miércoles, 26 de febrero de 2025

VIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C (Profundizar)

 VIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C (Lucas 6, 38-45) – marzo 2, 2025  
Eclesiástico 27, 4-7; Salmo 91; Corintios 15, 54-58


Evangelio según san Lucas 6, 39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

¿Por qué te fijas en la paja que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la paja del ojo”, ¿sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca». 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

"No elogies a nadie antes de oírlo hablar" nos dice la Palabra hoy. Nos salta el corazón de "disposición" para pasar a examen y juicio a muchas personas. Pero ya en un tono cuaresmal, escuchamos a Jesús decirnos: "¿Por qué te fijas en la paja que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?". La Cuaresma que comienza en dos días, es un tiempo en que somos llamados a mirarnos a nosotros mismos. Este domingo inspirados por la Palabra podríamos preguntarnos: ¿De qué hablo últimamente? ¿De mi boca brota bondad o maldad? ¿Construyo o destruyo? La mirada sobre nosotros mismos y el reconocimiento de nuestra fragilidad, no es para dejarnos con una conciencia de pecadores irredentos, sino de hombres y mujeres que al darse cuenta de su miseria, piden perdón, y por gracia de Dios son perdonados. Somos llamados a la conversión; a ser buenos y justos, agradecidos y misericordiosos, firmes como cedros en bondad. #FelizDomingo #Cuaresma

“¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo (…)” 

 Es muy bien sabido que somos muy buenos jueces de las causas ajenas y muy malos jueces de las propias. Estrictamente hablando, no se trata sólo de una tendencia pecaminosa del ser humano. Sí es una tendencia negativa, pero no sólo se trata de la maldad humana, sino de una característica de nuestro modo de conocer. Vemos mejor la fachada del vecino que la nuestra. Estamos tan acostumbrados a mirarnos a nosotros mismos, que no notamos los cambios que vamos sufriendo. No vemos nuestros defectos, con la misma claridad con la que vemos los defectos de los demás. Como decía Jesús, vemos con mucha claridad la pelusa que tiene nuestro prójimo en su ojo, pero no vemos la viga que tenemos en el nuestro.

De esta condición de nuestra forma de conocer la realidad, se vale el pecado para engañarnos y hacernos jueces de la vida de los demás. Cuando San Ignacio de Loyola pensó en los Ejercicios Espirituales, como instrumento para quitar de las personas todos los impedimentos que ponemos a la voluntad de Dios, tuvo en cuenta esta condición de nuestro acceso a la realidad. Por esto, le dio mucha importancia al acompañamiento que el ejercitante necesita en su proceso. No podemos adentrarnos en una experiencia espiritual, sin tener alguien con quien confrontar lo que vamos viviendo. Si caminamos solos, es muy posible que nos engañemos a nosotros mismos y terminemos en un lugar al que no queríamos ir.

Juan de Polanco (1517-1576), uno de los jesuitas de la segunda generación, escribió una serie de instrucciones para el que acompaña y el que hace los Ejercicios Espirituales, conocido como “Directorio”. En este documento, Polanco recomienda que no se comience la experiencia de los Ejercicios Espirituales, sin el acompañamiento de un experto que nos guíe y aconseje: “(...) es prudencia espiritual en cada uno, el buscar como juez en el propio negocio a otro distinto de sí mismo, como se dice en el primer capítulo; pero la ayuda de otro es principalmente necesaria a aquellos que, no estando versados en las cosas espirituales, empiezan a entrar en la vía espiritual; por esto aconsejan los doctores, antes no entrar en este camino, que hacerlo sin maestro. Manifieste, pues, el que se ejercita a su instructor cómo se haya comportado en los Ejercicios, y dele cuenta de los mismos; ya, si algo no acabó de entender, para aprenderlo; ya las ideas e ilustraciones del ánimo, para examinarlas; ya las consolaciones y desolaciones, para discernirlas; ya las penitencias que hace y las tentaciones que experimenta, para que le ayude con su consejo” (Directorio de Polanco, 34).

Aconsejan los doctores, que es mejor no hacer este tipo de experiencias, que hacerlas sin un maestro que nos acompañe. Esta es la mejor manera de sacar la viga que tenemos en nuestro ojo, de manera que podamos ayudar a los demás a quitar la pelusa que ellos tienen en el suyo. Por eso, antes de juzgar a los demás, miremos hacia nuestro propio interior y reconozcamos lo que necesitamos cambiar nosotros mismos, antes de decirle a los demás lo que deben corregir.

Pienso que un pequeño texto que se ofrece como introducción a un libro de psicología que se llama , “Por favor, entiéndeme”, puede ayudarnos en esta tarea:

  • Si no me gusta lo que a ti te gusta, por favor, trata de no decirme que estoy equivocado en mis gustos.
  • Si creo otra cosa distinta a la que tú crees, por lo menos detente un momento antes de corregir mi punto de vista.
  • Si mi emoción es menor que la tuya, o mayor, dadas las mismas circunstancias, trata de no pedirme que sienta más fuerte o más débilmente.
  • O, incluso, si actúo o dejo de actuar de la manera que tú consideras mejor, déjame ser.
  •  No te estoy pidiendo, por lo menos hasta el momento, que me entiendas. Esto vendrá solamente cuando dejes de pretender hacer de mi una copia tuya.
  • Yo puedo ser tu esposa o esposo, tu amigo, tu pariente, o tu colega; puedo ser tu compañero o compañera de comunidad. Si estás dispuesto a permitir mis propios gustos, o emociones, o creencias, o acciones, entonces te abrirás de tal manera ante mi que tal vez un día mi forma de ser no te parecerá tan equivocada ni mala; incluso puede llegar a parecerte correcta, por lo menos para mi.

