miércoles, 29 de octubre de 2025

Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos – Ciclo C (Reflexión)

 Conmemoración de todos los Fieles Difuntos Ciclo C

Noviembre 2, 2025 

Isaías 25, 6. 7-9  / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-18



En este día que recordamos a los Fieles Difuntos, podemos agradecer su vida, por una parte y por otra, recordar que somos seres finitos y que un día habremos de morir.

Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para siempre”.

Reflexión:

¿Qué tanto quiero la vida eterna?

Como reflexión en este día de los Fieles Difuntos, podremos recordar en primera instancia, que algún día, todos y cada uno de nosotros habremos de morir; suena fuerte, pero es una realidad y hay que asumirla.

Somos “creaturas o criaturas”, o sea seres creados por Dios; san Ignacio de Loyola, en el Principio y Fundamento (PyF) de los Ejercicios Espirituales, nos dice: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.” [23]

Explicando un poco el PyF, para luego conectarlo con la liturgia de hoy:

·      el “es criado”, en palabras de Joseph Rambla SJ, “no dice que «ha sido creado», sino que «es creado», es decir, que el acto creador de Dios se da en el presente y en la medida que el ser humano vive conscientemente este presente se adentra en el acto creador que le recrea a cada instante desde la profundidad de sí mismo”, además,

·      se tiene un “para”, es decir tenemos un fin, un sentido o propósito de vida: “salvar su alma”. O en palaras de Carlos Morfín SJ, “… tener una vida que valga la pena vivir”.

Podría decir, en conclusión que hemos sido creados para la vida, una vida terrena y una vida eterna, después de nuestro peregrinaje en este mundo. Así, la visión del profeta Isaías (Is 25, 6. 7-9), en la que el Señor dará un banquete a todos, como comienzo de una nueva época (vida eterna), de alegría sin fin… ¡a la que estamos llamados!

O como en la breve lectura de san Pablo, que nos invita a no vivir tristes, ya que morir “con Jesús” es, para vivir con él, perpetuamente; nos da esperanza ante la realidad de la muerte terrena; “si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4, 13-14. 17-18)

El camino de acceso a la vida plena para la cual “somos criados”, la comenzamos a construir en esta vida terrena, alimentándonos de la fuente de vida, Jesús, hijo del Padre, que se nos ofrece a sí mismo como alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”, y que en cada celebración de la eucaristía recordamos.

Jesús, nos fortalece con su Palabra, que nos enseña a vivir, esa vida que vale la pena vivir, nos muestra el camino hacia la vida plena, después de nuestra muerte. Hay que aprender a vivir y a morir, para que no se nos aplique la frase, de Facundo Cabral: "Qué cosa tan extraña es el hombre: nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere".

¿Cuál es la ‘vida buena’ que Dios quiere para todos?... ¿Qué me alienta a saber vivir?... ¿Cómo construir una vida feliz?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos – Ciclo C (Profundizar)

 Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos Ciclo C

Noviembre 2, 2025 

Isaías 25, 6. 7-9  / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-18




Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para siempre”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva                 

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

 

“(…) yo lo resucitaré en el último día”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En un lugar apartado de la República de Irlanda existe una caverna construida más o menos cuatro mil años antes de Cristo, conocida actualmente como Newgrange. Los arqueólogos que la descubrieron, encontraron restos humanos al fondo de la gruta, excavada en las laderas de una montaña. Es un lugar que atrae a muchos turistas cada año. El motivo de esta atracción no son sólo los restos humanos que se pueden hallar al fondo de la gruta, cosa relativamente común en muchas culturas. Se trata de una obra maestra de la creatividad humana, pues para construir esta gruta, los habitantes de aquellas tierras tuvieron que alcanzar altos conocimiento de ingeniería y astronomía. Su posición permite que los primeros rayos de sol del día 21 de diciembre, entren hasta el fondo oscuro de la tumba… Desde luego, hace falta que no esté lloviendo ni haya nubes… cosa relativamente difícil en medio del invierno irlandés… El día en que la noche es más larga en el hemisferio norte, los habitantes de estas tierras quisieron que sus muertos recibieran la luz del sol al amanecer… Así crearon un poderoso símbolo de lo que esperaban para sus muertos: Una vida más allá de la muerte. Una luz que ilumina la noche más oscura del año. Una esperanza primaveral que comienza a abrirse paso en medio de la noche más oscura del invierno y de la muerte.

