar de rumbo.

No basta sustituir las tecnologías «sucias» por otras más «limpias» o la industrialización «salvaje» por otra más «civilizada». Son necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías. Aquí comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios decisivos en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a «los cuatro ecologistas exaltados» y favorecer la indiferencia.

¿No ha llegado el momento de plantearnos las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el «sentido global» de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?

¿Qué es el mundo? ¿Un «bien sin dueño» que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo y conduce «los cielos y la tierra» hacia su consumación definitiva?

¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza, pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

DIOS NO TIENE FUTURO, ES UN ETERNO PRESENTE EN EL AQUÍ Y AHORA

Fray Marcos

Estamos en el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre los relatos de la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos proponen un discurso muy parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. Tampoco debe sorprendernos que admitiera el común sentir.

Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del lenguaje, como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir… y nunca llega. Desde Abrahán, a quien Dios dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por el Mesías definitivo, Israel vivió siempre esperando de Dios la salvación que le faltaba.

La apocalíptica fue una actitud vital y un género literario. La palabra significa “desvelar”. Escudriñaba el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nació en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a evitarlo. El futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo era que la gente aguantara el chaparrón en tiempo de crisis. 

Escatología, procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitiva­mente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predica­ción de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia.

Hasta aquí hemos afrontado la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma en el que nos movemos hoy. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema. Por una parte, sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro, sino que está en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo es un disparate. Sacar al hombre del tiempo y el espacio, es tarea inútil. 

Los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) son viejísimos conceptos mitológicos que hoy no nos sirven para nada. Sabemos con absoluta certeza que no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado. ¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola neurona operativa? Piensa por tu cuenta, no sigas tragando el pienso que otros han preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad no te espante. La realidad supera toda posible expectativa humana. Dios se ha dado todo, a cada uno, desde siempre.

Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. Hablar de lo que Dios ha hecho en el pasado o de lo que va hacer en el futuro, es proyectar sobre él nuestros anhelos. Dios es un eterno presente. En el aquí y ahora debemos descubrir lo que está siendo para nosotros siempre. En el aquí y ahora debemos hacer nuestra su salvación.

No esperes más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto tiempo. Salta de la pecera donde has estado confinado y descubre el océano. Ni Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que existe el mal y el bien (maniqueísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser nosotros los que decidamos.

Todos los seres humanos que han vivido una experiencia cumbre, han experimentado la verdadera salvación que consiste en una conciencia clara de lo que son. Para alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya es el hombre ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no necesitaríamos un Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo aquello que creemos necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás en la plenitud de ser y puedes vivir lo absoluto que hay en ti aquí y ahora.

No tienes que esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás absolutamente salvado. La plenitud está ya en ti. Solo tienes que tomar conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente. Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro instante mejor que este.

Todo miedo y ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya cumplidas sin limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado, lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo que eres y vívelo.

Todo el que te prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está engañando. Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir alguien a sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes descubrir en ti una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No esperes a mañana porque mañanas estarás en las mismas condiciones que hoy. Muchos seres humanos, a través de la historia lo han conseguido, ¿por qué no lo vas a conseguir tú?

 


jueves, 7 de noviembre de 2024

XXXII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

 XXXII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 38-444) – noviembre 10, 2024 
1 Reyes 17, 10-16; Salmo 145; Hebreos 9,24-28



A tres semanas del término de este año litúrgico (Ciclo B), continuamos con las lecturas en las que la Palabra nos enseña las actitudes necesarias para saber vivir la vida...

Evangelio según san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: "¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso".

En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: "Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir".

Reflexión:

¿Qué tan generoso puedo ser?

A lo largo del año litúrgico, hemos ido conociendo más la manera de como Dios nos salva, es decir, como nos libra de aquello que impide tengamos una vida terrena plena (dichosa, feliz); la Palabra, continúa capacitándonos y puliendo nuestros dones (capacidad e inteligencia), para saber vivir, siempre en relación con los demás y por ende con Dios.

