jueves, 1 de mayo de 2025

III DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

 III DOMINGO DE PASCUA Ciclo C  (Juan 21,1-19) – mayo 4, 2025 
Hechos 5, 27-32. 40-41; Salmo 29; Apocalipsis 5, 11-14

 


Evangelio según san Juan 21,1-19

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: ‘También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?”. Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”.

Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?, porque ya sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.

Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.

Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.

Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.  


#Microhomilia 

Hagamos memoria este III domingo de Pascua, de las veces en que hemos exclamado: ¡Es el Señor!, esos momentos en que nos sentíamos solos, frustrados, derrotados; pero algo pasó, alguien llegó y nos devolvió la esperanza. Esos momentos, que van constituyendo nuestras historias de esperanza, que nutren y sostienen la fe, de que Él es con nosotros.

El Resucitado se hace presente en el cotidiano de sus amigos, y hace de ese cotidiano un momento de alegría y encuentro, no irrumpe como espectáculo, sino que alimenta y se queda a compartir con ellos.

Nuestras propias y personales historias de esperanza, esos pequeños chispazos que iluminaron nuestras oscuridades, nos posibilitan seguir y vivir en la libertad de los valientes, esos que se saben que el Señor es con nosotros y que nos ha liberado.

Después de hacer memoria de nuestras historias de esperanza, escuchemos al Resucitado preguntarnos, llamándonos por nuestro nombre: "... ¿me amas?" 

Refrendemos el amor, la gratitud y el seguimiento.

#felizdomingo

¡Es el Señor!” 
Existe un poema que se canta en la lengua de los indios cherokees de los Estados Unidos y que dice así: “Un hombre susurró: «Dios, habla conmigo». Y un ruiseñor comenzó a cantar, pero el hombre no oyó. Entonces el hombre repitió: «Dios, habla conmigo». Y el eco de un trueno se oyó. Pero el hombre fue incapaz de oír. El hombre miró alrededor y dijo: «Dios, déjame verte». Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio. El hombre comenzó a gritar: «Dios, muéstrame un milagro». Y un niño nació. Pero el hombre no sintió el latir de la vida. Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: «Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo...» Y una mariposa se posó suavemente en su hombro. El hombre espantó la mariposa con la mano y, desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo”. 
El texto que nos propone hoy la liturgia expresa de una manera admirable la experiencia del resucitado que vivieron aquel grupo de pescadores junto al lago de Tiberíades: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, al que llamaban el Gemelo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús. Simón Pedro les dijo: –Voy a pescar. Ellos contestaron: –Nosotros también vamos contigo. Fueron, pues, y subieron a una barca; pero aquella noche no pescaron nada. Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les preguntó: –Muchachos, ¿no tienen pescado? Ellos le contestaron: –No. Jesús les dijo: –Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán. Así lo hicieron y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía. Entonces el discípulo a quien Jesús quería mucho, le dijo a Pedro: –¡Es el Señor!”  
Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida cotidiana, en medio de la pesca, del trabajo, de la rutina de nuestras vidas cansadas porque no tenemos éxito en nuestras búsquedas ordinarias. El se deja sentir en lo sencillo de nuestras labores. No hacen falta experiencias extraordinarias; no se trata de teofanías luminosas y radiantes. Sencillamente, es necesario tener un corazón, como el del discípulo a quien Jesús quería mucho. Un corazón que se sabe amado por el Señor, reconoce la presencia del resucitado con facilidad. 
En esta escena a la orilla del lago, hay un elemento que llama la atención. Los discípulos, sabiendo que era el Señor el que los invitaba a desayunar, no se atreven a preguntarle: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor”. Su presencia no es una prueba irrefutable, una señal inequívoca y absolutamente transparente. Jesús se hace presente en el sacramento del hermano, en el gesto fraterno que nos une, en el estallido constante de la vida que nos llega sin notarla. ¿Hasta cuándo tenemos que sufrir para comprender que Dios está siempre donde está la vida? ¿Hasta cuándo mantendremos nuestros ojos y nuestros corazones cerrados para los milagros de la vida que se presentan diariamente en todo momento? En este tiempo de Pascua, tenemos que dejar atrás el miedo y la desconfianza, para abrirnos a la presencia resucitada del Señor que nos arranca de nuestras tristezas y desesperanzas, para lanzarnos a colaborar con él en la construcción de una vida plena para todos.