Desde siempre, los seres humanos nos hemos preguntado sobre lo que sigue después esta vida terrena: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Somos finitos y perecederos? ¿Tenemos esperanza de encontrar algo más allá de la muerte? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Hacia dónde vamos? Estas preguntas han sido las que llevaron a los egipcios, 2500 años antes de Cristo, a construir las pirámides para honrar las tumbas de sus faraones muertos y para garantizarles un paso hacia la otra vida. La más importante de estas pirámides es una montaña formada por dos millones seiscientos mil bloques de piedra, acarreados y ensamblados quien sabe cómo, con un volumen total de más de dos millones y medio de metros cúbicos y un peso superior a los siete millones de toneladas…

Esta aspiración fue la que llevó a los chinos, 250 años antes de Cristo, a erigir la monumental obra que conocemos como los guerreros de terracota de Xian, para acompañar al primer emperador de la dinastía Qin en su camino hacia la otra vida… No son sino 20 mil figuras, todas diferentes y de tamaño natural, que representan a todo su ejército. Iguales o parecidas manifestaciones encontramos en nuestras culturas precolombinas; son famosas las pirámides de las culturas Maya y Azteca en Mesoamérica y las construcciones para honrar a los muertos del Imperio Inca en el actual Perú.

Otra de las maravillas del mundo, construida entre los años 1631 y 1654, el Taj Mahal, monumento al amor de un hombre por sus esposa, muerta a los 39 años, mientras daba a luz su decimocuarto hijo, expresa la fuerza de esta esperanza que ha acompañado a la humanidad desde los albores de las civilizaciones, hasta el día de hoy…

Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, vino a dar cumplimento a esta aspiración humana, que hace entrar en comunión a todas las culturas y razas del mundo entero, a lo largo de toda la historia: “Les aseguro que si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna”. Para los que creemos en Jesús, muerto y resucitado, la muerte no tiene la última palabra. La luz del sol que irrumpe en medio de la noche de la muerte en la caverna de Newgrange, es la vida de Cristo resucitado. Vivamos con esperanza la pascua de nuestros seres queridos y confiémoslos al amor de Dios que nos promete una cosecha abundante y una vida eterna.

 

LO DECISIVO ES TENER HAMBRE

José Antonio Pagola

El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Solo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come, vivirá por mí».

El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».

Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.

Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.

Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.

Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.

 

DÍA DE RECUERDO Y AGRADECIMIENTO (Difuntos Jn 3, 3-7)

Fray Marcos

Este año podemos celebrar la fiesta de los difuntos como Dios manda. Es muy significativa la identificación que ha hecho el pueblo de esta fiesta de “todos los santos” con la de “todos los difuntos”, hasta el punto de que para muchos son una sola fiesta.

El nacimiento a vida biológica y la muerte son las dos caras de la misma moneda. No puede existir una sin la otra. Sin muerte no hay vida. El miedo no tiene ningún sentido. Todo lo que de mí se consume es escoria, lo que vale de veras, permanecerá siempre.

La celebración de la eucaristía, bien entendida, puede ayudarnos a encontrar el verdadero sentido de esta celebración. Es el sacramento de la unidad, o del amor que es lo mismo. En él podemos experimentar que algo nos une a Dios y a los demás, vivos o muertos. La mejor manera de sentirnos unidos a nuestros difuntos, es sentirnos unidos a Dios.

Es curioso que la principal celebración de nuestra religión sea la celebración de una muerte. Celebración alegre y gozosa, porque sabemos que a la vez que muerte, es también vida. Pero, además, ‘eucaristía’ en griego significa ‘acción de gracias’ y este es el profundo significado que tiene recordar a nuestros seres queridos fallecidos.

El agradecimiento no debe limitarse a los padres, abuelos, bisabuelos, etc. sino a todos los seres vivos que han permitido que yo esté aquí en este momento. No podemos imaginar la cantidad de muertes que han sido necesarias para que mi vida sea posible. Desde la primera arquea hasta mí, ha tenido que mantenerse la cadena de la vida.