La enseñanza de hoy, podríamos decir, que nos muestra cómo podemos relacionarnos con los demás:

·        el profeta Elías, sabe pedir lo que necesita y es agradecido

·       la viuda de Serepta (1 Reyes 17, 10-16), nos muestra tres actitudes que hacen vivir al estilo del Reino: honestidad (habla con la verdad), confianza (cree en la palabra) y generosidad (comparte lo que tiene)…

·     la viuda del evangelio, da todo… como Jesús, que entrega su vida, como sacrificio para salvarnos de nuestros pecados (Hebreos 9,24-28)

·        Jesús nos advierte, para tener cuidado de no buscar honores y evitar aprovecharnos de los débiles e indefensos…

Es nuestra fe (confianza) en Dios, que solo quiere nuestro bien, lo que nos hace reflejo de su imagen, en nuestras relaciones interpersonales; cuando damos lo mejor de nosotros, aunque parezca poco, Él lo multiplica y cuida de nosotros. El amor y la generosidad auténticos son más importantes que la cantidad o las apariencias; es el cómo lo damos y con qué corazón.

Dios siempre ve y aprecia la entrega sincera y humilde. Cuando confiamos en Él, incluso en los momentos más difíciles, Él cuida de nosotros y recompensa nuestra fe y generosidad. Al poner en práctica las enseñanzas de la Palabra, estaremos siendo testigos de nuestra fe y promotores del Reinado de Dios, en la vida ordinaria. Ánimo.

¿Qué situaciones en mi vida me desafían a confiar más en Dios?... ¿En qué forma comparto mis recursos, tiempo y talentos?... ¿Cómo vivir con un espíritu de entrega y servicio hacia los demás?

 

 

Alfredo Aguilar Pelayo  
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí. 
Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

XXXII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XXXII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 38-44) – noviembre 10, 2024  
1 Reyes 17, 10-16; Salmo 145; Hebreos 9,24-28

 


Evangelio según san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: "¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso".

En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: "Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

 El sacerdocio previo a Jesús, se ejercía ofreciendo una paloma, un cordero. En Jesús el sacerdocio consiste en ofrecerse a sí mismo. Ese es el sacerdocio que cada una y cada uno hemos recibido y estamos llamados a vivir en nuestras vidas. Lo vemos ilustrado este domingo con las acciones de dos mujeres, que ofrecen de lo poco que tienen, mostrando lo mucho que son; y eso mucho que son lo comparten con total humildad y libertad. Quién se entrega y comparte, contrario a la lógica del mundo, no se vacía ni se agota; siempre estará lleno y tendrá para compartir. Hay momentos en la vida en que sentimos que ya no nos queda casi nada, creemos que ya no hay lugar para la esperanza. La Palabra nos recuerda que aún en esos momentos hay que ejercer nuestro sacerdocio, así seremos saciados por Dios con lo que nunca se agota, nos devuelve la vida y nos llena de esperanza de nuevo. #FelizDomingo

“(...) ella, en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir” 

Desde En la revista Vida Nueva – España, se publicó hace algunos años, una historia parecida a la siguiente: Ocurrió en un restaurante de autoservicio de Suiza. Una señora de unos 75 años coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación, se sienta en una de las mesas del local. Apenas sentada se da cuenta que ha olvidado el pan. Se levanta, se dirige a coger un pan para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio. ¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra, sin inmutarse, un hombre de color. Un negro comiendo tranquilamente.

"¡Esto es el colmo, – piensa la señora –, pero no me dejaré robar!" Dicho y hecho. Se sienta al lado del negro, parte el pan en pedazos, los mete en el tazón que está delante del negro y coloca la cuchara en el recipiente. El negro, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio. Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de espagueti y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se despiden. "¡Hasta la vista!", dice el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. "¡Hasta la vista!", responde la mujer, mientras ve que el hombre se aleja.

La mujer le sigue con una mirada reflexiva. "¡Qué situación más rara! El hombre no se inmutó". Una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla. Pero ¡sorpresa!, el bolso ha desaparecido. Entonces... aquel negro... Iba a gritar "¡Al ladrón!" cuando, al mirar hacia atrás, para pedir ayuda, ve su bolso colgado de una silla, dos mesas más allá de donde estaba ella. Y, sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo ya frío...

Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que consideramos peligrosas. Este hombre no tuvo ningún reparo en compartir su alimento con una señora mayor que se empeñó en que ese era su tazón de caldo. Y no sólo compartió con ella el caldo, sino también el plato de espagueti. A lo mejor era ‘todo lo que tenía para vivir’ y, sin embargo, lo comparte con toda naturalidad, convencido de que la señora está pasando un mal momento y no tiene nada para comer.