 

CUALQUIERA NO SIRVE 

Después de comer con los suyos a la orilla del lago, Jesús inicia una conversación con Pedro. El diálogo ha sido trabajado cuidadosamente, pues tiene como objetivo recordar algo de gran importancia para la comunidad cristiana: entre los seguidores de Jesús, solo está capacitado para ser guía y pastor quien se distingue por su amor a él.

No ha habido ocasión en que Pedro no haya manifestado su adhesión absoluta a Jesús por encima de los demás. Sin embargo, en el momento de la verdad es el primero en negarlo. ¿Qué hay de verdad en su adhesión? ¿Puede ser guía y pastor de los seguidores de Jesús?

Antes de confiarle su «rebaño», Jesús le hace la pregunta fundamental: «¿Me amas más que estos?». No le pregunta: «¿Te sientes con fuerzas? ¿Conoces bien mi doctrina? ¿Te ves capacitado para gobernar a los míos?». No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y alimentar a sus seguidores, como lo hacía él.

Pedro le responde con humildad y sin compararse con nadie: «Tú sabes que te quiero». Pero Jesús le repite dos veces más su pregunta, de manera cada vez más incisiva: «¿Me amas? ¿Me quieres de verdad?». La inseguridad de Pedro va creciendo. Cada vez se atreve menos a proclamar su adhesión. Al final se llena de tristeza. Ya no sabe qué responder: «Tú lo sabes todo».

A medida que Pedro va tomando conciencia de la importancia del amor, Jesús le va confiando su rebaño para que cuide, alimente y comunique vida a sus seguidores, empezando por los más pequeños y necesitados: los «corderos».

Con frecuencia se relaciona a jerarcas y pastores solo con la capacidad de gobernar con autoridad o de predicar con garantía la verdad. Sin embargo, hay adhesiones a Cristo, firmes, seguras y absolutas, que, vacías de amor, no capacitan para cuidar y guiar a los seguidores de Jesús.

Pocos factores son más decisivos para la conversión de la Iglesia que la conversión de los jerarcas, obispos, sacerdotes y dirigentes religiosos al amor a Jesús. Somos nosotros los primeros que hemos de escuchar su pregunta: «Me amas más que estos? ¿Amas a mis corderos y a mis ovejas?».

 

LA EXPERIENCIA PASCUAL 

Antes de analizar el relato de hoy, vamos a seguir reflexionando algo más sobre la experiencia pascual. Después de la misa del domingo pasado, alguien me preguntó, como quien no quiere la cosa, “explícanos en qué consiste la experiencia pascual”. Se trata de una experiencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera humana de explicarla.

Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos para poder meter la realidad vivida, por eso los primeros cristianos acudieron a los relatos simbólicos. El fallo está en nosotros, que seguimos interpretándolos como crónicas de sucesos en vez de buscar el verdadero mensaje que quieren transmitirnos.

El objeto de esos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo.

Descubriremos la fuerza arrolladora de esa vivencia y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos, si tenemos en cuenta las circunstancias en que se desarrolló la muerte de su Maestro. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. No fue una simple condena a muerte. Fue una condena a ser crucificado. Esa condena llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera.

Desde esta perspectiva, la posibilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con lienzos, aromas y ungüentos, en un sepulcro nuevo, es absolutamente nula.

Pero es completamente lógico que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte en cruz de un Jesús que para ellos lo era todo. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con lo que querían transmitir.

En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece.

Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo qué pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos una experiencia de una comunidad que está deseando que otros cristianos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas, era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso. 