Si un solo eslabón se hubiera roto en el proceso, yo no estaría aquí. Si tenemos en cuenta que los primeros seres vivos duraban solo unas horas, y que han pasado cerca de catorce mil millones de años, podemos pensar que miles de billones de vidas fueron necesarias para que mi vida surgiera. Mi vida dependió de ellas y a todas debo estar agradecido.

Tratemos de descubrir ese futuro desde Dios. ¿Por qué nos empeñamos en imaginar un más allá conforme a nuestra limitación actual? Pretender que permanezca nuestra condición de criatura limitada no tiene mucho sentido. Lo contingente es perecedero. Lo único que permanece de nosotros es lo que ya tenemos de trascendente.

Alguien ha dicho que amar es decirle al otro: no morirás. Si el que ama es Dios, tú permanecerás para siempre. Aquello por lo que conectamos con Dios, nos hace eternos. Ese punto no puede ser lo biológico. Permaneceré en la medida que muera a mi ego.

Cuando Jesús le dice a Nicodemo: “hay que nacer de muevo”, le está invitando a encontrar una Vida (con mayúscula) trascendente, la del Espíritu. Una Vida que ya poseemos mientras desplegamos nuestra vida (con minúscula), la biológica.

Esa Vida es la verdadera, la definitiva, porque la biológica termina sin remedio, pero la espiritual no tiene fin. Cada vez que oigamos en la Escritura “vida eterna”, debemos entender: Vida definitiva, que es el aspecto más interesante de la vida del más acá.

 

jueves, 23 de octubre de 2025

Domingo XXX Tiempo Ordinario – Ciclo C (Reflexión)

 Domingo XXX Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 18, 9-14) – octubre 26, 2025 
Eclesiástico (Sirácide) 35, 15b-17. 20-22a / Salmo 33 / 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18


Lo que la liturgia de hoy nos propone, es darnos cuenta de que, la autenticidad y la humildad, que es lo que le agrada a Dios y al vivir de esa manera, nos trae la salvación, en el juicio final.

Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’. Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Reflexión:

¿Cómo soy ante el Señor, y los demás?

Hoy podemos reflexionar lo siguiente, sobre lo que nos dicen las lecturas, comenzando por el evangelio, donde se nos presentan en la parábola, dos tipos de personas:

§  el fariseo, quien en su tiempo era una “buena persona”, que oraba, cumplía la ley … y

§  el publicano, a quien por ser cobrador de impuestos para el imperio romano, se le consideraba “una mala persona” …

Considerando que, cada uno de ellos también tenía unas actitudes que, desde la mirada de Jesús, hoy, también a nosotros nos impiden o acercan a estar en sintonía con Él.

Por una parte tenemos al “bueno” (el fariseo), que es arrogante, pagado de si mismo, soberbio y se cree superior a los demás, por sus “cosas buenas”; por la otra parte, esta “el malo” (el publicano), que si bien “hace cosas deshonestas”, tiene algo que el mismo Jesús le reconoce: es humilde, tiene vergüenza de como es, reconoce y acepta que ha actuado mal, y por tanto, sin atreverse a mirar de frente al Señor, solo suplicaba: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.

Preguntémonos, con honestidad; que tanto tengo de fariseo, doble cara, creído, arrogante … que me separa y me hace creer que “estoy por encima” de los demás, y abuso de ellos … o que tanto reconozco que soy pecador, como el publicano, que se avergüenza de lo que ha hecho mal y pide misericordia.

Desde la humildad de reconocer y aceptar nuestras fallas (pecado), tenemos acceso a la gracia y el perdón de parte de Dios; y puedo, con el ejercicio de mi voluntad, enmendar mi vida eligiendo ser “imagen y semejanza” de Dios, que solo desea bien para sus creaturas.

No nos engañemos, usando máscaras de “buenos”, o nos “justifiquemos”, porque “a Dios, no lo podemos engañar” (cfr. Gal, 7). Al final de nuestro paso terrenal, seremos juzgados por lo que hicimos, como lo hicimos y nuestra docilidad a reformarnos; y desde ahora sabemos que “el Señor, es un justo juez, que escucha las súplicas … de humildes, pobres, huérfanos, …” (cfr. Eclo 35, 15b-17. 20-22a)

Para vencer el pecado, la tentación hacia el mal y renovarnos, hay que hacer caso, escuchar a Jesús, que ha venido a salvarnos y nos ha enseñado como enfrentarlo y vencerlo.

