Evangelio según
san Marcos 6, 1-6
En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus
discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la
multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: "¿Dónde aprendió este
hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer
milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de
Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus
hermanas?" Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: "Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.
#MicrohomiliaEl soberbio se valora por encima de los demás, desea ser tenido por preferido; se envanece de sus cualidades y menosprecia las de los demás, entonces cree que nadie puede darle algo (piensa que todos son menos que él), así, el soberbio es testarudo y obstinado, se rebela ante Dios, pues le parece que ni Dios puede darle algo. Como cree que no necesita de nadie ni de nada, vivirá una vida sin milagro, es decir sin recibir lo maravilloso y extraordinario; así, al final de sus días, terminará pobre y cansado.
En cambio, quien se sabe débil, ruega a Dios el auxilio de su gracia, pide y recibe porque se sabe necesitado. La fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad, y acontece el milagro que anuncia Pablo: "Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" ¡Claro! porque ya no sostenemos ni somos sostenidos con nuestra propia fuerza, sino con la fuerza divina, que desciende de Dios.
La llamada que nos hace la Palabra hoy es a no temer reconocer que somos débiles, no temer que necesitamos; pero al mismos tiempo, somos llamados a confiar que siempre seremos sostenidos y ayudados, que nuestra vida estará llena de milagro.
#FelizDomingo
PD. Sugiero siempre leer las lecturas del día, nunca omitirlas por este micro comentario. Y de su lectura, bienvenida toda reflexión, petición o comentario.
Cuando Bogotá era apenas un pequeño villorrio en la
extensa sabana verde y fértil que habitaron antiguamente los Muiscas, una joven
de una familia muy adinerada decidió ingresar a una comunidad religiosa
dedicada a la atención de ancianos y ancianas de escasos recursos. Después de
haber hecho su noviciado con las Hermanitas de los pobres, alejada del mundanal
ruido, la joven regresó a la ciudad que la había visto crecer y donde su
familia era muy conocida en los círculos de la alta sociedad. Al poco tiempo recibió
su primer destino; fue enviada a trabajar en un albergue muy pobre, ubicado al
sur de la ciudad. Una de las tareas que debía cumplir semanalmente la nueva
religiosa, era salir por las calles para pedir limosna, por el amor a Dios,
a los transeúntes. Con estas ayudas se sostenía la labor que realizaban en el
albergue.
Un sábado por la tarde, la hermanita salió con una
compañera para cumplir con el deber de pedir limosna, recorriendo las
principales calles de Bogotá. Cuando iban caminando por la carrera séptima, muy
concurrida en aquellas épocas, la joven fue reconocida por un grupo de antiguos
compañeros de colegio y de parranda. Los muchachos comenzaron a burlarse de las
hermanitas. Uno de ellos, liderando el grupo, se adelantó para ofrecer una
limosna, pero puso una condición... la joven religiosa debía darle un beso si
quería recibir la ayuda para sus viejitos. La monjita, sin dudar un momento, se
inclinó ante su antiguo amigo y le besó los pies ante la mirada atónita de los
peatones que circulaban por el lugar. Después, erguida, como su dignidad,
estiró la mano para recibir la dádiva prometida. El burlador, lleno de
vergüenza, tuvo que cumplir lo que había prometido mientras sus compañeros se
iban escabullendo con el rabo entre las piernas.
Nunca ha sido fácil predicar en la misma tierra que nos ha
visto crecer. El mismo Jesús, cuando regresó a Nazaret comenzó a enseñar en la
sinagoga y “la multitud, al oír a Jesús se preguntaba admirada: ¿Dónde aprendió
éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace?”
Y san Marcos añade: “Por eso no quisieron hacerle caso. Pero Jesús les dijo:
–En todas partes se honra a un profeta menos en su propia tierra, entre sus
parientes y en su propia casa”. Con razón, a pesar de estar entre los suyos,
Jesús “no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos
pocos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en
él”.
