Segundo Domingo de Adviento – Ciclo B (Mc 1, 1-8) – diciembre 10, 2023
Evangelio según
san Marcos 1, 1-8
Éste
es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del
profeta Isaías está escrito:
He
aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti,
a preparar tu camino.
Voz del que clama en el desierto:
“Preparen el camino del Señor,
enderecen sus senderos”.
En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el
Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los
pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de
Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón
de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba: “Ya viene
detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni
siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he
bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
El año ya está terminando, y su transcurrir ha dejado su huella en cada uno de nosotros y en la humanidad; ya para estos momentos la esperanza podría estar marchitándose. Irrumpe el Adviento, que es grito y anuncio: ¡Consuelen a mi pueblo, díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su opresión! Lo empinado se aplana, lo torcido se endereza, lo escabroso se allana.¿Que hay de torcido, empinado, escabroso, complicado, oprimido en tu vida? ¡Ya viene el Señor! Ya se acerca nuestra salvación en estos momentos de peligro.
¡La misericordia y la paz se encuentran, la justicia y la paz se besan; de la tierra brota la fidelidad y la justicia viene del cielo! Ante tanta guerra, violencia e injusticia; el Adviento riega nuestros corazones, hace que retoñe lo marchito y nos hace constructores de paz, de esos que esperan un cielo y una tierra nueva, y ponen todo su empeño en construirla, hasta el último aliento.
¡Ya viene el Señor! Dispongamos el corazón a recibir la novedad, otra vez, de su llegada. #FelizDomingo
En el desierto de Atacama, al norte de Chile, sucede cada
cierto tiempo un fenómeno único en el mundo. Esta región, una de las más áridas
del planeta, después de varios años de paisaje lúgubre y seco, se transforma,
por las lluvias, en lo que se conoce como el Desierto Florido. En las últimas
dos décadas del siglo XX, este fenómeno se repitió en los años 1983, 1987, 1991
y finalmente con la histórica precipitación del 12 de julio de 1997, donde el
agua caída registró la cifra récord de 96 mm en tan sólo 15 horas, algo
totalmente inusual para el Desierto de Atacama. El paisaje árido se transforma
en un espectáculo único y de sorprendente colorido. Inicialmente con un manto
de color verde desde el mes de julio y agosto para alcanzar toda esa gama
multicolor en el mes de septiembre, donde flores, insectos y otros animales
tapizarán grandes extensiones de la Región de Atacama.
Las lluvias hacen que pequeñas semillas y bulbos, que se
han mantenido por años enterrados en el desierto, germinen y crezcan dando vida
a plantas de variadas características y hermosas flores multicolores. Asociadas
a ellas surgen una gran cantidad de insectos, aves, generando un muy especial
ecosistema, donde todos los elementos de la naturaleza conviven en armonía
durante todo el tiempo que las condiciones climáticas lo permiten, volviendo
con los meses a una situación de latencia hasta las próximas nuevas lluvias.
Contemplar este espectáculo, habiendo conocido la realidad
del desierto que se adueña de esta región del mundo durante largos años, debe
ser una experiencia inolvidable. Es ser testigo de la vida que no se da nunca
por vencida. Siempre está esperando el momento propicio para renacer y explotar
en destellos de luz y de color. Me vino a la memoria este fenómeno natural
cuando leí en el comienzo del Evangelio según san Marcos la frase que encabeza
el Encuentro con la Palabra del día de hoy: “Una voz grita en el
desierto”. Eso es lo que Juan el Bautista significó para el pueblo de Israel.
Lo que estaba anunciando era la llegada del Mesías: “Después de mí viene uno
más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa
de sus sandalias”.
El profeta Juan anunció la vida, pero la vida estaba ya
presente... Dentro de cada uno de nosotros está presente el Reino de Dios y
está tratando de brotar y germinar para transformar el rostro del mundo. Hace
algún tiempo la revista de Teología Pastoral, Sal Terrae, traía un título
muy sugestivo que me parece que expresa muy bien lo que trato de decir: “El
roble está latente en el fondo de la bellota”, haciendo referencia a la famosa
poesía de Ira Progoff. En el fondo de toda realidad, está presente ya la vida
de Dios que brota como una fuente inagotable.