Llama la atención en este texto del evangelio de san Marcos, que Jesús tiene una mirada contemplativa sobre la realidad, y de la entraña de esta misma realidad, va extrayendo su sabiduría. No está en otra parte el saber de Dios. “Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos”. San Marcos no dice que Jesús pasaba por allí o que estaba orando y vio esta escena... Dice explícitamente que Jesús estaba allí mirando cómo la gente echaba dinero en los cofres de las ofrendas. Seguramente ninguno de nosotros ha hecho esto nunca. Y buena falta que nos haría. Mirar la vida, mirar lo que pasa a nuestro alrededor, sería la mejor manera de aprender sobre los secretos del reino que están ocultos para los sabios y entendidos, pero se revelan, de una manera sorprendente, a los de corazón sencillo.

Por eso el Señor advertía contra las enseñanzas de los sabios de su tiempo: “Cuídense de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en las plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y para disimularlo hacen largas oraciones. Ellos recibirán mayor castigo”. La sabiduría del Señor era completamente distinta. No para recibir honores y alabanzas de la gente, sino para desentrañar los secretos del reino que están escondidos entre la vida de la gente sencilla. Pidamos al Señor que sepamos descubrir sus secretos en medio de la vida de los pobres que son capaces de compartir aún lo poco que tienen para vivir.

NEUROSIS DE POSESIÓN 

Una de las aportaciones más valiosas del evangelio al hombre contemporáneo es la de ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad enferma de «neurosis de posesión».

El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada persona es, sino en lo que cada persona tiene. Lo importante es «tener» dinero, prestigio, poder, autoridad... El que posee esto sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto queda descalificado.

Desde los primeros años, al niño se le educa más para «tener» que para «ser». Lo que interesa es que se capacite para que el día de mañana «tenga» una posición, unos ingresos, un nombre, una seguridad. Así, casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la competencia y la rivalidad.

Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente empobrece a las personas. La demanda de afecto, ternura y amistad que late en todo ser humano es atendida con objetos. La comunicación queda sustituida por la posesión de cosas.

Las personas se acostumbran a valorarse a sí mismas por lo que poseen. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda solidaria, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad, solidaridad y preocupación por los derechos del otro.

Por eso cobra especial relieve en nuestros días la invitación de Jesús a valorar a la persona desde su capacidad de servicio y solidaridad. La grandeza de una vida se mide en último término no por los conocimientos que posee, ni por los bienes que ha conseguido acumular, ni por el éxito que ha podido alcanzar, sino por la capacidad de servir y ayudar a otros a vivir de manera más humana.

Cuántas gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados que muchos protagonistas de la vida social, política o religiosa, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.

 

EL VALOR RELIGIOSO DE LA LIMOSNA NO ESTÁ EN REMEDIAR UNA NECESIDAD

Fray Marcos

Nos encontramos en los últimos versículos del c. 12. Jesús una vez más, enseña. A pesar de que el episodio que hemos leído se reduce a cuatro versículos, tiene una profundidad enorme. Es el mejor resumen que se puede hacer del evangelio. La parafernalia religiosa no tiene ningún valor espiritual; lo que importa es el interior de cada persona. Seguramente el relato fue en su origen una parábola que se convirtió en relato real.

Este simple relato deja clara la crítica de Jesús a la religión de su tiempo. Señala la diferencia entre religión y espiritualidad; entre cumplimiento y vivencia; entre rito y experiencia de Dios. Hoy seguimos dando más importancia a lo externo que a una actitud interior. A la religión sigue interesándole más que seamos fieles a doctrina, ritos y normas. Seguimos estando más pendientes de lo que hacemos que de nuestra actitud vital.

Queda claro el talante de Jesús. Hoy le hubiéramos dicho a la viuda: no seas tonta; no des esas monedas a los sacerdotes; tienen más que tú. Utilízalas para comer. Pero Jesús, que acaba de criticar los trapicheos del templo, descubre la riqueza espiritual que manifiesta la viuda y reconoce que a ella sí le sirve ese modo de actuar, porque es reflejo de su actitud con Dios. Alejada de todo cálculo, se deja llevar por el sentimiento religioso más genuino.