Solo nos queda, como dice Pablo, “correr hacia la meta, luchar y combatir contra el mal, perseverar en la fe” (cfr. 2 Timoteo 4, 6-8), Es nuestra decisión.

 

¿Cómo evitar autoengañarme?... ¿Cómo ser humilde ante el Señor, y ante los demás?... ¿Cómo ser y hacer lo que es para mi bien y el de los demás?.

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-30C-251026

Domingo XXX Tiempo Ordinario – Ciclo C (Profundizar)

 Domingo XXX Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 18, 9-14) – octubre 26, 2025 
Eclesiástico (Sirácide) 35, 15b-17. 20-22a / Salmo 33 / 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18


Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’. Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva    

 #Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Dios es un juez justo, pero no justiciero, nos recuerda la Palabra hoy.

No pocas veces, creamos dioses a nuestra imagen y semejanza, y esta imagen del dios justiciero, que ajusticia en nuestro nombre, es de nuestras favoritas. Cuando servimos al dios justiciero, somos también jueces sin misericordia obsesionados con condenar, en nombre de Dios, a todos aquellos a quienes no consideramos dignos; y como aquel fariseo del evangelio, damos gracias a Dios porque nosotros sí que somos dignos, no como los otros. El corazón del "justiciero" es duro, porque en esa dureza esconde su propia fragilidad, teme reconocer sus faltas y vive la soledad de quien no se cree necesitado de misericordia, y por eso quiere ir por todos lados ajusticiando.

Dios es justo, ama, busca y nos llama a la justicia; pero esa que "ajusta" lo desajustado. Creer que Dios es juez misericordioso, nos da la confianza para acercarnos a Él y reconocer nuestra fragilidad en medio de nuestras aflicciones; nos permite estar dispuestos a recibir su perdón y gracia, y nos hace misericordiosos para con los demás. 

Quien se sabe amado, puede amar; quien ha experimentado la misericordia, puede ser misericordioso; y se dispone al encuentro final con "el Señor, juez justo", lleno de paz.

#FelizDomingo

“(...) por considerarse justos, despreciaban a los demás”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Cuentan que un hombre que iba creciendo en su vida espiritual, llegó un momento en el que se dio cuenta de que era santo... En ese mismo instante, retrocedió todo el camino que había recorrido y tuvo que volver a comenzar desde cero. Cuando una persona va trabajando intensamente en su proceso de crecimiento espiritual, tiene que cuidarse de dos amenazas: la primera es perder la esperanza y pensar que nunca va a alcanzar la meta. La segunda, no menos peligrosa, es pensar que ya llegó. Las dos situaciones son igualmente nocivas. Ambas producen un estancamiento en el camino espiritual.

La parábola que Jesús nos cuenta este domingo, fue dicha para “algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás”. Dice Jesús que “dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano’. Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Dos actitudes que representan formas distintas de presentarse ante Dios. La primera, del que se siente justificado y seguro; cree que su comportamiento corresponde al plan de Dios; esta persona piensa que no necesita crecer más; tal como está, merece el premio para el cual ha venido trabajando intensamente. La segunda, del que se siente en camino, con muchas cosas por mejorar; se sabe necesitado de Dios y de su gracia; se sabe incompleto, en construcción.

La conclusión de Jesús es que el “cobrador de impuestos volvió a su casa ya justo, pero el fariseo, no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Esta es la lógica del reino de Dios. Una lógica que contradice nuestra manera de pensar. Hay que reconocer que es bueno ser conscientes de nuestros avances y logros; ciertamente, es sano saber que nos comportamos bien y que nuestra manera de obrar está de acuerdo con el plan de Dios. Todo esto coincide con una sana autoestima, tan valorada recientemente por algunas corrientes psicológicas. Pero no debemos olvidar que esta actitud puede llevarnos a perder de vista lo que nos falta por avanzar en el propio camino espiritual; y, por otro lado, puede producir una actitud de desprecio por aquellos que, por lo menos aparentemente, van un poco más atrás.