La voz de Juan se escuchó en medio de la aridez de su
pueblo para decirles: “que debían volverse a Dios”. Fue como la lluvia que
anunció la llegada de la vida al desierto que llevaba muchos años dormido y
oculto. Al interior de cada uno de nosotros, en el fondo de nuestro corazón,
están presentes siempre las semillas del Reino que necesitan ser regadas por
las lluvias generosas para que despierten de su letargo prolongado y vuelvan a
reverdecer llenando con su color, con su fragancia y su luz, los paisajes de
nuestra vida y la vida de nuestros pueblos.
Para ser humano, a nuestra vida le falta una dimensión
esencial: la interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en
nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestro
corazón. Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la
superficie. Se nos está olvidando escuchar la vida con un poco de hondura y
profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de
encontrar en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para
el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte, ¿quién se va a ocupar de
cosas tan poco estimadas hoy como la vida interior, la meditación o la búsqueda
de Dios?
Privados de alimento interior, sobrevivimos
cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas
de proyectos, ocupaciones e ilusiones. Hemos ya aprendido a vivir «como cosas
en medio de cosas» (Jean Onimus). Pero lo triste es observar que, con demasiada
frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las
personas. En un mundo que ha apostatado por «lo exterior», Dios resulta un
«objeto» demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.
Por ello no es extraño ver que muchos hombres y
mujeres «pasan de Dios», lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido
vivir sin tener necesidad de él. Quizás exista, pero lo cierto es que no les
«sirve» para su vida.
Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a
«bautizar con Espíritu Santo», es decir, como alguien que puede limpiar nuestra
existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y quizás la primera tarea de
la Iglesia actual sea precisamente la de ofrecer ese «bautismo de Espíritu
Santo» a los hombres y mujeres de nuestros días.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo
puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el ser humano, en el mundo y
en la vida. Un Espíritu que nos enseña a acoger a ese Dios que habita en el
interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.
No basta que el evangelio sea predicado. Nuestros oídos
están demasiado acostumbrados y no escuchan ya el mensaje de las palabras. Solo
nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta, de una alegría
interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior y vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia? ¿Podrán ser nuestras comunidades cristianas un espacio donde vivamos acogiendo el Espíritu de Dios encarnado en Jesús? ¿No deben ser las comunidades cristianas un lugar privilegiado para aprender a vivir despiertos, sin cerrar los ojos, sin escapar del mundo, sin pretender amar a Dios de espaldas a los que sufren?
El
evangelio del domingo pasado nos hablaba de estar despierto. Hoy hablan los que
han despertado, los centinelas, los profetas. No se trata de un adivinador del
porvenir. Tampoco se trata de un ser humano elegido por Dios, que le va
indicando lo que tiene que decir. Profeta es el que está despierto.
La
principal característica del profeta es precisamente su inserción en el pueblo
y su preocupación por la suerte de los más humildes. Su principal objetivo ha
sido denunciar la injusticia.
Verdadero profeta sería el que ha llegado a una
experiencia de su verdadero ser y, fiel a ella, ayuda a los demás a descubrir
el camino de lo humano. Falso sería el que conduce al hombre a su
deshumanización. El problema está en que lo “humano” solo se puede valorar
desde lo humano. Por eso no hay manera de distinguir lo falso de lo verdadero,
mientras no se tenga una mínima experiencia de humanidad.
No
debemos extrañarnos de encontrar tantos y tan expresivos textos para este
tiempo litúrgico. Lo que el segundo Isaías anuncia es un evangelio (buena
noticia). El destierro había terminado con toda una teología triunfalista que
invitaba a dormirse en los laureles de sentirse elegidos, sin aceptar ninguna
responsabilidad para con Dios ni para con los demás. Las denuncias de todos los
profetas advertían de que no se puede confiar en Dios mientras se practica toda
clase de atropellos e injusticias.
La primera palabra del evangelio de Marcos es
“arje”, que en griego designan el comienzo de un texto, pero también algo mucho
más profundo. El evangelio de Juan comienza también con esta palabra y lo
traducimos: “en el principio” = origen. “Arje” significa origen y fundamento,
aquello que ha sido la causa de que otra cosa surja. La Vulgata lo tradujo por
“Initium” que también significa “origen”. El texto se debía traducir: “Éste es
el origen de la alegre noticia de Jesús el Ungido, el Hijo de Dios.
Tampoco
“euanggelion” debemos traducirlo por evangelio, que es un concepto muy
elaborado, sino por buena noticia. Quiere decir que comienza el evangelio que
es todo él una buena noticia. Lo mismo pasa con “Jesous” y “Christos”
que en griego están separados y significan Jesús el ungido. Con el tiempo los
cristianos unieron el nombre con el adjetivo y confesaron al Jesucristo que ha
llegado hasta nosotros.