La introducción del relato nos pone en la pista. "Se manifestó" (ephanerôsen) tiene el significado genérico de “surgir de la oscuridad”. Para Juan implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno.

“Al amanecer”, justo cuando se está pasando de la noche al día, los siete discípulos pasan de una visión terrena de Jesús basada en lo que pudieron percibir a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar.

Seguimos el esquema, de que hablábamos el domingo.

1º Situación dada.

Los discípulos están pescando, es decir, habían vuelto a su tarea habitual. Nada más contrario a una búsqueda específica de algo espiritual. Ajenos a lo que les va a pasar, y por lo tanto, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. No se hace alusión a los doce. Aparece el siete que es un número de plenitud, referido a todas las naciones paganas. Misión universal de la nueva comunidad.

La pesca es la imagen del resultado de la misión. "Aquella ‘noche’ no cogieron nada". Este dato es de vital importancia para comprender el mensaje. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la labor misionera es infructuosa y estéril.

Veis como el relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace siempre de noche, no de día. Sin embargo, aquella a la que se refiere el relato, se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús.

 Jesús se hace presente.

Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece.

La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto.

Jesús no les acompaña; su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos.

Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuen­tran pesca y le descubren a él mismo.

 Les saluda.

Comienza una conversación amistosa, que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos" (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”, “la muchacha para todo”. Al darles ese nombre, Jesús está exigiéndoles una disponibilidad total para el servicio.

Por parte de Jesús, la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que llevar a cabo.

 Lo reconocen.

La dificultad de reconocimiento se manifiesta en que sólo uno de los discípulos lo descubre. No el que mejor vista tiene, sino el que está más identificado con Jesús. Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús, sabe leer las señales.

Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. El éxito, es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo.

Juan comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente.

Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro queda reflejado de un modo simbólico en la palabra "se ató". La misma que utilizó el evangelista Juan para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en el relato de la última cena.

Se tira al agua después de haberse ceñido el símbolo del servicio, dispuesto a la entrega. Sólo Pedro se tira al agua, porque sólo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde.

La tierra es el lugar propio de la comunidad donde vive con Jesús. Los discípulos que se quedan en la barca, no estaban lejos de esa tierra.

No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece.

El alimento que les da él se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo personal. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos, que han desarrollado su amor y lo manifiestan al trabajar en favor del hombre. No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada.

El don de sí mismo queda ahora patente por la invitación a comer. Su presencia en el don, es tan perceptible que no deja lugar a duda. La presencia de Jesús en la comunidad es una llegada continuada.

Es claro el paralelismo con la escena de la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado y se describen las mismas acciones de Jesús.

Jesús es ahora el centro de la comunidad que irradia la fuerza de vida y amor. Esa presencia hace capaces a los suyos de entregarse como él.

Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones... 

 La misión.

El domingo pasado, el reconocimiento después de la duda se centra en Tomás; hoy se cristaliza la misión en otro personaje, Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar.

Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Sólo una entrega a los demás como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Sólo él lo había negado.

Jesús usa el verbo “agapaô” = amor-amor. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad. Pedro empieza a comprender. Jesús no es el Señor, sino el amigo.

Apacentar = procurar alimento. Jesús le pide la muestra de ese amor. Procurar pasto es comunicar vida. Sólo puede hacerse en unión con Jesús, que es la Vida. “Corderos” y “ovejas” indican a los pequeños y a los grandes, sin distinciones.

Le pide que renuncie a toda idea de Mesías que no coincida con lo que Jesús es. El modelo de pastor se entrega él mismo por las ovejas. Pedro le había negado porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Para la misión Jesús es modelo de pastor. Para la comunidad, es el único pastor.

Al preguntarle por tercera vez, pone en estrecha relación este episodio con las tres negaciones de Pedro. Espera de Pedro una rectificación definitiva y total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô” me quieres, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado.

Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que él se había forjado. Jesús no pretende ser servido, sino que, como él, sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición al designio de Jesús. Con la tercera pregunta queda claro que hay adhesiones no válidas.

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