Por otra parte, si vivimos en la verdad, reconociendo nuestros propios límites, sabiendo que no estamos terminados, tendremos siempre la alternativa del crecimiento; podremos avanzar siempre más adelante. Cuando acogemos nuestra frágil humanidad, en toda su complejidad de luces y sombras, y somos conscientes de nuestros defectos, comienza en ese mismo momento a generarse el proceso de la sanación interior. No hay sanación que no pase por el propio reconocimiento del límite. Esto supone mantener siempre activa la esperanza para seguir caminando, aunque todavía sintamos que nos falta mucho para llegar al final de nuestro crecimiento espiritual. Tan peligroso para nuestra vida es dejar de caminar, como pensar, antes de tiempo, que ya llegamos.

 

PARA INACEPTABLES

José Antonio Pagola

La parábola Hay una frase de Jesús que sin duda refleja una convicción y un estilo de actuar que sorprendieron y escandalizaron a sus contemporáneos: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». El dato es histórico: Jesús no se dirigió a los sectores piadosos, sino a los indignos e indeseables.

La razón es sencilla. Jesús capta rápidamente que su mensaje es superfluo para quienes viven seguros y satisfechos en su propia religión. Los «justos» apenas tienen sensación de estar necesitados de «salvación». Les basta la tranquilidad que proporciona sentirse dignos ante Dios y ante la consideración de los demás.

Lo dice gráficamente Jesús: a un individuo lleno de salud y fortaleza no se le ocurre acudir al médico. ¿Para qué necesitan el perdón de Dios los que, en el fondo de su ser, se sienten inocentes?, ¿cómo van a agradecer su amor inmenso y su comprensión inagotable quienes se sienten «protegidos» ante él por la observancia escrupulosa de sus leyes?

El que se siente pecador vive una experiencia diferente. Tiene conciencia clara de su miseria. Sabe que no puede presentarse con suficiente dignidad ante nadie; tampoco ante Dios; ni siquiera ante sí mismo. ¿Qué puede hacer sino esperarlo todo del perdón de Dios? ¿Dónde va a encontrar salvación si no es abandonándose confiadamente a su amor infinito?

Yo no sé quién puede llegar a leer estas líneas. En estos momentos pienso en los que os sentís incapaces de vivir de acuerdo con las normas que impone la sociedad; los que no tenéis fuerzas para vivir el ideal moral que establece la religión; los que estáis atrapados en una vida indigna; los que no os atrevéis a mirar a los ojos a vuestra esposa ni a vuestros hijos; los que salís de la cárcel para volver de nuevo a ella; las que no podéis escapar de la prostitución… No lo olvidéis nunca: Jesús ha venido para vosotros.

Cuando os veáis juzgados por la Ley, sentíos comprendidos por Dios; cuando os veáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os acoge; cuando nadie os perdone vuestra indignidad, sentid el perdón inagotable de Dios. No lo merecéis. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón. Vosotros lo podéis disfrutar y agradecer. No lo olvidéis nunca: según Jesús, solo salió limpio del templo aquel publicano que se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador».

 

EL FARISEO DESPRECIABA AL PUBLICANO

Fray Marcos

El fariseo despreciaba al publicano. Pero el publicano se despreciaba a sí mismo. Las dos actitudes son destructivas.

El relato de hoy nos invita a ponernos de parte del publicano y en contra del fariseo. La verdad es que el fariseo tiene muchas cosas buenas que pasamos por alto y el publicano tiene muchas cosas malas que olvidamos. Todos somos fariseos y publicanos a la vez. Ni la soberbia ni la falsa humildad pueden llevar a una espiritualidad auténtica.

Lucas en la introducción a la parábola lo deja claro: “por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” El fariseo se siente excelente y falla en su apreciación. El publicano se cree indigno y también falla. Las dos posturas son falsas porque están hechas desde el falso yo, no desde el verdadero ser.

El publicano se siente pecador y falla al despreciarse a sí mismo, por eso tiene que insistir en pedir un perdón que ya le han concedido. Lo más normal del mundo sería alabar al que era bueno y criticar al malo, pero a los ojos de Dios todo es diferente. Dios es el mismo para los dos. Uno suplica que le acepte a pesar de sus fallos, pero no tiene confianza total. El otro cree tener a Dios de su parte porque lo merecen sus obras.

Dios está cerca de los dos, pero el publicano reconoce que la cercanía de Dios es debida solo al amor incondicional. El fariseo cree que Dios tiene la obligación de amarle porque se lo ha ganado. El publicano está más cerca de Dios a pesar de sus pecados, porque todo lo espera de Él, pero falla porque su confianza es muy limitada y tiene miedo.  