Mc es el primer evangelio que se escribió, pero no
sabe nada de la infancia de Jesús. Debemos recordarlo a la hora de interpretar
los textos de Lc y Mt, que vamos a leer en Navidad. Se fueron elaborando en los
primeros años de cristianismo y no tienen nada que ver con la historia. Son
relatos míticos y leyendas anteriores al cristianismo que se han utilizado para
dar mensajes teológicos, no para informarnos de lo que pasó.
Marcos
pasa directamente a hablarnos de Juan Bautista como último representante del
profetismo. El Bautista es el personaje clave en el tiempo de Adviento, porque
se trata del último de los profetas del AT. Debemos recordar que hacía casi
trescientos años que no había aparecido un profeta. Todos los evangelistas lo
consideran el heraldo de Jesús, lo anuncia, lo propone al pueblo y es
protagonista de su nacimiento en el Espíritu (bautismo), donde empieza Jesús a
manifestar lo que realmente era.
No
podemos asegurar que este relato responda a una situación histórica. Es muy
poco lo que sabemos sobre la relación de Jesús con Juan. Es cierto que el
primer dato histórico sobre Jesús, que se encuentra también en fuentes
extrabíblicas, es su bautismo. No es descabellado suponer que Jesús, un
buscador incansable, le llamará la atención a un personaje como Juan que ya era
famoso cuando él comenzó su vida pública. A Juan no le gustaba el cariz que
había tomado su religión, como a Jesús.
Los
primeros cristianos dieron al Bautista un papel relevante en la aparición del
cristianismo, mayor del que hoy le reconocemos. La prueba está en que, en un
momento determinado, vieron la necesidad de marcar distancias entre Jesús y
Juan para dejar claro quién era el más importante. Seguramente esa relevancia
se deba más a la necesidad de justificar una figura tan desconcertante como la
de Jesús, conectándole con el profetismo del AT, que a una real influencia de
Juan en Jesús.
Preparadle
el camino al Señor. Este grito es el mejor currículum del espíritu de Adviento.
Pero fijaos que fuerza el sentido del texto, que habla de prepararle un camino
a Yahvé, mientras Mc habla de preparar un camino a Jesús. El texto está
insinuando que si Dios no llega a nosotros es porque nosotros se lo impedimos,
que orientamos nuestra vida en otras direcciones. Él viene, pero nosotros nos
vamos.
Yo
bautizo con agua, pero él bautizará con Espíritu Santo. Es la clave del relato
y marca la diferencia abismal entre Jesús y Juan. Las primeras comunidades
tenían muy clara la originalidad de Jesús frente al pasado. Toda la relación
con Dios, hasta la fecha, era considerada como externa al hombre y en relación
desigual. Dios era el soberano y el ser humano el súbdito. Jesús manifiesta una
relación con Dios distinta. Él está empapado del Espíritu y nos sumerge
(bautiza) a todos en ese mismo Espíritu.
Los textos de este domingo nos hablan de utopía.
Isaías dice: Aquí está vuestro Dios. Pedro: Nosotros esperamos un cielo nuevo y
una tierra nueva donde habite la justicia. El salmo: La misericordia y la
fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. Mc: Él bautizará con el
Espíritu Santo. En un mundo tan pesimista, encontrarnos con esta oferta, es
impactante. Pero tampoco tenemos que caer en el triunfalismo. El derrotismo y
el triunfalismo son estrategias extremas que utilizan el yo para fortalecerse.
Hoy la necesidad de estar alerta es más apremiante
que nunca, porque jamás se han ofrecido al ser humano tantos caminos falsos de
salvación. Tenemos toda una gama de productos disponibles en el mercado, desde
las drogas hasta los gurús en medida. Por eso necesitamos más que nunca de la
figura del profeta. Seres humanos que por su experiencia personal pueden
arrojar alguna luz en esa maraña de senderos que se entrecruzan, pero son
sendas perdidas que llevan a ninguna parte.
Nos
volcarnos sobre lo sensible, buscando el placer inmediato o descubrir las
posibilidades de plenitud que todos tenemos. El no tomar una decisión es ya
tomar partido por lo que nos pide el cuerpo. No despertar es seguir dormidos.
Decidirse por lo más difícil solo es posible después de una toma de conciencia,
que tiene que ir más allá de los sentidos y de la razón. Es una iluminación que
me empuja por un camino que ni siquiera sé a dónde me va a llevar, pero
convencido de que me hará más humano.
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