Ponerte en mi situación es el primer paso para llegar entenderme algún día. No quiero que asumas mi forma de ser como la correcta para ti, pero sí quiero que no te de rabia ni te pongas bravo conmigo por ser como soy. Al llegar a entenderme, tal vez termines apreciando mis diferencias con respecto a ti y, lejos de querer cambiarme, me ayudarás a preservar y aún nutrir estas diferencias que nos enriquecen a los dos.


LA FALTA DE VERDAD 

La veracidad ha sido siempre una preocupación importante en la educación. Lo hemos conocido desde niños. Nuestros padres y educadores podían «entender» todas nuestras travesuras, pero nos pedían ser sinceros. Nos querían hacer ver que «decir la verdad» es muy importante.

Tenían razón. La verdad es uno de los pilares sobre los que se asienta la conciencia moral y la convivencia. Sin verdad no es posible vivir con dignidad. Sin verdad no es posible una convivencia justa. El ser humano se siente traicionado en una de sus exigencias más hondas.

Hoy se condena con fuerza toda clase de atropellos y abusos, pero no siempre se denuncia con la misma energía la mentira con que se intenta enmascararlos. Y, sin embargo, las injusticias se alimentan siempre a sí mismas con la mentira. Solo falseando la realidad fue posible hace unos años llevar a cabo una guerra tan injusta como fue la agresión a Iraq.

Sucede muchas veces. Los grupos de poder ponen en marcha múltiples mecanismos para dirigir la opinión pública y llevar a la sociedad hacia una determinada posición. Pero con frecuencia lo hacen ocultando la verdad y desfigurando los datos, de manera que las gentes llegan a vivir con una visión falseada de la realidad.

Las consecuencias son graves. Cuando se oculta la verdad existe el riesgo de que vayan desapareciendo los contornos del «bien» y del «mal». Ya no se puede distinguir con claridad lo «justo» de lo «injusto». La mentira no deja ver los abusos. Somos como «ciegos» que tratan de guiar a otros «ciegos».

Frente a tantos falseamientos interesados siempre hay personas que tienen la mirada limpia y ven la realidad tal como es. Son los que están atentos al sufrimiento de los inocentes. Ellos ponen verdad en medio de tanta mentira. Ponen luz en medio de tanta oscuridad.

 

ANTES DE CORREGIR A LOS DEMÁS, DEBEMOS PALPARNOS BIEN LA ROPA 

El sermón del llano en Lucas termina con una retahíla de proverbios ancestrales, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mateo lo coloca en lo alto del monte mientras que Lucas nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mateo Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lucas habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son refranes que eran patrimonio de todas las culturas del entorno, no son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas centrales, que eran claves en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndola a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Se utilizan como resúmenes de su mensaje. “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”.

Como el evangelio aborda temas tan diversos, hoy nos vamos a fijar en la mota y la viga en el ojo. Lo primero que tenemos que advertir es la importancia que en la vida espiritual ha tenido la luz y la visión como metáfora de las posibilidades de acceder a un ámbito especial de existencia que me abre a otro mundo. En ningún caso se trata del ojo físico. Es un símbolo de las posibilidades que todo ser humano tiene de ver otra realidad que le coloca en situación privilegiada para afrontar la vida entera desde otra perspectiva.

Con esta metáfora nos está advirtiendo de lo complicado de la psicología humana. Los dichos, que se atribuyen a Jesús, muestran un conocimiento de las profundidades del ser humano. En los evangelios nos muestran un Jesús con un increíble conocimiento de la psicología humana. Más que con valores espirituales, la imagen de la mota en el ojo nos habla de la necesidad de conocer nuestro inconsciente y saber orientarnos en esa relación con los demás que nos puede hacer más humanos. Dar importancia en los demás a los fallos que nosotros mismos tenemos es la mejor manera de hacer patente nuestra falsedad. Nos desahogamos criticando en los demás lo que no aguantamos en nosotros mismos.

La naturaleza del ojo es ver. Sin no hay impedimento alguno y el ojo está sano, la visión es la cosa más natural del mundo. Por eso el ejemplo no habla del ojo en sí sino de lo que puede impedir desarrollar la función que le es propia. En los evangelios se utiliza con profusión la imagen de la luz y la visión. El mismo Jesús dijo: yo soy la luz del mundo, el que viene a mí no camina en tinieblas. Y a sus discípulos les dijo: vosotros sois la luz del mundo. Está claro que el que llega a “ver” con claridad, se convierte en luz para los demás.

Esta metáfora del ojo y de la luz es universal y la podemos encontrar en cualquier religión a lo largo del tiempo y el espacio. En las religiones orientales ha tenido incluso mucho más impacto que en occidente. La imagen del tercer ojo es un claro ejemplo de ello. Se habla con toda naturalidad de un ojo especial que permite a la persona descubrir lo que para la inmensa mayoría está oculto. No se trata de una realidad física, aunque a veces se han empeñado en identificarla con un órgano específico del cuerpo. El tercer ojo hace referencia a una sensibilidad especial para descubrir la realidad trascendente y dejarse guiar por ella.

En la religión egipcia el ojo de Horus es una de las claves de interpretación de la espiritualidad. Fue durante milenios el amuleto más potente de los usados. Se encuentra por todas partes en las inscripciones de templos y tumbas. Se creía en su poder de protección tanto para los vivos como para los muertos. Tal es la fuerza de atracción que posee que aun hoy es utilizado como amuleto o tatuaje por personas de todo el mundo.

El afán de corregir a los demás es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida espiritual. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. Si te sientas superior, sea moral o intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos hace sabios. Jesús nos invita a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz.

El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la postura que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Machado: “tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela”. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

 

 


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