Tomar conciencia de que lo que soy de verdad no depende de mí, es la clave para una total seguridad. Dios me está aportando lo que soy desde antes de empezar a existir, es ridículo pensar que pueda merecerlo. Lo que sí puedo y debo hacer es responder conscientemente a ese don y tratar de agradecerlo, desplegándolo en mi vida.

Esto tendría consecuencias para mi relación con los demás. Amar al que se porta bien no demuestra nada. Es lo que hacemos todos, pero tenemos que superar esa actitud. Si me porto humanamente con aquel que no se lo merece, daré un salto de gigante en mi evolución hacia la plenitud humana. Ser más humanos me hace a la vez, más divinos.

Cada oración manifiesta la idea de Dios que tiene uno y otro. Para uno se trata de un Dios justo, que me da lo que merezco. Para el otro, Dios es amor que puede llegar a mí sin merecerlo. Ojo al dato, porque todos estamos más cerca del fariseo que del publicano. ¿Podemos imaginar a Jesús haciendo la oración del publicano o del fariseo?

El desaliento que a veces nos invade es un desenfoque espiritual. Nada tienes que conseguir. Dios ya te lo ha dado todo. No tengas miedo a fallar. Tu ser profundo no lo puede malear nadie, ni siquiera tú mismo. Tus fallos solo demuestran que no has descubierto lo que eres. Las limitaciones no pueden malograr tus posibilidades de ser.

Cuando te sientas abrumado por tus fallos, tienes que descubrir que para Dios eres siempre el mismo, único, irrepetible, necesario para el mundo y para Dios. La autoestima es imprescindible para poder desarrollar lo que verdaderamente eres en lo más profundo de tu ser, pero nunca puede apoyarse en las cualidades que puedes tener o no tener, que son accidentales, porque te llevarán a una rotunda ansiedad.

 

             


jueves, 16 de octubre de 2025

Domingo XXIX Tiempo Ordinario – C (Reflexión)

 Domingo XXIX Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 18, 1-8) – octubre 19, 2025

Domingo Mundial de la misiones

Éxodo 17, 8-13 / Salmo 120 / 2 Timoteo 3, 14-4,2

Las lecturas de este domingo, tienen un hilo conductor muy claro: la perseverancia en la fe. Al leerlas con atención y reflexionarlas, podremos darnos cuenta de cómo también aplican en nuestra vida ordinaria…

Evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’.”

Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”.

Reflexión:

¿Cómo me salva la fe en Jesús?

Dios actúa en nuestra historia cuando perseveramos – en la oración, en la confianza y en el bien – incluso cuando el cansancio o la rutina nos hacen dudar.

A veces la vida se parece a la escena de Moisés con los brazos levantados, pidiendo ayuda a Dios, ante las “batallas de cada día”. Hacemos lo que nos toca, damos lo mejor, pero llega el cansancio, la rutina o la duda, y sentimos que las fuerzas se nos escapan. En esos momentos, Dios nos recuerda que no caminamos solos: siempre habrá alguien que nos sostenga, como Aarón y Jur sostuvieron los brazos de Moisés. En la vida espiritual también necesitamos de los otros: amigos, comunidad, acompañantes… personas que nos ayudan a mantener viva la fe cuando parece dormida.

El salmo de hoy nos invita a levantar la mirada: “¿De dónde me vendrá el auxilio?”. No se trata de mirar al cielo para evadirnos, sino de mirar con fe lo que tenemos delante, sabiendo que Dios está ahí, en lo que vivimos cada día. San Ignacio lo expresaría así: “ser contemplativos en la acción”, es decir, descubrir a Dios en medio de nuestro trabajo, de nuestras relaciones, de las cosas simples que forman parte de la jornada, y ponernos en acción. Pedir ayuda a Dios —o a otras personas— no es huir del mundo, sino buscar su luz para enfrentarlo con fe y esperanza.