Muchos ricos echaban cantidad. Las monedas se depositaban en una especie de embudos enormes en forma de bocina, colocados a lo largo del muro. La amplia boca de las bocinas de bronce permitía lanzar las monedas desde una distancia considerable. Los ricos podían oír con orgullo el sonido de sus monedas al chocar con el metal. Lo que echó la viuda fueron dos monedas del más bajo valor. Hoy serían dos céntimos, cantidad ridícula.

Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. El comienzo “en verdad os digo” indica que lo que sigue es muy importante. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es nueva en la religiosidad judía; se encuentra en muchos comentarios del AT. Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo de auténtica actitud religiosa. Esta es la originalidad de la propuesta.

Dio todo lo que tenía para vivir. Para captar la fuerza de esta frase final, debemos tener en cuenta que en griego “bios” significa no sólo vida, sino también, modo de vida, recursos, sustento; sería el conjunto de bienes imprescindibles para la subsistencia. Hoy nosotros podíamos emplear otros términos: “víveres” o “sustento”. Dio todo lo que constituía su posibilidad de vivir. Equivaldría a poner su vida en manos de Dios.

Jesús ya había llevado a cabo la “purificación del templo”. Sabemos su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su crítica al expolio de los pobres en nombre de Dios para que los sacerdotes vivieran como reyes. El templo era el centro económico de todo el país, basada en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar al templo el diezmo de todo lo que cosechaban, además de proponer encarecidamente donativos voluntarios. También era el lugar donde todos los judíos, incluso de la diáspora, guardaban sus bienes más preciados.

En contra de lo que solemos pensar, el evangelio nos está diciendo que el principal valor de la limosna no es socorrer una necesidad perentoria de otra persona, sino mostrar una verdadera actitud religiosa. La limosna de la viuda, a pesar de su insignificancia, demuestra una actitud de total confianza en Dios y de total disponibilidad. En nuestra relación con Dios no sirven de nada las apariencias. La sinceridad es la única base para que la religiosidad sea efectiva. No podemos engañar a Dios ni debemos engañarnos con acciones calculadas.

No se trata directamente de generosidad, sino de desprendimiento. Lo que el evangelio deja claro es que el egoísmo y el amor son dos platillos de la misma balanza, no puede subir uno si el otro no baja. Nuestro error consiste en creer que podemos ser generosos sin dejar de ser egoístas. Lo que Jesús descubre en la viuda pobre es que, al dar todo lo que tenía, el platillo del ego bajó a cero; con lo que, el platillo del amor había subido hasta el infinito. Si mi limosna no disminuye mi egoísmo, no tiene valor espiritual.

El evangelio de hoy, ni cuestiona ni entra a valorar la limosna desde el punto de vista del necesitado, porque lo que la viuda echó en el cepillo no iba a solucionar ninguna necesidad. Se trata de valorar la limosna desde el punto de vista del que la hace. Es una perspectiva que solemos olvidar, por eso nuestros donativos terminan valorándose según la repercusión bienhechora que tengan en los destinatarios de la limosna. Es un error.

La limosna de la que hoy se habla no es la que salva al que la recibe, sino la que salva al que la da. La diferencia es tan sutil que corremos el riesgo de hablar hoy de tanta necesidad acuciante y, por tanto, de la necesidad de hacer limosna para remediar esas necesidades. Hoy se trata de dilucidar si ponemos nuestra confianza en la seguridad que dan las posesiones o en Dios, que no nos va a dar ninguna seguridad.

La motivación de la limosna no debe ser remediar la necesidad de otro sino el manifestar el desapego de las cosas materiales y afianzar nuestra confianza en lo que vale de verdad. La cuantía de la limosna en sí no tiene ninguna importancia; solo tendrá valor espiritual si el hacerla, supone privarme de algo. Dar de lo que nos sobra, puede aliviar la carencia de otro, pero no tiene ningún valor religioso para mí. Mi limosna valdrá solo cuando me duela.

El que recibe una limosna puede estar necesitado de lo que recibe; en ese caso, la limosna ha cumplido un objetivo social. Ese objetivo no es lo esencial. El que recibe una limosna, puede aceptarla sin descubrir la calidad humana del que se la ha dado. O puede darse cuenta de que la actitud del otro le está invitando a ser también él más humano. Si esto segundo no sucede, es que la limosna como acto religioso ha fallado para el que la recibe.