Predicar entre las personas conocidas es una tarea muy
complicada. Sin embargo, estamos llamados a comenzar nuestra labor misionera
por nuestra propia casa. Es allí donde se hace real el anuncio que tenemos que
llevar al mundo. Predicar entre desconocidos es muy atractivo y suele
brindarnos muchas satisfacciones. Todos lo hemos comprobado cuando vamos a un
campamento misión, a una jornada de trabajo donde no nos conocen. Nos sentimos
más libres, menos condicionados por nuestra historia personal, más protegidos
de nuestro rabo de paja... Y esto hay que hacerlo, no faltaba más; pero
comenzar por la propia casa nos ayuda a realizar nuestra labor desde la
humildad y la sencillez del que se siente enviado y no dueño de la salvación.
Como la hermanita de los pobres, a lo mejor nos toca humillarnos para recibir
la respuesta que estamos esperando, porque sabemos que no es para nosotros,
sino para el Señor.
Los cristianos de hoy tenemos que preguntarnos si no hemos
olvidado que ser cristianos es sencillamente «vivir aprendiendo» de Jesús. Ir
descubriendo desde él cuál es la manera más humana, más auténtica y gozosa de
enfrentarnos a la vida.
Cuántos esfuerzos no se hacen hoy para aprender a triunfar
en la vida: métodos para obtener el éxito en el trabajo profesional, técnicas
para conquistar amigos, artes para salir triunfantes en las relaciones
sociales. Pero ¿dónde aprender a ser sencillamente humanos?
Él puede ser nuestro maestro de vida. Nos puede enseñar a
vivir, no para manipular a otros, sino para servir. Nos puede descubrir que es
mejor vivir dando que acaparando. Escuchando su mensaje y siguiendo sus pasos
podemos aprender a vivir de manera más solidaria y menos egoísta, a
arriesgarnos más por todo lo que es bueno y justo, a querer a las personas como
las quería él, a confiar en el Padre como él confiaba.
Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel, como Pablo, como Jesús, se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez infinitos.
Con este texto concluye Marcos una parte de su obra.
Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis
de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes
de la religión. Sigue enseñando y liberando al pueblo oprimido. Jesús ve que no
hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado.
Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables
diferencias. Relatos paralelos encontramos en Jn y en otros textos sinópticos.
Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede
narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de
alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le
conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que
era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de
niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo
encuadran en una familia, (requisito indispensable para ser alguien). Hasta ese
momento no habían visto nada anormal en él. Es lógico que no esperasen nada
extraordinario.
El texto griego no dice pueblo sino “patria”. Ni hace
referencia al lugar geográfico, sino al ambiente social en que vivió. Llega con
sus discípulos, convertido en un rabino que tiene seguidores. No sale nadie a
recibirle. Tuvo que esperar al sábado e ir él a la sinagoga a hablarles. No
fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su
cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús
con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque
decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm, pero con una
actitud negativa.
En griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se
escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su
nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que
era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige
el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y
dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, intentan
quitarle al texto la posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era
hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un
seguidor de las tradiciones.
Ese conocimiento total de Jesús les impide creer en él. Lo
conocen muy bien, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar
atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera podía hacer la lectura y
comentarla. Si no aceptan su enseñanza, es porque no se presentó como
carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar
como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que no estaban de acuerdo con la
tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los
jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban.
Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos
oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta”, está respondiendo a
las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús
no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la
característica de un profeta. El texto nos dice que, al no aceptarle, están
rechazando a Dios. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por
verse rechazado por su pueblo. Rechazado por aquellos a quienes intentaba
liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy
fuerte.
Un detalle más interesante es que su desconfianza impide
que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la
hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la
falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde
está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que
puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que
quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús
con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de
Jesús.
El relato nos habla de la humanidad de Jesús. Nos confirma
que no tiene privilegios. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta.
Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como humano.
Rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que
aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos
compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír
siempre lo mismo, rechazamos lo nuevo, aunque esté más de acuerdo con el evangelio.
Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no
puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de
Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es
también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que
vivió. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de
todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en
ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.
La trampa en que hemos caído es pensar que “todos” tenían
la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al
cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy,
hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el
evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente
normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Lo grande del ser
humano no es lo que no tienen los demás, sino lo que todos tenemos.
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