Pablo, en su carta a Timoteo, nos recuerda que hay que mantenernos fieles a la Palabra y predicarla (en palabra y obras); es la fuente de sabiduría, que nos conduce a la salvación; en la Palabra, están las enseñanzas que nos preparan para “construir una vida plena, feliz”. Es en la oración donde formamos nuestro el corazón, con las virtudes que nos muestra Jesús. La insistencia y constancia en la oración nos crece espiritualmente, aumenta nuestra fe y nos impulsa a hacer buenas obras Y entonces entendemos lo que san Ignacio enseñaba: hacer todo lo humanamente posible, y a la vez, dejarlo todo en manos de Dios. Eso es fe.

Finalmente, el evangelio nos muestra a la viuda insistente, que no se cansa de pedir justicia. Esa mujer es imagen de quienes no se rinden, de quienes confían aunque parezca que Dios tarda. Perseverar en la oración no cambia a Dios: nos cambia a nosotros. Nos enseña a confiar, a mantenernos en pie, a no apagar la esperanza. En un mundo que se rinde fácil, Jesús nos invita a insistir desde la fe, a mantener viva la confianza de que, aunque no siempre lo veamos, Dios está obrando en lo profundo de nuestro ser, de nuestra historia.

¿Qué personas han sostenido mis “brazos cansados” cuando me faltan fuerzas?... ¿A quiénes sostengo con mi fe y compañía?... ¿Qué tan perseverante son en mi oracióni?

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

Domingo XXIX Tiempo Ordinario – C (Profundizar)

 Domingo XXIX Tiempo Ordinario Ciclo C (Lucas 18, 1-8) – octubre 19, 2025

Domingo Mundial de la misiones 

Éxodo 17, 8-13 / Salmo 120 / 2 Timoteo 3, 14-4,2



Evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’.”

Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”.

Para profundizar:

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Hay momentos en que nos sentimos como Moisés sosteniendo la batalla con los brazos en alto. Los brazos nos pesan y sentimos que ya no podemos resistir más. Para esta sensación de "ya no puedo más" la Palabra este domingo nos llama a PREVALECER, a mantenernos firmes, con cansancio pero con esperanza y perseverancia, con fidelidad; como aquella viuda del Evangelio que no cede ante la indiferencia del juez. 

San Pablo nos da otra pista: Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste. De la memoria y la Gracia se nutre nuestra fe, y de la fe brota la perseverancia. 

También es bueno recordar que la perseverancia no se logra solos: sin otros que le ayudaran a sostener "los brazos en alto", Moisés habría perdido la batalla. Sin Dios, hace rato que nos habríamos derrumbado. Nadie puede permanecer solo, nadie puede solo.

Repitamos con el salmista y reforcemos nuestra fe que nos hace, aunque cansados, seguir:

El auxilio me viene del Señor; no permitirá que resbale mi pie. Mi Guardian no duerme ni reposa, me guarda de día y de noche de todo mal, ahora y por siempre. 

#FelizDomingo


(...) orar siempre sin desanimarse

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Hace algunos meses recibí este mensaje: “No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, jalándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que, un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años. Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente que solo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y coherente y saben esperar el momento adecuado”.

 ”De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante. En esos momentos, que todos tenemos, recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que, en tanto no bajemos los brazos ni abandonemos por no "ver" el resultado que esperamos, si está sucediendo algo dentro nuestro: estamos creciendo, madurando. Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice. El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia. Tiempo... Cómo nos cuestan las esperas. Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos... Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al chofer del taxi... nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien por qué... Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos generamos patologías que provienen de la ansiedad, del estrés... ¿Para qué?”

 La parábola de la viuda y el juez, que nos trae hoy la liturgia de la Palabra es un bello ejemplo de esto, aplicado a la vida de oración del cristiano: “Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. En el mismo pueblo había también una viuda que tenía un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero después pensó: ‘Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, la voy a defender, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia’. Y el Señor añadió: ‘Esto es lo que dijo el juez malo. Pues bien, ¿acaso Dios no defenderá a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que los defenderá sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?” La propuesta del Señor es que tratemos de recuperar la perseverancia, la espera, la aceptación. Estamos llamados a gobernar aquella toxina llamada impaciencia; la misma que nos envenena el alma con sus prisas y afanes de cada día. Si no conseguimos lo que anhelamos, no deberíamos desesperarnos... quizá sólo estemos echando raíces...

¿HASTA CUÁNDO VA A DURAR ESTO?