El que la da, puede dar de lo que le sobra; o puede ser que se prive de algo que necesita. En el primer caso podía demostrar la renuncia al afán de acaparar y buscar en las riquezas la única seguridad que me tranquiliza. En el segundo, entramos en una dinámica de desprendimiento que expresa auténtica religiosidad. Un necesitado podría dar una limosna al que no la necesita. En ese caso, el objetivo religioso, del que la da, se cumple. A veces no damos limosna, porque pensamos que no va a utilizarse para remediar una necesidad.

Solo cuando das lo último que te queda, demuestras que confías absolutamente. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo, decía S. Ambrosio: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Un famoso escritor actual dijo en una ocasión: solo se gana lo que se da; lo que se guarda se pierde. La viuda, al renunciar a toda seguridad, pone de manifiesto la verdadera pobreza.

 

 


sábado, 2 de noviembre de 2024

XXXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

 XXXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 28b-34) – noviembre 3, 2024 
Deuteronomio 6, 2-6, Salmo 17, Hebreos 7, 23-28



Hoy, el evangelio nos recuerda cómo Jesús, el sacerdote eterno, en su respuesta al escriba, nos advierte cómo es que podemos tener una vida que valga la pena vivir…

Evangelio según san Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?".

Jesús le respondió: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".

El escriba replicó: "Muy bien, Maestro. Tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios".

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios". Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexión:

¿Cómo tener una vida plena y feliz?

Para comprender mejor el pasaje del evangelio, vemos al escriba, preguntarle a Jesús cuál era el mandamiento más importante, de la Ley; ellos, los escribas, eran expertos en la ley judía, encargados de su enseñanza, interpretación y transcripción de la misma; consideremos como contexto, que la ley incluía los 10 mandamientos de Moisés y los 613 preceptos y mandatos que surgían de la Torá; para ellos, el cumplirla  era “lo más importante” para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y mantener una relación justa y santa con Él. A través de la observancia, mantenían una relación de pacto con Dios, aseguraban la protección divina y reafirmaban su papel como pueblo santo.

Jesús responde, primero, citado el Shemá, escucha Israel (Deuteronomio 6, 4-5), … oración que hacían los judíos, tres veces al día, que recordaba la obligación de amar a Dios con todo el corazón, alma y fuerzas; Dios por encima de todo… segundo, le agrega un mandamiento más, une el amor a Dios con el amor a los hermanos:

·        amar a al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Lo cual implica un nuevo sentido a la ley, una conjunción, entre el amor a Dios y el amor entre las personas; así, la ley más importante es la del amor: amor a Dios Y amor a los hermanos. Jesús le da plenitud a la ley, la cual hoy, sigue vigente.

Lo que Dios quiere para todos nosotros, es que tengamos una vida (terrenal) que valga la pena vivir, la cual podremos alcanzar en cuanto, vivamos con actitudes que nos relacionen con Dios y los demás de manera:

·        fraterna (de amistad gratuita, sin chantajes, ni manipulaciones),

·        respetuosa (los demás se sienten libres ante mí, sin imposiciones o condicionamientos),

·        servicio (ayuda oportuna, sin ahogar o borrar al otro).

Por tanto, si vivimos la ley del amor, estaremos cada vez más cerca del “Reino de Dios”, que es paz, justicia y bien común.

 

¿Cómo mejorar mis relaciones interpersonales?... ¿Cómo escuchar más y mejor a los demás?... ¿Cómo echar una mano a quién lo necesita, con respeto y fraternidad?

 

PD. Hoy, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), nos convoca a una Jornada Nacional de Oración por la Paz … para abrazar y consolar a quienes sufren, en nuestro país, donde la violencia desfigura la dignidad de la vida humana.

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Para profundizar, leer aquí.

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

XXXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XXXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 28b-34) – noviembre 3, 2024 
Deuteronomio 6, 2-6, Salmo 17, Hebreos 7, 23-28

 


Evangelio según san Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?".

Jesús le respondió: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".

El escriba replicó: "Muy bien, Maestro. Tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios".