José Antonio Pagola

La parábola es breve y se entiende bien. Ocupan la escena dos personajes que viven en la misma ciudad. Un «juez» al que le faltan dos actitudes consideradas básicas en Israel para ser humano. «No teme a Dios» y «no le importan las personas». Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de los oprimidos.

La «viuda» es una mujer sola, privada de un esposo que la proteja y sin apoyo social alguno. En la tradición bíblica, estas «viudas» son, junto con los huérfanos y los extranjeros, el símbolo de las gentes más indefensas. Los más pobres de los pobres.

La mujer no puede hacer otra cosa sino presionar, moverse una y otra vez para reclamar sus derechos, sin resignarse a los abusos de su «adversario». Toda su vida se convierte en un grito: «Hazme justicia».

Durante un tiempo, el juez no reacciona. No se deja conmover; no quiere atender aquel grito incesante. Después reflexiona y decide actuar. No por compasión ni por justicia. Sencillamente para evitarse molestias y para que las cosas no vayan a más.

Si un juez tan mezquino y egoísta termina haciendo justicia a esta viuda, Dios, que es un Padre compasivo, atento a los más indefensos, «¿no hará justicia a sus elegidos, que le gritan día y noche?».

La parábola encierra antes que nada un mensaje de confianza. Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura. Pero ¿no tarda demasiado?

De ahí la pregunta inquietante del evangelio. Hemos de confiar; hemos de invocar a Dios de manera incesante y sin desanimarnos; hemos de «gritarle» que haga justicia a los que nadie defiende. Pero, «cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

¿Es nuestra oración un grito a Dios pidiendo justicia para los pobres del mundo o la hemos sustituido por otra, llena de nuestro propio yo? ¿Resuena en nuestra liturgia el clamor de los que sufren o nuestro deseo de un bienestar siempre mejor y más seguro?


DIOS NI PUEDE NI TIENE QUE HACER JUSTICIA AL MODO HUMANO

Fray Marcos

Comentar las lecturas de hoy es complicado porque, entendidas literalmente, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen. La 1ª: el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. La 2ª: El mito de la inspiración. Ninguna Escritura tiene valor absoluto. La 3ª: el mito de la justicia de Dios. Dios no hará nunca justicia humana.

¡Cómo armonizar el relato de hoy con aquellas palabras de Jesús en el evangelio de Mt 38-42 y Lc 27-30! Si te abofetean en una mejilla, preséntale la otra; si te requieren para caminar una milla, acompáñale dos: si te quitan el manto, dales también la túnica; al que te quita lo tuyo, no se lo reclames. Esta es la justicia que Jesús predicaba. Nada que ver con la justicia humana.

Hoy es imprescindible atender al contexto. A continuación del relato de los diez leprosos que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuándo llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre su última venida. Desde la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato cobra su verdadero sentido.

El relato trata de prevenir cualquier desánimo y el peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato, era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo, pero las perspectivas nunca se cumplieron y todo el mundo se preguntaba qué había sido de las promesas de Jesús de su vuelta inmediata.

A Dios no tenemos que pedirle nada, porque no puede darnos nada que no nos haya dado ya. Esto no quiere decir que la oración no tenga sentido, quiere decir que tengo que cambiar yo. Dios no puede cambiar en absoluto, es siempre el mismo y no puede adoptar posturas diferentes ante la realidad. Una vez más el antropomorfismo aplicado a Dios nos despista.

Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si esperamos que Dios cambie: malo, malo, malo. Y si termino creyendo que Dios me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros.

La justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe para restablecer un equilibrio. Para Dios todo está siempre en absoluto equilibrio, no necesita equilibrar nada. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca contra los opresores.

En la Biblia “hacer justicia” es siempre liberar al oprimido. Ésta era la acción propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias, entonces y ahora, Dios guarda silencio.

El silencio de Dios ante tanta injusticia me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. La justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia que me llega del otro no me debe hacer injusto a mí.

Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros, machacando al injusto. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia. No me deben preocupar las relaciones con Dios, sino mis relaciones de total entrega a los demás.

 

Conmemoración de todos Los Fieles Difuntos – Ciclo C (Reflexión)

  Conmemoración de todos los Fieles Difuntos – Ciclo C Noviembre 2, 2025  Isaías 25, 6. 7-9  / Salmo 129 / 1 Tesalonicenses 4, 13-14. 17-...