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios". Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 
Hernán Quezada, SJ 

Amar y luego amar, esa es la llamada fundamental que tenemos. Para amar Dios nos creó, nuestra “savia” es el amor. Para examinarnos con profundidad, hay que preguntarnos sobre el amor, ¿estoy amando? ¿en dónde, con quién me está faltando amor? Porque el día del Encuentro, sobre ello es que seremos cuestionados, sobre cuánto logramos vivir en el amor.

Porque amamos perdonamos, servimos, rescatamos; cuidamos y buscamos, creamos y transformamos, es el modo de vivir plenamente en Dios. Nuestra vocación al amor tiene un aspecto de totalidad: con todo entendimiento, con todo el corazón, con todo el ser. No debe quedar nada de "no amor". 

Se suele decir que primero hay que comenzar por amarnos a nosotros mismos, y es verdad que el amor propio es importante, pero la trampa consiste en olvidar, que sólo quien ama a los demás llega a aceptarse a sí mismo. Oremos para que Dios aumente nuestro deseo de amar, que remueva barreras y rencillas que nos empobrecen y no nos permiten con todo y en todo amar. #FelizDomingo

“Ningún mandamiento es más importante que estos”

Desde los tiempos de Jesús, las personas han querido separar los dos mandamientos más importantes de la ley de Dios. O aman a Dios sobre todas las cosas, viviendo una espiritualidad exclusivamente vertical, o aman sólo a su prójimo, viviendo una espiritualidad exclusivamente horizontal. Hay una historia que puede ayudarnos a entender lo funesto que puede resultar separar estos dos vectores que deben coexistir simultáneamente en nuestra espiritualidad: Creer en Dios es creer en los hermanos/as y desearles lo mejor; y creer en los hermanos/as y desearles lo mejor, es también creer en Dios.

Cuentan que un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaron de muchas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios. El peluquero dijo: – Fíjese, caballero, que yo no creo en la existencia de Dios, como usted afirma. – Pero, ¿por qué dice usted eso? – preguntó el cliente. – Pues es muy fácil, – respondió el peluquero – basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame, ¿si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños abandonados, y tanto sufrimiento en este mundo? No puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas. El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión con un hombre que pasaba a cada momento su navaja afilada muy cerca de su garganta...

El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Apenas dejaba la peluquería, cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largos, que parecía no haber visitado una peluquería hacía mucho tiempo. Entonces, el hombre entró de nuevo a la peluquería y le dijo al peluquero: – ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta de que los peluqueros no existen. – ¿Cómo que no existen? – preguntó el peluquero –. Si aquí estoy yo y soy peluquero. – ¡No!, Dijo el cliente, no existen porque si existieran, no habría personas con el pelo así y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. – ¡Ahh!, los peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí. ¡Exacto! – Dijo el cliente. – Ese es el punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia El y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria en este mundo.

Cuestionar la existencia de Dios porque hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse que nuestra fe en Dios exige, precisamente, que nos ocupemos de los demás, como Dios quiere. Y que en la medida en que nosotros colaboramos con la obra de Dios, que es construir seres humanos plenos, según la estatura de Jesús, estamos haciendo creíble la fe en este Dios. No podemos separar la fe en Dios del mandamiento de la caridad para con nuestro prójimo; pero tampoco podemos separar la caridad con nuestro prójimo, de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús quería resaltar cuando le responde al maestro de la ley que nos presenta el Evangelio hoy. Por tanto, deberíamos decir, con este maestro: “Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: hay un solo Dios, y no hay otro fuera de él. Y amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios que se queman en el altar”. Sólo así, podremos escuchar de Jesús aquello de “No estás lejos el reino de Dios”. Estaremos cerca del reino de Dios si no separamos estos dos mandamientos.

 

LO PRIMERO DE TODO

Hay pocas experiencias cristianas más gozosas que la de encontrarnos de pronto con una palabra de Jesús que ilumina lo más hondo de nuestro ser con una luz nueva e intensa. Así es la respuesta a aquel escriba que le pregunta: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Jesús no duda. Lo primero de todo es amar. No hay nada más decisivo que amar a Dios con todo el corazón y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. La última palabra la tiene siempre el amor. Está claro. El amor es lo que verdaderamente justifica nuestra existencia. La savia de la vida. El secreto último de nuestra felicidad. La clave de nuestra vida personal y social.

Es así. Personas de gran inteligencia, con asombrosa capacidad de trabajo, de una eficacia sorprendente en diversos campos de la vida, terminan siendo seres mediocres, vacíos y fríos cuando se cierran a la fraternidad y se van incapacitando para el amor, la ternura o la solidaridad.

Por el contrario, hombres y mujeres de posibilidades aparentemente muy limitadas, poco dotados para grandes éxitos, terminan con frecuencia irradiando una vida auténtica a su alrededor sencillamente porque se arriesgan a renunciar a sus intereses egoístas y son capaces de vivir con atenta generosidad hacia los demás.

Lo creamos o no, día a día vamos construyendo en cada uno de nosotros un pequeño monstruo de egoísmo, frialdad e insensibilidad hacia los otros o un pequeño prodigio de ternura, fraternidad y solidaridad con los necesitados. ¿Quién nos podrá librar de esa increíble pereza para amar con generosidad y de ese egoísmo que anida en el fondo de nuestro ser?

El amor no se improvisa, ni se inventa, ni se fabrica de cualquier manera. El amor se acoge, se aprende y se contagia. Una mayor atención al amor de Dios revelado en Jesús, una escucha más honda del evangelio y una apertura mayor a su Espíritu pueden hacer brotar poco a poco de nuestro ser posibilidades de amor que hoy ni sospechamos.

 

EN DIOS EL AMOR SE IDENTIFICA CON UNIDAD

Hoy cambiamos de escenario. Jesús lleva ya unos días en Jerusalén. Ha realizado ya la purificación del templo; ha discutido con los jefes de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos sobre su autoridad para hacer tales cosas; con los fariseos y herodianos sobre el pago del tributo al César; con los saduceos sobre la resurrección. El letrado que se acerca hoy a Jesús no demuestra ninguna agresividad, sino interés por la opinión del Rabí.

La pregunta tiene sentido porque la Torá contiene 613 preceptos. Para muchos rabinos todos los mandamientos tenían la misma importancia, porque eran mandatos de Dios y había que cumplirlos solo por estar mandados. Para algunos el mandamiento más importante era el sábado. Para otros el amor a Dios era lo primero. Aunque Jesús responde recitando la “shemá”, da un salto en la interpretación, uniendo ese texto del Deuteronomio, que hablaba solo del amor a Dios, con otro en (Lv 19,18) que habla del amor al prójimo.

El amor a Dios fue un salto de gigante sobre el temor al Dios amo poderoso y dueño de todo. En el AT el amor a Dios debía ser absoluto, “sobre todas las cosas”. El amor al prójimo era relativo, “como a ti mismo”. Según la Tora, era perfectamente compatible un amor a Dios y un desprecio absoluto, no solo a los extranjeros sino también a amplios sectores de la propia sociedad judía, a quienes creían rechazados por el mismo Dios.

Según Jesús la palabra mandamiento tiene que dar un cambio radical y significar algo muy distinto cuando la aplicamos a Dios. Dios no manda nada. Dios no hace leyes, sino que pone en la esencia de cada criatura el plano, la hoja de ruta para llegar a su plenitud. Dios no “quiere” nada de nosotros ni para nosotros. Su “voluntad” es la más alta posibilidad que se encuentra en cada criatura, no algo añadido desde fuera después de haberla creado.

En Juan los dos mandamientos se convierten en uno solo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Jesús no dice que le amemos a él, ni que amemos a Dios, ni que ames al prójimo como a ti mismo, sino que ames a los demás como él los ha amado. El cambio no puede ser más radical. Aún no nos hemos dado cuenta de esta novedad. Dios no es un ser separado de mí, al que debo amar, sino el amor que me permite sentirme uno con todos.

En nosotros el amor es una cualidad que puedo tener o no tener. En Dios el amor es su esencia. Si dejara de amar, dejaría de ser. Lo que queremos decir cuando hablamos del amor a Dios o del amor de Dios no tiene nada que ver con lo que queremos significar cuando hablamos del amor humano. El amor humano es siempre una relación entre dos. El amor de Dios es la identificación de dos. De este amor es del que habla el evangelio.

Se trata de una posibilidad específicamente humana. El amor-Dios y nuestro amor no son grados distintos de la misma realidad, sino realidades sustancialmente distintas. Dios no se puede relacionar con las criaturas como lo hacemos nosotros, porque no está fuera de ninguna de ellas. Nosotros podemos relacionarnos con las demás criaturas, pero no con Dios porque es nuestro ser. Vivir esto nos permite identificarnos con los demás y amarlos.

Una vez más el lenguaje nos juega una mala pasada. La palabra “amor” es una de las más manoseadas del lenguaje. Hablar con propiedad de Dios-Amor-Unidad, es imposible. Nuestro lenguaje es para andar por casa. Al emplearlo para hablar de lo divino se convierte en trampa que pretende ir más allá de lo que puede expresar. Intentar llegar a Dios con nuestros conceptos es inútil. La manera de trascender el lenguaje es la vivencia. Solo la intuición puede llevarnos más allá de todo discurso. Solo amando sabrás lo que es el amor.

En realidad, el camino hacia el amor empezó en las primeras millonési­mas de segundo después del Big-Bang; cuando las partículas primigenias se unieron para formar unidades superiores. Esta tendencia de la materia a formar entidades más complejas, lleva en sí la posibilidad de perfección casi infinita. La aparición de la vida, que consigue integrar billones de células, fue un gran salto hacia esa capacidad de unidad. No sabemos que es la vida biológica, pero conocemos sus efectos sorprendentes. Dios es otra Vida que unifica todo.

Llegada la inteligencia y superada la pura racionalidad el ser humano está capacitado para alcanzar una unidad que no es la del egoísmo individual. Un conocimiento más profundo y una voluntad que se adhiere a lo mejor, hacen posible una nueva forma de acercamien­to entre seres que pueden llegar a un grado increíble de unidad, aunque no sea física. Descubierta esa unidad, surge lo específicamente humano. Esta capacidad de salir de la individualidad e identificarme con Dios y con el otro, es lo que llamamos amor.

Este amor es consecuencia de un conocimiento, pero no racional. Es inútil que nos empeñemos en explicar por qué debemos amar a los demás. Este amor solo llegará después de haber experimentado la presencia en nosotros del Amor que es Dios. Lo mismo que llamamos vida a la fuerza que mantiene unidas a todas las células de un viviente, podemos llamar AMOR a la energía que mantiene unidos a todos los seres de la creación. Si descubro que la base de todo ser es lo divino, descubriré la “razón” del verdadero amor.

Todos los místicos de todas las religiones de todos los tiempos han llegado a la misma vivencia y nos hablan de la indecible felicidad de sentirse uno con el Todo y fuera del tiempo. Esa sensación de integración total es la máxima experiencia que puede tener un ser humano. Una vez llegado a ese estado, el ser humano no tiene nada que esperar. Fijaos hasta qué punto demostramos nuestro despiste, cuando seguimos llamando “buen cristiano” al que va a misa, confiesa y comulga, solo porque tiene asegurada la otra vida. Ser cristiano no es el objetivo último del hombre, solo un medio para llegar a amar.

No debo comerme el coco tratando de averiguar si amo a Dios. Lo que tengo que examinar es hasta qué punto estoy dispuesto a darme a los demás. Solo eso cuenta a la hora de la verdad. El amor teórico, el amor que no se manifiesta en obras y actitudes concretas, es una falacia. Ya lo decía Juan en su primera carta: “Si alguno dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, es un embustero y la verdad no está en él”. Pero es imprescindible que nos examinemos bien. No debemos confundir amor con instinto. Si apartamos de nuestro amor a una sola persona, todo lo demás es egoísmo.

El amor planteado desde la razón no tiene sentido, porque la razón nunca te llevará a amar con el amor que nos propone Jesús. Tampoco podemos entenderlo como mandamiento que obliga desde fuera con normas o preceptos. Aprender a amar es la tarea más importante para todo ser humano. La religión debía ser un instrumento que me permitiera desplegar esa capacidad de amar. Nadie puede sustraerse a la necesidad de crecer en humanidad. Pues ser más humano es ser capaz de amar más. Todo lo demás será tarea inútil.

 

 

XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Reflexión)

  XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B ( Marcos 13, 24-23 ) – noviembre 17, 2024  Daniel 12, 1-3; Salmo 15; Hebreos 10, 11-14.18 En ...